-
Medio Ambiente
ARGENTINA | Histórico: los bosques submarinos de Tierra del Fuego están protegidos por ley
16 de enero, 2025 -
Arte, Cultura y Patrimonio, Ciencia y Biodiversidad
Descubriendo la vida que albergó el antiguo lago Tagua Tagua: los primeros humanos americanos y los nuevos hallazgos de sus ecosistemas
15 de enero, 2025 -
Medio Ambiente
Plástico y residuos invaden el hábitat de una colonia de focas elefante en Tierra del Fuego
14 de enero, 2025
Carlos Aldunate y sus más de 40 años de pasión arqueológica: Las reflexiones del ex director del Museo Chileno de Arte Precolombino y su amor por el pueblo mapuche
Desde su casa en la costa, don Carlos Aldunate recuerda con cariño sus primeros pasos en la arqueología. Fue uno de los primeros titulados en Chile en esta disciplina y el primer director de un lugar clave para la conservación de restos arqueológicos en Chile: el Museo Chileno de Arte Precolombino. Ahí permaneció por 39 años. En esta entrevista, las palabras “extraordinario” y “espectacular” se repiten cada vez que Carlos habla de las culturas del pasado y su arte, tan fantástico que atrae a extranjeros del mundo a conocerlo. Pero también de los desafíos que implica trabajar ello.
A finales de la década de los 70’, dos años antes de la apertura al público del Museo Chileno de Arte Precolombino en 1981, don Carlos Aldunate (84) se impregnaba del conocimiento sobre las antiguas culturas americanas. Había recibido el llamado para investigar y hacer un inventario de la colección de Sergio Larraín García-Moreno, junto al curador del entonces futuro museo, José Berenguer. Esas mil piezas serían el punto inicial de recinto que ya tiene 45 años de historia.
“Don Sergio tenía una concepción bastante bonita de cómo tenían que ser las cosas. Desde que nos mandó a llamar dijo que el proyecto sería una aventura. No teníamos idea de si iba a funcionar o no, pero había que iniciarlo. Nos dio una tremenda libertad a los dos para comenzar”, recuerda Carlos, quien se desempeñó durante 39 años como director del museo. Por esta labor, este “guardián” del recinto recibió en 2021 la Medalla de Santiago en reconocimiento.
Habiendo pasado décadas desde el inicio de esta aventura, siendo además uno de los primeros arqueólogos titulados en Chile, Carlos renunció en 2020 aludiendo a que era tiempo de que asumiera el cargo alguien más joven. Luego se mudó a la costa. Desde ahí, con el mar de fondo y las reproducciones de obras arqueológicas que lo acompañan en su casa, recuerda los inicios de su historia y las pasiones que todavía lo acompañan.
De abogado a arqueólogo
De niño, Carlos era un amante de la lectura, en especial si era histórica o arqueológica. En su biblioteca había textos de Emilio Salgari, Julio Verne o distintos autores que hablaran del pasado. Le apasionaba. Sin embargo, cuando entró a la universidad, sintió inevitable siguió la carrera que estudió su familia: derecho.
“Me recibí de abogado y trabajé como tal, pero la cosa decayó mucho. La verdad no me gustaba absolutamente nada ser abogado, yo entré como por un túnel siguiendo lo que hizo mi familia. Entonces investigué cómo podía ser arqueólogo y surgió por esa época la oportunidad de una especie de posgrado para gente que ya tenía una profesión. Eso después terminó en una carrera en la Universidad de Chile y yo fui uno de los primeros egresados”, recuerda Claudio.
La Licenciatura en Arqueología de La Universidad de Chile se fundó en 1968 y la Sociedad Chilena de Arqueología lo hizo apenas 5 años antes. Por ello, en ese entonces la arqueología era algo totalmente incipiente en el país. Eso fue lo que más interesó a Carlos, ya que le permitía tener una formación diversa. Por ejemplo, estudiaba geografía y geología en la Facultad de Geografía, biología en la Facultad de Biología y Medicina o historia en el Pedagógico.
“Fue muy entretenido, yo ya era viejo para estar estudiando, tenía 30 años, pero era muy interesante pasar por tantas especialidades, además de que teníamos una gran variedad de compañeros”, explica.
Con el paso del tiempo, llegaron las primeras expediciones arqueológicas, esas que eran tan nuevas y emocionantes, que son las que más guarda en su memoria.
Conocer el norte de Chile
El destino era el norte de Chile, una zona que Carlos no conocía. En ese entonces, todavía era alumno. Viajó a Chiu Chiu y Alto Loa. El recorrido, organizado con los pocos fondos que daba la Universidad de Chile en ese entonces, constaba en viajar desde Santiago a Calama en micro por más de 20 horas. Luego, gracias a un convenio con Chuquicamata, el personal de este lugar los trasladaba al interior.
