En casi dos mil kilómetros cubiertos en 5 días, recorrimos zonas esencialmente rurales de la Araucanía, pasando por valles, costa y cordillera, donde no nos topamos con ningún hecho de violencia, control policial, ni restricción de movimiento de ningún tipo. Lo que sí vimos fueron brazos abiertos, emprendedores mapuche que se la juegan a pesar de la estigmatización y un turismo que nos enseñó a bajar la velocidad para palpar la Araucanía más profunda.

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Araucarias Créditos a Evelyn Pfeiffer

Nuestro viaje comienza en la comuna de Traiguén, a unos 50 minutos de Temuco, para adentrarnos en uno de los aspectos más conocidos y singulares del turismo mapuche: su gastronomía. Y es que la forma de comer, lo que se come, dónde y cómo se siente la persona que come en relación con la comida, son características relacionadas directamente con la identidad cultural, por lo tanto, la gastronomía permite conocer un pueblo de manera más profunda.

Recorremos alejados de los centros turísticos habituales y el gentío, para internarnos por solitarios caminos rurales entre plantaciones agrícolas y solo acompañados del canto de aves silvestres y de grandes hileras de árboles que serpentean a orillas del río Quino. Nos cuesta un par de intentos dar con el punto de GPS en el celular para buscar nuestro lugar de encuentro, pero el paisaje apacible nos contagia su ritmo, así que avanzamos sin prisas, hasta que logramos dar con el único cartel de la zona, anunciando la ruta turística Inarrumen que visitaremos.

Son 10 mujeres de la Comunidad Indígena Contreras, con sus 10 oficios y saberes, que se unieron para conformar la Cooperativa de trabajo agroturístico de mujeres mapuche de Nahuelbuta. Hace solo seis años la comunidad logró recuperar parte de sus tierras como parte del proceso de devolución de territorio por parte del Estado, lo cual los llena de orgullo y fue uno de los alicientes para formar este emprendimiento. ¿Su foco? A través del turismo compartir y dar a conocer diferentes elementos de su cultura, como su trabajo en telar o greda, los secretos de su huerto orgánico y, por supuesto, su producto estrella, la gastronomía intercultural. Por ello la ruta se llama Inarrumen, que significa aprender en base a la observación y a la escucha.

“Mari mari lamngen”, nos recibe Filomena Contreras con su sonrisa y su delantal, para darnos la bienvenida al corazón de este proyecto turístico, un centro de eventos que rescata la arquitectura de la ruka ancestral, cuidadosamente decorado con productos hechos por ellas mismas y otros emprendedores mapuche de la zona.

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Inarrumen Filomena Contreras Créditos a Evelyn Pfeiffer

Mientras almorzamos delicias como un ceviche de cochayuyo, cerdo ahumado, risotto de mote, bebidas hechas con mix de hierbas, y un postre (inolvidable) de quinoa con berries, Filomena Contreras nos cuenta un poco más del sentido de esta ruta. “La historia de nuestro pueblo siempre ha sido contada por personas que vienen de afuera. Nosotros queremos que las personas vengan y conozcan al che, a las personas, que se adentren en la historia que tiene cada comunidad. Una forma de hacerlo es a través de la comida, donde nosotras le pusimos un toque gourmet a lo que comíamos desde chicos, con productos naturales recolectados aquí mismo. Para el mapuche la alimentación es muy importante, porque no comemos para ‘llenar la guata’, sino que para recuperar la energía y, además, si tienes una alimentación sana y equilibrada, vas a tener un mejor pensamiento”, nos explica.

Unos días más tarde, la encantadora María Colihuil de Ruka Liwen, en la comuna de Freire, nos refuerza esta idea: “Un plato de comida mapuche es salud y vida, porque la alimentación mapuche es a base del entorno, de vivir en armonía, de respetar la naturaleza, de dar gracias. Es medicina”.

Heredó de su madre el amor por la cocina y hoy es su herramienta para dar a conocer la cultura de su pueblo y rescatar los principios de su gastronomía. El huerto es el protagonista del lugar, de aquí sale la mayoría de los ingredientes de sus platos y, además, es el primer lugar que visitan los turistas, quienes tienen la posibilidad de buscar los productos directamente del huerto para incorporarlos a su plato.

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Maria Colihuil Ruka Liwen Créditos a Evelyn Pfeiffer

En este lugar María Colihuil nos enseña que mantener el equilibrio natural de la biodiversidad les permite cultivar de manera limpia, sin fertilizantes ni pesticidas. Por eso en su huerta se mantiene un suelo vivo, con malezas y flores, donde las aves silvestres se pasean libremente entre diferentes tipos de lechuga, papas, tomates, hierbas medicinales, frambuesas, grosellas, zarzaparrilla y un sinfín de delicias.

