Dicen que hay personas que, más que caminar por la tierra, la habitan con asombro. Así era Andrés “Andy” Charrier: herpetólogo, divulgador y un enamorado eterno de las ranitas. A dos semanas de su partida, sus amigos, colegas y quienes compartieron senderos y sueños con él, recuerdan a un hombre que inspiró a generaciones, y que encontró en los anfibios una pasión tan profunda como contagiosa.

Andrés y Daniel posando junto a la guía de campo sobre anfibios de Chile. Créditos: ©Librería Libro Verde
Andrés y Daniel posando junto a la guía de campo sobre anfibios de Chile. Créditos: ©Librería Libro Verde

Andy fue un estudioso incansable y un defensor comprometido de los anfibios, especialmente de aquellas especies endémicas y amenazadas. Su curiosidad lo llevó a las montañas, ríos y quebradas recónditas del país. Pero también a los patios de colegios, libros ilustrados y charlas abiertas: Andy creía que la conservación partía en la infancia y que proteger a las ranitas era también una forma de cuidar la memoria viva de los ecosistemas.

“Para mí fue un honor en realidad poder trabajar con el Andy porque era una persona de la cual uno podía aprender mucho. Una persona con muchos conocimientos, con mucha humildad, muy profundo también, muy empático. Le gustaba que sus amigos brillaran”, recuerda Bernardo Segura, naturalista, magíster en Áreas Silvestres y Conservación de la Naturaleza, y uno de sus grandes amigos y compañeros de trabajo.

Andy Charrier en terreno.
Andy Charrier en terreno.

Para muchos, Andy era más que un investigador: era un puente entre la ciencia y la comunidad, capaz de convocar y emocionar a quien lo escuchara. “Yo no lo veo tanto como un científico, para mí era más un filósofo, un poeta que se interesaba muchísimo por la naturaleza. Él era muy bueno para convocar a gente. Yo creo que por eso también mucha gente sufrió tanto su partida”, agrega Bernardo.

Marta Mora, especialista en fauna silvestre y en investigación de anfibios y reptiles en la Cordillera y zonas urbanas, directora de la ONG Vida Nativa y su amiga cercana, con quien trabajó por más de 10 años, por su parte, destaca: “Yo creo que la pasión con la que trabajaba Andrés era increíble porque de verdad le ponía mucha energía a todo, mucha pasión. Todo le gustaba, todo le interesaba y estudiaba mucho también. Él vivía el día a día siempre y cosas pequeñas a él le generaban mucha alegría, para él todo era una felicidad muy grande y compartía esa felicidad a otras personas también. Siempre eso le motivaba”.

Andrés Charrier junto a Gabriel Lobos. Créditos: ©Ministerio de Vivienda y Urbanismo
Andrés Charrier junto a Gabriel Lobos. Créditos: ©Ministerio de Vivienda y Urbanismo

Lo cierto es que una energía envidiable y un desarrollado sentido de la curiosidad y asombro por lo que lo rodea, llevaron a Andrés Charrier a convertirse en uno de los herpetólogos más destacados del país, dedicando gran parte de su vida al estudio de los anfibios. Y todo comenzó casi por azar.

Disfruta de la charla «Un anfibio en medio de nuestra tormenta de carbón global» de Andrés Charrier en el Festival Ladera Sur 2023

El inicio: la ranita de Darwin

Andy empezó su camino en la herpetología por una mera casualidad. Mientras estudiaba antropología, trabajó en el Centro de Rehabilitación de Aves Rapaces (CRAR), donde empezó a involucrarse en monitoreos de roedores. Pero sería en 2006, durante un viaje en kayak en el fiordo de Cahuelmó, cerca de Chaitén, cuando la ranita de Darwin (Rhinoderma darwinii) marcaría un antes y un después en su vida.

Ranita de Darwin (Rhinoderma darwinii). Créditos: ©Andy Charrier
Ranita de Darwin (Rhinoderma darwinii). Créditos: ©Andy Charrier

En esa expedición, Andy decidió desembarcar en una orilla para explorar. Fue ahí donde se topó con un momento único: un macho de ranita de Darwin (Rhinoderma darwinii) cuidando sus larvas en el saco vocal. Esta estrategia reproductiva, única en el mundo, le pareció tan fascinante que marcó un hito en su vida. Vale decir que en ese entonces, la información sobre esta especie era muy escasa: los últimos trabajos publicados databan de 1985.

