La crisis de la vida moderna estaba anunciada. Augurios provenientes de vivencias indígenas y campesinas nos anunciaban las tempestades venideras. No las vimos venir. No las escuchamos, no las comprendimos, las menospreciamos y ahora se hace necesario sentipensarlas (Escobar, 2014). Al parecer, la pandemia nos está haciendo volver aquella sencillez cotidiana perdida. La revuelta iniciada el 18 de octubre era un presagio de ello.

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©Wladimir Riquelme 

El pueblo mapuche se ha fijado en el florecimiento de la quila (Chusquea quila) de los últimos años en sectores del valle y la cordillera del Wallmapu. La iniciativa de ciencia ciudadana Quilantún[1] lo ha constatado y señala que la quila en flor anuncia épocas de sequía, escasez de alimentos, aumento de ratones, enfermedades e incendios forestales.

Es un mal augurio inscrito en la memoria colectiva y el saber cotidiano en el sur de Chile (González y González, 2006). Además, se vive un ciclo entre eclipses solares cercanos: del 2 de julio de 2019 al 14 de diciembre de 2020. En el territorio se habla de tiempo de guardarse. Malinterpretado como miedo a la oscuridad provocada por la superposición de la luna sobre el sol o viceversa, en palabras de Margarita Canio y Gabriel Pozo (2014), los eclipses anuncian tempestades que se aproximan. En el libro citan el relato de don Juan Canio, quien señala que con “un eclipse ‘algo va a pasar’, algo malo, no se sabe qué puede ser, puede ser un terremoto, erupción o guerra, en fin, pero ‘anuncia algo’, dicen”. La oscuridad se espera y vive en resguardo, en la ruka conversando sobre lo que está viviendo. Entre julio de 2019 y diciembre de 2020 es tiempo de guardarse. Cuarentena en el lenguaje global contemporáneo.

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©Wladimir Riquelme

Arturo Escobar (2014) nos propone que el sentipensar con el territorio implica “pensar desde el corazón y desde la mente, o co-razonar”. Es en las prácticas cotidianas en el Wallmapu donde se manifiesta el sentipensar mapuche, constituyéndose en una ecología política orientada hacia las transiciones de sustentabilidad social y ecológica.

Las epistemologías del sur que nos habla Boaventura de Sousa Santos (2013) buscan visibilizar, reconocer y valorar aquellos saberes del sur global, aquellos que han sido omitidos por el régimen hegemónico eurocéntrico. La visión amplificada e integral de la crisis ambiental planetaria se relaciona directamente con los extractivismos de cuerpos y territorios. Voces indígenas, como también voces feministas (desde los ecofeminismos, feminismos decoloniales, territoriales, comunitarios, entre otros) hacen un llamado de atención y nos aproximan a una ecología política que reconoce los diversos factores que inciden en la construcción del sistema patriarcal, capitalista, colonialista y depredador de la naturaleza.

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©María Ignacia Ibarra 

Para hacerle frente, la revolución en Chile nos ha dado ejemplos por montones: la presencia del pueblo mapuche a través de la wenufoye, la unión y fuerza del movimiento feminista plurinacional, las mujeres pobladoras que cada viernes se instalaban en la Plaza de la Dignidad para dar de comer a les manifestantes, las prácticas de cuidado mutuo, la organización y resistencia de la primera línea, las brigadas de salud y cuántas otras en las que nos demostramos que “somos el pueblo que ayuda al pueblo”. Nos dimos cuenta que nadie más que nosotres nos salvaremos mientras mantengamos esa consciencia, esa certeza.

Estamos en un momento histórico en que sabemos que la organización política nos define, la economía solidaria nos sustenta, así como la autogestión y producción de la vida en desmedro de la política de muerte que promueve el mal gobierno y los agentes empresariales que conforman los poderes fácticos. Lo que ha ocurrido en Chile desde la gestación del estallido social es hacernos recordar y recuperar aquella solidaridad que nos pertenecía. Hace unas semanas cantábamos en las marchas feministas “El Estado no me cuida, me cuidan mis amigas”. Y, por tanto, ante la incesante sobrecarga de información, debemos apelar a los conocimientos que ya poseemos para reafirmarnos que no es necesario acudir a lo que nos impone el sistema.