Hacia la cordillera, casi al llegar al poblado de Curarrehue, Anita Epulef también nos deleita con la gastronomía de su pueblo y la cosmovisión asociada a ella. “La cocina mapuche tiene su base en el medio ambiente y las estaciones del año. Así, en nuestro restaurante vas a comer platos basados en hongos en temporada de primavera y otoño; frutos silvestres como la murta o el maqui, en el verano; platos con piñones en el otoño, los cuales guardamos para el invierno”, nos cuenta esta cocinera que se ha convertido en un referente de la gastronomía mapuche realizando capacitaciones, clases en Universidades y charlas a nivel nacional e internacional.

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Anita Epulef Créditos a Evelyn Pfeiffer

Cometemos la imprudencia de decirle que andamos apurados, porque tenemos que estar en otro lugar pronto, a lo que nos responde categórica: “Ustedes están apurados, pero yo no. Nuestra cocina es lenta, es para disfrutarla y conversar”. No nos queda más que agachar la cabeza y recoger la lección. Visitar estas tierras e internarnos en su cultura, requiere abrir los sentidos y, por sobre todo, bajar el ritmo.    

Naturaleza para llenar el alma

Todos hemos escuchado del newen mapuche. Se suele traducir como fuerza o energía y se usa cotidianamente como una frase de aliento, pero lo cierto es que es un concepto que va mucho más allá en su cosmovisión, ya que esa energía está presente en todo lo que nos rodea: el agua, la tierra, el viento, las montañas, la lluvia, los árboles, las aves, los hongos, o los pequeños insectos. En la medida que nos conectamos de manera profunda con la naturaleza, en equilibrio con esas fuerzas y los seres que la habitan, para los mapuche surge el Kume Mongen o el “buen vivir”.

Para la cultura mapuche el hombre no está por sobre la naturaleza, sino que es parte de ella, en una relación que trasciende lo meramente físico e incluye también lo espiritual. Para adentrarnos en este mundo, nos encontramos con Luis Araneda, un joven lonco y guía de turismo de la comuna de Curacautín, quien armó junto a su comunidad un sendero de 3 km junto al río Cautín para poner en valor la naturaleza.

“El sendero se llama Wunen Trekan, que significa primer paso. Esa es justamente nuestra invitación: el primer paso a la reconexión con la ñuke mapu. A través de una actividad tan básica como caminar, escuchar el silencio, contemplar el bosque nativo, el río y toda la biodiversidad que existe en este lugar, poder preservar la naturaleza y nuestro patrimonio natural y cultural”, explica Luis.

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Luis-Araneda-Wunen-Trekan Créditos a Evelyn Pfeiffer

Al igual que Inarrumen, este emprendimiento también se encuentra en tierras recuperadas de las forestales, donde la comunidad ha hecho un importante trabajo de restauración ecológica del bosque nativo. El sendero se encuentra a 9 kilómetros del poblado de Curacautín, por el camino que va hacia el Parque Nacional Conguillío, y es apto para todas las edades.   

La diferencia de interpretar la naturaleza con un guía mapuche es evidente. En palabras de Luis: “Mientras nos adentramos en el bosque, vamos compartiendo los relatos de nuestros antepasados y lo que ellos nos enseñaron para sentir en profundidad la naturaleza que nos rodea. Nosotros somos parte de la tierra y podemos relatar de primera fuente a nuestros visitantes el cómo nos relacionamos nosotros con ella y cómo la valoramos y resguardamos para las futuras generaciones”.

La conexión con la ñuke mapu también se puede hacer a través de la observación de las aves. Para ello, en nuestros dos últimos días de viaje, nos vamos a conocer a las comunidades Lafkenche (gente del mar) ubicadas en la costa de la región, quienes han liderado el desarrollo del turismo indígena a nivel nacional, con programas e infraestructura de primer nivel.

El enorme terremoto de 1960 y su posterior tsunami cambiaron para siempre la fisonomía de estas tierras. La comunidad Mateo Nahuelpán, por ejemplo, ubicada en la desembocadura del río Imperial, contaba con 197 hectáreas para las 20 familias que la componían, pero tras el evento solo 10 hectáreas no quedaron sumergidas.  Si bien se perdieron tierras, ganaron la formación del increíble humedal costero de Monkul. Y fue esta misma comunidad una de las protagonistas en postularlo como sitio Ramsar, título que le fue otorgado el año 2020 por ser un valioso ecosistema de estuario formado por lagunas, marismas de pastos altos y pajonales ribereños, que alberga a más de 170 especies de flora y 114 de avifauna.