“Yo siempre digo que la rana de Darwin me encontró a mí, y a mí se me produjo un cambio yo diría que casi epistemológico”, declaró Andy en una entrevista publicada por Ladera Sur en 2019. A partir de esa experiencia, comenzó a investigar en profundidad a la especie y sus principales amenazas: la pérdida de bosque nativo, enfermedades emergentes como la quitridiomicosis, y el cambio climático.

Con el tiempo, impulsó el primer simposio internacional sobre la disminución global del género Rhinoderma, realizado en 2008. Además, lideró junto al Zoológico Nacional de Chile y el Jardín Botánico de Atlanta los primeros esfuerzos de cría ex situ (fuera del hábitat natural), un paso crucial para asegurar la supervivencia de esta especie emblemática.

Para Andy, la ranita de Darwin era mucho más que un objeto de estudio: representaba la fragilidad y el valor de los ecosistemas australes, y encarnaba la urgencia de conservar la biodiversidad chilena.

Los Alsodes: guardianes de altura

Pero su afán por estudiar anfibios no terminó allí. Tras su trabajo con la ranita de Darwin, Andy dirigió su atención a un grupo de sapos poco conocidos y únicos: los Alsodes de la zona central de Chile, en particular dos especies endémicas que habitan el sector altoandino de la Región Metropolitana, en el área de Farellones–La Parva. Se trata del sapo de pecho espinoso de La Parva (Alsodes tumultuosus), clasificado como vulnerable, y el sapo de monte (Alsodes montanus), en peligro de extinción.

Estos sapos presentan adaptaciones sorprendentes para sobrevivir en ambientes extremos: resisten bajas temperaturas, grandes variaciones térmicas y la baja presión de oxígeno típica de la altura. “Ambas especies tienen adaptaciones importantes a la vida en altura, en ambientes con bajas concentraciones de oxígeno y con importantes variaciones térmicas entre las diferentes épocas del año”, explicaba Andy en una entrevista con Ladera Sur en 2017.

Lo que hace a estas especies tan relevantes no es solo su endemismo y el poco conocimiento que existe sobre ellas, sino también el hecho de que son los únicos anfibios en Chile con un estudio poblacional previo. Esto las convierte en un modelo invaluable para comprender cómo las especies responden a los cambios ambientales a lo largo del tiempo.

Rana de pecho espinoso de La Parva (Alsodes tumultuosus). Créditos: ©Claudio Reyes olivares
Rana de pecho espinoso de La Parva (Alsodes tumultuosus). Créditos: ©Claudio Reyes olivares

El hallazgo del sapo de pecho espinoso de La Parva fue, en gran parte, fruto del azar: Andy lo encontró mientras buscaba otra especie para fotografiar. Al investigar más, descubrió que existía un estudio de hace 36 años sobre esta especie microendémica —es decir, exclusiva de Farellones—, que nadie había vuelto a revisar desde entonces, salvo por un análisis cromosómico. Para Andy, era una joya científica a solo 36 kilómetros de Santiago, en una zona fuertemente intervenida por el turismo invernal. Aquella coincidencia se transformó en una gran oportunidad para retomar y profundizar el conocimiento sobre un anfibio prácticamente olvidado.

Con esta base, Andy lideró un monitoreo de largo plazo en la zona, junto a un equipo de investigadores, centrado en las poblaciones de A. montanus y A. tumultuosus. Después de años de seguimiento, lograron detectar no solo cambios en la densidad poblacional, sino también en la distribución de ambos sapos, revelando los impactos locales de las transformaciones ambientales y del avance urbano.

Sapo de monte (Alsodes montanus). Créditos: ©Felipe Rabanal
Sapo de monte (Alsodes montanus). Créditos: ©Felipe Rabanal

“El sapo de pecho espinoso estaba en peligro crítico y casi nadie lo había visto. Para mí, estos sapos eran especies fantasmas, de las que todos hablan, pero pocos han visto. Encontrar datos poblacionales de hace más de 30 años, justo en una zona con tantos cambios globales —desde el cambio climático hasta la expansión urbanística y turística— era una oportunidad única para entender qué está pasando”, contó Andy en aquella entrevista. Estos estudios le permitieron profundizar en los efectos del cambio climático sobre hábitats restringidos y frágiles, donde la expansión del turismo invernal representa una amenaza directa.

