Las cercanías del lago Lanalhue, en la Región de La Araucanía, eran los paisajes que un pequeño Agustín Iriarte (63) frecuentaba cada verano. Él se inmiscuía en los bosques nativos, veía los grandes árboles y la fauna que alguna vez se dejaba avistar, como algunos curiosos pudúes o zorros que pasaban por el camino. Pero cada vez que volvía, uno de estos bosques desaparecía y un monocultivo de eucalipto o pino tomaba su lugar. Así lo recuerda ahora: le apenaba ver que todos esos animales en esos increíbles contextos naturales ya no estaban donde sus ojos los apreciaron.

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©Cortesía Agustín Iriarte

De vuelta en Santiago, estaba inscrito en Scout. Su guía, un profesor holandés que era el rector de su colegio, era también biólogo y una de sus fascinaciones era la entomología. En los campamentos, pasaba horas recolectando e identificando insectos junto a él. Fueron ambas parte de las experiencias que marcaron su camino para dedicarse a la ecología y, aunque sus padres no estuvieron de acuerdo al principio, estudió biología en Chile, para seguir su camino con un máster y un doctorado en Estados Unidos, especializándose en ecología de carnívoros chilenos.

Esto más tarde lo llevaría a trabajar cerca de 14 años en el área de fauna silvestre del Servicio Agrícola Ganadero (SAG), a colaborar y ser autor de 19 libros -entre los que están Mamíferos de Chile, Carnívoros de Chile I y II y Aves Rapaces de Chile- y a publicar una veintena de artículos científicos, lo que complementa actualmente con el liderazgo de una consultora ambiental.

Todo siguiendo un camino que, asegura, siempre ha tenido un foco en la conservación.

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Según cuenta Agustín, siempre le interesó dedicarse a la conservación de la fauna. Y una de las formas clave de hacerlo, explica, es a través de la educación. Y parte de su huella en esto es a través de libros. A este mundo de las publicaciones llegó mientras estudiaba en Estados Unidos. Ahí ayudó a uno de sus profesores a hacer un libro sobre mamíferos del cono sur Sudamericano y, con ese trabajo, “un bichito le pegó”. Más adelante, su primer gran libro lo desarrolló junto al diseñador Rodrigo Verdugo y una editorial española: aquel clásico con un monito del monte en la portada que, según él explica, ha vendido desde 2008 entre 8 mil y 8.500 copias. Fue su trabajo más largo y le tomó cerca de 7 años poder lograrlo.

Era “Mamíferos de Chile” que, años más tarde, tuvo una segunda versión como guía de campo.

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©Agustín Iriarte

Desde entonces, ha sumado más y más libros a la lista.

– ¿Cómo sientes que estos trabajos que has hecho han ayudado a que la gente se acerque un poco más a la fauna chilena?

-De un montón de formas. Mira, ¿qué es lo que hace un libro? Si uno junta toda la información que hay sobre un grupo completo como las aves rapaces, por ejemplo, o los mamíferos, entonces ya sientas un precedente. Es súper interesante porque haces el esfuerzo de condensar todo, lo actualizas, tienes buenas fotos, y haces algo atractivo. Entonces si necesitaras esa información, el libro la tiene. Por ejemplo, otra cosa que está pasando con el cambio climático global es que aparecen especies nuevas entonces decidimos poner al final de los libros especies que potencialmente podrían estar en Chile o que han ingresado. Desde Mamíferos de Chile han pasado poco más de 10 años y ahora hay siete especies más, por ejemplo.

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¿Cuáles son estas especies, por ejemplo?

Hay un ratoncito precioso que se llama ratón andino de jelskii o ketocui (Brothrix jelskii). Un guardaparques me mandó la foto, se lo reenvié a una amiga experta en roedores y me confirmó que era. Normalmente habita en Perú y Bolivia. Hicimos una publicación sobre este primer registro y lo identificamos en cinco lugares en Chile. Además, hay 3 especies de roedores que están descritas para Argentina que ahora están para Chile. Hay uno que es nuevo para la ciencia que es un ratoncito chiquitito que apareció cerca de Caldera (Eligmodontia dunaris). Además, siempre hay especies que buscamos en Chile, pero que nunca hemos encontrado, especialmente en la zona de Aysén hay una que se llama la liebre mara (Dolichotis patagonum). He conversado con empleados de una estancia y con carabineros cerca de las fronteras, y algunos me han dicho que sí lo han visto, pero obvio no es suficiente. Hasta el momento, la liebre mara solamente es exclusiva de Argentina.

