Miramos a lo lejos, desde donde nacen las estrellas, una cordillera que parece infinita y que pareciera contener siluetas de rostros gigantes, como si los abuelos y abuelas estuvieran ahí. Para las culturas andinas, las montañas son seres protectores, achachila, apu, malku, los que entregan el agua a los pueblos, mueven la tierra y tocan el cielo.

Lejos de dividir, las fronteras que marca la Cordillera de Los Andes unifican a los pueblos que miran hacia los volcanes que la componen: en el Licancabur (lickan: pueblo / cabur: montaña, en lengua ckunsa) se unen las miradas de los pueblos de la Región de Potosí en Bolivia y de la Región de Antofagasta en Chile.

A través de leyendas y tradiciones, reconocemos los cerros, las montañas y volcanes tutelares, permitiendo el traspaso de conocimiento sobre la naturaleza y sus elementos, seres con quienes compartimos el todo. Y es que, para los pueblos andinos, el valor de la cordillera es ancestral y no monetario; los minerales que componen este cordón sudamericano son el testimonio vivo de los procesos que han sufrido los territorios y no sólo materia prima de la mega minería.

Descendientes de los volcanes

Para la lickau cultora y miembro del Consejo Lingüístico Ckunza Lickanantay, Ilia Reyes, “el volcán Licancabur es sanador, porque tiene una laguna arriba, entonces todos estos volcanes son sanadores, entonces yo me imagino que subían a las montañas los ancestros a pedir salud, no sólo para sí, sino para toda la comunidad, por algo era el cerro del pueblo”.

Volcán Licancabur Alexis Trigo (5)
Volcán Licancabur ©Alexis Trigo 

Gracias a nuestros cultores y cultoras vamos rescatando el relato, las prácticas, el respeto y el entendimiento que deja de poner al ser humano como centro del universo, para llevarlo al lugar que le corresponde dentro del todo.

“(…) es criarnos mutuamente, yo crío el agua para que el agua también me críe a mí, entonces es una relación tan rica que tenemos con el entorno, con la naturaleza, que no se podría explicar científicamente (…) para nosotros el agua no es un recurso, es un ser que es parte de mi también, si nosotros estamos construidos con agua, con fuego, con aire, tenemos también materia, entonces todo eso es nuestro ser y por eso somos parte de un todo, cuando trascendemos, cuando morimos nos vamos al todo, y cada parte se vuelve a su lugar donde corresponde y seguimos, esa es nuestra trascendencia”. (Reyes 2021)

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©Alexis Trigo

Descendemos de la cordillera, de los cerros y volcanes que miran al cielo, pero cuesta reconocer y volver la vista a esas raíces en medio de la intervención del colonizador en el saber y el ser indígena. Cuesta reconectar con la cosmovisión y el sentir desde fríos textos académicos, en medio del grito desesperado de la madre tierra frente a tanta devastación.

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©Alexis Trigo

Para Ilia Reyes, esta conexión despertó cuando subió su primer cerro y pudo sentir “por qué eran seres tan importantes dentro de nosotros, porque hay momentos que nos conectan con nosotros mismos, con nuestra propia divinidad. Porque muchas veces nos enseñan a mirar otras divinidades, otras cosas externas, pero en el momento que uno sube a la montaña es conectarte con tu propia divinidad, y al conectarte con tu propia divinidad puedes interpretar ciertas cosas”.

La vida de las montañas

El arqueólogo Ricardo Moyano nos cuenta que “en una zona volcánica como el desierto de Atacama, también los volcanes son responsables de los cambios que ocurren a nivel geológico. El vínculo entre periodos de actividad eruptiva y cambios de ubicación con respecto a determinadas poblaciones ha sido tema de investigación (…) de alguna manera los volcanes son parte de nuestra vida, interactúan con nuestro medio geológico y cambian el aspecto físico del territorio. De ahí la importancia que tiene no sólo como entidad sagrada dentro de la cosmovisión atacameña, sino que también dentro de la comprensión de las dinámicas de la geología y la hidrología de una zona tan seca como el desierto de Atacama”.

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©Alexis Trigo

Se mueven y nos mueven, cambian y cambiamos, están tan vivos como para tener leyendas de amor como la de Licancabur y Quimal. Hay varias versiones de esta historia que termina con el volcán Jurikes descabezado y la separación de los amantes que son recordados cada año en los meses de febrero y agosto, cuando la sombra del volcán Licancabur, toca a la Quimal, cerro mayor ubicado en la cordillera de Domeyko, dando inicio a un nuevo ciclo agrario.

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©Alexis Trigo

La Cordillera de Los Andes abraza a los pueblos de Sudamérica, donde cada uno dialoga de formas diferentes según su territorio: volcanes, salares, desiertos, pero también glaciares, praderas, lagos y bosques. Su formación milenaria, que surgió cuando la corteza oceánica de Nazca se deslizó bajo la plataforma continental, está llena de historias y parte de su testimonio es el agua que sale de sus fuentes y los astros que nacen de su horizonte.

*Cielo Nocturno es un proyecto financiado por el Fondo Nacional de Desarrollo Cultural y las Artes, Fondart Nacional y Regional, Convocatoria 2021, Región de Antofagasta.

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