“No teníamos dinero y no había forma de vivir ahí arriba. Entonces hicimos contacto con la gente de allá, nos recibían en sus casas y esa convivencia fue muy marcadora. Nos llamábamos el grupo Toconce porque teníamos nuestra capital arqueológica que se llamaba así, en las nacientes del río salado. Hasta el día de hoy mantenemos contacto con los locales, quienes nos ayudaron mucho a interpretar restos arqueológicos. En el fondo, seguían viviendo de una forma muy parecida al pasado, como los pastores y agricultores de la época que nosotros estudiamos”, dice Carlos.
Para él, todo era una novedad: el lugar, las nuevas amistades y los conocimientos. Eso, al final, lo nutriría con lo que “era realmente la arqueología en Chile”. De hecho, explica que lo que más recuerda, más allá de una pieza en particular, es la convivencia con los pueblos atacameños de la zona.
“Muchos creen que es una cosa aventurera, como de Indiana Jones. Pero es rigurosa con su estudio, tiene mucho laboratorio. Es poco espectacular en comparación a si estuviéramos en Europa o Medio Oriente. Aquí la prehistoria es cosa de cazadores antiguos. Entonces los restos son bastante modestos desde el punto de vista de si nos comparamos con el Viejo Mundo. Pero es todo muy importante”, explica.
La cultura atacameña se volvería uno de los focos del trabajo de Carlos, en especial por su interés en los impactos del proceso cultural que tuvo por la llegada de pueblos andinos de Sudamérica, como los incas, que se distribuyeron por el territorio e instalaron un núcleo cultural.
Los intereses por la cultura mapuche
Si uno googlea el nombre de Carlos Aldunate, además de sus menciones por el Museo Chileno de Arte Precolombino, destaca su nombre como autor del libro Cultura Mapuche, publicado en 1986. Ese pueblo, además del atacameño, ha sido uno de los grandes intereses investigativos de su carrera, y empezó de la misma forma: a través de terreno.
Hace muchos años, viajó con un grupo de alumnos y un arqueólogo llamado Américo Gordon. “Se hacían cosas que solo en ese momento se podían hacer, como excavar cementerios mapuches sin ninguna autorización. Es algo muy complicado y difícil porque obviamente no teníamos una buena entrada. Hoy en día estas cosas son muy diferentes”, dice.
Esta visita lo llevó a interesarse más por conocer este pueblo, sus normas y dinámicas, al punto de llegar a ser uno de los más estudiados de su carrera. Dice que lo que más le encantó fue su resistencia y espíritu libertario. “Con eso, este pueblo enfrentó a los incas. Imagínate que hasta ellos llegaron los incas. Después enfrentaron a los españoles. Ahora lo hacen con el Estado de Chile. La verdad es que es un pueblo bastante notable”, explica, aunque aclara: “Por mi profesión y mis estudios, me apasionan todas las culturas del territorio de Chile. Obviamente he estudiado con bastante más profundidad las del norte, de la segunda región de Antofagasta y también, con alguna profundad, la prehistoria del sur, en especial La Araucanía”.
—Nos comentaba sobre el espíritu luchador de los mapuches, con el que combatieron también a los españoles. ¿Qué culturas fueron las más afectadas por la colonización española?
—Todas las culturas antiguas fueron tremendamente afectadas, pero las que más lo fueron aquellas que desaparecieron, como la cultura precolombina y el pueblo diaguita. El impacto del inca en los diaguitas fue muy importante e incluso está comprobado que fueron aliados de los españoles en la conquista de Chile Central. Esto produjo un descalabro tremendo en los diaguitas. Hoy se está intentando resurgir la identidad diaguita. Ahora, los del norte también fueron impactados, pero quizás menos porque todos estos pueblos andinos de la precordillera y cordillera porque eran muy pequeños. Aunque sí les impactó la evangelización, subsistieron mucho las culturas y la cosa étnica, los parentescos. En el extremo norte de Chile la cosa fue diferente porque había mucha población en la costa y los oasis, en Arica, Azapa, etc. Entonces fueron más impactados porque hubo más contacto. En fin, todos los pueblos de Chile, salvo el extremo sur, fueron muy impactados.
Poniendo en valor el arte precolombino
Sergio Larraín García-Moreno fue el bastión inicial del Museo Chileno de Arte Precolombino. Por más de 50 años, este arquitecto y filántropo reunió una notable colección de objetos precolombinos. Pero fue en la década de los 70’ cuando se dio cuenta de que guardaba un importante tesoro que debía ser resguardado permanentemente. En eso, se relacionó con entidades y universidades para donar la colección para su exhibición. Fue el alcalde de Santiago de ese entonces, Patricio Mekis, quien buscó un lugar para que se llevara a cabo.