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Ketocui ©Rodrigo Moraga

Condensar toda esa información y, sobre todo, el mantenerla lo más actualizada posible, es uno de los principales desafíos de acercar la ciencia a las personas a través de los libros. Según aclara Agustín, lo que se busca es que puedan verlos tanto especialistas, como personas menos familiarizadas con la información, pero de una manera atractiva. Así, han logrado que, por ejemplo, el libro Aves Rapaces de Chile tenga fotos de alta resolución, en colores, y con una impresión impecable.

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En parte, esto ha hecho que sea uno de los libros a los que Agustín le tiene más cariño. “Una de las cosas que hacemos es colocar todo sobre el grupo, por ejemplo, cuál es su origen, cómo eran los que estaban hace 8 millones de años, cuál es su ecología, el impacto del calentamiento global en ellos, todo. Tiene QR donde sale el sonido que producen. Entonces si pones el código va a una página y te sale el sonido que hacen, tiene sonogramas, es por si a alguien le interesa, pero la idea es tener la máxima cantidad de información sobre un grupo dado”, comenta Agustín. Con esto, se puede hacer accesible y difundir sobre la fauna del país, acercándolas a los “niños del futuro que se interesan en estos temas”.

Libro Las Aves Rapaces de Chile (8)
Libro Las Aves Rapaces de Chile 

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Dentro de los carnívoros, Agustín siempre ha sentido interés por los felinos. Él explica que esto se puede deber a que le llama mucho la atención que la mayoría de ellos tiene algún estado de conservación en amenaza, que logran sobrevivir en condiciones muy difíciles o la relación que tienen con sus presas. Por eso, dedicar parte de su vida al estudio y trabajar por su conservación es algo importante para él. Lo hizo desde el SAG, pero también con sus libros, publicaciones e investigaciones. Pero uno de sus grandes hitos ha sido formar parte de la fundación de la Alianza Gato Andino (AGA) en Chile, en 1998.

La AGA, según se explica en su página web, es una red multinacional e interdisciplinaria con miembros de Argentina, Bolivia, Chile y Perú. Se centran en los altos Andes de estos países, junto con la estepa patagónica argentina, en colaboración con distintos organismos y comunidades locales para contribuir al conocimiento y conservación del gato andino (Leopardus jacobita) y su hábitat, buscando estrategias de investigación, conservación, participación comunitaria y apoyo en la gestión de áreas silvestres.

Gato Andino (Leopardus jacobitus), el misterioso felino de los Andes. ©Cristian Sepúlveda
Gato Andino (Leopardus jacobitus), el misterioso felino de los Andes. ©Cristian Sepúlveda

– ¿Por qué surge la idea de crear la Alianza Gato Andino hace más de 20 años?

-En 1996 se hizo un compilado de todas las especies de felinos del mundo y ahí yo participé Ahí se definieron cuáles eran las especies más amenazadas (en esa oportunidad, la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza elaboró un plan de conservación para los felinos silvestres) y en América la más amenazada era el gato andino, actualmente catalogada como “en peligro”. De él no se sabía casi nada, había solo tres artículos científicos de la especie en ese entonces. Lo que hicimos fue juntarnos, una fundación nos dio algo de dinero. Nosotros empezamos a hacer estudios en Chile, después nos juntamos con la gente de Perú, de Bolivia y Argentina y esa reunión fue en el 99’ y dio origen a esta Alianza Gato Andino, que ahora debe tener unas 60 personas en total entre colaboradores cercanos y los que apoyan la iniciativa. Realmente hemos hecho una labor bastante interesante porque, por ejemplo, ahora sabemos que está en la Patagonia argentina, en Neuquén, Chubut, en la cordillera de Santiago, el centro de Perú. Yo diría que este fue un gran aporte y nos permitió tener mucha más información.

