Viaje a los límites difusos de Campo de Hielo Patagónico Sur
Nuestra colaboradora, Paula López, nos relata una experiencia límite que vivió durante una travesía por el extremo Este de Campo de Hielo Sur cuando, junto a guardaparques de CONAF, buscaban llegar al Refugio Eduardo García Soto, en una zona de fronteras difusas con Argentina.
Desde la Barcaza “Quetru” el viento se levanta misterioso sobre el Lago O’Higgins. Es un amanecer glorioso, poco visto en estos días de otoño, comentan los tripulantes. Al fondo, las riberas sinuosas de lago se internan entre ramificaciones cordilleranas por decenas de kilómetros. El sol y los sorbos de mate que compartimos entre los que iniciamos esta aventura entibian nuestros huesos entumidos. Somos cuatro: tres guías de CONAF y yo, periodista con experiencia en montaña. Nuestro objetivo es llegar al Refugio Eduardo García Soto (EGS) ubicado a los pies del cerro Gorra Blanca y muy cercano al paso internacional “Marconi”. Manuel, jefe de expedición, distribuye el peso de las mochilas, y explica el origen del refugio.
En 2003 el Instituto Chileno de Campo de Hielo lo construyó para tener resguardo durante expediciones científicas, sin embargo, cayó en abandono. Hoy, nuevamente habilitado por CONAF, con sus sesenta metros cuadrados, catorce camarotes y teléfonos satelitales, es lo más cercano a un hotel cinco estrellas para los viajeros que llegan extenuados tras rodear el “Circo de los Altares” o hacer el cruce desde Chile a través del glaciar Chico, en el Parque Nacional Bernardo O’Higgins. “Queremos transformar el refugio en el objetivo de un circuito que salga desde el lado chileno, para que sean las comunidades aledañas las que se beneficien con este recorrido”, explica Piero Caviglia, encargado provincial de Áreas Silvestres de CONAF. Es, precisamente, la ruta que nos disponemos a realizar en este viaje, una expedición de quince días que incluye tramos por la Carretera Austral, cruces lacustres y caminata sobre glaciares.
Territorio de excepciones
La primera detención de la “Quetru” es el embarcadero de Candelario Mansilla. Allí está el control migratorio para cruzar a El Chaltén en Argentina – meca de la escalada y el trekking – a través del paso internacional «Dos Lagunas». Es precisamente desde El Chaltén donde ocurren la mayor cantidad de ingresos hacia el Refugio EGS y al “Circo de los Altares”, ambos ubicados dentro del sector chileno del Campo de Hielo Patagónico Sur. La ruta hacia el Refugio EGS es bastante más sencilla de hacer desde El Chaltén, que a través de territorio chileno. Es por esta razón que CONAF decidió habilitar el refugio EGS con guías y guardaparques permanentes que abran nuevas rutas de senderismo a través del Parque Nacional Bernardo O’Higgins, aumentando la presencia chilena en el área.
En Candelario Mansilla viven doce carabineros. Sin embargo, para la fecha, los miembros de la dotación fronteriza no han ingresado a Campo de Hielo Patagónico Sur por tierra. “Es complicado”, sostiene el teniente José Miguel Márquez desde el control migratorio. “Paso Marconi es el paso fronterizo más extremo de la región, los ingresos por lado chileno hacia los ventisqueros tienen grietas accidentadas, hay arroyos expuestos por los deshielos” cuenta. Allí delinea un rectángulo imaginario sobre un mapa de Campo de hielo sur. Es la zona que aún tiene el límite internacional pendiente de delimitar: 1.440 km2 que no se han terminado de precisar con Argentina, entre el cerro Fitz Roy y el cerro Murallón. ¿El origen de este desacuerdo? El mismo que llevó al arbitraje de Laguna del Desierto – ubicada en la ribera sur del Lago O’Higgins/San Martín – y su posterior fallo a favor de Argentina en 1995.
Y es que en esta zona de Patagonia, no es posible aplicar los dos elementos geográficos que definen el principio limítrofe conocido como Divortium Aquarium. Por una parte, la cordillera de los Andes se oculta bajo una gran meseta glaciar, haciendo muy complejo precisar la divisoria continental de las aguas. Por otra, esa divisoria tampoco sigue las más altas cumbres. De validarse la tesis que promueve argentina para la zona en litigio de Campo de Hielo Patagónico Sur, elementos geográficos tan valiosos como el cordón granítico del Torre, el cerro Torre y los nunataks Viedma y Witte, quedarían totalmente en territorio argentino.(* ver nota al pie) “Todavía no se sabe qué va a ocurrir con ese sector indefinido de Campo de Hielo Sur”, afirma el teniente. En eso, suena la bocina de la “Quetru”, anunciando que debemos retomar nuestra navegación.