Sin embargo, más allá de la ciencia, Andy encontraba en la cordillera una conexión profunda y espiritual. Le apasionaba el montañismo, y la montaña le generaba no solo desafíos científicos, sino también una admiración sincera y casi filosófica por la cordillera de los Andes. Para él, cada expedición era un viaje interior y emocional, un espacio de contemplación y reflexión donde ciencia y naturaleza se fundían.

Alsodes cantillanensis. Créditos: ©Eduardo Muñoz Orellana
Alsodes cantillanensis. Créditos: ©Eduardo Muñoz Orellana

Quizás uno de los mayores orgullos de Andy fue el descubrimiento y la descripción de Alsodes cantillanensis, conocido como el sapo de pecho espinoso de Cantillana. Esta especie, endémica de la Cordillera de la Costa en Altos de Cantillana, habita quebradas de bosque nativo entre los 600 y 800 metros de altitud, en ecosistemas dominados por robles, arrayanes y canelos.

Fue descrita oficialmente en 2015 por Charrier junto a un equipo de investigadores y rápidamente capturó su fascinación, tanto por su rareza como por el entorno singular en que vive. El herpetólogo admiraba profundamente su capacidad de sobrevivir en arroyos lentos y fríos, escondida entre rocas y hojarasca, en un hábitat seriamente amenazado por la minería, los incendios forestales y el cambio climático. Para él esta especie, además de representar un nuevo hallazgo para la ciencia, se transformó en un símbolo viviente de la urgencia por proteger los ecosistemas mediterráneos de Chile central.

Los Telmatobius: la odisea altiplánica

La relación de Andy con el género Telmatobius comenzó en 2005, cuando un ejemplar fue llevado al CRAR desde el salar de Ascotán. Fascinado por sus adaptaciones extremas, empezó a interesarse profundamente por este grupo de ranas altoandinas que viven por sobre los 4.000 metros y dependen completamente de ambientes acuáticos.

Telmatobius chusmisensis. Créditos: ©Andy Charrier
Telmatobius chusmisensis. Créditos: ©Andy Charrier

Los Telmatobius son un complejo grupo de ranas completamente acuáticas, presentes en el altiplano de Chile, Argentina, Perú, Bolivia y, posiblemente extintas, en los Andes de Ecuador. Han evolucionado para sobrevivir en condiciones extremas: aguas frías, en ocasiones semi salobres, muchas veces alimentadas por surgencias termales que mantienen temperaturas estables incluso en invierno. Habitan lagos, ríos, salares y pequeños afloramientos de agua subterránea, y soportan bajas concentraciones de oxígeno que harían imposible la vida para muchas otras especies.

Estas ranas son verdaderos bioindicadores de la salud de los humedales altoandinos. Su estado crítico refleja el impacto de la minería, la extracción intensiva de agua, la crisis climática y la quitridiomicosis. Andy dedicó varios años a estudiar su ecología, su distribución restringida y su alarmante estado de conservación.

Telmatobius halli en Calama. Créditos: ©Andy Charrier
Telmatobius halli en Calama. Créditos: ©Andy Charrier

Actualmente se conocen 63 especies de Telmatobius, la mayoría microendémicas, restringidas a hábitats muy reducidos como pequeños cursos de agua superficial y vertientes. Muchas están en peligro crítico de extinción (todas excepto T. marmoratus), debido a amenazas como la minería, la sobreexplotación de agua, el cambio climático y enfermedades emergentes. Estas ranas, además, son un verdadero desafío taxonómico y sistemático, algo que a Andy le motivaba y apasionaba profundamente.

Una de sus mayores preocupaciones era la pérdida silenciosa de estos ecosistemas y la falta de conciencia pública. “El Telmatobius es un género muy carismático, tiene caritas muy bonitas, pero al mismo tiempo está extremadamente amenazado y muchas veces es desconocido para la gente”, reflexionaba Andy en una columna de opinión que realizó para Ladera Sur.