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Humedal de Monkul Créditos a Evelyn Pfeiffer
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Humedal de Monkul Créditos a Evelyn Pfeiffer

Además, la comunidad es la anfitriona que recibe a los visitantes en Ekos del Monkul, un aula al aire libre para aprender de aves, navegar en kayak, cabalgar por una playa de 15 km, degustar gastronomía lafkenche o, simplemente, acomodarse en la terraza de sus cabañas a observar los espectaculares amaneceres y atardeceres que regala el humedal, mientras se pasean garzas, pilpilenes, zarapitos, entre muchas otras aves.  “Quienes nos visitan se van a encontrar con un lugar maravilloso que nos invita a comprender toda esta biodiversidad, pero también un fuerte enfoque de cómo los mapuche concebimos la vida. Para nosotros hay vida en todo elemento y a la vez todos somos parte de engranaje que se mueve en armonía. Eso nos invita a conocer y a aprender desde una visión distinta, generando una relación distinta con la naturaleza. El turismo es un medio para conservar este lugar y para que las generaciones actuales y futuras puedan seguir disfrutándolo”, asegura la multifacética Estela Nahuelpán, pues además de ser la presidenta de la comunidad, es la cabeza de este emprendimiento, y profesora y máster en Comunicación e Interculturalidad.

Su hija Aylén ha seguido sus pasos y es una de las principales guías del emprendimiento. “Los turistas quedan muy contentos cuando vienen acá a Monkul, porque no solo les hablamos de las aves desde su función ecosistémica, sino que también desde su importancia para la cosmovisión mapuche, ya que las aves representan que hay mucho newen en esta tierra”, explica.

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Humedal de Monkul Créditos a Evelyn Pfeiffer
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humedal de Monkul Créditos a Evelyn Pfeiffer

Un poco más al sur, el lago Budi, también es conocido por la observación de aves. Su nombre viene de fudi, que en mapudungún significa “agua salada”, ya que este lago recibe agua salina por debajo de la tierra y a través del río Budi. Se formó gracias a las fuerzas de la naturaleza, primero por los constantes aumentos de mar y de las mareas, pero su forma definitiva también se produjo con el mega terremoto de 1960.

Tiene una superficie total de 65 km2 y sus riberas están habitadas en su totalidad por comunidades lafkenche. Se calcula que alberga más del 30% de las especies de aves registradas a nivel nacional, destacando una importante población de garza cuca, la que anida en la copa de los árboles de las pequeñas islas presentes en el lago. “Una de las características de este lago es que aquí la naturaleza está vida. No hay grandes contaminaciones, es un lago limpio, sin grandes embarcaciones, ya que solo usamos para trasladarnos”, cuenta Héctor Vallejos, quien junto a su esposa Yésica Huentén, lideran su emprendimiento familiar Budi lafken Mapu. Una de sus rutas clásicas es navegar por el lago Budi para el avistamiento de aves, para luego visitar Isla Llepo y degustar gastronomía local. En esta pequeña isla también se puede conocer un surtido museo de herramientas mapuche, un vivero comunitario para la reproducción de plantas nativas y optar por dormir en una auténtica ruka.

Mucho más que oficios

Carlos Díaz hace sonar la pifilca (instrumento de viento) que lleva al cuello antes de ingresar al lago Budi en su wampo, para pedir permiso a los espíritus. Tradicionalmente se habla de la fuerte relación del pueblo mapuche con la tierra, nos olvidamos de que también tienen una estrecha relación con el agua y que sus antepasados fueron hábiles navegantes. Los wampos eran canoas construidas de un solo tronco, usualmente de olivillo, coigüe o laurel, manejado por dos navegantes en cada extremo, los cuales iban de pie impulsando la canoa con una gran vara de madera tocando el fondo. Así recorrían ríos, lagos y la franja costera, intercambiando productos entre las comunidades.