Hacia el lago Chico
Son las tres de la tarde, y las ráfagas del viento patagónico se elevan con apremio. Las olas caen sobre la proa y empapan a los perros que descienden para acompañar a las escasas familias y ermitaños que habitan las bahías aisladas del lago. Un giro hacia el este y avistamos el glaciar Chico, nuestro objetivo del día. Es más “sucio” y estrecho que el majestuoso ventisquero O’Higgins, pero de cualquier forma guarda una envergadura que asombra a todos.
En la orilla nos recibe Juan Carlos, más conocido como “Charly”. Es el único guardaparque permanente en el Refugio Eduardo García Soto. Viene de regreso luego de 15 días de registrar a viajeros, reparar el sendero y construir pircas. “El lugar donde está el refugio es un sitio que marca soberanía. Un poquito más allá hay un rectángulo que se va definir más adelante, y si nosotros no estamos ahí los argentinos van a decir, ché, nosotros siempre hemos pasado por aquí; ese lugar es nuestro. Por eso tenemos que estar ahí, hacer patria, pero a través de la soberanía civil”, cuenta Charly, interrumpido por las fuertes ráfagas de viento.
“¡Manuel, no te olvides de la bandera!” es lo último que dice Charly, antes de desaparecer en la barcaza y el oleaje turquesa del Lago O’Higgins. A estas alturas, sabemos que la bandera de Chile guarda un doble propósito. Uno simbólico, marcar soberanía; otro práctico, indicar la velocidad y dirección del viento al helicóptero. Y es que si todo transcurre según lo esperado, dentro de una semana un helicóptero nos recogerá en el Refugio Eduardo García Soto para retornar a Villa O’Higgins.
La calma de Agostini
La mañana siguiente nos sorprende con otro día despejado. Avanzamos por un sendero agreste, y lo prístino de este rincón del Parque Nacional Bernardo O’Higgins se percibe con todos los sentidos. El verdor ininterrumpido de los coihues, las aves que cantan como animales salvajes, las marcas en la roca por el retroceso glaciar. Todo es huella de una naturaleza violenta y primigenia, que, a medida que ascendemos por el filo del lago Chico, nos hace sentir insignificantes. Ganamos altura y las botas se hunden en el mallín pantanoso, mientras Manuel intuye el sendero como si nunca nadie lo hubiera atravesado, aunque sabemos que ha hecho esta ruta siete veces.
Luego de cinco horas por el tramo periglaciar alcanzamos la vista más esperada, el mirador de Agostini. Desde lo alto vemos nítidamente el lago Chico, que es turbio, y la enorme lengua glaciar que lo antecede; nuestro portal de acceso a Campo de Hielo Sur. Divisamos los seracs, esas dramáticas formaciones que parecen olas a punto de reventar sobre un desierto geométrico de hielo. Hay grietas de profundidades desconocidas, quizás eternas. En eso, alguien hace la pregunta – retórica– si entre todo este mar de hielo, piedra y aguas móviles será posible trazar alguna frontera geopolítica.
El último obstáculo
El mirador de Agostini marca el fin del sendero marcado. Nos acercamos al hito a sortear del día: el estero Pantoja. Luego, faltará caminar una hora hasta el campamento Pirámide, donde encontraremos la carpa, cuerdas, botiquín y el resto del equipo para nuestra entrada al hielo. La marcha se vuelve cautelosa por la fuerte pendiente y las rocas sueltas que circundan al estero. Pero al verlo de cerca parece un eufemismo llamarlo con un topónimo tan indefenso como ese. El estero Pantoja tiene aguas blancas y más de dos metros de ancho. Es caudaloso. Y una pendiente pronunciada que culmina en lo que hasta ahora es solo un elemento más de este paisaje maravilloso: un acantilado que cae a los seracs del glaciar Chico.
Recordamos la hora del día, el otoño, los deshielos. Es por esta razón que el impulso indefenso que habitualmente hacen los guías para cruzarlo, ahora se ha transformado en un salto intimidante. Una vez que las mochilas están del otro lado, Manuel da un brinco de escalador y aterriza sobre una roca mojada, al lado opuesto del río. Celeste y yo no estamos seguras de replicar la acrobacia y, evaluando la profundidad, intento cruzarlo “a pulso”. Dejo las botas en la orilla y Manuel extiende los bastones, que no logro alcanzar a primeras. El sonido penetrante del río se sobrepone a las instrucciones del guía, y por un momento, surge la idea de retroceder.