Telmatobius philippii. Créditos: Gabriel Lobos
Telmatobius philippii. Créditos: Gabriel Lobos

En ese sentido, uno de sus grandes sueños era establecer estaciones biológicas permanentes en los Andes para monitorear estas poblaciones y formar jóvenes investigadores, creando una red colaborativa nacional que asegurara el futuro de estas especies y de los ecosistemas que las sostienen.

La ranita del Loa: el rescate de una especie que dio la vuelta al mundo

El trabajo de Andy con la ranita del Loa (Telmatobius dankoi), una especie microendémica de la cuenca del río Loa y clasificada en peligro crítico, se transformó en uno de los hitos de conservación más emblemáticos en Chile.

Ranita del Loa (Telmatobius dankoi). Créditos: ©Andy Charrier
Ranita del Loa (Telmatobius dankoi). Créditos: ©Andy Charrier

En 2019, lideró un rescate histórico cuando se descubrió que el último hábitat disponible para esta rana se estaba secando. Tras detectar que su único entorno natural había quedado prácticamente seco, Charrier y su equipo recorrieron el área y hallaron los últimos ejemplares en un pequeño pozo. Los individuos fueron relocalizados de urgencia a otra fuente de agua cercana y, posteriormente, trasladados al Zoológico Nacional para iniciar un programa de reproducción y crianza en cautiverio.

Lamentablemente, dos murieron debido al estrés del rescate y su grave estado físico (desnutrición y deshidratación). A pesar de estas bajas, el rescate fue considerado un éxito rotundo, ya que 12 ranitas prosperaron, dos parejas se reprodujeron y hoy existen aproximadamente 250 nuevas ranas del Loa en excelente estado de salud.

Gracias a estos esfuerzos, se logró su crianza exitosa en cautiverio y una reintroducción parcial a un nuevo hábitat en Calama, devolviendo la esperanza a una especie que prácticamente había desaparecido en la naturaleza.

Este caso se convirtió en un ejemplo global de conservación de anfibios, inspirando estrategias similares en otros países y demostrando el compromiso y liderazgo de Andy en la defensa de especies al borde de la extinción.

El sapo hermoso: el pendiente de Altos de Lircay

El sapo hermoso (Telmatobufo venustus) fue otra de las grandes obsesiones de Andy. Este misterioso anfibio habita exclusivamente en ríos de montaña de la Región del Maule y hasta el sur del Biobío, desarrollando adaptaciones únicas para sobrevivir en aguas frías, puras y muy oxigenadas. Sus larvas, por ejemplo, presentan ventosas en la boca que les permiten aferrarse a las rocas en medio de fuertes corrientes, un rasgo extraordinario.

Sapito hermoso (Telmatobufo venustus). Créditos: ©Andy Charrier
Sapito hermoso (Telmatobufo venustus). Créditos: ©Andy Charrier

Bernardo Segura recuerda: Otra de las ranitas que a Andy le encantaba, le apasionaba, que al final no pudo estudiar en profundidad, pero de hecho conversábamos varias veces que teníamos que hacer algo con esa ranita, es el sapo hermoso de Altos de Lircay. Es un sapo muy muy misterioso, muy hermoso también, como el nombre lo dice, y del que se sabe muy poco.

La falta de datos sobre esta especie siempre inquietó a Andy. Soñaba con explorar más sistemáticamente su biología, su comportamiento y las amenazas que enfrenta. Sin embargo, el sapo hermoso quedó como uno de sus grandes pendientes, un enigma que quizás inspire a las futuras generaciones a retomar su camino.

Esta especie fue descrita por primera vez en 1899, pero recién un siglo después, en 1982, se logró el avistamiento de un segundo ejemplar. Aunque históricamente ha sido extremadamente difícil de registrar, desde 2020 se ha vuelto un poco más común observarla. “Su nombre viene de la diosa Venus, la diosa de la belleza, porque efectivamente se trata de un sapo muy hermoso que tenemos en Chile”, señaló Andy en una entrevista para Ladera Sur.

