El río Hondo es un afluente relativamente estrecho, de aguas tranquilas, oscuras y profundas. Es también la frontera natural y política entre México y Belice, y sus primeros segmentos —rodeados por manglares y provistos de vegetación acuática sumergida— resultan un refugio ideal para el manatí antillano (Trichechus manatus manatus) y sus crías, ya que busca estas áreas someras como un resguardo, aun cuando se ve cotidianamente irrumpido por el tráfico de lanchas de motor.

Esta subespecie, catalogada En Peligro de Extinción (EN) por la Lista Roja de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), fue protegida por México en 1921 cuando el país decretó la veda permanente contra su caza y explotación. Más tarde, en 1981, el Estado mexicano prohibió el comercio de productos derivados del manatí, mientras que Belice también buscó conservar a estos animales con la Ley de Protección de Vida Silvestre No. 4.

El problema es que, aun cuando la especie está protegida por ambos países, el río Hondo, donde habita el manatí, no lo está. Esto, aseguran científicas expertas en el estudio de este animal, estaría poniendo en mayor peligro a la población que habita este cuerpo de agua.

Manatíes madre y cría en la ribera del río Hondo observados en enero de 2018. La fotografía fue proporcionada por una de las personas entrevistadas durante el estudio.
Foto: Francisco Rodríguez.

“La población de manatíes que tenemos entre Belice y México, genéticamente, es la misma. No distingue nacionalidades ni fronteras; los manatíes no tienen pasaporte. Suben y bajan a nivel región, donde estamos hablando de más de mil individuos”, dice Nataly Castelblanco, bióloga colombiana y doctora en ecología, catedrática de la Universidad de Quintana Roo, en México.

De esta forma, todo lo que afecte a los manatíes de un país, invariablemente afectará a los del otro, dice la experta. “Eso lo tenemos clarísimo tanto los investigadores y los especialistas en Belice como los de México, y estamos trabajando en estrategias conjuntas, de la mano con ambos gobiernos”, agrega Castelblanco.

En este contexto, se desarrolló un nuevo estudio con la participación de las comunidades ribereñas. La investigación liderada por Fabiola Corona, bióloga guatemalteca radicada en México, con especialidad en mamíferos acuáticos, documentó con 50 entrevistas la percepción social y el conocimiento de estas localidades —aplicadas a pescadores, capitanes de embarcaciones, guías turísticos, comerciantes y  visitantes locales— para evaluar el estado de conservación y las tendencias de los manatíes en el área, para así proteger al río y a sus habitantes acuáticos.

Manatí madre y su cría observados en mayo de 2018, en los manglares de río Hondo, Quintana Roo, México.
Foto: Fabiola Corona.

“La percepción que tiene la gente sobre la especie es bastante positiva”, afirma Corona. “Las personas saben que el río Hondo es hábitat del manatí y consideran que está ahí por una razón”, asegura. Además, durante el estudio “muchos de los entrevistados comentaron la importancia de conservar a los manatíes para que sus nietos puedan apreciar a la especie”, cuenta la experta, por lo que sí sería posible que el manatí se convierta “en un ícono del área, un elemento de conservación y que lo que se proponga tanto para manejo, para conservación o para actividades de desarrollo sostenible, gire en torno a la especie”, explica Corona.

Aquí es donde cobra relevancia el trabajo colaborativo con la población local, sostiene la científica, pues podría contribuir a la conservación de la especie y que esto, a su vez, les signifique un incentivo económico.

El río Hondo: virtudes, amenazas y necesidades

La investigación describe al río como un cuerpo de agua tripartito ubicado en la parte sur de la península de Yucatán, que se extiende, a lo largo de 145 kilómetros, desde el noreste de Guatemala hasta el norte de Belice y el sur de México.

El río juega un papel hidrológico crítico como el mayor proveedor de agua dulce en la zona y también cumple una función de regulación climática e hidrológica al interconectarse con humedales, lagunas y cenotes. En el lado mexicano del río, se ubican 20 localidades dentro del municipio de Othón P. Blanco. Las investigadoras trabajaron con 16 de ellas.

Vista de la ribera del río Hondo desde el poblado de Allende, Quintana Roo, México.
Foto: Fabiola Corona.

