Estamos rodeados de semillas en nuestras vidas. Las consumimos todo el tiempo: al tomar café o cerveza, al comer chocolate, maíz, arroz, trigo, arvejas, porotos, nueces, almendras o quinoa, al aliñar con cardamomo o aceite de maravilla. Pero no siempre entendemos lo que son o su importancia.

Hablar de semillas no es lo mismo que hablar de frutos. El fruto es el órgano vegetal donde se encuentran las semillas, y su función es protegerlas y participar en su dispersión. Por ejemplo, hay frutos carnosos, para llamar la atención y el apetito de los dispersores –animales-, que a su vez gentilmente transportan las semillas que se encontraban en el interior, a otro sitio. Y hay frutos secos, que no se comen ni por si acaso; hay frutos que vuelan (como las cartas) o navegan, y hay frutos venenosos. Todos diseñados para una dispersión más eficiente.

Las semillas, a su vez, pueden ser nutritivas y apetecibles; pueden almacenar aceite, carbohidratos, proteínas, vitaminas o almidón, y de hecho ser la base fundamental de alimentación de la humanidad. Pero además contienen al embrión, que es la futura planta en miniatura. Así, representan la conexión entre el pasado y el futuro de una especie, entre su historia evolutiva y su capacidad de perpetuarse en el tiempo (Bradford y Cohn, 1998).

Vista de cerca, una semilla es algo así: al centro el embrión, luego un tejido nutritivo (que puede o no estar presente), y una cubierta protectora que en algunos casos llega a ser muy dura.

©Josefina Hepp
©Josefina Hepp

En esta época de crisis ambiental y de pérdida de especies, la mejor tecnología para conservar la información genética de una especie, es la semilla misma. Ella es como una pequeña caja fuerte diseñada para permanecer inactiva por largos períodos de tiempo, hasta que llegan las condiciones favorables para germinar.

En el mundo se están haciendo grandes esfuerzos para guardar semillas en condiciones de frío y baja humedad que permitan conservarlas por períodos aún más largos. Uno de esos sitios, bastante conocido, es el Banco Mundial de Semillas de Noruega, que debería ser a prueba de todo tipo de desastre natural o artificial. Esperemos que no tengamos que usarlo, pero al menos sabemos que ahí se están guardando semillas de todas partes del mundo, por si en algún momento esas especies desaparecen.

En Chile también hay un Banco de Semillas de especies cultivadas y nativas (silvestres) y se encuentra en Vicuña. Es del INIA (Instituto Nacional de Investigación Agropecuaria), un organismo dependiente del Ministerio de Agricultura, y está asociado al Jardín Botánico de Kew, del Reino Unido, que por muchos años ha apoyado las labores de recolección de semillas en nuestro país, y que también tiene una gran bóveda donde guardan semillas de todo el mundo.

Es necesario entender lo que se está haciendo aquí (y no prejuzgar sin conocer), y colaborar como podamos. Como dicen ellos mismos, el Banco “nace para resguardar el material genético de aquellas especies  clasificadas como extintas o en peligro de extinción, endémicas, y de importancia alimentaria para el país, frente a la fuerte presión ejercida por el hombre sobre los ecosistemas naturales”.

Porque sembrar una semilla es sembrar infinitas posibilidades.

©Josefina Hepp
©Josefina Hepp

Algunos datos para comenzar a sumergirse en este mundo. Colecta semillas de árboles nativos y siémbralas (la prueba y error es la mejor maestra):

– Quillay: colecta las semillas aladas desde los frutos estrellados que ya se han abierto (antes de que vuelen muy lejos) y déjalas remojando una noche. Llena un recipiente con una mezcla de arena (1 parte) y compost (2 partes), luego pon 2 semillas (por si una no germina) y cúbrelas con una capa fina de arena. Traspasa a un contenedor más grande cuando tengan 4 hojas.

– Patagua: recoge las semillas negras cuando los frutos rojizos ya se han abierto, déjalas en un tiesto con agua por una noche, y luego colócalas en un recipiente con una mezcla de arena, compost y tierra de jardín. Traspasa a un contenedor más grande o al lugar definitivo cuando tengan 4 hojas.

– Peumo: recoge los frutos rojizos del suelo y ponlos en un recipiente sin tratamiento (aunque puedes probar sumergiéndolos en agua por 2 a 3 días, para que se desprenda la pulpa), cubiertos por un poco de sustrato (mezcla de compost, tierra de jardín y arena) y con suficiente espacio entre ellos. No guardes los frutos mucho tiempo porque se deshidratan fácilmente, o sea no uses los de la temporada anterior sino que los frescos. Repica las plantitas cuando tengan 4 hojas.

– Arrayán: extrae las semillas de frutos maduros y sanos (lo sabrás por el color morado oscuro). Siémbralas de inmediato, porque pierden la viabilidad muy rápido, directamente en el sustrato (por ejemplo una mezcla de arena y tierra de hoja), sin tratamiento.

Si te interesa el tema (y ojalá que así sea), revisa estos links:

http://www.inia.cl/recursosgeneticos/Colaborar_BBS.html

http://www.kew.org/science-conservation/collections/millennium-seed-bank

https://www.regjeringen.no/en/topics/food-fisheries-and-agriculture/landbruk/svalbard-global-seed-vault/id462220/

Referencias:
Bradford, K.J., y Cohn, M.A. 1998. Seed biology and technology at the crossroads and beyond. Introduction to the Symposium on Seed Biology and Technology: application and advances and a prospectus for the future. Seed Science Research 8:153-160.
Riedemann, P. y Aldunate, G. 2004. Flora nativa de valor ornamental, Zona Centro: Identificación y Propagación. 563 pp.
Vidal, J. y Rojas, R. 2014. Propagación de flora nativa. Experiencias y relatos desde el sur de Chile. Instituto de Ecología y Biodiversidad. Disponible en https://sendadarwin.files.wordpress.com/2015/01/guiapropagacion.pdf
Comenta esta nota

Comenta esta nota

Responder...