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©Wladimir Riquelme

Descolonizarnos también es confiar en aquellos saberes: las infusiones de limón, miel y jengibre, lavarse las manos, la fruta y verdura para fortalecer nuestro sistema inmunológico; el cuidarnos y hacernos cariño virtualmente, comunicarnos con nuestros seres querides, ejercitarnos, bailar, conectarnos con nuestro cuerpo.

Aunque se insista en borrar las huellas populares en la estatua de Baquedano en medio del corazón santiaguino, la gesta revolucionaria seguirá sólida. Estamos memorizando todo aquello que vamos observando en los medios sobre cómo las autoridades gubernamentales están actuando ante esta crisis sanitaria que hoy se vive a nivel global. Nunca se borrará de nuestros recuerdos que la primera medida que tomó el gobierno fue poner precio al examen del coronavirus y que diversas empresas se han acogido a la Ley de Protección al Empleo a pesar de seguir generando ingresos.

©María Ignacia Ibarra (1)
©María Ignacia Ibarra 

Sus prácticas han confirmado que todo aquello por lo que hemos estado reclamando los últimos meses en Chile no puede descansar ni desvanecerse. Que este sistema ya no da abasto, que ya estamos cansades de sus prácticas abusivas. Que busquen oportunidad de negocio en medio de la tempestad. Porque el peor virus es el capitalismo arrasador que conlleva este sistema extractivista y patriarcal, y frente a ese virus ya configuramos la vacuna que nos protege. Como plantea el paradigma del Buen Vivir y que reivindica el movimiento feminista: en el centro estará siempre la sostenibilidad de la vida.

La era está pariendo un corazón, un corazón que hoy está llamado a resguardarse, pero que sigue palpitando en esta tierra, en cada rincón de nuestros cuerpos, hogares y territorios. En el recuerdo de Clementina Neculfilu (relatado por Margarita y Gabriel en el libro Wenumapu), entre 1960 y 1963 se estuvo en un periodo entre eclipses de luna y sol. Para este último, el kümpem (canto a los astros) para el antü (sol) decía “¿Puedes volver a vivir?, ha llegado el momento de revivir, ha llegado el momento de revivir, vuelve a vivir, vuelve a vivir, para que ilumines, para que ilumines el mundo, no nos dejes tirados, no nos dejes tirados, ilumina nuevamente, ilumina nuevamente en el mundo. Antükushe, Antükushe, Antükusha, Antükusha”.

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©Wladimir Riquelme

La solidaridad local y comunitaria que se regenera desde el 18 de octubre se está fortaleciendo en la vida cotidiana durante la pandemia. Ha surgido una ética del cuidado colectivo que, en medio de la tempestad, anuncia buenos augurios.

*El contenido de esta columna de opinión es de exclusiva responsabilidad de su autor, y no refleja necesariamente la postura de Ladera Sur.

Referencias bibliográficas:

Escobar, A. (2014). Sentipensar con la tierra. Nuevas lecturas sobre desarrollo, territorio y diferencia. Medellín: CEREC-ICAN.

González, Y. y M. González. (2006). Memoria y saber cotidiano. El florecimiento de la “quila” en el sur de Chile: De pericotes, ruinas y remedios. Revista Austral de Ciencias Sociales 10: 75-102.

Pozo, G. y M. Canio. (2014). Wenumapu: Astronomía y cosmología mapuche. Santiago: Ocho Libros Editores.

Santos, B. (2013). Descolonizar el saber, reiventar el poder. Santiago: Lom Ediciones y Ediciones TRILCE.

[1] Para revisar: https://quilantun.cl

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