El Presidente Boric se ha embarcado en la ambiciosa meta de que Chile sea líder productor mundial de Hidrógeno verde por electrólisis al 2030, siguiendo el frenesí global que promociona a este combustible como la “bala de plata” para la descarbonización.

Somos testigos de cómo el Gobierno está desplegando todos los esfuerzos e inversiones posibles para ayudar al despegue de esta industria, a pesar de que las proyecciones actuales de mercado se basan en supuestos altamente especulativos, innovaciones dudosas y tecnológicas inciertas. Se ha adquirido incluso deuda pública para beneficio privado y se entregan abultados subsidios a proyectos (16 millones de dólares al accidentado proyecto “Faro del Sur” de HIF Chile y Enel Green Power Chile ). Esto, a pesar de los llamados de atención de expertos internacionales como Michael Liebreich, que advierten que el uso de grandes cantidades de energía renovable para producir hidrógeno ralentizará lucha contra el Cambio Climático, debido a su mala economía e ineficiencia en comparación con electrificación directa.

Ministerios de Energía, Economía, Hacienda y hasta del Medio Ambiente, hacen anuncios semana tras semana y dan señales permanentes hacia los desarrolladores privados, comprometiendo todo tipo de medidas e incentivos para acelerar proyectos pioneros. Se promete además una tramitación más eficiente de proyectos, con menos permisos y en el menor tiempo posible. Se han definido además, sin participación ni consulta, dos grandes polos de desarrollo en el país, uno de ellos en la Región de Magallanes y de la Antártica chilena.

Pero no todo lo que dice ser verde lo es. Miles de km2 de gigantescos aerogeneradores instalados sobre el ecosistema de la estepa magallánica, plantas de desalinización y electrólisis en las costas, construcción de grandes puertos, plataformas y caminos, líneas de alta tensión y barcos cargados de amoníaco navegando por el Estrecho de Magallanes, serán parte de la nueva fisonomía de la región de Magallanes, que podría terminar pagando altísimos costos socioambientales. Se trata de una intervención territorial a gran escala con impactos acumulativos a gran escala.

Uno de los temas más preocupantes tiene que ver con la amenaza que se cierne sobre tres especies de aves en peligro de extinción: el Playero ártico (Calidris canutus rufa) el Chorlo de Magallanes (Pluvianellus socialis) y el Canquén colorado (Chloephaga rubidiceps). Los proyectos anunciados y sus enormes parques eólicos se emplazan justo en áreas que son críticas para que estas especies puedan cumplir sus ciclos de vida.

Playero Ártico. Créditos: Ricardo Matus.
Playero Ártico. Créditos: Ricardo Matus.

La estepa magallánica configura un mosaico de distintos hábitats que comprenden vegas, grandes extensiones de coironales, murtillares y lagunas patagónicas que ecológicamente equivalen a la Tundra del Ártico. Todos estos componentes de la pradera se asocian a distintas especies de aves que utilizan estos sustratos de diferentes maneras, para descansar, nidificar y alimentarse. Una vez finalizada su temporada reproductiva, al menos 13 especies de aves playeras realizan una larga migración desde sus sitios de nidificación ubicados en el extremo norte de Norteamérica, para llegar a la región de Magallanes entre octubre y noviembre. Mientras algunas de estas aves playeras se concentran en lugares específicos de las costas de Tierra del Fuego, otras se dispersan por la estepa ocupando pequeños humedales y lagunas salobres.

La instalación de gigantescos parques eólicos sobre hábitats críticos de tres especies de aves en peligro podría tener consecuencias irreversibles, causando de manera acumulativa, interferencias a movimientos locales y rutas migratorias (efecto barrera) obstaculizando patrones de vuelo y afectando severamente ciclos de vida, alimentación, descanso y reproducción.  Es particularmente preocupante que el Ministerio de Bienes Nacionales esté evaluando entregar concesión de un terreno fiscal que albergará un proyecto eólico de 455,6 MW, en un área adyacente al Santuario de la Naturaleza Bahía Lomas, sitio de invernada más importante de toda Sudamérica para el Playero ártico.

Planta Piloto Haru Oni HIF, Punta Arenas, Magallanes. Créditos: Javier Astudillo.
Planta Piloto Haru Oni HIF, Punta Arenas, Magallanes. Créditos: Javier Astudillo.

A pesar de las reiteradas alertas que se vienen levantando hace más de un año desde diversas comunidades, organizaciones de la sociedad civil, investigadores y especialistas, el Gobierno sigue sin dar señales concretas en el resguardo de comunidades, territorios y ecosistemas que serán impactados por el desarrollo del Hidrógeno impulsado a gran escala industrial en las regiones de Magallanes y Antofagasta. Más allá de declarar intenciones, no se vislumbra voluntad política alguna de tomar medidas reales.

Muy por el contrario, el foco está únicamente en la promesa de descarbonización, empleo e inversión, poniendo literalmente debajo de la alfombra externalidades, riesgos, impactos negativos y costos sociales y ambientales.

Se requiere tomar medidas urgentes respecto de ordenamiento territorial, participación, estándares, normativa, regulación, líneas de base, capacidad y recursos para evaluación de impacto ambiental, localización de proyectos en base a criterios de bajo impacto en biodiversidad, resguardo de ecosistemas críticos y especies en peligro. Se está impulsando el Hidrógeno “verde” literalmente a ciegas.

Los riesgos para territorios y comunidades son altísimos, pero también para los proyectos y las inversiones que están empezando a enfrentar alto rechazo social, conflictividad socioambiental y probablemente largos procesos de judicialización.  

Es necesario que Gobierno, privados y banca multilateral trasparenten los significativos riesgos medioambientales y sociales del Hidrógeno verde y se hagan cargo responsablemente de implementar altos estándares medioambientales, sociales y de derechos humanos, alzando la mirada más allá de supuestos tecnocráticos ciegos a la realidad social y ecosistémica de los territorios.

Estamos ante una apuesta de alto riesgo y si no somos capaces de reaccionar a tiempo, los costos de producir “el Hidrógeno más barato del mundo” los terminarán pagando, una vez más, las comunidades, los territorios y los ecosistemas. Es justo ese modelo de desarrollo a cualquier costo, injusticia y desigualdad, el que nos trajo a la profunda crisis climática y ecológica que estamos atravesando.  

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