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– ¿Cuáles fueron los principales desafíos de iniciarla hace 20 años y todo este proceso que han tenido? 

-Una cosa súper interesante, y que he destacado en algunos congresos a los que he ido a dar charlas, es que es de los casos más interesantes de colaboración entre todos los países de la distribución de una especie para un objetivo común: el conocer más sobre esta especie. Es un desafío porque hay pocos casos en el mundo, quizás alguno con el tigre o el leopardo de las nieves. Pero que haya tantos especialistas interesados es relativamente único y eso nos ha permitido cada tres meses tener reuniones vía Zoom, definiendo planes de conservación que se renuevan cada dos o tres años. Un gran aporte es una fundación que se llama Wild Conservation Network, de San Francisco, California, que nos financia hace 12 años. Eso es fundamental.

-Es interesante que haya tantas personas investigando esto siendo que es un animal tan “fantasma”, porque es difícil de ver.

-Sí poh, de hecho, es tan fantasma que yo nunca lo he visto (ríe) y yo diría que la gran mayoría de la AGA nunca ha visto un gato andino. Los únicos casos son esporádicos, o sea, que de repente alguien va en terreno y se encuentra con él. O hay casos en Bolivia y Argentina donde los tomaron para poder ponerles un collar y seguirlos. Nosotros lo hemos intentado, hemos hecho unos intentos en distintos periodos y no lo hemos logrado. La idea de atraparlos es ponerles un radio collar y seguirlos, ese es el objetivo. También pasa que como tiene densidades muy bajas, no es como atrapar un zorro que hay muchos y es mucho más fácil pillarlos.

¿Cómo estudiar con este gato sin tener algún contacto con él?

-Lo vital son las cámaras trampa. Te dan mucha información, por ejemplo, todo este estudio que Bernardo Segura y su equipo ha estado haciendo en el Parque Mahuida – en el que se descubrió su presencia del felino en esta zona cercana a Santiago- ha sido por colocar trampas cámaras. Ese tipo de cosas hacen que sepamos a la hora que se reproduce o no, si tiene crías, en qué época del año, por ejemplo, de repente aparecen con una presa en la boca, depende de la cantidad de cámaras trampa que coloques, puedes ver muchas cosas. Por ejemplo, una cosa que es muy importante es que ellos no defecan en cualquier parte, sino que hacen heces en una letrina, en un lugar propiamente tal, entonces si uno encuentra esos lugares, uno puede sacar la feca y saber qué es lo que está comiendo, eso es importante. Todas esas cosas las sabemos sin haberlo tocado.

Gato Andino 1era Foto AGA web – L Villalba E Delgado y JC Esquivel
Gato Andino 1era Foto AGA web(Bolivia) – L Villalba E Delgado y JC Esquivel

Las primeras cámaras trampa que llegaron a Chile, en el 99’, eran bastante distintas a las actuales. Tenían un cable que se unía a un sensor; una especie de rayo infrarrojo que los animales interrumpían, lo que detonaba que la foto se pudiera tomar. Las cámaras eran a rollo y la calidad no era de lo mejor, pero estos inicios “cambiaron todo el concepto de la ecología actual”, dice Agustín.

Fue, de hecho, con esta primera cámara, que pudieron ver a este gato de piel y cojinetes mullidos, una cola larga con nueve bandas y manchas negras que salen de sus ojos. Las primeras tomas del gato sagrado fueron en la Región de Arica y Parinacota, sumando más a lo largo de los años, junto a nuevas tecnologías que incluso les permiten grabar videos. Eso, junto a las observaciones ciudadanas y los teléfonos ha sido fundamental: gracias a esto la han podido identificar en distintas locaciones, como en el Valle del Elqui o en la Región de Valparaíso.