En cuanto a su hábitat, el sapo hermoso se distribuye en zonas elevadas de los Andes, habitando cuencas y quebradas con ríos caudalosos, fríos y muy oxigenados. Sus principales refugios son la Reserva Nacional Altos de Lircay, el Parque Inglés (Siete Tazas) y el Parque Nacional Laguna del Laja, donde existen poblaciones protegidas, aunque amenazadas por la introducción de peces salmónidos, la destrucción de bosque nativo, el reemplazo por plantaciones exóticas y los incendios forestales, lo que ha llevado a la UICN a clasificarlo como En Peligro.

Sapito hermoso (Telmatobufo venustus). Créditos: ©Andy Charrier
Sapito hermoso (Telmatobufo venustus). Créditos: ©Andy Charrier

Físicamente, alcanza entre 65 y 70 mm de largo, tiene un cuerpo robusto y piel granulosa, con una coloración única: negruzco violáceo salpicado de manchas amarillas, naranjas y rojizas. Presenta ojos grandes, glándulas parotoides y membranas interdigitales bien desarrolladas. De hábitos nocturnos y movimientos lentos, sus larvas están adaptadas a corrientes rápidas gracias a ventosas bucales, picos córneos y colas gruesas que evitan que sean arrastradas, cualidades que lo convierten en una de las joyas más desconocidas y fascinantes de la herpetofauna chilena, y en un desafío que Andy siempre soñó estudiar a fondo.

Escucha la entrevista que le realizamos a Andy Charrier en nuestro podcast Inspirados Por La Naturaleza: «Andrés Charrier, experto en ranas y otros anfibios»

Su legado: educación, libros y un sueño colectivo

Andrés Charrier no se conformó con los límites de la academia. Su mirada trascendía los papers, congresos y simposios: soñaba con que toda la sociedad sintiera una cercanía genuina con los anfibios, esos seres que tanto amaba. Por eso escribió y promovió libros como Croares: concierto a ciele abierto” o “Agua y tierra, anfibios y reptiles de América”, diseñados especialmente para niñas y niños, a quienes invitaba a descubrir y cuidar el mundo natural con alegría y curiosidad.

Andy Charrier buscando ranitas del Loa.
Andy Charrier buscando ranitas del Loa.

Como decía Marta Mora, “su cercanía con el público general es su legado máximo. Andy quería ir más allá del artículo científico, del congreso, del simposio, quería que todos conociéramos y protegiéramos a los anfibios, no solamente la ciencia y los investigadores, y creo que el legado más grande de todas maneras fue el acercamiento que tuvo con los niños sobre todo”. Esa entrega a la educación ambiental se tradujo en charlas, talleres y en la pasión con la que respondía cada pregunta, sin importar quién la hiciera. “Tenía una paciencia infinita, una alegría constante y estaba siempre dispuesto a compartir lo mucho que sabía,” recuerda Marta.

Para la ilustradora Loreto Salinas, con quien realizó el libro “Agua y tierra, anfibios y reptiles de América”, era una persona cariñosa, humilde y apasionada, que buscaba transmitir la gran diversidad y adaptación de estos animales, muchas veces poco valorados, a través de sus libros y charlas.

“Él estaba fascinado, al final el principal objetivo del libro era la poder mostrar esa variedad de seres y lo increíbles que eran, porque a veces estos seres, sobre todo los anfibios y los reptiles, no son tan favoritos de las personas. Poder mostrar la capacidad que tenían de adaptación en los ecosistemas y que han generado millones y millones de años. Que las personas pudieran conocer a estos animales que él quería tanto y poder transmitir esa gran pasión que él sentía. Tenía mucho entusiasmo de poder concretar este libro, lo imaginaba, lo soñaba y esperaba que pudiera llegar a muchos niños. Y también había una inspiración bien importante en Andy en esa época que era su sobrino. Yo creo que soñó el libro para él.”

Libro Agua y Tierra, Anfibios y Reptiles de América ©Amanuta
Libro Agua y Tierra, Anfibios y Reptiles de América ©Amanuta

Por su parte, Bernardo Segura, destaca que Andy fue mucho más que un científico: era un filósofo, un poeta enamorado de la naturaleza, cuya humildad, generosidad y capacidad de escucha dejaron una huella profunda en quienes lo rodearon.

