El mundo natural del cual formamos parte, es una fuente de profunda belleza e inspiración. Y nosotros, los seres humanos, con nuestro nivel de evolución, deberíamos ser los garantes de perpetuar esa belleza y proteger los frágiles ecosistemas en que viven algunas plantas y animales. Siento que hemos ido perdiendo paulatinamente ese contacto y relación con la naturaleza y eso nos ha sumido en nuestros muros de cemento. La naturaleza dejó de formar parte de nuestras vidas.

La fotografía, en mi caso, es una herramienta para traer un poco de belleza y de cierta forma acercar el mundo natural a la gente. Y la fotografía de aves, se ha vuelto parte importante de mi quehacer en los últimos años. Ya nos son esas aves que aparecían mientras iba en busca de paisajes. Ahora, y cada vez con más fuerza, son salidas específicas en busca de tal o cual especie. Esto de andar persiguiendo plumas es una pasión que te agarra de a poco y no te suelta.

©Augusto Domínguez
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En fotografía de naturaleza hay que tener un poco de habilidad, paciencia, determinación y profundo conocimiento de los protagonistas de las fotografías para reflejar la belleza del momento e incluso a veces, lograr esa sensación de “estar ahí”. Y si bien sucede con poca frecuencia y de manera impredecible, de tanto en tanto la vida ofrece momentos perfectos como la escena de un ave alimentando a su cría.

Al fotografiar aves, uno no puede decirle a los pájaros “ponte ahí”. No puede organizar nada, sólo hay que esperar que la fotografía ocurra. Y, si se tiene suficiente determinación, siempre suele suceder algo.

©Augusto Domínguez
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Estos tricahue (Cyanoliseus patagonus bloxami) fueron fotografiados en la hermosa lorera de Santa Gracia, 20 kilómetros al noreste de La Serena, donde desde muy temprano revolotean en grandes bandadas. En Chile esta subespecie endémica estuvo en serio peligro de extinción, por la pérdida de su hábitat y principalmente por la extracción de polluelos que luego eran vendidos como mascotas.

©Augusto Domínguez
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Los tricahue prefieren anidar en cuevas en barrancas, las cuales también usan de dormitorio casi todo el año. De allí que también se les llame loro barranquero. Se habla de que sólo en la Región de Coquimbo, donde estuvieron a punto de desaparecer, ya se cuenta con una sana población cercana a los 1.500 individuos.

©Augusto Domínguez
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Los primeros días de julio, partí desde Santiago junto a dos buenos amigos, con la idea de regresar con buenas fotos de estos seres alados y bulliciosos. Para el efecto, contábamos con carpas y mantas de camuflaje y, por supuesto, teleobjetivos que nos permitirían acercarnos bastante sin perturbarlos. Ya habíamos pasado por ahí a hacer un reconocimiento en septiembre del año pasado, y sabíamos con qué nos encontraríamos.

©Augusto Domínguez
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Arriba de las tricahueras han dejado mucha basura y cachureos, pero esto no parece importarle a estas aves, ya que desde el año pasado hasta la fecha, parecen haber crecido en número. El tricahue es un loro precioso, gregario, muy colorido, más grande que cualquier otro en el país, y Nico y la Romi Triviño sabían exactamente dónde encontrarlos. Eso ayudó mucho ya que llegamos por la noche.

Alojamos ahí mismo, armamos nuestras carpas y a la mañana siguiente, nos despertaron los gritos de cientos de ellos revoloteando sobre nuestras cabezas. Tuvimos la posibilidad de cambiar de lugar varias veces nuestros cómodos escondites improvisados y así buscar distintos ángulos y, sobre todo, distintos fondos. Estábamos alucinando con la cercanía que conseguíamos. Tomamos fotos durante toda la mañana y en nuestro regreso a Santiago, sentado de copiloto, pensaba lo locos que estábamos.

©Augusto Domínguez
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Habíamos viajado más de mil kilómetros en 24 horas, sólo para volver con fotos de plumíferos. No pude dejar de pensar en la frase de Edward Weston: “Si la magia de la fotografía te atrapa, será difícil salir de ella”.

Me reconozco un atrapado por las plumas…

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