A más de mil kilómetros de Santiago, en la vertiente norponiente de la Cordillera del Piuchén, en la costa abierta de la Isla de Chiloé, se encuentra el Parque Ahuenco, una de las áreas mejor conservadas de la Cordillera de la Costa en Chile.

Esta iniciativa de conservación privada fue concebida en la década de los noventa, transformándose en una de las primeras propuestas de este tipo, gracias exclusivamente a un grupo de personas naturales interesadas en el cuidado de aquella porción de tierra y mar.

Desde entonces el objetivo principal del parque ha estado centrado en la protección de estos ecosistemas, los que tienen un gran valor ambiental. Esto se debe a que únicamente pueden desarrollarse en condiciones climáticas y geográficas muy particulares: temperaturas suaves, con cercanía al mar y elevada pluviosidad. En este sentido, los protagonistas del parque son las grandes extensiones de bosques siempreverdes y chilotes.

Por otro lado, la conservación del parque también ha estado ligada desde siempre con la creación de espacios de aprendizaje, dedicados a la investigación, desarrollo científico, ecoturismo y educación ambiental.

Parque Ahuenco. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.
Parque Ahuenco. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.

Por toda esta riqueza y biodiversidad es que los creadores de este proyecto decidieron en 2012 dar un paso más en materias de conservación. Fue entonces cuando la comunidad de Ahuenco logró constituirse como una fundación, organización que se encarga hasta el día de hoy de gestionar el modelo colaborativo que los caracteriza. Se trata de la Fundación Parque Ahuenco, conformada por otras dos entidades de este tipo y 45 socios y socias.

Los integrantes de este grupo, más dos guardaparques calificados, son quienes cuidan y mantienen el parque, a través de la estructura que les proporciona el Plan de Conservación Ambiental elaborado hace un par de años.

Además, la Fundación ha establecido alianzas que contribuyen diariamente a la conservación del sector. Aliados como los vecinos y vecinas de Chepu, el Sindicato de Pescadores “Mar Adentro”, la Escuela “Alla Mapu”, la Asociación de Operadores Turísticos, la Mesa Territorial y la Agrupación de la Muestra Costumbrista de Chepu. Todos ellos han colaborado en la mantención y subsistencia del Parque Ahuenco, el cual cumplió 30 años de funcionamiento este 2024.

Vista a la playa de Ahuenco. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.
Vista a la playa de Ahuenco. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.

El nacimiento de un ideal

Esta aventura tiene sus inicios en el año 1993 y se sitúa en medio de una expedición científica y técnica liderada por la antropóloga Magdalena del Valle, el biólogo Alberto Carvacho y el fotógrafo Nicolás Piwonka. El objetivo en un principio era estudiar la posibilidad de convertir aquella zona en el primer Parque Marino de Chile y proponerla como una extensión de la fracción norte del Parque Nacional Chiloé proyectada hacia su maritorio.

Es así como estos investigadores, acompañados por vecinos del sector, se adentraron en el borde costero al sur del río Chepu, donde, luego de recorrer los primeros 8,5 kilómetros, en la mitad del sendero que une la ribera sur del río Chepu con el río Lar, divisaron desde lo alto Punta Ahuenco. En ese momento quedaron encantados por lo que estaban viendo: un paisaje de una belleza prístina incalculable.

«Si tú vas a Ahuenco lo que te va a maravillar es el paisaje, que fue lo que le pasó a Alberto. Él miró este lugar, y dijo que quería que lo enterraran allí, que quería que sus cenizas se quedaran», comenta Francisco Urrutia, gerente de la Fundación Parque Ahuenco.

Pingüinera. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.
Pingüinera. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.
Magdalena del Valle, el biólogo Alberto Carvacho y el fotógrafo Nicolás Piwonka. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.
Magdalena del Valle, Alberto Carvacho y Nicolás Piwonka. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.

Unas semanas después de este acontecimiento, una de las personas que había acompañado a estos investigadores detuvo a Alberto Carvacho en una calle de Puerto Montt, donde le comentó que la Parcela 19 de Ahuenco, de 291 hectáreas, estaba a la venta y su precio era $33 millones de pesos.