“Estar entre dos países aumenta la dificultad del manejo”, dice Castelblanco. “Es un río muy importante, porque además de ser la frontera (entre México y Belice), también es un medio de comunicación para muchos y tiene una serie de impactos importantes que ya han sido bien documentados”.

Entre ellos está la presencia de contaminantes y residuos tóxicos provenientes de los numerosos cultivos extensivos de caña de azúcar, el tráfico de embarcaciones, la aparición de redes de pesca fantasmas y el turismo sin regulación. Todas esas amenazas, explica la experta, afectan al ecosistema que no se encuentra protegido. La cacería, en tanto, no fue identificada como un problema en el río.

Respecto a las muertes de manatíes registradas en el río, no se ha podido comprobar mediante necropsias que los contaminantes sean una de las causas por el estado de descomposición en los que se han encontrado algunos cuerpos, pero las investigaciones continúan. En esta zona, análisis previos sobre la calidad del agua, suelos y sedimentos han documentado la presencia de metales pesados —mercurio, cadmio, cobre y hierro— y compuestos organoclorados, y se sugiere que estos podrían ser un factor potencial que promueva infecciones o enfermedades a largo plazo.

“La presencia de caña no está directamente en la orilla del río, pero los entrevistados comentaron que sí hay canales que conectan estos cultivos con él, entonces, todo lo que se les echa, por efecto de las lluvias, se lava y llega al agua”, dice Corona. “Hay personas que fueron muy conscientes porque me decían: ‘Mire, a mí el cultivo me genera empleo, pero también soy consciente del efecto negativo que tiene hacia el río’. Ellos tienen las dos partes, los pros y los contras”, cuenta la experta.

Según el estudio, el 48 % de los entrevistados afirmó que hoy en día el número de manatíes avistados es menor que el observado hace 10 años. De hecho, Fabiola Corona, en su tesis de posgrado, contabilizó, entre noviembre de 2017 y junio de 2018, una población de únicamente 51 ejemplares en el río Hondo.

Por ello, la percepción local sobre el estado de conservación de estos animales puede ser útil para comprender las tendencias y amenazas de su población, asegura la investigación.

Fabiola Corona realizando una entrevista a pescadores de La Unión, Quintana Roo, México.
Foto: Gabriel Hernández.

La amenaza que sí ha sido visible y documentada, coinciden ambas expertas, es la muerte de algunos ejemplares en otros sectores de México y Belice por choques con embarcaciones que navegan a alta velocidad. Estas muertes incluyen a hembras preñadas y se teme que estos eventos puedan ocurrir en el río Hondo.

“Es un tema urgente al que hay que darle celeridad”, asevera Castelblanco. Según la experta, en Belice ya se han registrado colisiones con embarcaciones. De hecho, “es una de las principales causas de mortalidad de manatíes”, asegura, y eso, agrega, “ya lo estamos empezando a ver en México, en la Reserva de la Biosfera Sian Ka’an —que queda algunos kilómetros hacia el norte— donde ya tenemos dos casos documentados de animales que fueron colisionados con embarcación y posteriormente murieron”, cuenta Castelblanco.

El primer caso ocurrió al principio de la pandemia, en 2020. Era “una hembra muy joven y muy saludable que tuvo un impacto en el cráneo y murió; fue un impacto que obviamente solo puede causarle una embarcación a gran velocidad”, explica la especialista. El segundo caso se registró hace pocas semanas. “Se trata de una hembra que estaba en estado preñez en la misma área de Sian Ka’an. Tenemos solamente dos casos, pero muy recientes; nos parece importante no quitar el dedo del renglón para que se pueda, a futuro, tener un mayor control de este tipo de amenazas”, dice Castelblanco.

Fabiola Corona capacitando a estudiantes sobre el uso del sonar de barrido lateral para la detección de manatíes y caracterización del hábitat, en aguas con características de alta turbidez.
Foto: Justo Rodríguez.
Captura de pantalla del sonar de barrido lateral durante el muestreo realizado en mayo de 2018, en Río Hondo. Del lado izquierdo de la imagen puede observarse un manatí. Este aparato está compuesto por una pantalla y un transductor sumergible en agua que emite ondas de sonido que rebotan en el fondo del río.
Imagen: Fabiola Corona.