“Él era muy bueno para convocar a gente. Yo creo que por eso también mucha gente sufrió tanto su partida. Él mismo organizó simposios y tenía una capacidad impresionante de llegar a la gente y de escucharla. En el funeral me di cuenta que Andy tocó la vida de muchas personas. Por ejemplo, hablaba con una amiga y me decía: No, el Andy estuvo conmigo en los momentos más duros de mi vida. Después hablé con otra persona y me decía: No, el Andy me apoyó desde que yo quería ser herpetólogo, estuvo conmigo y fue de los primeros que me apoyó. Él llegó de forma muy fuerte a mucha gente”, comenta el naturalista.

Angélica Ovalle, editora del proyecto Manivela, con quien Andy realizó el libro “Croares”, resalta la conexión única que él supo construir entre la ciencia y el público general: “Su aporte es justamente ese, la conexión que él logró entre su trabajo científico y la divulgación, que es algo que hoy día a veces se hace poco. Es difícil encontrar expertos cuyos trabajos no queden indexados en revistas especializadas y sean vistos solo por los mismos expertos que están al tanto. Esa divulgación es algo difícil de hacer. Entonces, él supo conectar su trabajo científico con una divulgación que llevó su trabajo científico en un lenguaje más natural a personas que no son de su rubro. Y creo que eso es demasiado valioso.”

Croares, concierto a cielo abierto
Croares, concierto a cielo abierto ©Manivela

Sobre Croares, agrega: “Cuando lanzamos el libro para Andy, este libro se convirtió en uno de sus trabajos estrella. Le gustaba mucho porque la recepción del público infantil fue notable. Muchos niños y jóvenes incluso se hicieron fanáticos de las ranitas a través de cantos y constantemente nos mandaban videos saliendo con los libros en la noche a poner un audio para que contestaran las ranitas. Tuvimos mucho pimponeo de difusión que creo que a él genuinamente le alegraba mucho. Era un hombre con una vocación educadora muy fuerte, con un entusiasmo que cruzaba todas las líneas; muy amante de la naturaleza y muy amante de su trabajo”.

Andy soñaba con algo aún más grande: estaciones biológicas abiertas a la comunidad, donde la ciencia, el arte, la educación y los saberes ancestrales pudieran dialogar. “Un centro altoandino donde la gente pudiera convivir con la naturaleza y repensar juntos los desafíos del futuro”, compartía en sus palabras. Un lugar que no solo estudiara los ecosistemas, sino que también acogiera sueños y esperanzas.

Andy Charrier en Parque Nacional Pumailín Douglas Tompkins. Créditos: ©Fundación Rewilding Chile
Andy Charrier en Parque Nacional Pumailín Douglas Tompkins. Créditos: ©Fundación Rewilding Chile

Su sobrino Felipe fue, sin duda, una gran inspiración para este legado. Como recuerda Bernardo: “Lo más importante quizás con respecto a su labor en la visibilización son los libros que dejó. Él hizo varios libros hermosos, con ilustradoras muy buenas. Ese es un legado muy grande y especialmente para los niños, porque el Andy, a pesar de que no era papá, tenía un sobrino chiquitito, Felipito, que lo amaba. Yo creo que ese amor por su sobrino lo motivaba a que muchas de sus labores de difusión fueran dirigidas a los niños”.

Marta también lo confirma: “Él mismo quería entregarle a su sobrino todo lo que él sabía. Así que desde ahí comenzó todo, desde que supo que su hermana estaba embarazada. Él quería dejarle ese legado a su sobrino, que fue muy importante para él. Tenía una gran paciencia para enseñarle a cada niño que iba y le preguntaba las mismas cosas y él todo el rato con la misma paciencia, la misma alegría y estaba siempre dispuesto a responder todo”.

Hoy, su voz resuena en cada croar, en cada pequeña ranita asomada en un arroyo y en cada persona que decide mirar la naturaleza con curiosidad y ternura. Su legado es un canto vivo que sigue saltando entre generaciones, un llamado a amar y proteger la biodiversidad desde el corazón. Porque Andy no solo estudió ranas: enseñó a ver el mundo con ojos de asombro y respeto, y a entender que, en la naturaleza, somos parte de un sueño colectivo que vale la pena cuidar.

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