En ese entonces la cifra era astronómica, casi imposible de pagar por un solo individuo. Sin embargo, eso no los detuvo por mucho tiempo. La Doctora en Ecología, Cecilia Smith, quien en ese tiempo era alumna de biología, le propuso a Alberto un esquema que les permitiría comprar la parcela. Posteriormente, ellos dos y Magdalena, buscaron entre sus amigos, amigas y colegas, personas interesadas en invertir en su proyecto.

«Este proyecto empezó con la voluntad de tres personas que, buscando otra cosa, se encontraron con este lugar que les pareció que era valioso, y efectivamente es muy valioso desde el punto de vista ambiental, porque está no solamente en condiciones muy remotas, sino que además es un ecotono ambiental. Se encuentra parte de la selva valdiviana con el bosque de Chiloé», cuenta Paula Troncoso, presidenta de la Fundación Parque Ahuenco.

Colas de Zorro en las Dunas de Toigoy. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.
Colas de Zorro en las Dunas de Toigoy. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.

«El inicio del proyecto Parque Ahuenco coincide con el desarrollo de los primeros proyectos de conservación privada en Chile. El más conocido de ellos en esos años, Pumalín, liderado por Douglas y Kris Tompkins, el que tenía a su haber un patrimonio importante para invertir en conservación. El imaginario en Chile era que para poder conservar tierras era condición contar con un presupuesto importante. El diseño del esquema del Parque Ahuenco permitió ampliar la base de personas que invirtieran en conservación. Estableció una forma asociativa de juntar y gestionar recursos», agrega.

Con el tiempo lograron reunir a los primeros 13 socios y socias: Nicolás Piwonka, el obispo de Ancud Juan Luis Ysern, Cecilia Smith, Gonzalo Pineda, Elisa Corcuera y su hermano Julián, Consuelo Gazmuri, Francisco Urrutia y Gustavo Rayo, Stefano Rossi, Ximena Aranda, José María Orenanz y Claudio Di Girólamo.

Gracias al apoyo de todos ellos finalmente fueron capaces de comprar la parcela, lo cual hicieron a nombre del Obispado de Ancud, pagando una parte al contado, mientras que el resto lo irían haciendo en cuotas.

«No teníamos el tiempo y la premura para ver qué figura jurídica íbamos a hacer para constituirnos. Entonces, decidimos confiar en la iglesia y depositar la plata en la cuenta del obispado, para que este comprara y transfiriera las tierras a la sociedad», señala Urrutia.

Recuperación de Dunas de Toigoy. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.
Recuperación de Dunas de Toigoy. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.

Sin embargo, producto del ordenamiento jurídico vigente de aquellos años, les resultó imposible poder transformarse en una fundación, por lo que redactaron los Estatutos de la Comunidad de Ahuenco, conformando así una organización funcional el 14 de mayo de 1994. Esto les permitió ser reconocidos por el Municipio y contar con un RUT. Aunque, para lograr esto, debieron solicitar la ayuda de un grupo de religiosas, ya que sin ellas no alcanzaban el número de socios necesarios para ser acreditados como comunidad. 

Posteriormente, en un afán expansionista, lograron comprar la Parcela 20 de Playa Toigoy el 17 de septiembre de 1999, obteniendo así otras 488 hectáreas con aportes de la comunidad y de nuevos socios. Las negociaciones para la compra del paño vecino se iniciaron en 1997, sin embargo, producto de una crisis económica, cheques sin fondos, promesas y muchas cosas más, este proceso se extendió por cerca de tres años.

La expansión continuó. Cuando ya eran cerca de 40 los miembros de la comunidad, decidieron adquirir la Parcela 21 Río Lar, con la donación de Phil Anderson, esposo de la madre de una conocida de Elisa Corcuera, una de las socias. Finalmente, en abril de 2012 se creó la Fundación Parque Ahuenco, la cual se encarga de gestionar las 1.120 hectáreas de bosque y mar que tiene el parque hoy en día.

Patos Liles en el Morro de Ahuenco. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.
Patos Liles en el Morro de Ahuenco. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.

