Crédito: © Cortesía.
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La reducción del bosque natural alcanzó a 206.142 hectáreas, es decir casi cuatro veces la superficie del Gran Santiago. La pérdida promedio fue de 12.884 hectáreas por año. La zona más afectada se extiende entre Puerto Montt y Aysén.

Pese a todas las medidas adoptadas en favor de su resguardo, el bosque nativo se sigue perdiendo. Así lo asegura una detallada investigación que hizo un seguimiento a la pérdida de masa forestal entre los años 2000 y 2016 en la zona Centro Sur de Chile, región considerada un punto crítico (hotspot) de la biodiversidad mundial.

El estudio multidisciplinario internacional, publicado a fines de 2020 en la revista Environmental Research Letters y que en la actualidad avanza con un nuevo trabajo de campo en Chile, Brasil y Argentina, fue liderado por el Laboratorio de Ecología del Paisaje y Conservación de la Facultad de Ciencias Agropecuarias y Forestales de la Universidad de La Frontera. Su autor principal es el doctor en Ciencias Forestales y decano de esa unidad, Adison Altamirano.

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La investigación combinó el empleo de una base de datos global de cambios en la cubierta arbórea, imágenes satelitales de alta resolución Landsat y de Google Earth, como también el conocimiento de expertos locales. Así, el análisis permitió diferenciar los bosques naturales de las plantaciones forestales de especies exóticas con una exactitud general del 99% a través de una extensión de 40 millones de hectáreas entre Valparaíso y Aysén.

La pérdida total de cobertura arbórea ha sido continua en el tiempo. Es así como durante los 17 años en los que se prolongó el estudio, la pérdida de bosque natural alcanzó a 206.142 hectáreas, es decir cuatro veces la superficie del Gran Santiago, y la pérdida promedio fue de 12.884 hectáreas anuales.

De acuerdo con el catastro de CONAF de 2020 la extensión total del bosque nativo alcanza a las 14 millones 737 mil 485 hectáreas, es decir, 19,5% de la superficie nacional, pero la mayor parte se concentra en la zona sur austral.

Según determinó el estudio, la mayoría de los bosques naturales que se perdieron (75%) se convirtieron en matorrales, tierras desnudas o pastizales. Una proporción importante de estos eventualmente ha terminado como terrenos agrícolas o plantaciones, sustitución que puede socavar los objetivos de un mayor almacenamiento de carbono y protección de la biodiversidad, indicó Altamirano.

Crédito: Cortesía.
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En las evaluaciones que se han hecho en Chile siempre hay una discordancia respecto de las cifras de bosque nativo. Hay algunos estudios y opiniones de expertos que argumentan que la pérdida de bosque nativo ya no es un problema en Chile sino que el problema ahora es la degradación. Pero luego de realizar varias investigaciones la verdad es que los bosques nativos se continúan perdiendo. Es así como la estimación realizada a partir de un estudio previo indicaba que en la zona monitoreada en el año 2000 había 9,5 millones hectáreas de bosque nativo. «Es decir en el período se perdió poco más del 2% de la superficie de este tipo de bosque«, expresa el investigador de UFRO.

Según detalla el académico el problema se concentra especialmente hacia el sur, en la zona de Puerto Montt, Palena y Aysén. “Se ha ido corriendo el límite de la zona donde se está perdiendo el bosque natural”.

Altamirano admite que la intensidad de la deforestación ha ido disminuyendo y antes era mucho más evidente. “La gente hoy está mucho más consciente de los beneficios que traen los ecosistemas naturales”. No obstante, los incendios forestales siguen siendo frecuentes y se mantiene la práctica del floreo, es decir extraer los mejores individuos del bosque, los que se utilizan principalmente para madera. El bosque pierde calidad y después los propietarios lo utilizan para otro fin.

Aunque el estudio no abordó en detalle las causas de la deforestación, adelantó que justamente un próximo artículo profundizará esos factores de cambio.

En el estudio también participaron investigadores de las universidades de Chile, Católica de Santiago, Católica de Temuco y de Aysén. Además, contó con el apoyo de académicos de la Edge Hill University (Reino Unido), de la Universidad Rey Juan Carlos (España), de la New York University (EE. UU.), de la Universidad de Buenos Aires y del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Argentina).

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