Rutas de antaño: de Barraza a la desembocadura del río Limarí
Hace un tiempo nuestra colaboradora invitada, Sofía Motta, recorrió a caballo la misma ruta que en el pasado utilizaban las familias que iban desde los valles interiores o zonas cordilleranas hasta la desembocadura del río intercambiando productos o practicando la trashumancia. Aquí nos relata su experiencia y el proyecto que está ayudando a impulsar en la zona.
El poblado de Barraza fue declarado Zona Típica el año 2011. Emplazado 30 km al suroeste de la ciudad de Ovalle, es una de las pocas localidades en Chile que tiene aproximadamente 440 años de antigüedad como asentamiento formal. Dentro de sus principales atractivos está su riqueza patrimonial que evidencia el modo natural y tradicional en que sus comunidades rurales han construido su propio paisaje, construcción que junto a su valor social , cultural y ambiental se refleja también en sus formas de vida únicas, festividades de gran convocatoria y lógicas culturales traspasadas de generación en generación. Sin embargo estos valores históricos, arquitectónicos y paisajísticos, sin un correcto conocimiento, valorización y gestión, podrían perderse fácilmente a merced de intervenciones desafortunadas, que terminen por destruir esta importante riqueza.
Es por esta razón que con el equipo de Paisaje Rural, Patrimonio & Ambiente hemos trabajado con su comunidad en la elaboración del Plan Barraza, prototipo de instrumento estratégico que tiene por objeto planificar sustentable y participativamente este territorio a partir del reconocimiento de sus recursos ambientales y culturales como activos para la generación de alternativas de desarrollo sostenible en este territorio.
La siguiente experiencia se enmarca en uno de los proyectos de este Plan “Lineamientos de Intervención de la Zona Típica del Poblado de Barraza” que se encuentra desarrollando actualmente esta organización.
Barraza-Salala-Desembocadura del río Limarí
Tras varios intentos y coordinaciones previas logramos dar inicio a la expedición de reconocimiento de la desembocadura del río Limarí. Partimos un jueves desde el poblado de Barraza para trasladarnos al sector de Salala, específicamente al corral de Don Celso para reconocer previamente los caballos y terminar de apretar las cinchas de montar. Cerca de las 6:00 am comenzamos a descender por una de las muchas servidumbres que posee el sector, franjas de terreno pertenecientes en este caso a la comunidad y que son utilizados como aguadas o pasajes por los mismos comuneros para acceder la ribera del río.
El grupo lo conforma nuestro guía Sebastián Gutiérrez, y dos personas miembros del equipo Paisaje Rural, Patrimonio & Ambiente, quienes fuimos en misión de evaluar las potencialidades y recursos culturales/naturales de la ruta.
La comuna, al igual que la Región de Coquimbo, sumaba un periodo de sequía de más de 10 años que preocupaba a las autoridades, arrieros y regantes. Pero con las lluvias del año anterior los embalses pudieron recuperarse llegando a índices normales de capacidad, reestableciéndose el cauce del río que fluía tranquilo y silencioso a esa hora de la madrugada, interrumpido sólo por uno que otro relinche de caballo.
Fuimos rodeando el río por casi media hora hasta llegar a la confluencia de éste con el estero de Punitaqui. Aún sin luz, buscamos un punto adecuado donde cruzar sin saber con exactitud la profundidad del mismo. Finalmente nos dejamos guiar por los caballos acostumbrados a pastar y pasar temporadas en la ribera.
Pronto comenzamos a avistar las primeras luces de los camiones, nos estábamos aproximando a la carretera Panamericana (ruta 5 norte), encontrándonos con el puente Limarí que desde su base luce magnífico e imponente –fue construido el año 1971 y está constituido por tres arcos de medio punto–.Un nuevo puente fue habilitado en su costado poniente debido a la ampliación de la carretera. A partir de este punto el río comenzaba a encajonarse, así que tuvimos que vadear el cauce en más de 20 oportunidades.
Para el amanecer, el vapor del agua bajó la temperatura unos cuantos grados y agradecimos el calor de los primeros rayos de sol cerca de las 10 de la mañana. A medida que avanzábamos, Sebastián nos comentaba sobre la flora existente y sus posibles usos alimentarios, medicinales, constructivos y/o aplicados en productos de artesanía. Especies arbóreas y de matorral tales como el molle, romero, maitén, arrayán, guayacán, olivillo y un bosque de sauce en la ribera del río, donde anida la garza blanca, nos acompañaban en el camino y en los juncales y totorales abundaban aves como el pato real y pato yeco.
Estábamos recorriendo la misma ruta que en el pasado hacían familias completas que iban desde los valles interiores o zonas cordilleranas hasta la desembocadura del río y viceversa, intercambiando productos o practicando la trashumancia. Sebastián nos recordó que el número de cabezas de ganado era muy superior al actual, que las estancias y haciendas del secano costero eran fuente de trabajo para un gran número de personas y que, en la actualidad, se encuentran prácticamente abandonadas con la excepción de algunas que están desarrollando incipientes iniciativas enfocadas en el sector turístico y gastronómico.
Más adelante, nos encontramos con una estructura hecha por piedras en el río, una especie de embudo que termina en una red compuesta por palos. Le llaman nasas y las construyen para atrapar lisas, una especie de pez que habita en los ríos de la región.
En la vertiente sur del río, sobre la loma de un cerro, un antiguo eucaliptus de gran tamaño ofrecía una sombra tentadora para tomar un descanso, sin embargo continuamos nuestro recorrido sin detenernos puesto que fijamos una hora en que nos pasarían a buscar a la caleta de pescadores El Toro.
Pronto comenzamos a sentir la brisa marina con ese olor tan característico de las zonas costeras, los caballos se inquietaron. «Nunca se adentran tanto», nos explicó Sebastián, así que era probable que por primera vez estuvieran sintiendo el olor del mar.
Aún quedaba un trecho por recorrer y poco menos de una hora para llegar a nuestro destino, el humedal del río Limarí, que cuenta con una superficie de 68 hectáreas, rico en biodiversidad y que actualmente se encuentra en proceso de ser declarado como zona RAMSAR a modo de proteger y resguardar sus valores paisajísticos y ecológicos. El humedal cuenta con la particularidad de encontrarse próximo a la ladera sur del Parque Nacional Fray Jorge, Reserva Mundial de la Biosfera, que el año 2013 fue reconocido como el primer sitio Starligth de Sudamérica (Certificación de cielos nocturnos libres de contaminación otorgada por la Fundación Starligth).
Comenzamos a transitar sobre un camino de tierra para vehículos –es la única conexión que posee la caleta de pescadores con la ruta 5 norte, el ingreso es en el kilómetro 358 a la altura de Peñablanca–. Desde aquí el río se extiendía en toda su magnitud inundando las tierras bajas hasta desembocar en el océano Pacífico.
Termina nuestro recorrido a los pies de una formación de rocas donde amarramos nuestros caballos. Al parecer estuvieron bien programados los tiempos, puesto que a los minutos llega nuestro contacto en camioneta desde Barraza. Le damos agua y forraje a los animales y nos sentamos a disfrutar higos deshidratados, nueces, aceitunas, charqui fresco y queso de cabra de las majadas costeras en la desembocadura del humedal. A lo lejos se ve un poco de movimiento en la caleta, están cargando algas en un camión. La playa está tranquila, no hay turistas en las cercanías.