Todos los días Jorge Torres asciende a paso firme hasta una cumbre que le tarda 40 minutos alcanzar. Todos los días lo hace cargando distintos elementos. 20 kilos de papas al hombro, madera, rollos de revestimiento para el piso de la casa de sus padres o lo que sea. ¿Por qué todos los días? Porque vive en lo más alto del cerro colindante al sector de La Lobada, Cochamó. El mismo predio donde sus padres han vivido toda su vida. El mismo lugar donde se criaron sus abuelos. El campo que habitaron por primera vez sus bisabuelos y el que compraron sus tatarabuelos. En total, 200 años en los que la familia Torres ha extendido raíces sobre los cerros.

Familia Torres. ©Vicente Schulz
Familia Torres. ©Vicente Schulz

A sus 45 años, Jorge se levanta todos los días cerca de las 6 de la mañana. Trabaja en el campo, ordeña vacas y luego baja al Valle de Cochamó, cerca del sector La Junta, para disponerse a trabajar en lo que más le convenga. Por lo general lo hace sembrando alfalfa para propietarios capitalinos de grandes tierras aledañas, que suelen ir en verano.

Sin embargo, lo que realmente mueve a Jorge, es llevar a turistas a conocer la tierra en la que vive. Su sueño es poder ganarse la vida guiando caminatas por un sector tan desconocido como maravilloso y que busca hacerse un lugar entre los atractivos más solicitados por los visitantes de Puelo y Cochamó.

Se trata de un viaje de seis horas hasta el cerro La Ballena, un ascenso de 1.450 metros de altura, pasando por bosques tupidos de alerces, coigües y lengas, con pequeños miradores a su haber hasta llegar a lo más alto: un mirador rocoso con vista en 360º, desde el que se pueden apreciar los volcanes Osorno, Tronador, Yates y Puntiagudo; el Estuario del Reloncaví en todo su esplendor y la formación del fiordo por la entrada del mar. Además, al otro lado del estuario, se tiene la oportunidad de ver un lago precordillerano desde las alturas: el Lago Chapo.

©Vicente Schulz
©Vicente Schulz

Pero para llegar hasta ese lugar mágico, primero hay que ingresar al predio, propiedad de la familia Torres, la única que puede autorizar visitas. Más allá de ser un problema, esta condición ofrece una oportunidad única de conocer un mirador alucinante de forma casi exclusiva, pero también, de adentrarse a 200 años de historia y convivir con una familia nativa, integrarse a ella y ser parte de su rutina diaria.

Por lo general, una vez finalizado el recorrido, los turistas suelen visitar a la familia Torres y quedarse para la cena. Don Celerino, el padre de la casa, es el encargado de contar las anécdotas y vivencias de la familia y sus antepasados, siempre iniciando la ronda de mate. A sus 80 años su energía es envidiable y si no se le interrumpe a tiempo, no hay nada que lo detenga. Doña María, su mujer, es la más autorizada para hacerlo, sin embargo está a cargo de la cocina, ofreciendo platos típicos de la familia y que contienen productos casi 100% del mismo predio.

©Vicente Schulz
©Vicente Schulz

Tras una contundente y conversada velada, Jorge invita a sus visitantes a su casa, ubicada a unos 400 metros por un camino silente entre montañas, donde solo hay espacio para apreciar el atardecer sobre cerros aún nevados en sus cumbres. El momento solo lo interrumpen las ovejas que escapan al andar de Jorge y sus visitas, el ladrido de sus perros, el mugido de las vacas y el canto del queltehue.

Al llegar, la casa está perfectamente ordenada y limpia. Es cálida y el living se presta como el mejor lugar para una última conversación antes de dormir. Arriba, las camas están dispuestas para una noche reponedora, porque a la mañana siguiente la actividad parte temprano. Dese las seis de la mañana el visitante puede levantarse para ordeñar vacas, sacar huevos de la gallina y entregárselos a María para que prepare el desayuno mientras hornea el pan amasado y despedir así a sus nuevos amigos de la mejor forma posible.

Casi sin darse cuenta, Jorge Torres ha ido descubriendo una forma distinta de ganarse la vida haciendo lo que más le gusta y sabe hacer. Su objetivo es lograr que sus trekking se vayan perfeccionando año a año para poder dedicarse exclusivamente a eso. A menudo repara los senderos y cuando puede, se dedica a preparar los nuevos. Arregla su casa y la provee de camas nuevas y vajillas para sus visitas. Hace poco, con sus ahorros compró una cámara para capturar las expediciones y un libro Español-Inglés que le permite comunicarse con los turistas que no hablan castellano.

©Vicente Schulz
©Vicente Schulz

Pero no se queda ahí, Jorge Torres acaba de ser parte del grupo de 24 emprendedores que trabajaron junto a las empresas sociales Balloon Latam y Karün. Tras un trabajo de 10 días, junto a trabajadores de ambas organizaciones, fue potenciando su emprendimiento que pudo exponer finalmente ante la comunidad de río Puelo.

Así fue como Jorge Torres tuvo la posibilidad de hablar sobre “Turismo La Lobada”, el sendero que lleva al turista a un destino aún desconocido hacia lo alto de Cochamó y que lo sumerge a lo profundo de la cultura local, viviendo con una familia que literalmente, no baja del cerro desde hace años.

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