Los ríos del norte chileno son pequeños y con caudales tan escasos, que solo dos llegan al mar. De hecho, en la hidrografía del Norte Grande priman los sistemas endorreicos, donde las precipitaciones estivales, los humedales altoandinos y las aguas subterráneas son claves para permitir la vida. En esta galería de imágenes que nos comparte Evelyn Pfeiffer, periodista de Geute Conservación Sur, junto con fotos de nuestro colaborador Mateo Barrenengoa, te invitamos a maravillarte y poner en valor estos milagros del desierto.
Parece irreal ir avanzando por una infinita extensión de lomas áridas y tonalidades café, para encontrarse de improviso con una estrecha franja verde al fondo de una quebrada. Ahí se escucha el débil sonido de un río y la aridez absoluta de estas tierras se rompe en forma dramática con un tupido manto de árboles frutales y todo tipo de sembrados. Las quebradas del Norte Grande parecen -y aparecen- como un milagro.
Las regiones de Arica Parinacota, Tarapacá y Antofagasta son un territorio dominado por el clima desértico, con una línea costera donde las lluvias son casi inexistentes (0,5 mm al año), y donde solo existen dos ríos que desembocan en el mar: el Lluta y el Loa.
No obstante, sobre los 3.000 metros de altura, ocurren las precipitaciones estivales, conocidas popularmente como “invierno boliviano”, que alimentan pequeños cursos de agua. La mayoría de ellos no logran desembocar en el mar (fuentes endorreicas), pero sí son capaces de irrigar bofedales, alimentar aguas subterráneas y, por supuesto, permitir la vida humana y una increíble biodiversidad. Así, la flora, la fauna y los habitantes de la zona han podido adaptarse a las duras condiciones de su entorno desde tiempos ancestrales.
Sin embargo, a pesar de la importancia innegable de los ríos y pequeños cursos de agua del Norte Grande, ninguno se encuentra protegido y están sujetos a la constante presión antrópica. Solo a modo de ejemplo, la industria del litio extrae cada año más de 63 mil millones de litros de agua salada de las capas más profundas del desierto, es decir, casi 2 mil litros por segundo. Escasean los estudios de cómo está afectando a los ecosistemas, pero sí abundan los testimonios de pobladores que han visto desaparecer pequeñas lagunas o que reciben cada vez menos agua para regadío.
Solo la desembocadura del río Lluta tiene algún grado de protección, ya que es considerada Santuario de la Naturaleza. En Chile tenemos algunos mecanismos de protección de ríos como la Reserva de Caudales o Santuarios de la Naturaleza, pero no son suficientes, porque ninguno protege de manera integral un río y no se prohíbe el desarrollo de ningún tipo de actividad en ellos.
Además, ninguna de las figuras de protección actuales contempla la posibilidad de restaurar un río. Un ejemplo es lo que sucedió con la ranita del Loa, donde los pocos ejemplares que se conocían en la zona tuvieron que ser rescatados y relocalizados en un zoológico para asegurar su sobrevivencia. Pero ¿Qué pasa con su hábitat? ¿Se puede restaurar? ¿Existen los mecanismos para promover esa restauración?
Geute Conservación Sur, está impulsando junto a Terram, Ecosistemas e International Rivers, un proyecto de Ley de Ríos Salvajes que favorezca la protección o restauración de ríos o tramos de ríos que tengan alto valor escénico, recreativo, geológico, histórico, cultural, o ecológico. De esta forma, en los ríos declarados como Protegidos se prohibirían actividades como la minería, instalación de hidroeléctricas o la extracción de áridos, entre otros, y se favorecerían aquellas actividades compatibles con los valores que se pretenden proteger.