Lo que ocurrió después es confuso. Puede que haya dado una brazada inútil, o puede que simplemente la fuerza del río nos llevara. Imposible decirlo. Los accidentes no parecen transcurrir en el espacio lógico que habitamos, sino en una dimensión distinta, donde de pronto lo único que importa es el “tengo que salir de aquí”. Por eso, cuando la atmósfera cristalina del estero se transformó en una licuadora monstruosa, gélida y submarina, lo primero que hice fue cubrirme la cabeza para protegerla. El resto fue dejarse llevar. Desde adentro era como una tubería vertical intercedida por obstáculos duros. Desde afuera la imagen era más aterradora: dos muñecos de trapo rebotando de roca en roca, por el cauce del estero, del río, cada vez más cerca a su fin. ¿En qué momento habíamos pasado del paraíso de los glaciares al escenario de una tragedia perfecta en la montaña?
El final del río, el acantilado vertical hacia los seracs del ventisquero Chico, no llegó. Es por eso que hoy cuento esta historia que integra una experiencia extrema con asuntos geopolíticos.
Pocos metros antes de lo que se pensó era el final, una pequeña cascada nos dio la tregua para escapar de la corriente. Primero nos hundió, después nos expulsó, escupiéndonos a cada uno a un lado opuesto de la orilla del Pantoja. Manuel salió del agua con ayuda de Hugo y Celeste con una fractura expuesta en el pie, yo con una fractura en el pie izquierdo, entre otras lesiones menos graves.
Esa noche la pasamos junto al río, que, medida que transcurrían las horas, decrecía en su cauce y fuerza. A las seis de la tarde logramos dar aviso del accidente por radio a Villa O’Higgins. A la una de la mañana Charly y el gaucho Misael llegaron con medicamentos para el dolor. A las nueve de la mañana apareció un helicóptero que, luego de tres intentos por aterrizar, logró sacarnos y trasladarnos de urgencia a la posta de Villa O’Higgins.
Recuerdo nítidamente ese amanecer desde lo alto, alejándonos del glaciar Chico por las corrientes de un fuerte viento norte, y el estero Pantoja, indefenso, sosegado. Difícil imaginar el infierno que se transforma cuando sus aguas crecen.
La línea roja representa la tesis de Chile; la línea azul la tesis de Argentina; la línea amarilla, el límite internacional ya acordado entre Chile y Argentina.
***
Epílogo
Hace justo un año que ocurrió esta expedición y este accidente. Mi recuperación fue rápida, la de Manuel mucho más lenta. El propósito de este texto es poner en valor una de las zonas más bellas y prístinas del Parque Nacional Bernardo O’Higgins, así como promover que sus rutas sean seguras y sustentables. Es inevitable reflexionar en torno a las medidas de seguridad al iniciar expediciones en lugares tan inaccesibles como éste. Entre ellas, no subestimar jamás un cruce de río, la importancia de llevar cuerdas y botiquín de emergencia durante toda la ruta.
No puedo dejar de agradecer la tremenda valentía de guías y guardaparques de la “Provincia de los Glaciares” de CONAF, desde el jefe de expedición, Manuel, hasta los compañeros de cordada Hugo y Celeste, quienes supieron tomar las decisiones acertadas para gestionar un rescate en menos de 18 horas. También a los guardaparques Charly y Misael, quienes caminaron toda la noche hasta el estero para apoyarnos. Por último, el impecable trabajo de rescatistas de Villa O’Higgins, quienes lograron sacarnos en una zona dificilísima de acceder en helicóptero. Queda pendiente alcanzar el Refugio Eduardo García Soto, como también permanece la incertidumbre de saber qué ocurrirá a futuro con los límites difusos de Campo de Hielo Patagónico Sur.
(*) Específicamente, el origen de este desacuerdo proviene de una lectura distinta del Laudo de 1902 y de las Actas de 1898 entre ambos países, misma situación que durante el S. XX llevó a litigios tales como el de Palena y el de Laguna del Desierto, en un sector anexo al territorio hoy en cuestión sobre el hielo. Y es que en este sector del hielo las tesis limítrofes que sostienen Chile y Argentina se distancian en demasía. Chile sostiene, por el principio de «cosa juzgada» de los peritos, establecida en el Artículo 1° del Tratado de 1881, que el límite quedó definido por los cerros que el mismo perito Moreno validó ante su Majestad Británica en la memoria presentada por Argentina para el Laudo de 1902, y que no corresponde modificarlo por eventual nuevo conocimiento posterior del territorio. Argentina, por exploraciones y conocimiento posterior a 1902, afirma que el límite debe correr por el cordón Mariano Moreno, que es donde se encontrarían las más altas cumbres que dividen continentalmente las aguas en la Cordillera de los Andes, principio geográfico que delimita a ambos países, también establecido en el Artículo 1° del Tratado de 1881. (Estos datos se obtuvieron de una entrevista con Juan Francisco Bustos, montañista e investigador sobre el sector pendiente de delimitación en Campo de Hielo Patagónico Sur entre Chile y Argentina).