©Carla Brodsky y Eduardo Martin
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Lo primero que descubrimos al llegar a Australia fue que, además de la belleza de sus ciudades y excelente calidad de vida, nuestro año por estas tierras debía tener algo más. Fue así que no tardamos mucho en tomar la decisión de adentrarnos en lo profundo de sus parajes y poder retratar la gran cantidad de tesoros que esta gran isla aún guarda dentro de sí.

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Comenzamos nuestra ruta recorriendo miles de kilómetros sobre las solitarias e interminables carreteras y tras largos días de viaje, llegamos al lado occidental, el que nos recibió recargado de parques nacionales y una extensa costa colmada por cielo, mar y tierra, de los más increíbles seres que habitan este lugar.

Nuestra primera parada fue el Parque Nacional Cabo Cordillera (Cape Range National Park), situado en una pequeña península al noroeste del país, en el estado de Western Australia, entre las localidades de Exmouth y Coral Bay. Este territorio de más de 50.000 hectáreas es considerado uno de los destinos más importantes del país en términos de conservación de la flora y fauna nacional, y asimismo fue nombrado Patrimonio de la Humanidad por su delicado ecosistema marino y terrestre. Además cuenta con una franja de 260 kilómetros de coral con múltiples especies llamada «la costa de Ningaloo».

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El parque es un continuo devenir de cañones, planicies, playas de agua turquesa y arena blanca y lechos de ríos que se inundan en cada temporada lluviosa y dejan espacio para crear el hábitat perfecto para la vida de una gran cantidad de particulares animales y seres que habitan el lugar.

Explorando los cañones, los que se han formado durante milenios por estas mismas inundaciones, nos encontramos con un particular habitante del parque: el Wallabi de las rocas, un pequeño marsupial que se agrupa en familia en las laderas de los cañones. Este animal se ha declarado como una especie en peligro, principalmente por la reducción de su hábitat y la introducción de zorros en Australia.

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Otro curioso animal que se quiso hacer presente fue el esquivo Equidna. Pequeño, parecido al erizo, cubierto de espinas pero con la increíble particularidad de ser un mamífero que pone huevos (solamente hay dos mamíferos que hacen esto, el equidna y el ornitorrinco).

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Además de sortear los numerosos cañones y recorrer a pie los lechos secos de los ríos, el Cape Range posee hermosas playas de aguas turquesas que albergan un sinnúmero de especies acuáticas; peces de todos colores, mantarrayas, pequeños tiburones y tortugas que una vez al año desovan en las playas. Sin embargo, si nos alejamos de la orilla y atravesamos la barrera de coral, nos adentramos al territorio de los gigantes del mar.

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Así fue que en el último día de nuestro recorrido por el parque, quisimos conocer más de la costa de Ningaloo, y partimos en bote a explorar sus aguas. Después de navegar algunas horas tuvimos la suerte de encontrar a uno de sus más preciados habitantes: el Tiburón Ballena, y por supuesto no desperdiciamos la oportunidad de zambullirnos y nadar junto al pez más grande del océano. De vuelta en el bote, se acercaron cerca de diez juguetones delfines que estuvieron saltando a nuestro lado, mostrando como si de una competencia se tratara, sus acróbatas habilidades acuáticas.

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Para finalizar el día y como broche de oro, aparecieron ante nosotros dos ballenas jorobadas que con aletazos y coletazos, nos daban el adiós y despedían nuestra travesía por el Cape Range y las aguas del Ningaloo.

Es por todos estos motivos, por las caminatas, los senderos, el snorkel, las playas cristalinas, y porque definitivamente hay mucha vida por experimentar, que el parque nacional Cape Range debe ser una visita obligada a todo amante de la naturaleza, el mar y los animales que circule por este lado, el otro sur del mundo.

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