El altiplano chileno, inhóspito y tan bello, rudo y fuente de vida. Tal cual describiría ese paisaje infinito, mineral y, sorprendentemente, con una explosión de vida que contratista con su aspecto tan poco acogedor.
Sin agua no hay vida… Las lluvias del verano austral, originadas por la condensación de masas húmedas desde la región de Mesopotamia argentina, rellenan las napas freaticas en los Andes del norte de Chile. El agua se acumula y resurge en pequeños riachuelos, bofedales y salares que permiten altas concentraciones de vida. Sus más notables habitantes son sin duda los flamencos, quienes suelen anidar en los salares altiplánicos. Las vicuñas pastan cerca de los bofedales, mientras que las vizcachas se agrupan alrededor de las zonas rocosas. En la noche, silenciosos, se mueven en forma sigilosa los gatos andinos y los pumas en búsqueda de sus presas.
Es un ecosistema muy frágil que depende de los cuerpos de agua, hoy lamentablemente amenazados por la expansión poco regulada del turismo en masa y de aventura en la región y otras actividades como la minería. Sobre lo primero, me da pena saber que hoy algunos lugares antiguamente perdidos como Piedras Rojas, se encuentran devastados por el turismo poco planificado. No obstante me alegra saber que se han tomado medidas para restringir el acceso a esos lugares. Es lamentablemente el precio a pagar para preservar esos ecosistemas de nosotros, turistas pocos informados.
Taruka ©Jérémie Goulevitch
Taruka ©Jérémie Goulevitch
Piuquenes ©Jérémie Goulevitch
Piuquenes ©Jérémie Goulevitch
©Jérémie Goulevitch
©Jérémie Goulevitch
Tagua gigante ©Jérémie Goulevitch
Tagua gigante ©Jérémie Goulevitch
Suri ©Jérémie Goulevitch
Suri ©Jérémie Goulevitch
Vizcachas ©Jérémie Goulevitch
Vizcachas ©Jérémie Goulevitch
Tagua ©Jérémie Goulevitch
Tagua ©Jérémie Goulevitch
Vicuña ©Jérémie Goulevitch
Vicuña ©Jérémie Goulevitch
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