La biodiversidad presente en el parque

El parque se conforma por una red de microcuencas dominadas por el río Toigoy y Lar. Por lo mismo, el objetivo principal de la fundación es la conservación de estos ecosistemas terrestres y marinos chilotes, los que albergan una gran diversidad de hábitats, especies y comunidades biológicas endémicas y únicas, cuyo valor ecológico radica en las condiciones tan particulares que necesitan para desarrollarse: temperaturas suaves, cercanía al mar y una elevada pluviosidad. Características que existen solo en muy pocas zonas de clima templado.

En este sentido, dentro de los bosques templados sudamericanos, es posible encontrar el siempreverde, el cual cubre gran parte del parque con especies como el olivillo costero, tepa, tenío, y mañío.

«El gran valor bioterritorial que hay en esta cordillera, que es la última expresión de la Cordillera de la Costa antes de hundirse en los canales del sur, tiene que ver con una historia que no es de tiempos humanos, sino que es de eras, de la última gran perturbación que vivió toda esta región, que fue la glaciación hace unos 60.000 años atrás. Esta cordillera por su altura no quedó congelada, y se transformó en una especie de arca de Noé, porque quedaron atrapadas todas las especies vegetales y de fauna de este territorio», señala Urrutia.

«Dentro de los bosques de siempreverde, tenemos lo que se llama el bosque laurifolio costero chilote, que está principalmente formado por una especie asociada a un viaje en el tiempo, que es el Aextoxicon punctatum. Se trata de un árbol que tiene una historia del Pangea, que al separarse la tierra, viajó por la Antártica y llegó hasta este otro lugar. Entonces, es un bosque muy único, antiguo, y que tiene asociaciones vegetales altísimas», agrega.

Asimismo, también se presentan grandes extensiones de «tepuales» o bosques dominados por tepú, los que constituyen uno de los bosques pantanosos más importantes del país. Esto se debe a que desarrollan estructuras y composiciones muy complejas, presentan baja resiliencia a disturbios catastróficos, son grandes sumideros de carbono, regulan las aguas y protegen las cuencas hidrográficas.

«Los bosques de tepuales son de mucho valor ambiental, principalmente por su capacidad de captura carbono. Son verdaderos manglares fríos, que son lugares muy especiales, que están altamente amenazados por la leña, digamos en Chiloé, Palena y Guaitecas», explica Urrutia.

En cada uno de estos ecosistemas, las aves, insectos y mamíferos nativos cumplen con un rol vital en la polinización y la dispersión de semillas. Entre estos pequeños habitantes, nos podemos encontrar con algunos que constan de un alto nivel de endemismo, como es el caso de la ranita de Darwin, el chucao, el colilarga, el comesebo grande, el carpintero negro, entre otras especies.

Pareja carancas (Chloephaga hybrida). Créditos: Fundación Parque Ahuenco.
Pareja carancas (Chloephaga hybrida). Créditos: Fundación Parque Ahuenco.

Del mismo modo, también se encuentran presentes especies amenazadas, como es el caso del zorrito de Darwin, la guiña y el pudú. El parque además es uno de los tres sitios donde coinciden el pingüino de Humboldt y el de Magallanes, entre los meses de septiembre y febrero.

«Tenemos una colonia de pingüino que nidifica todos los años desde septiembre hasta febrero, que está compuesta por pingüinos de Magallanes y de Humboldt. El primero no es una especie que esté en peligro, pero el de Humboldt sí», comenta Urrutia.

Colonia de pingüinos de Magallanes y Humboldt en Ahuenco. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.
Colonia de pingüinos de Magallanes y Humboldt en Ahuenco. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.

Por otro lado, la diversidad que allí habita no se limita únicamente a flora y fauna, sino que también es posible encontrar un patrimonio arqueológico importante en Ahuenco, el cual da cuenta de una ocupación temprana que debió ocurrir hace unos 6.500 años, en toda la zona costera de la desembocadura del río Chepu.

«Constamos con toda esa riqueza de flora y fauna, y, además, en la playa de Toigoy tenemos vestigios de una ocupación temprana, de unos 5.000 y 4.000 años de antigüedad, de pueblos canoeros. Es un sitio arqueológico de alto valor», afirma Urrutia.

Zorro chilote o de Darwin, especie abundante en Ahuenco. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.
Zorro chilote o de Darwin, especie abundante en Ahuenco. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.