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Carlos Diaz Wampo- Créditos a Evelyn Pfeiffer

Con la introducción a principios del siglo XX de los barcos a vapor en ríos y lagos para la explotación maderera, el uso de los wampos casi desapareció por completo. Sin embargo, se mantuvo de manera incipiente en el lago Budi y hoy ha vuelto a tomar fuerza de la mano Carlos, quien ha sido el principal gestor de este renacimiento con su emprendimiento Wampo Chile y una competencia anual que busca la preservación y difusión de esta navegación ancestral. Su motivación es clara: “Comencé a estudiar y a esculpir wampos para el turismo, porque para mí es una forma de mantener viva esta cultura que es milenaria. Yo invito a los visitantes a navegar conmigo en el tiempo”, asegura. La invitación es en el sector de Collileufu Grande, junto al lago Budi, que no solo comprende una entretenida navegación ancestral, sino que un rico desayuno y relatos en su ruka, desde su revelación que tuvo en sueños para llevar adelante su iniciativa, hasta el significado que tiene esta canoa como puente de unión entre las fuerzas de la tierra y del agua.

También junto al Budi, pero en la comunidad de Llaguepulli, se encuentra el emprendimiento Lof Pulli que significa “espíritu comunitario”, que es precisamente lo que buscan entregar a través de sus programas y actividades centradas en conocer la cultura mapuche y las comunidades del Budi. Uno de sus programas se centra en la medicina mapuche.

“Esta es una medicina completa, que sana tu cuerpo, pero también tu dolor emocional. Son saberes ancestrales que aún están vivos y por ello, cada vez más personas mapuche o no mapuche, llegan en busca de la sanación”, cuenta Elizabeth Curiqueo, relatora de medicina tradicional mapuche.  

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Elizabeth Curiqueo relatora de medicina mapuche Créditos a Evelyn Pfeiffer

Aquí los visitantes no solo pueden comprar diferentes hierbas, sino que recorrer el lugar junto a Elizabeth para reconocer algunas plantas medicinales y aprender sus distintos usos, como el maqui, que es una planta que tiene diferentes propiedades medicinales en las hojas, en los frutos y en los tallos, pero que además tiene una connotación muy importante para los lafkenche, estando presente en todas sus ceremonias espirituales.

Aproximadamente a una hora y media de distancia del Budi y a unos 40 minutos de Temuco, se encuentra la ciudad de Nueva Imperial. Ahí vive Elizabeth Painemal, presidenta de la Sociedad de Turismo Mapuche de la región. Ella decidió convertirse en rütrafe (orfebre) como una manera de reivindicar su cultura. “Es un arte que está directamente ligado con nuestra cosmovisión, porque comunica relatos e historias en cada una de sus piezas. A través de estas piezas podemos transmitir el kimün mapuche y poner en valor nuestra cultura”, cuenta.

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Elizabeth Painemal Créditos a Evelyn Pfeiffer

Elabora collares, anillos y joyas de la vestimenta típica de la mujer mapuche, rescatando diseños de la platería ancestral, así como también elementos más modernos como la araucaria o la flor del canelo. Si bien es posible encontrar su trabajo en ferias especializadas o contactarla por sus redes sociales, nuestra recomendación es coordinar y visitarla en su casa, donde tiene su taller, para escuchar sus relatos y entender más de su cultura.

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Joyas Elizabeth Painemal Créditos a Evelyn Pfeiffer

Y es que conocer a cada uno de estos emprendedores, más allá de sus oficios o atractivos turísticos, ya es en sí una experiencia inolvidable de este recorrido. La sencillez de Filomena Contreras, la amabilidad de María Colihuil, la tranquilidad de Anita Epulef, la fuerza de Luis Araneda, el trabajo incesante de Estela Nahuelpán, el espíritu acogedor de Héctor y Yésica, el optimismo contagioso de Carlos Díaz, la paz que transmite Elizabeth Curiqueo, o la sabiduría y simpatía que ofrece Elizabeth Painemal, son la mejor excusa para ir a la Araucanía, despojarse de los prejuicios y aprender de una cultura que tiene tanto que ofrecer desde el corazón.

Recuadro: Otros imperdibles

También recomendamos visitar Lemun Antu de Ana María Quiñenao, emprendimiento ubicado en Pucón. Ana María aprendió el arte del telar y el palillo de su madre y su abuela, pero se ha especializado en fieltro, creando hermosas muñecas de la mujer mapuche. “Comencé haciendo estas muñecas, porque no quería que mi hija jugara con barbies”, asegura. Hoy su trabajo es reconocido internacionalmente.

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Ana Quinenao Lemun Antu Créditos a Evelyn Pfeiffer

Ruka Boutique de Silvia Painequeo se ubica en la comuna de Vilcún. Silvia tiene más de 20 años de experiencia trabajando en arte textil con diseños basados en la iconografía tradicional mapuche. El año pasado participó en la creación del telar más grande del mundo (Record Guinness), con más de 900 metros tejidos por mujeres mapuche de la región.

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Silvia Painequeo Ruka Boutique Créditos a Evelyn Pfeiffer
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