Claudio Latorre y su equipo tuvieron que frenar su camioneta. Estaban en un lugar desértico, donde el viento se transformó en una tormenta de arena. Sin poder hacer nada, solo veían hacia afuera y cómo detrás del parabrisas que los protegía no se vislumbraba nada. La arena era como polvo que abrazaba la camioneta y ellos, parte de un momento que más adelante se transformaría en una anécdota.

Así como éstas, Claudio recuerda varias más: las dos veces que se volcó, los momentos que vivió con sus estudiantes, las vichucas que lo sorprendieron y todos aquellos que “quedaron ahí” y que ya no se pueden compartir. Es que, tras 20 años de trabajo en el desierto de Atacama e importantes aportes gracias a sus investigaciones, este paleoecólogo – científico que estudia ambientes y organismos del pasado a través de registros geológicos – sigue y continúa aprendiendo de esta gran zona de Chile.

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©Cortesía Claudio Latorre

Curiosamente, no fue hasta después de estudiar un magíster en la Universidad de Arizona, en Estados Unidos, que se adentró al desierto de Atacama. Ahí, en una historia de ciencias y coincidencias, fue marcando su propio camino en un lugar “de cosas muy interesantes”, como él dice, explorando algunas de ellas en profundidad: cómo ha variado el clima, la vegetación y los ciclos de agua en los últimos 50 mil años, en uno de los territorios más áridos del mundo. En parte, eso fue lo que lo llevó a obtener un reconocido premio internacional.

No había otro camino que fuera la ciencia

Se podría decir que para Claudio las ciencias están en sus venas. Su mamá es María Cecilia Hidalgo, la primera mujer en recibir el Premio Nacional de Ciencias Naturales en 2006; y su papá Ramón Latorre, quien recibió ese mismo premio, pero en 2002.

Así, pese a una infancia de traslados entre Estados Unidos y Chile, creció entre laboratorios con olor a ácido acético, con frascos y vasos de precipitados. Así, para él dedicarse a la ciencia y a la investigación siempre fue una opción de vida. “Para mí no existe otro mundo que no sea el de la ciencia (…) y mis padres fueron el ejemplo de que en realidad puedes hacer lo que más te apasiona entonces ellos fueron muy importantes no solo como científicos, sino que como personas”, dice Claudio.

¿Qué significó para ti que tu mamá fuera la primera mujer en recibir el Premio Nacional de Ciencias Naturales acá en Chile?

-Yo creo que ese premio fue extremadamente merecido porque además yo veo su lado doméstico. Creo que la mayor parte de las personas la conocen por su lado profesional, pero yo la vi como mamá de cuatro hijos, criándolos en gran medida sola y con trabajo full time. Yo le habría dado dos premios nacionales, no uno (ríe).

©Cortesía Claudio Latorre
©Cortesía Claudio Latorre

Claudio cuenta también que en su infancia sabía que quería ser paleontólogo de vertebrados, es decir, estudiar los fósiles de animales vertebrados que habitaron la Tierra hace millones de años. Con eso en mente cursó su pregrado, su seminario de investigación y fue cambiando su camino, acercándose, de a poco y con ciertos contactos, al desierto. Pero no en Chile, sino que, en Arizona, Estados Unidos, para su tesis de magíster: “Ahí empecé a entender el fenómeno del desierto, trabajé en un laboratorio apartado de la universidad llamado Laboratorio del Desierto, donde conocí a Julio Betancourt. Distintas puertas se abrieron, y yo fui cerrando las de la paleontología de vertebrados porque me di cuenta de que la parte taxonómica no necesariamente me gustaba, sino que lo paleoambiental, de reconstrucción de los ecosistemas del desierto”.

Viajó al noroeste de Argentina a investigar, a aplicar métodos de desarrollo paleocológico que se aplicaban en Estados Unidos. Luego volvió a Chile a retomar su doctorado en Ecología y Biología Evolutiva, incursionado junto a los investigadores Julio Betancourt y Carolina Villagrán en la paleoecología.

En ese proceso, entró al mundo de las paleomadrigueras.

