Los Campos de Hielo Sur son la tercera masa de hielo más grande del mundo luego de la Antárctica y Groenlandia. De estos, nacen un total de 49 lenguas glaciares, 5 de las cuales se encuentran en el Parque Nacional Torres del Paine, en la Patagonia chilena. El glaciar Grey es el más conocido de estos, debido a su relativo fácil acceso, que ciertamente es relativo, pues llegar a él no es nada fácil.

El primer paso es ir a la playa cercana al Refugio Grey dentro del parque. Para llegar se puede caminar gran parte del circuito W o tomar un catamarán que navega las aguas del lago periglaciar. Una vez allí (o previamente) hay que contactarse con BIG FOOT, los encargados de llevar personas al glaciar. Ellos tienen una pequeña cabaña a escasos metros de la playa y proveen del equipo y conocimientos necesarios para explorar con seguridad los hielos centenarios.

©Bastian Gygli
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Guantes, piolet, casco, crampones, arnés y una mochila nos fueron entregados, para luego dirigirnos, a través una corta navegación en un bote, al nunatak, denominación que se usa para referenciar masas de tierra o roca completamente cubiertas de hielo. Una vez en la isla emprendimos una dura caminata a través de la roca sedimentaria. Totalmente rodeado de hielo y gélidas aguas, el nunatak está prácticamente desierta de vida, salvo por las esporádicas plantas e insectos. El único ruido que acompañó la marcha fue el incesable viento patagónico.

Luego de una hora en la roca llegamos al punto de entrada al glaciar, el cual cambia año a año según las modificaciones de morfología de éste. Mickey, nuestro guía, nos cuenta que la caminata ha ganado una buena media hora desde que iniciaron sus actividades hace un par de años. Esto debido al constante retroceso del glaciar, el cual se estima en unos 100 m en promedio por año, situación que podría estar empeorando en vista del enorme trozo de hielo desprendido a fines de 2017, de más de 300 m.

©Bastian Gygli
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Ya armados con nuestros crampones y piolets nos adentramos lentamente en el glaciar, con pasos dubitativos ante el nuevo entorno que se abría ante nosotros. Los primeros metros cercanos a la roca, estaban cubiertos de una capa de polvo negruzco, para luego dar paso a un universo blanco. Rápidamente el paisaje se mostraba fragmentado por innumerables zanjas que cortan el glaciar. El andar se hacía más lento, mientras debíamos ingeniárnoslas para avanzar.

De a poco empezamos a percatarnos de que además de hielo, estábamos rodeados de agua. La superficie del glaciar está expuesta al sol, el cual derrite las capas exteriores. Toda el agua producida se mueve o acumula en el glaciar. Algunos de estos ríos y lagos son visibles, pero la gran mayoría fluyen bajo el hielo. Todos estos obstáculos contribuyen a la experiencia mágica de un terreno difícil de recorrer. A nuestro alrededor no veíamos otras criaturas. La hostilidad realmente era palpable en el aire.

©Bastian Gygli
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Luego de avanzar unas horas nos encontramos con un enorme agujero en el hielo, donde confluían numerosos riachuelos, los cuales se unían para perderse en el abismo. Ayudados por nuestro guía, pudimos dar un vistazo a lo profundo. El agujero, medido ese año, tenía más de 70 m. No pudieron terminar de medirlo, pues no tenían cuerdas suficientemente largas.

©Bastian Gygli
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Cansados por la exigencia de la caminata en el hielo, nos sentamos a disfrutar de una comida ligera, para luego seguir nuestro camino, dirigiéndonos de regreso al nunatak por el otro lado. Esta parte de la travesía nos llevó por las grandes gargantas de varios metros que el glaciar genera cercano a las caras de glaciar. Aquí pudimos observar el verdadero hielo glaciar. Este se encuentra en las partes más profundas, donde la presión del peso de todo el hielo sobre él hace que pierda todas las partículas de aire, haciéndolo más compacto y dándole una tonalidad azul llena de reflejos. Pequeñas cuevas de este hielo azul se extendían en los bordes del glaciar y la roca.

©Bastian Gygli
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Luego de esta última vista volvimos a la isla, para caminar en silencio de regreso al bote. En parte por el cansancio de caminar en el hielo, pero también por lo maravillados y felices de haber podido recorrer lo que pocos han podido experimentar en sus vidas: un paseo por la superficie de un glaciar.

©Bastian Gygli
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