Carlos Aldunate y José Berenguer se encargaron de la revisión de la colección. Ellos serían el director del museo y curador, respectivamente.
“En primer lugar teníamos mucha más seguridad de lo que fuera el mundo precolombino de Chile, pero la colección era de toda América. Era un desafío muy grande, entonces teníamos que estudiar todas las culturas precolombinas de América. Fue un proceso muy largo inaugurar en la antigua Aduana, que era un edificio que se había quemado entero años anteriores”, recuerda Carlos.
Para el inicio se restauró un antiguo patio con una sala. Con el tiempo se sumaron más salas hasta ocupar los dos patios y el edificio entero. Se sumó más equipo y, en sus más de 40 años, la colección creció a más de 10 mil piezas gracias a donaciones.
“El museo tiene una verdadera revolución en cuanto a espacio y personal, pero siempre hubo una labor bastante completa en el tema del financiamiento, porque somos un museo privado con el apoyo de la Municipalidad de Santiago, con la que se creó la Fundación Familia Larraín Echeñique. Tenemos apoyo del Gobierno, pero no alcanza. Ahora la nueva directora hace un trabajo extraordinario”, asegura.
—¿Fue esa la principal dificultad desde el inicio?
—Te diría que es una dificultad de todos los museos de Chile. Pero los fiscales, al menos, tienen un financiamiento estable.
—En un principio hubo mil piezas. Ahora supera las 10 mil. ¿Cómo crece esa colección?
—Por donación, porque no hay fondos para comprar piezas. Hoy en día también es difícil adquirir piezas, en realidad ya no se puede, pero hubo un momento en que sí. Ahora está prohibido nacional e internacionalmente, por lo que el aumento de la colección va por las donaciones solamente, y las privadas son muy importantes. Llegan porque la gente ha comprendido lo difícil que es tener piezas en las casas por su delicadeza, además de ser patrimonio nacional. Entonces depositan su confianza en nosotros y lo apreciamos. Las donaciones más grandes son de instituciones que antes tenían museos, por ejemplo, la Fundación Santa Cruz Giaconi, que tenía el Museo Arqueológico de Santiago. Ellos nos donaron 4 mil piezas y, gracias a eso, pudimos hacer la sala maravillosa “Chile antes de Chile”.
—El museo recibe más de 150 mil turistas al año. ¿Cree que hay más interés desde los chilenos o extranjeros por el pasado de este territorio?
—Yo creo que desde los extranjeros porque son los que nos visitan. El museo, de acuerdo a guías de turismo, está en primer lugar de recomendación de visita para los extranjeros. El año pasado hubo más de 200 mil visitas de extranjeros y eso es fundamental porque ellos pagan entrada, de ahí viene el 40% del financiamiento del museo. Entonces imagínate cómo sufrimos en la pandemia con el museo cerrado. ¿Qué pasa? Para los extranjeros es muy importante todo el mundo precolombino y visitan estos museos en México, Perú, Ecuador, Colombia, etc. Y los chilenos que nos visitan son mayoritariamente estudiantes, tenemos obviamente un departamento especializado en educación y para nosotros es importante que todos los estudiantes visiten el museo.
—Respecto a esto último, ¿crees que los chilenos tenemos la conciencia de que somos un pueblo mestizo?
—Yo creo que poco a poco esto se está consiguiendo. Nos encantaría que nosotros hubiéramos tenido una causa en la que hayamos sido un aporte para que esto sucediera, sería una cosa muy bonita. Pero es algo muy grande. Te diría que es un proceso de la cultura chilena, que cada día está más consciente de sus raíces. En fin, es curioso, por ejemplo, que la Constitución todavía no reconozca a los pueblos precolombinos y hay varias cosas legales. En general las leyes siempre andan muy por detrás de todo el proceso de educación e ideológico de los pueblos. Pero algo se está produciendo.
—También está en nuestro lenguaje….
—Y en nuestras costumbres, ¡la gastronomía ponte tú!
La importancia del arte precolombino
Para Carlos, lo más alucinante del arte precolombino es su nacimiento. Dice que el arte está desde los primeros albores de la humanidad y que se sabe que los Neandertales ya tenían expresiones artísticas. En América llegó hace 40 mil años con los primeros habitantes Homo sapiens, por lo que “no es raro ver cosas bien extraordinarias” como el arte rupestre y textil. “Fíjate que en las momias chinchorro aparece en los tatuajes, que son de las primeras representaciones artísticas. El arte es muy consustancial al hombre”, comenta Carlos.
