El águila coronada o águila del Chaco se distribuye desde Argentina hasta Paraguay, Brasil y Bolivia. Crédito: © Cortesía José Sarasola/CECARA
El águila coronada o águila del Chaco se distribuye desde Argentina hasta Paraguay, Brasil y Bolivia. Crédito: © Cortesía José Sarasola/CECARA

El biólogo argentino José Sarasola ha sido premiado recientemente con el The Prince Bernhard Nature Fund de los Países Bajos, un galardón que apoya iniciativas pequeñas, preferiblemente locales en todo el mundo, hacia la conservación de especies en peligro de extinción. Y este reconocimiento llega a un investigador que ha dedicado los últimos 20 años de trabajo al estudio y mitigación de amenazas que enfrenta un ave rapaz de gran tamaño, que se distribuye desde Río Negro, en Argentina, hacia el norte en Brasil, Paraguay y Bolivia: El águila coronada, también conocida como águila del Chaco (Buteogallus coronatus).

Pero este reconocimiento a Sarasola podría no sorprender a muchos en la comunidad de investigadores y científicos que conocen del trabajo y de un proyecto que comenzó en 2000 y que partió desde la aproximación de una especie que, pese a tener una distribución amplia en cuatro países, no existían mayores datos sobre su comportamiento, reproducción, poblaciones. Y este trabajo, que ha contado con el transitar de más de un centenar de voluntarios, técnicos, naturalistas y biólogos en una área como la pampa, enclavada en el corazón de la Argentina profunda, extensa, vasta y rural, con humedales y algunas características de la Patagonia de humedales, ya había sido puesto en el panorama mundial al ser reconocido en 2019 con el Premio Whitley, conocido como los Oscar Verde, y patrocinado por la Whitley Fund for Nature (WFN), dotado con recursos para el financiamiento de programas, acciones y proyectos en favor de especies en peligro de extinción.

El biólogo argentino José Sarasola, director de CECARA. Crédito: Cortesía José Sarasola/CECARA
El biólogo argentino José Sarasola, director de CECARA. Crédito: Cortesía José Sarasola/CECARA

Sarasola posee un doctorado en Ecología por la Universidad de Sevilla, España. Es, además, director del Centro para el Estudio y Conservación de Aves Rapaces en Argentina (CECARA) e investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Sarasola conversa amenamente, como ha hecho en esta entrevista con Ladera Sur, de su pasión: el águila coronada, un ave amenazada por la caza furtiva y la intervención del hombre en su hábitat natural.

—¿Qué es lo más importante que debemos saber sobre el águila coronada? ¿Qué es lo más imprescindible que quienes leen esta entrevista deben saber sobre el águila del Chaco?

—Que esta es una especie en peligro de extinción. Que su población está estimada en menos de mil especímenes. Que está distribuida en el centro-sur de Brasil, Paraguay, Bolivia y parte de la Patagonia. Está considerada extinta en Uruguay desde 1930. En la región central de Argentina, como en zonas de Bolivia y Paraguay tienen águilas selváticas y esta es el ave rapaz de mayor tamaño que se puede observar. Que debe su nombre a unas plumas que se insertan en la cabeza, como un copete.

—¿Cuál es el estado actual de la población y cómo ha cambiado en los últimos años?

No hay una estimación global, se tiene es un número que no supera los mil ejemplares reproductores. Curiosamente, a pesar de su gran área de distribución no ha sido muy estudiada. Comenzamos en el 2ooo a trabajar con ella. En La Pampa tenemos un Centro de Conservación y Estudio de Aves Rapaces (CECARA), pero el águila coronada era casi una desconocida para la ciencia. En el límite sur, sin embargo, dentro de lo que es Argentina, había numerosos registros en zonas de campo, así como en otras tres regiones donde la especie parece ser un poco más abundante. Y estos eran lugares donde descubrimos que se podían concentrar acciones de conservación. Partimos desde lo básico, intentando descubrir dónde podíamos encontrarla. En este trabajo nos ayudaron mucho los locales, permitiéndonos trabajar en sus propiedades y proporcionándonos información sobre ubicación de nidos. El primer indicio de que había un problema de conservación apareció cuando comenzamos a registrar individuos muertos por arma de fuego. Siempre cuento que la primera vez que vi un ave coronada fue colgada de una cerca. Eso nos motivó a preguntar e indagar por la percepción de la gente sobre esta ave.

Un águila del Chaco adulta con una serpiente venenosa en Santiago del Estero, Argentina. Crédito: © Cortesía José Sarasola/CECARA
Un águila del Chaco adulta con una serpiente venenosa en Santiago del Estero, Argentina. Crédito: © Cortesía José Sarasola/CECARA

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Sarasola cuenta que los habitantes de la Pampa muchas veces tenían una percepción negativa del ave, a la que se le responsabiliza erróneamente y con bastante frecuencia —como suele ocurrir con el cóndor andino (Vultur gryphus) de la muerte de ganado doméstico. Pero difícilmente el águila coronada pueda matar animales grandes. Sus patas tampoco están diseñadas para levantar presas muy pesadas. A las aves matadas con armas de fuego, se les deja colgadas o dispuestas a la vista, como un mecanismo que busca ahuyentar a otras aves.

