Junto a mi cordada, Erick Vásquez y Andrés Pinto, de la Rama de Montaña de la U. de Chile pasamos tres semanas en los Hielos Patagónicos Sur. Durante días perseguimos un horizonte esquivo y dimos cara a todas esas fuerzas que se escapan del control y que llevan las emociones al límite, desde la euforia al llanto. En un lugar como este los planes se van con el viento y se congelan en la nieve, cada momento resuelve al siguiente y en la incertidumbre, sólo caben las ideas por sobrevivir al movimiento que sigue. Hielos Patagónicos Sur no quiere tener amigos, no los necesita. La vida aquí dentro es una constante de resistencia para quienes buscan ser testigos de uno de los paisajes más remotos e inexplorados de nuestro continente.

Patagonia es una territorio donde bien valen las obsesiones. Durante los meses en que planificamos la expedición a los Campos de Hielo Sur, fue difícil contener la emoción e incluso el miedo a todas las posibilidades que nos esperaban. Queríamos vivir la experiencia de la Patagonia congelada y ser parte de los relatos que tanto habíamos escuchado. Sentir en nuestra piel el mismo viento que alguna vez arremetió contra Eduardo García, cuando escribió su historia en el montañismo nacional logrando la primera y única ascensión conocida al cerro O´Higgins en los 60’s.

La aventura comienza

©Carlos Hevia

A nosotros nos tomó 21 días y algo más de 120K cumplir nuestro sueño de habitar la tercera zona glaciar más grande del planeta. Nuestro itinerario nos permitió acceder a la gran meseta del Campo de Hielo por una desconocida vía que asciende directo por la escarpada morrena del glaciar O’Higgins. Desde el lago O´Higgins al Gran Plateau ascendimos 1.000 metros y porteamos todo nuestro equipo en tres días. En la puerta de entrada al gigante de hielo esperamos, y durante la primera ventana de buen tiempo, pudimos finalmente avanzar por el Corredor Hicken hasta la base del volcán Lautaro.

©Carlos Hevia

Durante varias jornadas caminamos sobre la gran meseta de los Hielos Patagónicos, arrastrando nuestros trineos desde la cintura. Con pronósticos de tormenta y escasa visibilidad continuamos en dirección al paso de los Cuatro Glaciares, justo donde nace el glaciar Chico. Estuvimos en el paso Marconi y aguantamos tormentas en el refugio Eduardo García. Sin tiempo de esperar pronósticos meteorológicos favorables, hicimos el cruce con fuertes ráfagas de viento del Circo de los Altares y del Circo de las Adelas, en dirección al sureste. Vimos el inicio del glaciar Viedma y finalmente llegamos al poblado de El Chaltén en Argentina, descendiendo por el Paso del Viento, dos días después de haber abandonado el hielo.

©Carlos Hevia

En esta parte de la Patagonia chilena, hay que saber mantenerse en movimiento. Continuar la acción pese a los pronósticos desalentadores. Sobre el hielo del Gran Plateau y cuando el tiempo lo permitía, arrastrábamos nuestras pertenencias sobre livianos trineos plásticos que apenas dejan marcas sobre la delgada capa de nieve.

©Carlos Hevia

El paisaje de fondo es un agrietado y blanco telón, que se pierde en el horizonte. Sin referencias ni escalas para hacer medidas, rápidamente se borran nuestras huellas y el hielo olvida nuestro paso. Aquí fuimos nómadas sujetos a la voluntad de la Patagonia impredecible. Testigos de la fuerza del viento y de los celos de las tormentas, que ocultan la belleza de un escenario que muchas veces debimos completar en nuestra imaginación.

©Carlos Hevia

En un lugar como este, el sol puede abrigarte desde el oriente mientras simultáneamente, la nieve al caer desde el poniente se acumula sobre la ropa y enfría el cuerpo. Todo puede ser confuso mientras te adaptas. Y en esa confusión las emociones se pierden entre los espacios que quedan entre el optimismo y su ausencia. Muchas veces sólo queda respirar profundo y confiar en que sabes lo que haces y en tus compañeros de cordada.

El último esfuerzo

©Carlos Hevia

Sobre el final de la expedición y justo el día en que suponíamos haríamos abandono del hielo, todas nuestras emociones convergieron a raíz de un suceso que ahora es sólo una anécdota. Estábamos ansiosos por dejar atrás las grietas que tanto nos hicieron demorar la marcha; ponernos los esquíes sobre la mochila y caminar finalmente en el sendero que nos llevaría hasta el valle argentino del río Túnel, al otro lado de las montañas. Durante 12 horas de avance enfocamos nuestras energías en este objetivo. Pero –siempre había un pero– nuevamente la voluntad de las fuerzas que no podemos controlar se impuso a nuestros planes.