Para las expertas urge crear un área protegida en la zona, ello permitiría establecer límites de velocidad a las embarcaciones mexicanas y beliceñas, además de campañas educativas y señalizaciones para la protección de los manatíes. Es un tema que se debería discutir entre las dos naciones, dice Castelblanco. Adicionalmente las investigadoras proponen el involucramiento de las industrias en las buenas prácticas del cultivo de caña, donde deberían participar agrónomos e ingenieros ambientales, además de evitar la tala de los mangles que se encuentran en la ribera y hacer restauración en algunas áreas donde han sido eliminados.

“La muerte de los animales silvestres es natural, ocurre y no hay problema, pero cuando tienes una mortalidad causada por el ser humano, que es evitable, realmente es frustrante cuando intentas conservar una especie, recordando que el manatí antillano es una subespecie en peligro de extinción”, dice Castelblanco y agrega que es una situación “bastante triste, es de estas cosas que te frustran como conservacionista”.

El estudio de las investigadoras recuerda que cerca del río Hondo existen dos áreas protegidas: el Santuario del Manatí, en México, y el Santuario de Vida Silvestre Bahía de Corozal, en Belice. Dicha investigación, apuntan, podría ser la base para proponer que los dos primeros tramos del río Hondo —de unos 30 kilómetros en total— formen parte de estas áreas protegidas.

Manatí madre y cría observados en junio de 2018, en la desembocadura del río Hondo, Quintana Roo, México.
Foto: Fabiola Corona.

La fuerza de las comunidades

“Trabajar en conjunto con los poblados es importante para que también puedan contribuir haciendo monitoreo comunitario y que ellos mismos sean quienes avisen dónde están los manatíes, en qué época se ven, e incluso se involucren en la atención de los varamientos”, dice Corona. “Con el simple hecho de que avisen dónde hay un manatí varado ya es un gran aporte, porque la Red de Varamientos puede recuperarlo y hacer todo lo correspondiente a la necropsia o el traslado a un centro de rehabilitación”.

Durante el siglo pasado, afirman las expertas, los esfuerzos de conservación de especies en peligro de extinción se basaron en gran medida en el monitoreo y la evaluación de la abundancia de la población, así como en las amenazas de su hábitat. Sin embargo, su investigación señala que ya se ha demostrado que los esfuerzos que abordan las necesidades socioecológicas locales son fundamentales para lograr el éxito en la reversión de la disminución de especies.

Vista de la ribera del río Hondo desde el poblado de San Francisco Botes, Quintana Roo, México. Al fondo, se observa a Fabiola Corona realizando una entrevista a dos pescadores locales.
Foto: Sarah Landeo.

“Este cambio de paradigma llevó a la comprensión de que los esfuerzos de conservación y recuperación de especies en los países en desarrollo deben incorporar los intereses y puntos de vista de la población local, tradicionalmente conocida como conservación basada en las comunidades”, dice el documento. Así “como este enfoque está centrado en las personas, es relevante investigar el conocimiento tradicional y las opiniones de las comunidades locales como base para diseñar políticas y programas”.

En el estudio, la población local del río Hondo reconoció los desafíos para observar y mantener a esta especie críptica, pero también identificó al manatí como una posible especie bandera, lo que sugiere que puede representar un recurso valioso para el ecoturismo que promueva el crecimiento económico local.

Nataly Castelblanco y Assu, un manatí bajo cuidado humano en Brasil. Este individuo intentó ser liberado varias veces, pero no pudo adaptarse a la vida silvestre.
Foto: Alexandra Costa.

“Hay una empatía por los manatíes que no está ligada a ningún uso económico ni de extracción, simplemente es un cariño por la especie por el simple hecho de que existe”, dice Castelblanco. Eso, concluye la experta, “es un potencial muy grande para poder garantizar la conservación”.

La bióloga Nataly Castelblanco junto a una hembra de manatí y su cría. Foto: Foto: S. Melgar.
La bióloga Nataly Castelblanco junto a una hembra de manatí y su cría. Foto: Foto: S. Melgar.
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