Inmersos en la Reserva Nacional Pacaya Samiria, Perú
La fotógrafa Pia Vergara (chilena), junto a María Teresa Guzzinati (peruana), nos comparten su reciente experiencia conociendo la amazonía peruana, en donde convivieron junto a diversas especies silvestres donde destacan los perezosos, aves de todos los tamaños y colores, o manatíes. ¡No te pierdas este relato y sus espectaculares fotos, aquí!
La selva amazónica, una de las tres regiones naturales que caracterizan a la geografía peruana, no sólo es la más extensa de ese país, sino también la menos explorada. Dentro de esta enorme área de verde inagotable en el noroeste del Perú, región de Loreto, y a pocas horas en bote desde Iquitos, principal puerto fluvial peruano sobre el río Amazonas, está la Reserva Natural Pacaya Samiria.
Con una superficie de 2.080.000 hectáreas, es decir 20.800 km², es la Reserva Nacional más grande del Perú, así como la segunda área natural protegida del país. Para darse una idea, es casi del tamaño de Israel.
Para llegar a ella, nos embarcamos en el pequeño puerto fluvial de Nauta, a una hora en auto desde Iquitos. Nuestro lujoso alojamiento por los próximos cuatro días sería el barco Delfín III, única embarcación con el prestigioso reconocimiento “Relais Chateaux” en el mundo. Así que, acompañados por guías locales muy conocedores del medio y disfrutando comidas dignas de un restaurante de cinco tenedores, hechas en su mayoría con insumos selváticos poco conocidos, nos abocamos a esta aventura en la selva.
Poco después de salir de Nauta llegamos al punto de convergencia de dos grandes ríos, el Marañón y el Ucayali, que al unirse dan origen al inmenso caudal del río Amazonas. Pero este gigantesco cuerpo de agua, el más largo y caudaloso del mundo, en realidad nace en la cordillera de Los Andes a casi 5.300 metros de altura, en la quebrada Carhuasanta del nevado Mismi, en la provincia de Caylloma en la región Arequipa. Según últimas mediciones, la longitud total del poderoso Amazonas es de 7.062 kilómetros, y su caudal representa casi la quinta parte de la reserva de agua dulce del planeta, conteniendo más agua que el Nilo (Egipto), el Yangtsé (China) y el Mississippi (USA) juntos. Fuertes remolinos marcan este lugar, donde llegamos para ver la puesta del sol, con centenares de aves que sobrevolaban el río, salpicado de plantas flotantes conocidas como “lechugas de río” que, entre otras cosas, sirven de alimento a los plácidos y gentiles manatíes.
Ocasionalmente, alrededor nuestro, dorsos rosados y grises de las dos especies de delfines que pueblan los ríos de la selva peruana, se asomaban para respirar. A diferencia de los manatíes, cuya carne es muy cotizada por los nativos de la zona, los delfines son considerados por ellos seres mágicos y reencarnaciones de humanos, siendo respetados por todos.
Mientras dormíamos, navegamos toda la noche por el río Ucayali, para adentrarnos en la Reserva Nacional Pacaya Samiria. Este pulmón verde de nuestro planeta alberga la más variada cantidad de plantas y animales. Hay 1025 especies vegetales silvestres y cultivadas, 527 especies de aves, 269 de peces, 102 de mamíferos, 69 de reptiles y 58 de anfibios. Así como centenares de ríos y canales por los cuales navegamos, nadamos y anduvimos en kayaks los días siguientes.
En nuestra primera madrugada en la selva embarcamos en lanchas a motor silencioso empezando así a descubrir los colores y olores de la selva que despertaba. En los árboles cercanos al río gran cantidad de aves, de los más variados tamaños y colores, empezaban el día reparando sus nidos con ramas; algunas pescaban y otras nos sobrevolaban, como si nos quisieran guiar a nuestra siguiente experiencia selvática: la liberación de las tortuguitas Taricaya, que son una especie en peligro.
Los huevos de este reptil son recogidos de las playas por los guardaparques e incubados artificialmente. Al eclosionar, las tortugas son liberadas en el río. Todos nuestros madrugadores paseos en lancha, siempre acompañados por los delfines de río, nos permitieron sobre todo observar una gran cantidad de aves. No llegamos a ver las 527 especies del parque, pero vimos muchísima variedad.
En las tardes las actividades fueron variadas y divertidas. En la primera jornada, emprendimos una larga caminata en la selva tratando de mantenernos en silencio para no espantar a los animales, lo que nos permitió observar a la temible anaconda, al tierno oso perezoso, el puercoespín selvático, variedades de monos y la pequeña rana venenosa de lomo rojo, tan diminuta que parece de mentira, y tan peligrosa que su veneno puede matar a un hombre adulto en pocas horas.
Abundaban los insectos. Vimos gigantescas hormigas, sufrimos el ataque de mosquitos muy agresivos (el repelente se convierte aquí en segunda piel), y huimos de grandes cantidades de zancudos. Todo esto entre la más variada selección de árboles y plantas de todos los tamaños y formas y de todas las tonalidades de verde imaginables; el sueño de un botánico.
Notable fue la visita a una Chamana, mujer nativa escogida por los sabios de su comunidad por sus poderes sobrenaturales. Vidente, adivina y experta en plantas selváticas y sus bondades, esta fue una experiencia que nos acercó aún más a la esencia de este increíble lugar y sus fuerzas naturales desconocidas para nosotros.
Aún en medio de esta maravilla natural que es la selva, la presencia del hombre y su descuido por el medioambiente se hace notar. Bolsas y envases plásticos se ven con frecuencia en los ríos. Felizmente algunas de las empresas turísticas que trabajan en la zona (como la del Delfín), se preocupan de evitar que siga esta contaminación, concientizando a los pobladores para que cuiden el bello lugar donde viven, hasta reciclando el agua que se utiliza en los barcos para que al verterla al río, ésta no esté contaminada.
Visitamos también uno de los pueblitos de la zona, donde fue reconfortante ver que, a pesar de la precariedad con que viven, hay escuelitas para los niños, y en algunos de éstos, postas médicas. Algunas de estas comunidades han progresado también gracias al turismo que hay en la zona, no sólo por la venta de sus artesanías, sino porque también venden los productos que ellos cultivan a los barcos de pasajeros que navegan por ahí.
Luego de cuatro días de ensueño, donde el contacto con la naturaleza fue intenso, nos despedimos de la selva peruana visitando el Centro de Rescate de Manatíes y Animales Selváticos en la ciudad de Iquitos. Allí se rehabilitan y luego liberan aquellos que fueron entregados por personas que los compraron como mascotas y luego se arrepintieron. Pero también, muchos de éstos son decomisados a traficantes de animales salvajes. La lucha de las autoridades peruanas para impedir esta práctica es constante, pero lamentablemente, mientras la gente los siga comprando, el tráfico de animales silvestres seguirá siendo el tercero peor del mundo después de las drogas y las armas.