—¿Qué línea de representación artística le es más interesante de estudiar?
—Para mí son todas importantes. Digamos que en las cosas más espectaculares de Chile está el arte rupestre. Los geoglifos son unas cosas absolutamente geniales, hablando a nivel internacional, como de Blockbuster. Los podemos presentar en cualquier parte y será extraordinario. Por otro lado, el textil también es algo espectacular. Aparece como hace unos 5 mil años atrás en la costa del Perú, de lo primero en estar documentado. Ahí aparecen con expresiones artísticas, no solo para vestirse. O sea, ahí ya había una expresión avanzada de arte.
—¿Qué es lo que más le llama la atención de este arte?
—Me llama la atención la extraordinaria sofisticación que tiene el arte textil precolombino. Es una cosa absolutamente extraordinaria la que hacen los tejedores y tejedoras. El tejido tiene una tiene una particularidad que es muy interesante, que es el tejido con iconografía, con expresiones artísticas con figuras. Porque el tejido tiene elementos horizontales y verticales ¿no es verdad? Entonces un tejido es una expresión matemática. Los tejedores debían tener un modelo matemático para hacer estas representaciones. Entonces no es como hacer una tapicería. En Europa, por ejemplo, las tapicerías se hacían con modelos que les daban los pintores. Entonces ellos ahí copiaban. Aquí no. El modelo estaba en la cabeza de los tejedores. Entonces es una sofisticación grande. Y además están las distintas técnicas textiles que son innumerables. Si tú vas a la sala textil del Museo Precolombino puedes ver todas las distintas técnicas que hay. Y después están los colores, que son un mundo infinito. Y las distintas técnicas de colores, así como los materiales para colorear. Se coloreaba algunas veces con los colores en negativo. Es muy sofisticado, comparable con los mejores textiles europeos.
—Y lo mismo con los petroglifos o geoglifos, el cómo armar algo tan grande en el suelo y con tanta perfección…
—Con tanta perfección, ¿no? Como si tuvieran drones, realmente. Es una cosa extraordinaria.
—A propósito, en 2024 hubo distintas noticias relacionadas con la arqueología, enfocadas en el devolver ciertos elementos a sus territorios originales. Por ejemplo, la devolución de un manto sagrado a Brasil desde Dinamarca, de cientos de piezas a Rapa Nui desde Noruega o incluso la famosa polémica de que devuelvan el moai desde Inglaterra a Chile. ¿Cuál es su opinión respecto a esto?
—Ha habido buenos casos y no tanto. Hay que considerar muchas cosas para la arqueología desde la prehistoria. Ha pasado mucho tiempo y esta disciplina tiene mucho que decir en cuanto a la conservación de restos arqueológicos. Para ello son muy importantes los museos. Aquí en Chile tenemos algunos monumentos importantes, como algunos pucaras en el norte o restos incaicos importantes, pero en general los restos son para el estudio más que para la exhibición. Entonces hay un criterio muy importante para las ciencias arqueológicas de reclamar los bienes arqueológicos para estudiarlos. Para la arqueología cada pedazo de cerámica, cada trozo de piedra que ha sido trabajado por el hombre, es importante. Entonces ahí hay un punto que hay que considerar, así como las peticiones de los pueblos originarios. Los pueblos que han sobrevivido tienen mucho interés en conservar y tener museos privados. Pero sin museos, los bienes van a desaparecer porque se necesita de infraestructura, especialistas y medios financieros. En Europa devolvieron bienes a Isla de Pascua, pero ahí se está construyendo un museo, no se podrían entregar a la comunidad sin esa seguridad.
La actualidad de Carlos Aldunate
A sus 84 años, don Carlos dice que no puede dejar de hacer cosas. Que los viejos tienen que mantener la mente ocupada. En ese sentido, desde su parcelita en la costa, se levanta cada mañana a avanzar en sus investigaciones, esas que las labores administrativas de hace un par de años no le permitieron terminar.
“Investigo sobre el pueblo mapuche y su propiedad. En su momento, cuando fui profesor de Antropología Jurídica lo investigué, entonces yo estaba preocupado de la parte legal y antropológica de la propiedad mapuche. Ahí probablemente pueda hacer algún aporte”, dice. Además, avanza un libro anual que publica el museo precolombino.
Luego, por las tardes pasea por la playa, sale a caminar o simplemente a pensar. Y cuando vuelve a su casa, lo rodean las reproducciones de obras arqueológicas que adornan su hogar. Las piezas reales que alguna vez tanto estudió ahora están resguardadas en su antigua casa: el Museo Chileno de Arte Precolombino.