«Había mucha gente que no la conocía, la percepción era muy negativa. Casi todo el mundo que entrevistamos reconoció que habían matado alguna. Entonces intentar conocer más sobre el ave, para ver de qué se alimentaba y para ponderar el conflicto, descifrar si era algo real y cual era la magnitud. En la medida que encontramos nidos y fuimos poniendo cámaras para ver qué tipo de presas comían y llevaban a sus crías. Descubrimos que solamente pone un huevo por intento de reproducción. Y por tanto solo va a tener un pichón por temporada. Fuimos estudiando qué tipo de presas llevaban. De cerca de 600 presas que identificamos no encontramos ningún tipo de ganado doméstico. Acá identificamos que la estrategia para afrontar esa amenaza [la caza del ave] era la educación«, relata desde Argentina, a través de una pantalla durante una entrevista el pasado lunes 16 de agosto.

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Las águilas coronadas enfrentan tres amenazas principales: la caza, la electrocución en tendidos eléctricos y el ahogamiento en reservorios. Crédito: © Cortesía José Sarasola/CECARA
Las águilas coronadas enfrentan tres amenazas principales: la caza, la electrocución en tendidos eléctricos y el ahogamiento en reservorios. Crédito: © Cortesía José Sarasola/CECARA

—¿Qué otra cosa encontraron?

—Que es un ave con un demografía tan baja, con reproducción tan lenta, que realmente no da para hacer mucho si se le suman los factores antrópicos que afectan esa baja reproducción, por tanto la posibilidad de éxito es más lejana. A partir del trabajo contínuo y los estudios encontramos más amenazas. Identificamos otras dos amenazas: la eletrocución en tendidos eléctricos y el ahogamiento en reservorios de agua. En la zona donde se distribuye el águila coronada, está dominada por climas áridos o semiaridos. No hay muchos cuerpos de agua. En estos reservorios se congrega mucha fauna silvestre. Allí fue donde comenzamos a encontrar águilas ahogadas y a cuantificar cuántas muertes se debían a factores antrópicos. De las jóvenes que marcamos solamente 30% lograr alcanzar el cuarto año. Había una alta mortalidad y esto tiene que ver con la acción del hombre.

—¿Cómo afrontaron esta amenaza, la de la electrocución?

—El problema de la electrocución ocurre a nivel mundial y afecta a las aves rapaces por su gran tamaño. Son las que más pueden utilizar las redes como posaderos y este es un fenómeno que ha sido extensamente estudiado en Europa y en Estados Unidos. Se ha avanado y se conocen cuales son algunas de las medidas correctivas para que sean inocuo. Pero en nuestra región no hay estudios sobre el tema de electrocución, pese a que tenemos aves rapaces icónicas, como el águila arpía, o el cóndor. Sobre este tema puntual, comenzamos a hacer un monitoreo de la electrocución de las aves. Algunas como el águila mora o águila chilena, aguiluchos, loros, buhos también se electrocutan. Descubrimos que hay algunos diseños de estos tendidos en particular en los que hay menor incidencia de muertes y que el costo de cambiarlos no era tan elevado, además de que tampoco eran tan abundantes, apenas el 3% de las líneas eléctricas que se llevan el 20% de las muertes eran las que había y que modificar. Esta era la aproximación más peligrosa. Porque no había estudios en Latinoamérica cuando comenzamos. Lo primero era documentar los casos, pero tampoco había muchos investigadores caminando en los tendidos esperando encontrar aves muertas.

El cambio en el diseño de los postes de tendido eléctrico disminuye las incidencias de muerte de aves por electrocución. Crédito: © Cortesía José Sarasola/CECARA
El cambio en el diseño de los postes de tendido eléctrico disminuye las incidencias de muerte de aves por electrocución. Crédito: © Cortesía José Sarasola/CECARA

—¿Y sobre el ahogamiento?

—Con el ahogamiento nos dimos cuenta de que también había un problema con el acceso al agua. Esta zona es árida o semiárida, en la que no hay mucha agua. Entonces los locales construyen tanques circulares, como reservorios, hechos de chapa galvanizada. Son todos de metal, con un metro y algo de alto, algunos están muy terraplenados. Si están muy a nivel de suelo, mueren no solo aves, sino también mamíferos, como el gato montés, jabalíes, ciervos. Los animales caen, están cercados, hasta puede caer el ganado y morirse. Documentamos que cerca de 50 especies de aves de aves se mueren, incluyendo el cárdenal amarillo, que también está en peligro de extinción. Entonces comenzamos a colocar rampas en estos tanques. Además de colocar las rampas, durante un año entero fuimos visitando y experimentando. Hubo tres tratamientos: Uno grupo de reservorios que sirvió de control, sin intervención, otros 30 tanques en los que instalamos dos rampas y, finalmente, 30 tanques donde colocamos solo una. Visitamos cada 15 días, y registramos los resultados. Al final de año, los hallazgos estaban claros: la mortalidad en los que tenían rampas fue de la mitad. No había ninguna duda. De casi 300 incidentes letales en los que no tenían rampas, encontramos que en los otros dos grupos las muertes se reducían a la mitad. Y practicamente no había diferencia entre los que tenían una rampa y dos. En los años posteriores queríamos hacer una prueba, en los que animales que caían al agua, podían escapar y nadar en la rampa en algún momento encontrarse con la rampa. Nos dimos cuenta de que la fauna silvestre acostumbra a alcanzar el agua, usando la rampa como un mecanismo que les permite beber agua de  manera segura.