©Carlos Hevia

Ese día y mientras caía la tarde, seguíamos buscando una forma de salir del glaciar. En este punto el viento que nos golpeaba era más fuerte que nuestra voluntad por abandonar el campo blanco y llegar al Campamento Ferrari, algunos kilómetros antes del Paso del Viento. Aquí las ráfagas de viento alcanzaban los 120 km/hr y hacían imposible seguir de pie.

©Carlos Hevia

Sobre un hielo transparente, los crampones no hacían su trabajo y de guata al suelo tuvimos que decidir quedarnos en este sitio y confiar en que soportaríamos las duras condiciones que el tiempo pronosticaba para la jornada. Con la energía que nos quedaba armamos nuestro campamento sobre una mezcla de hielo sólido y pequeñas rocas, en una lengua muerta del glaciar que se perdió camino al lago Viedma.

©Carlos Hevia

Nosotros siempre fuimos conscientes de las duras condiciones que ofrecen los Hielos Patagónicos Sur a sus visitantes durante la época estival. Fuimos advertidos y responsablemente asumimos. Durante el tiempo que nos tomó preparar la expedición me imaginé muchas veces soportando situaciones adversas. Aquí estábamos una vez más, aguantando por una última ocasión el viento de la Patagonia. Las ráfagas no cesaban y desde el interior de la carpa sujetábamos las telas y las varillas para evitar un desenlace que pudiera dificultar el fin de nuestra aventura. Fue una agotadora noche.

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Al día siguiente conseguimos alcanzar tierra firme y en nuestra despedida a los gigantes glaciares, fuimos testigos de la rápida transformación de este paisaje. La isoterma ha subido drásticamente en los últimos años y donde se supone debe caer nieve, hoy se acumula agua lluvia. El agua agrieta los grandes hielos, que al separarse del lento fluir de la meseta central, muere. Hay morrenas muy escarpadas en zonas donde los mapas aún señalan la existencia de hielo glaciar.

La transformación del paisaje

©Carlos Hevia

Desde hace años que las imágenes satelitales nos han ayudado a visualizar en gran escala el retroceso de los hielos en muchos de los glaciares de los Campos de Hielo Sur. Pero para quienes hemos tenido la oportunidad de habitar esta zona, y de poner atención en cada paso que dimos, el cambio se produce también a una escala menor. Vestigios de un creciente manto vegetal asoman tímidamente entre las rocas de las morrenas, hecho muy intrigante para esta zona. Pequeñas plantas verdes anuncian el cambio definitivo en la superficie del terreno.

Sobre el hielo de la meseta de los Hielos Patagónicos Sur es muy difícil sostener la vida. No existen animales o vegetales que puedan adaptarse a los drásticos cambios impuestos por un clima impredecible (a excepción del llamado Dragón de la Patagonia). Ni todo el Goretex que se pueda cargar asegura la permanencia humana en estas condiciones de alta montaña, a los 1.200msnm que tiene de altura promedio la gran meseta. Sin embargo el hielo al descongelarse es fuente de vida en abundancia, fuera de sus límites blancos.

©Carlos Hevia

En su transformación el hielo nos revela también la historia oculta en las rocas de una zona sobre la que poco se sabe o pocos saben aún. Nuestra historia está ligada desde ahora a la Patagonia, y debemos dar testimonio de ello.

Ya fuera de los Campos de Hielo Sur y mientras nos acercamos a la laguna Toro en el Parque Nacional de los Glaciares, en Argentina, los colores cambian. El blanco que nos acompañó durante tantos días da paso a los tonos amarillos, rojos y cafés de las rocas y sus minerales. Dejando atrás los pasos de montaña, el valle comienza a abrirse y la vegetación asoma. Pastizales y pequeñas plantas forman manchones en las laderas de los cerros. Descendiendo unos 800 metros, zonas de arbustos compactos dan forma a bosques de renovales. Al fin el verde es el color predominante y dejamos de ser los únicos habitantes a la vista.

©Carlos Hevia

En los Hielos Patagónicos Sur, los cambios se han acelerado. Sin la necesidad de testigos, el hielo se desplaza un centímetro a la vez, sumando kilómetros de derretimiento producto del calentamiento global. En la gran meseta, el manto glaciar disminuye un metro de espesor cada año y de esa forma altera todos los ecosistemas a su alrededor. Nosotros hemos estado ahí y presenciamos estos cambios. Tenemos que dar a conocer este increíble lugar, advertir su transformación acelerada y ahora que más personas saben de su existencia, buscar formas de protegerlo.

Descendiendo por el valle del río Túnel hacia el poblado del Chaltén nuestra expedición llega a su fin. Caminamos por las calles pavimentadas con nuestras mochilas tan llenas como de ideas nuestras cabezas. Pero por esta tarde tenemos una última urgencia que resolver. ¡Que bien que se siente una ducha caliente después de tres semanas de ausencia!

Más fotos disponibles en mi web.

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