Madrigueras que nos ayudan a reconstruir el pasado

Aquí los roedores son los pequeños científicos, los “favoritos” de Claudio. Ellos, a lo largo de los años, han habitado cuevas donde forman sus hogares y se protegen de depredadores, acumulando fragmentos del pasado como vegetales, heces, huesos o semillas que más tarde se van endureciendo gracias a la orina de estos roedores, la aridez del desierto y, por su puesto, el paso del tiempo. A esto se les dio el nombre de paleomadrigueras y Claudio ha dedicado parte de sus investigaciones a ellas, ya que son un registro para entender la evolución de la vida y las transformaciones en el desierto de Atacama.

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Paleomadriguera ©Cortesía Claudio Latorre.

¿Cómo estas paleomadrigueras de roedores nos ayudan a reconstruir el clima y la vegetación del desierto? 

– Las paleomadrigueras son lugares donde puedes encontrar depósitos únicos que se retiran y son ricos materia orgánica. Entonces, no tienes problema para tratarlo con carbono – 14, que es una técnica que permite rescatar cosas de 50 mil años al presente. Todo lo que está dentro de la madriguera, son cosas que existían cuando el ratón estaba vivo, entonces si la madriguera tiene 4 mil años tú vas literalmente a tener una foto del paisaje en torno a esa cueva hace 4 mil años atrás. Al ir a una localidad, una quebrada o un barranco donde hay muchas madrigueras, cada una es una foto y se puede hacer una especie de collage del tiempo. Cada una tiene una edad distinta, se ordenan por antigüedad y se puede saber cómo se ha ido produciendo el cambio en el paisaje en ese tiempo, a través de la reconstrucción de la vegetación que estaba presente en ella. Eso es como un trabajo de forense porque hay que tener colecciones de referencia y hay que saber de botánica, entre otras cosas (…).

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– ¿Qué cambios han podido ver y cuál es el rango de tiempo de ellos?

– (…) Una de las cosas que queríamos entender era si el desierto de Atacama había sufrido cambios climáticos importantes en el pasado, especialmente a la escala de milenio; cuáles habían sido los impactos de los cambios climáticos grandes que habían ocurrido al final de las últimas glaciaciones. Entonces era un: ¿cómo fue la era del hielo en el desierto de Atacama? Había evidencias previas que explicaban que las lluvias que ocurrían en el desierto, de origen tropical, tienen una fuente en el Atlántico. Y podrían haber sido más intensas en el pasado (…). Entonces lo que nos interesaba a nosotros era si el desierto había respondido a esos cambios climáticos del pasado. Cuando empecé mi tesis doctoral la idea era ver si el desierto había cambiado sus límites en el pasado, entonces empezaría a encontrar madrigueras en sectores donde hoy no hay vegetación, pero que sí había en el pasado, por lo tanto, se permitía la existencia de vegetación y de ratones que hacían madrigueras ahí con esa vegetación.  Para nosotros era importante tratar de entender cómo se había comportado el ecotono entre donde comienza la vegetación y el desierto absoluto, este lugar del desierto, de la pampa, donde no hay plantas. El primer trabajo que publicamos era sobre cómo lo que llamamos periodos pluviales o glaciales habían gatillado periodos de invasión de vegetación en el desierto en el pasado, lo que quedó evidenciado por las madrigueras. Con la ola de lluvia en el pasado queda una especie de estela orgánica y cuando la ola se retira, deja toda esta estela de escombros de paleomadrigueras que siguen permanente ahí porque no han vuelto a suceder eventos de esa magnitud.

Reflexiones luego de dos décadas trabajando en el desierto

“El desierto de Atacama es realmente un ecosistema único en el mundo”, afirma Claudio, respondiendo sobre qué es lo que hace especial a este lugar y describiendo el verdadero “oro” del desierto, como alguna vez lo comentó en una columna de opinión.

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“Quizás no es el lugar más biodiverso del planeta. Hay una biodiversidad escondida en los suelos. Pero, sin duda, una de las cosas más extraordinarias del desierto de Atacama es entender cómo la vida se adapta a lugares tan extremos (…), con una oscilación térmica de 30 grados entre el día y la noche (…). También la radiación en el desierto es brutal, hay muy pocos trabajos que han abordado qué significa esto: la radiación ultravioleta esteriliza, es importante para las plantas. Uno ve que esa flora no solo está adaptada a condiciones extremas, de sequedad, de temperatura, de disponibilidad de nutrientes, que son muy pocos, sino también en la radiación (…)”, dice Claudio, quien agrega que el cómo y qué hacen no solo los microorganismos, sino que flora y fauna, para sobrevivir estos ambientes extremos es una pregunta interesante y con información suficiente para poder ser explorada.