Crédito: © Cortesía José Sarasola/CECARA
Crédito: © Cortesía José Sarasola/CECARA

—Su trabajo fue reconocido en 2019 con el premio Whitley, ahora le han concedido el The Prince Bernhard Nature Fund. ¿Qué ha significado esto para usted y su equipo en términos de poder ampliar estas acciones e implementar estrategias a escala más extensa?

—El apoyo de premio económico es significativo porque permite financiar más acciones y llevarlas a otras zonas, pero lo que me parece más valorable es la visibilidad que gana el proyecto. Porque muchas veces se trabaja en el anonimato, como decimos en Argentina ‘de mucho pulmón’, o también ‘remando el dulce de leche’. Entonces la visibilidad te brinda la posibilidad de sentarte con actores importantes, ya sean ambientales o no, pero que toman las decisiones en favor o no de estas medidas o estrategias. Logramos que se sacaran resoluciones sobre algunas propiedades que tenían relación con el gobierno y que —donde se requerían permisos para la construcción de estos reservorios— se hiciera obligatoria la instalación de rampas en los tanques de agua. Con una sola resolución se cubrieron 150 mil hectáreas de terreno. La visibilidad también tiene que ver con la posibilidad del contacto y relación con las ONG que quieran sumarse, con el apoyo económico que permite escalar a otras regiones el proyecto. Justo este año comenzamos en la región del Chaco. Son como mil y tantos kilómetros, entonces esto amplía nuestra áreas de influencia en el centro de investigación. Tenemos el desafio y el apoyo de la gente local. Estos reconocimientos permiten también llegar más fácilmente a ellos, porque hasta entonces no sabían quiénes éramos ni conocían nuestro trabajo y eso es importante para establecer lazos de confianza.

—¿Qué tan importante ha sido el trabajo con las comunidades, con los actores locales, que son los principales vehículos de estas acciones, al estar dentro del hábitat de esta especie? ¿Cómo ha funcionado la educación ambiental y cómo ha sido la receptividad de las comunidades?

—En la provincia de La Pampa hay extensiones muy grandes, en algunos la densidad poblacional es muy baja. Entonces el trabajo fue por un lado en las escuelas rurales, casi estratégicamente en esta región. Los niños están internados, pasan varias semanas en las escuelas, y cada tres o cuatro semanas los llevan a los puestos o localidades para que estén con sus padres. Es el único lugar donde concentra gente, por tanto era importante enfocar el trabajo en los chicos, porque luego replicaban el mensaje a sus padres, y porque son los que van a dejar de matar águilas en el futuro. Después trabajamos con el resto de la gente, con sus padres, de manera más personalizada. Fuimos visitando uno a uno para presentarles los resultados y mostrarles lo que estabamos haciendo. No había evidencia a favor o en contra del águila. Fue mucho más fácil el cambio de percepción con respecto al ave, en la comunidad pampeana, aunque algunos pobladores del oeste la conocían, en otras zonas ni siquiera era conocida. Cuando los chicos te hablaban de especies en peligro te mencionaban del panda. Esto ha cambiado, hoy en día.

School children
School children

—¿Cuéntanos sobre el equipo que trabaja en el proyecto, los voluntarios, los técnicos, todos los involucrados, que entregan su esfuerzo y dedicación a la conservación de esta ave?

—El proyecto tiene ya veinte años, entonces el equipo de trabajo ha variado, ha cambiado con los años. Hemos tenido muchos voluntarios, que siempre tienen muchas ganas de aprender, anualmente recibimos estudiantes de País Vasco, que vienen a hacer sus prácticas profesionales, colaborando durante esos meses. También en el CECARA el perfil del personal está compuesto por investigadores, investigadores del Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, estudiantes de postgrados, hay también técnicos que están apasionados por la vida en la naturaleza. Lo que termina costando un poco es compaginar el naturalista con el científico, pero estamos conscientes de que es la forma de llegar a los decisores. Cuando tenemos visibilidad podemos llegar a los decisores, porque la visibilidad te permite influir en la toma de decisiones en favor de la conservación. Hay una gran mística casi vocacional en el grupo, hay una profunda pasión por la naturaleza y las especies, por hallar soluciones inteligentes y prácticas, que es nuestra línea de trabajo.

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