Años de trabajo y miles de fotografías: el mundo detrás de un timelapse de naturaleza
Detrás de cada transición de un timelapse, pueden haber días y meses de trabajo. Lo que uno ve en un segundo, por ejemplo, con un paisaje estático y las nubes en movimiento, es el resultado de varias visitas a terreno y noches enteras grabando. El fotógrafo de naturaleza Cristián Aguirre se dedica hace cerca de 10 años al arte del timelapse, habiendo pasado años y kilómetros recorridos para lograr los encuadres perfectos, que guarda en millones de fotografías y cerca de 70 terabytes de memoria. Todo con el fin de que las personas reconecten con la naturaleza a través de la fluidez de este arte, que reproduce en pocos minutos el paso del tiempo. Aquí nos comparte el proceso detrás de su trabajo, que combina un diálogo entre música y naturaleza, junto con su motivación para seguir desarrollándolo.
Las araucarias están quietas y lo único que se mueve es una gran luna llena que en un par de segundos va de derecha a izquierda. Esa es una escena y cada segundo de ella, tiene, por lo mínimo unas 24 fotos. Tomarla significó días de planificación, horas de trekking e impecables planos y tomas fotográficas. Todo ese trabajo, en tan poco tiempo en nuestras pantallas, es solo una pequeña fracción que puede quedar plasmada en un video de timelapse que dura cinco minutos.
Cristián Aguirre es un fotógrafo profesional que se ha dedicado al arte del timelapse de naturaleza. Dice que lo desarrolla con la idea de “intentar vincular el paisaje con el ser humano, la contemplación, lo maravilloso de la naturaleza”. En este sentido busca capturar y reproducir el tiempo, aquello que es más difícil de capturar a simple vista con los ojos, como el pasar de las noches y los atardeceres. “El timelapse te da una fluidez y técnica para reproducir lo que se ve al pasar diez horas en la realidad, en cinco segundos de video”, agrega.
Capturar esa inmensidad requiere años de trabajo, un buen ojo y una gran memoria.
Salir a la naturaleza en el momento preciso
Para Cristián, este trabajo implica estar muchas veces solo en la naturaleza. Pasar noches enteras solo con un buen saco de dormir, mirando hacia las estrellas. Cualquier momento hay que captúralo y también, muchas veces, dejar la cámara andando durante horas y despertarse solo para cambiarle muy cuidadosamente la batería, ponerle unos calefactores e ir revisando el plano.
Eso implica soledad en medio de la oscuridad. “Estás tan solo, tan lejos, que a veces la cabeza te puede atrapar”, dice, contando que una vez, cuidando la cámara sintió un ruido en su parka. En su cabeza, pensó que era la respiración de un puma. Pero en realidad era solo una rama que rosaba su vestimenta. Así, cuenta que en realidad cada toma es un propio viaje, una historia por sí sola que se comparte en tan solo unos pocos segundos.
“Hay un trabajo detrás, una vida dedicada a esto. No es solo llegar y disparar, hay veces que son días previos, semanas previas. Hay lugares que los voy a observar en un año y claro, lo entiendo y luego voy a observar al año siguiente, donde entiendo un poco más del lugar para luego ir un tercer año y decir: ‘ya, aquí está el plano’. Son años dedicados a observar, dedicar y escoger el momento preciso en el cual disparar para generar esa transición que estoy esperando”, dice.
Así, el detallismo es parte del trabajo. No son paisajes al azar. Las tomas son estudiadas. Es ir y volver a los lugares: encontrar la mejor luz y seguir el instinto. No hay guión, simplemente lo que transmite la naturaleza. “Esto lo hago porque me nace, porque quiero un mundo mejor y que la gente se enamore de la naturaleza, que se encanten del lugar donde estamos, que salgamos más. Incentivar esa conexión con la naturaleza; ese vínculo con las especies y los astros. Todos los meses dedico gran parte de mis días a ver por dónde va a salir la luna, cómo va a estar el clima, para ver si puedo poner la luna atrás del Aconcagua, del volcán Villarrica o atrás de un árbol que sea estético, que tenga un grado de cultura también, que hable sobre nuestro país, que tenga tonalidades y encuadre”, dice.
En ese proceso, pueden pasar días, meses, años y, por supuesto, miles de fotos. Por ejemplo, en un solo video de cuatro minutos, como el que realizó en terreno durante dos años y publicó en diciembre de 2020, hay por lo mínimo 120 mil fotografías en cerca de cinco minutos de video. “Lo que se ve ahí son los mejores planos seleccionados de millones de fotos. Yo en mi computador tengo millones de fotos, más de 70 terabytes de memoria. Es una locura, son 24 fotos por segundo en el timelapse aproximadamente. Hay un trabajo de selección gigantesco, lo que están viendo es el 1% de lo que yo he capturado”, dice Cristián.
Edición dentro de casa
Luego de largos periodos en la naturaleza, desconectado de todo, llega una parte del proceso totalmente diferente: la edición frente al computador. Afuera está ese romanticismo de no saber al 100% como quedó el plano o si hay algún parpadeo en la toma. Dentro de las cuatro paredes se ve cómo quedó todo, cuando toca sentarse a revelar las fotos y ver cuáles fueron los resultados.
“Son años disparando fotos y mucho tiempo sentado también. Revelar un timelapse te puede demorar días, tienen mil fotos. Y además tienen que quedar como te gusta: el morado que empezó a las seis de la tarde no es el mismo de las tres de mañana. Hay que jugar con eso, los verdes, los azules, con los colores para que se acerquen a lo que tú en realidad viste y que sean un fiel reflejo del movimiento que observaste. Entonces es una post producción gigantesca. Aparecen todos los monstruos también cuando uno retoca o edita porque estás todo el día encerrado (…). También están todo lo tecnológico de actualizar los programas, la memoria, organizar los planos”, explica Cristián.
Y todo ese esfuerzo se reflejan en videos con transiciones que invitan a adentrarse a los Andes y algunos lugares de Chile y Europa. Pasos de luz, de lunas, entre volcanes, bosques y cuerpos de agua bajo las melodías de la música. Así se puede ver en uno de sus últimos timelapses subidos, que tienen atrás siete años de trabajo reflejados en cuatro minutos de video, combinados con el flujo de la música de Hans Zimmer y los paisajes de Atacama, la Araucanía, Los Ríos, Los Lagos y Aysén.
Es así, un trabajo que invita a generar conciencia sobre lo simple de la vida, a través de un trabajo que combina viajes, exploración, tomas, cámaras, explorando los diálogos entre la música y la naturaleza.