-En algún momento de la historia llega el humano al desierto. Con eso y el paso de los años llegan, las dinámicas humanas a la zona, incluyendo actividades económicas de alto impacto como la minería. ¿Cómo ha afectado, con el paso de los años y los cambios en la magnitud de este impacto, a los ecosistemas de este lugar según lo que ustedes han podido ver?

Una de las cosas que hemos estado viendo no es solo las paleomadrigueras, también hemos estado trabajando con arqueólogos porque tienen interés en saber el impacto de estas variaciones climáticas pasadas en la disponibilidad de recursos, pero a su vez entender la dinámica de asentamientos humanos en el tiempo y cómo eso puede estar relacionado con variabilidad ambiental. Como desde hace 20 años que estoy trabajando en entender cómo se producen las interacciones hombre y ambiente en el desierto de Atacama y obviamente es un problema complejo. Una de las cosas que hemos trabajado, por un lado, es en entender la frecuencia de colonización de asentamientos arqueológicos, pero también la variabilidad que han tenido las precipitaciones en la parte más baja del desierto, a través de los tipos de depósitos que se llaman paleovertientes, que son depósitos geológicos que te dejan cuando las napas son más altas. Entonces una de las cosas que yo diría que más nos ha ayudado a entender eso, es que el hombre desde que colonizó el desierto de Atacama por primera vez hace 13 mil años atrás, existían estos cambios de eventos de precipitación en el pasado. Todos los arqueólogos habrían pensado que el desierto de Atacama era este ambiente inmutable que no había cambiado en millones de años y efectivamente hay partes del desierto que son así, pero también hay otras partes del desierto donde claramente hubo una discusión más grande en el tema de variabilidad de agua y superficie (…). Esos cambios en la napa te permiten entender que hay una estrecha relación entre las lluvias que ocurren en la cordillera y lo que ocurre abajo en el desierto, desde el punto de vista de las recargas de las aguas subterráneas. Fue una base para entender que hay una relación estrecha entre la variabilidad climática del pasado y la formación de los recursos hídricos que actualmente están disponibles en el desierto.

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©Cortesía Claudio Latorre 

En ese contexto es que surge el Acta de Tarapacá, un documento que hace un llamado de urgencia al mencionar que los recursos hídricos no se recargan a las escalas económicas actuales. Según explica Claudio, se hace un llamado de atención, basado en trabajos científicos en la zona, porque los recursos hídricos del desierto corresponden a depósitos de agua no renovables a corto plazo, sino que a escala de milenios: “Lo que plantea el Acta de Tarapacá es que tenemos que repensar la manera en que convivimos con la disponibilidad de agua en el desierto (…), que tenemos que empezar a desarrollar innovación para tratar de hacer más sustentable nuestra vida (…). Obviamente la minería es un hecho importante, pero también los grandes centros urbanos también son grandes consumidores de agua”.

-Parte de tu trabajo es haber participado en el Manifiesto Antropoceno -un documento que hace, desde diferentes disciplinas, repensar el habitar de lo humano y su lugar en la historia de la Tierra-. ¿En qué consiste, bajo tu mirada, este concepto? ¿Crees que actualmente se está haciendo frente a la crisis climática?

-Yo tengo una mirada dual del Antropoceno porque entiendo los argumentos de varios lados. Hay una pugna de cuándo empezó, pero para mí eso no es tan importante como entender realmente lo que queremos poner de plano en el Manifiesto Antropoceno, que es entenderlo como de construcción local (…) Para mí siempre ha tenido raíces locales, entonces uno puede ver que el Antropoceno en Chile central quizás no es el mismo del norte grande de Atacama, donde uno ve que empezó con una modificación extensa de los paisajes de oasis, por ejemplo, o con la introducción de especies por parte de los pueblos precolombinos, como el tamarugo (…). En cambio, en la zona central del país uno ve que hay distintas etapas, una previa donde quizás se empezó a presentar el régimen de incendios y luego una posterior, con políticas de estado como la Ley de Bosques, que permiten ciertos cambios acelerados en las cuencas de la zona centro sur del país. Ahí nos vuelve todo el origen del concepto Antropoceno que tiene que ver con el hecho de que los humanos van a dejar una huella ecológica en la historia del planeta (…) Toda esta discusión del Antropoceno se centra en eso, en la magnitud de esa impronta y como va a quedar registrado. Pero yo creo que hay un debate más de fondo ahí y es que ese impacto puede ser tanto negativo como puede ser o tratar de ser lo más sustentable posible, en términos de conservar los pocos ambientes que van quedando que son más prístinos y naturales.

