El otoño ha llegado. Este cada vez más breve instante en que la naturaleza se revela en colores, un lapso en que los días son cada vez más cortos; empieza la neblina, las lluvias y los vientos, que se llevan las hojas, semillas y brotes. Un sinfín de masas que están listas y a la espera de poder hacerlo, el ritmo es parte de ellas, ahora empieza el movimiento.

Uno de los siete principios universales de la metafísica es la vibración, bajo el lema “Todo está en movimiento, todo vibra”. La naturaleza tiene vibraciones altísimas, muchas de ellas ni siquiera las podemos percibir, en cambio en esta fase de movimiento podemos ver crédulos cómo vibra el color en su más saturada y cálida presencia.

©Andrea Riquelme
©Andrea Riquelme

Nada iguala a este capítulo del año, que precede al invierno, cuando aún el aire es tibio, los picaflores recolectan eufóricos el néctar de los chilcos, la luz que se está yendo lo hace con elegancia, despertando a su paso a los brotes y flores más tardíos, las manzanas se caen de las ramas, todo se mueve. El viento, como buen novato, juega dejando a los viejos árboles desprenderse de lo suyo, de todo su pasado, inclusive sus pulmones y vestimenta, entonces se presenta tal y como es, sin expectativas, solo su existencia. Un árbol no piensa si es o no el minuto de soltar sus hojas, algo más fuerte lo conduce a hacerlo. Las plantas en general son muchísimo más evolucionadas que nosotros mismos, hacen caso a su esencia como ciego a su lazarillo, se desapegan y brotan con una facilidad extraordinaria, entonces es difícil que pertenezcan a otra cosa, pues esa es la gracia: pertenecen a ellas mismas.

©Andrea Riquelme
©Andrea Riquelme

Es un tiempo de cambio, nosotros somos naturaleza es lógico sentirlo, y qué mejor que sentirlo abrigados junto al otoño, a la naturaleza que siempre todo lo sabe. En mi humilde experiencia, hay que aprovechar este tiempo de cambio no solo para ”cambiar” en el sentido literal de la palabra, se cambia de muchas formas, aceptando, parando, viendo qué dejar atrás y qué siempre llevar con uno, y dejándonos asombrar por cosas más simples. Ya es suficiente desdicha estar parados en este mundo en el que todo es masivo, y lleno de estímulos en todos los más inimaginables aspectos. Cuando hago jardines siempre pongo muchos caducos ya sean árboles o arbustos. Acá en el sur todo es muy verde, es urgente cortar y marcar estaciones con colores, es urgente que sintamos este llamado a contemplar una estación tan linda como es el otoño; dejar que se instaure, dejar que entre esa luz decadente pero necesaria, dejar que se apague de a poco la velita, sin follaje, con colores, cosechando lo que dejó el verano, guardando, botando, apegando, sintiendo.

Este árbol es todo eso mismo, todo este movimiento, todo ese aprendizaje resuelto en una verdadera escultura desnuda que una vez al año, y de pasadita, nos deslumbra de esta manera.

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