Gato andino Chasky retratado por cámara trampa ©Alianza Gato Andino
Gato andino Chasky (valle del Elqui) retratado por cámara trampa ©Alianza Gato Andino

Pero aún con estos avances, el gato andino está expuesto a diversas amenazas, como la degradación y pérdida de hábitat, la caza o la tenencia irresponsable de perros y gatos. Y sigue siendo un misterio. Por algo es conocido como el “fantasma de los Andes”. “Una cosa que hacemos siempre es conversar con los habitantes locales. Por ejemplo, un pastor aymara del Altiplano tiene un “manual” de cientos o miles de horas de observación que para nosotros es imposible igualar. Y él me dijo una vez que en sus 70 años de recorridos ha visto tres veces al gato andino. Él sabe perfectamente cómo es y de qué hablamos. Imagínate ¡tres en toda su vida! Entonces eso da una idea de lo raro que es. La gran pregunta que nos hacemos los especialistas es por qué es tan raro y probablemente no lo sabemos”, comenta Agustín.

– ¿Se puede saber?

-La pregunta del millón es por qué hay tan poco gato andino. Por ejemplo, junto al gato andino está el gato colo colo. Hay cuatro o cinco de esos por cada gato andino. La pregunta es por qué son menos abundantes en áreas que no lo cazan, donde hay muchas presas, como las vizcachas, donde está un hábitat perfecto. Entonces una hipótesis que yo tengo es que probablemente el gato andino pasó por una etapa de “cuello de botella genético”, lo mismo que paso con el cheetah. Los especialistas calculan que hace dos o 3 millones de años quedaron muy pocos ejemplares de cheetas pero, en vez de extinguirse, lograron sobrevivir. Pero todos los cheetas son como si fuesen hermanos, en algunos casos como gemelos, entonces ellos tienen un montón de problemas genéticos porque tienen una variabilidad genética muy pequeña. Bueno, probablemente el gato andino sea algo parecido, aunque tiene una variabilidad genética un poquito mayor que el cheetah. Entonces puede ser eso, puede ser otra cosa, realmente no sé.

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Luego de trabajar 14 años en el SAG, en 2004 Agustín decidió emprender un nuevo rumbo y empezar a trabajar en consultorías ambientales para desarrollar proyectos de conservación. En 2008 creó su consultora y, con eso, explica, ha podido mantenerse, desarrollar conservación y dedicarse al desarrollo de libros, además de hacer clases en la universidad y formar jóvenes.

©Cortesía Agustín Iriarte
©Cortesía Agustín Iriarte

– ¿Qué es lo que más te gusta de tu trabajo?

Muchas cosas. A veces me preguntan cuál es el sentido de mi vida y yo siempre lo he sabido: conservar la vida silvestre chilena. Entonces, primero lo hice en el Estado, después en esta consultora, además de los libros, enseñar a estudiantes o realizar entrevistas. Eso es lo que me llena y el desafío es terrible porque vamos de mal en peor, especialmente por el cambio climático. He visto cómo ha ido cambiando la sociedad chilena en el sentido que se preocupa más por estas cosas. Por ejemplo, cuando llegué al SAG todo el mundo quería tener una tortuga de tierra en navidad, que era la terrestre argentina, que se llama Chelonoidis chilensis. Pero no es de acá, es de Argentina y se creía chilena del tiempo de cuando San Luis y San Juan eran de Chile (…). Decomisamos muchas, porque eran ilegales en Chile por SITES, y con eso las entregamos a las autoridades trasandinas y empezaron a repoblar, porque este tráfico las extinguió de Mendoza (…). O también se exportaba entre 600 y 800 mil lagartos y lagartijas. Eso lo prohibidos por decreto en la ley de caza. Prohibimos la caza, captura o exportación de 855 especies. Yo diría que ese es el hito más importante que he hecho en mi vida.

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Con esto en sus antiguos logros, Agustín sigue sumando más proyectos de conservación. Y, junto a esto, la producción de libros no se detiene. Actualmente trabaja en cinco: uno de mamíferos marinos, una nueva edición de Mamíferos de Chile, otro de peces de continentales y otro de reptiles de Chile.

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