Desde sus inicios, la Tierra ha experimentado una serie de cambios climáticos que provocaron la transformación, migración o desaparición de numerosas especies de flora y fauna. Hace más de 10 mil años se produjo un calentamiento, asociado al fin del último periodo glacial, cuya magnitud sería similar al cambio climático proyectado para los próximos 100 a 150 años, con la gran diferencia que este último se desarrolla en una escala temporal ínfima, producto del impacto sin precedentes que ha ocasionado el ser humano.

Frente a este escenario, la prestigiosa revista Science publicó un estudio global que alerta sobre el riesgo que enfrentan los ecosistemas terrestres del planeta frente al alza de temperatura y otros fenómenos que perturban la biodiversidad. El mensaje es claro: si no se disminuye de forma drástica la emisión de gases de efecto invernadero, las consecuencias serían catastróficas e, incluso, inéditas. En la investigación participaron dos científicos del Instituto de Ecología y Biodiversidad (IEB), en representación de Chile y Sudamérica, junto a expertos de Estados Unidos, Reino Unido, Francia, China, Australia, Rusia, Nueva Zelanda, Japón y Alemania.

“Aún no podemos estimar ni dimensionar con los modelos actuales cómo van a cambiar los ecosistemas completos en el futuro. Lo que sí sabemos, gracias al análisis del pasado, es que cuando se altera la temperatura de forma significativa, se producen cambios gigantescos en los ecosistemas terrestres”, afirma tajante Claudio Latorre, paleoecólogo del IEB, académico de la Universidad Católica, y uno de los autores de la investigación.

©IGEO2
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Patricio Moreno, investigador del IEB, académico de la Universidad de Chile, y otro de los autores de la publicación, destaca la importancia de la colaboración internacional: “Pudimos representar sectores de todo el mundo – impactados en niveles severos, moderados o bajos  con sus respectivos cambios de temperaturas, asociados al término de la última glaciación. De esta manera, fue posible realizar un análisis global, establecer una regresión y proyectar, en base a eso, lo que podría suceder en diversos escenarios de cambio climático futuro. Si de aquí al año 2100 ocurren alteraciones de elevadas magnitudes, la flora y fauna va a tener una gran dificultad para enfrentar esta transformación extremadamente rápida”.

Los ecosistemas terrestres se rigen, principalmente, por la vegetación, ya sea por su estructura –por ejemplo, la distribución como bosque, estepa o desierto– y su composición, correspondiente a la riqueza de especies que la conforman. Los efectos del cambio climático sobre ella perturbarían su funcionamiento y desencadenarían la pérdida de la biodiversidad y de los servicios ecosistémicos, es decir, la multitud de beneficios que la naturaleza aporta a las personas.

En el estudio se utilizaron los registros paleoecológicos –de polen y macrofósiles– de 596 sitios de todo el mundo, para evaluar el impacto de los cambios climáticos pasados en la vegetación, y para hallar un pronóstico más certero sobre lo que podría ocurrir en el futuro. En el caso de Chile, se recopilaron elementos datados entre los 15 mil y 25 mil años atrás, provenientes de la zona norte, centro y sur.

Latorre describe el contexto en ese entonces: “Los registros del desierto de Atacama, por ejemplo, corresponden a paleomadrigueras de roedores, las cuales poseen restos vegetales que permiten identificar la composición de especies y la modificación en el ecosistema. Son como la foto de un paisaje que existió hace mucho tiempo. Es así como sabemos que en el norte había un desierto absoluto, que en sus márgenes fue ocupado por vegetación a fines de la última glaciación. Por otro lado, desde Chile central hacia el sur tenemos registros de polen preservados en sedimentos lacustres (lagos). En esta zona había estepas, las cuales fueron reemplazadas por bosques. La transformación fue dramática en todas partes”.

Aunque los científicos recalcan el alto grado de incertidumbre que existe, se prevé que los impactos van a ser mucho mayores en las altas latitudes del planeta. Latorre señala que “en el caso de nuestro país, lo más probable es que los ecosistemas más afectados sean los del sur, pero eso no lo podemos contestar con certeza todavía. Hay que ser cautelosos”.

Más de un culpable

©mapache_mau
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El aumento de la emisión de gases de efecto invernadero es la principal causa del cambio climático. No obstante, este fenómeno es una de las aristas del cambio global, un conjunto de transformaciones a gran escala que afectan a la Tierra, y que han sido generadas por las actividades humanas. En ese sentido, hay otros factores que están empeorando el escenario, como las especies invasoras, el uso insostenible de los suelos, los incendios forestales, o la fragmentación de ecosistemas que ha dejado sin corredores biológicos a numerosas especies, impidiéndoles moverse con facilidad hacia otros hábitats. Esto provocaría extinciones ante la velocidad del cambio.

“Al tener un mundo más globalizado, las especies invasoras encuentran mayores oportunidades para desplazar a la biodiversidad nativa. Además, está el efecto del fuego, el cual exacerba y cataliza modificaciones en la vegetación, induciendo un recambio rápido de especies en las áreas afectadas. Si comprimimos toda esta historia en lo que resta del siglo XXI, debemos prepararnos para una transformación global sin precedentes”, indica Moreno.

El artículo publicado en la revista Science advierte que, de seguir igual, gran parte de esta modificación podría ocurrir durante este siglo. Las presiones ambientales llevarán a la reorganización o desaparición de la biodiversidad, lo que se traducirá, por ejemplo, en el reemplazo de especies claves o dominantes, la simplificación de las cadenas tróficas (las cuales perderán diversidad y complejidad), e inclusive la aparición de nuevos ecosistemas que no conocemos en la actualidad. En este último caso, podrían presentar una composición, estructura y función novedosas, o bien podrían ser efímeros si el cambio climático se despliega muy rápido.

©LBM1948
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La clave está en el compromiso de todos los actores de la sociedad para impulsar medidas de mitigación y una mirada resiliente que permita, tanto a la humanidad como al entorno, la mejor adaptación y recuperación posible. En el caso de Chile, el alto valor turístico de sus paisajes no es lo único que está en juego, sino también los servicios ecosistémicos relevantes que estos proveen, como el agua limpia, la captura de carbono, la desintoxicación, entre otros.

“Hay indicios de que, a mediados del siglo XXI, dispondremos de tecnologías más limpias o adecuadas para reducir las emisiones. Eso evitaría los escenarios más trágicos y dramáticos al que aluden en el estudio, y llegaríamos a una situación intermedia”, comenta Latorre.

En Islandia, por ejemplo, se desarrolla un revolucionario proyecto que pretende capturar el dióxido de carbono (CO2) de la atmósfera para convertirlo “en roca”. Para ello el CO2 es disuelto en agua y, al entrar en contacto con el basalto, se solidifica y almacena en los poros de dicha piedra, mineralizándose con una apariencia parecida al sarro.

En la misma línea, Moreno valora el fuerte aumento de otras tecnologías y fuentes de energía, como las renovables no convencionales (ERNC), aunque recalca que no es suficiente. “Necesitamos modificar nuestros hábitos. Hay maneras alternativas, más simples y económicas de vivir. Es necesario disminuir, por ejemplo, nuestro nivel de consumo energético, la población humana, y el traslado por medios de transportes contaminantes como los autos y aviones. Además, podemos consumir productos locales, y promover un pensamiento consciente que nos motive a generar menos impacto a nivel planetario”, sentencia.

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