Conservando, pero compartiendo

Tanto la comunidad como los distintos directorios del parque han procurado reducir al mínimo las intervenciones en estas tierras, esto como una forma de conservar la biodiversidad del sector. Esta concepción del territorio ha adquirido fuerza en el último tiempo, debido a la crisis medioambiental en la que nos encontramos, la que ha provocado que se deban intensificar los esfuerzos por proteger estos ecosistemas más frágiles.

Por lo mismo, los socios y socias de Ahuenco han planteado diversas iniciativas para poder enfrentar los desafíos del futuro: monitoreo de los objetos de conservación, migrar hacia la metodología de estándares de abiertos de conservación, asegurar la conservación a largo plazo con instrumentos jurídicos apropiados, entre otras más.

«El modelo de conservando juntos lo planteamos en esta comunidad democrática, para conservar en conjunto con la comunidad de Chepu, también con el administrador del Parque Nacional, que durante todos estos años ha sido la Corporación Nacional Forestal (Conaf), y el Estado», señala Urrutia.

Parque Ahuenco. Créditos: Fundación Mustakis.
Parque Ahuenco. Créditos: Fundación Mustakis.

En esta línea, tanto la misión del parque como su propósito se han mantenido intactos durante estos 30 años de funcionamiento, sin la necesidad de limitar el acceso al recinto. Por el contrario, desde la fundación siempre han buscado que las personas puedan visitar estas tierras y conocer la belleza que enamoró a los primeros comuneros de Ahuenco.

«Nosotros nos declaramos como zona de amortiguación de la entrada norte del Parque Nacional Chiloé, por un tema de recurso y por nuestra propia presencia. Las visitas y el apoyo de Conaf en esa área es transitoria, y todo el resto del año nosotros hacemos una contención de la visitación, que es poca», explica Urrutia.

«La visitación que va al Parque Nacional Chiloé se aloja en Ahuenco, en nuestro camping, y ellos hacen visitas por el día y nosotros estamos muy conscientes de quienes entran y salen de esa zona, que está muy aislada y es muy prístina. Entonces, tenemos un sistema de monitoreo de cámaras trampa en forma conjunta, hemos colaborado con una tesista para determinar un sistema de monitoreo satelital respecto a los bosques, y a eso se suman una serie de colaboraciones que hacemos en el día a día», agrega.

Colonia de pingüinos de Magallanes y Humboldt en Ahuenco. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.
Colonia de pingüinos de Magallanes y Humboldt en Ahuenco. Créditos: Fundación Parque Ahuenco.

Respecto a lo anterior, han registrado un promedio anual de 250 a 350 visitantes, con una gran concentración en el mes de febrero. Por lo mismo, el parque cuenta con sitios de camping para recibir a todos aquellos que deseen aventurarse y conocer estas tierras, así como con un centro de interpretación ambiental, que también funciona como refugio, y dos cabañas. Todo esto con el objetivo de compartir este espacio natural y prístino con el resto de la población, a través de esta iniciativa de turismo ecológico que incluye a las comunidades de la zona en el territorio y en los planes de conservación.

Un ejemplo de esto último es el Sindicato de Pescadores «Mar Adentro», una de las organizaciones más importantes de la zona, ya que tiene desde 2001 la administración de varias Áreas de Manejo y Explotación de Recursos Bentónicos, con una superficie total de 500 hectáreas. En este sentido, con el tiempo han conseguido establecer protocolos y Convenios de Cooperación, lográndose así la obtención de beneficios mutuos. Esto se traduce en que ellos pueden llevar a cabo sus actividades, como lo es la extracción de loco, pero con las limitaciones y medidas necesarias para asegurar los ciclos reproductivos de las especies que allí habitan.

«Nosotros pusimos siempre, desde el principio, el foco de que tenía que ser una conservación con la comunidad, no a espaldas de quienes habían estado en el territorio desde siempre. Pasó en muchos proyectos de conservación de esa época que expulsaron a las personas que habitaban en esos territorios. Nosotros más bien lo que hicimos fue tratar de transformarnos en aliados. Entendimos que ellos estaban antes que nosotros. Así fue el caso de esta comunidad de pescadores. Ellos ahora tienen una casa, energía eólica, planes de manejo, hacen monitoreo ambiental y cuidan el Parque en comunidad con nosotros. Ha sido un proceso muy gratificante», cuenta Troncoso.

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