– ¿Crees que actualmente se esté haciendo frente a todos estos impactos y la crisis climática en Chile?

No creo, a pesar de que soy optimista. Hay un registro arqueológico y geológico de que especies, incluyendo a la humana, tienen cierta resiliencia (lo que se ve en los pueblos ancestrales de Atacama, por ejemplo, plantas, animales, etc.). Hay ciertas historias de resiliencia de cómo el ser humano se va adaptando a los grandes cambios climáticos que han ocurrido en los últimos milenios, que son varios, y que también están identificados en las paleomadrigueras. Pero el no tener conciencia hoy día del grado del impacto de la actividad humana sigue permitiendo que las cosas sigan como están, entonces creo que hoy día con la pandemia, con el informe del IPPC -Grupo Intergubernamental de Expertos de Cambio Climático- yo creo que realmente está empezando a entrar el hecho de que hay que tomar conciencia de estos cambios y que hay que buscar soluciones alternativas para adaptarse frente a ellos.

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– ¿Y qué soluciones pueden ser o cómo nosotros podemos ayudar a proteger el Desierto de Atacama?

– Bueno, obviamente, una de las soluciones más importantes es darse cuenta a nivel local qué cosas valen la pena proteger. Yo creo que por un lado la biodiversidad es una cosa que es extraordinaria que hay que proteger, pero, por otro lado, hay pasajes del desierto de Atacama que son únicos, han permanecido relativamente intactos por 5 – 7 millones de años (…). Eso por un lado, pero también las soluciones de más largo plazo tienen que ver con enfrentar no solo nuestro modelo económico, yo creo que en el corto plazo tiene que haber un profundo replanteamiento de cómo el humano desarrolla su actividad económica y no puede ser tan consumo intensivo como lo ha venido siendo siempre, eso es una parte importante del problema, pero a la larga también va a depender de qué hacemos para obtener la cantidad de energía que necesitamos y ahí la fuente energética es la clave. Chile es un laboratorio natural para hacer fuentes alternativas de energía, no solamente solar y eólica, sino que también generaciones de energía geotérmica.

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Reconocimiento internacional

En agosto de 2021 Claudio Latorre recibió una sorpresa. El mismo día se enteró que no solo que había sido nominado, sino que ganado premio “Farouk-El Baz”, entregado por la Sociedad Geológica de Estados Unidos de América (Geological Society of America). Es el primer latinoamericano en recibir este galardón, que para él es como “el Nobel del Desierto” y que se entrega cada año a un investigador destacado en promover el entendimiento de las zonas áridas del planeta. Previamente, sus mentores y quienes le presentaron el desierto, Julio Betancourt y Jay Quade ya habían obtenido esta distinción. “Para mí fue un tremendo orgullo”, dice, aludiendo también a los agradecimientos a todos quienes lo recomendaron y nominaron.

©Cortesía Claudio Latorre (1)
©Cortesía Claudio Latorre 

Pero más allá de eso, Claudio se la pasa en su casa de Peñalolén, entre reuniones, escritos y trabajos de computador, pero también aireándose y saliendo a caminar con su esposa o sus perras. Aplica, quizás un talento oculto en la cocina, alardeando un poco las ricas pizzas que dice hacer, reposando la masa desde día anterior. Este -se supone- sería un año sabático, pero la pandemia no lo permitió y se interesó en un proyecto que lo saca un poco de los basurales de ratones, entrando en los humanos, investigando sobre conchales y las interacciones del humano en la costa norte del país durante años.

Pero más allá de este acercamiento a la costa, que verá frutos más adelante, para él el desierto ya es parte de su vida. “Un lugar de aprendizaje y, como dice el astrónomo creador de la serie Cosmos, una experiencia de humildad porque tiene cosas muy interesantes, que en mi vida voy a poder entender. Hay cosas que el desierto nos enseña, lecciones valiosas para el futuro, sobre qué es la vida bajo condiciones extremas. Eso es tremendamente valioso”.

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