Maria Island, las mil caras del oasis de la fauna en Australia
Hay una pequeña isla de forma muy particular en la costa este de Tasmania donde algo especial sucede. Es un lugar mágico para los que buscan encontrarse cara a cara con la fauna de Australia. Sin embargo, no siempre ha sido así, ya que durante muchos años y para muchas personas, este lugar fue algo más cercano al infierno: es Maria Island. Nuestros colaboradores, Carla Brodsky y Eduardo Martin, nos comparten un poco de la historia de este lugar, y lo que fue su aventura para conocer a la fauna que habita en este lugar, el cual actualmente es un Parque Nacional.
La historia de Maria Island se remonta hasta los orígenes de la memoria. Los aborígenes habitaban estas tierras hace miles de años, cantando los ensueños que vivían o descansaban por los riscos y montes de la isla, retratando sus orígenes y caminos.
Pero la libertad, la caza y los cantos no durarían para siempre. Con la llegada del hombre blanco a Australia encabezados por James Cook, la isla comenzó a usarse como plataforma estratégica para la caza de ballenas. Los asentamientos europeos fueron cada vez más frecuentes y los aborígenes fueron perdiendo de a poco su territorio hasta que los balleneros tomaron el control total de esta zona de Tasmania. Eventualmente todos los aborígenes de Tasmania fueron exterminados o llevados a otras pequeñas islas aledañas hasta que no quedó ni uno solo en toda la isla -así es-, ni uno solo.
Mientras tanto durante la primera mitad del siglo XIX varios presos fueron llevados hasta Maria Island por soldados ingleses, poniendo a prueba su conducta obligándolos a realizar trabajos forzados como parte de sus condenas. Así pasaban largos y fríos inviernos haciendo que las fuerzas y la mente de los presos comenzara a flaquear. Hasta que el límite no tardo en llegar; más de alguna vez, un preso saltó a las gélidas aguas del estrecho que separa Maria Island de la isla de Tasmania en intentos desesperados por escapar y recuperar la libertad perdida. Los destinos de esos prófugos fueron en muchos casos, inciertos.
En la segunda mitad del siglo XIX una revuelta mayor de varios convictos contra sus captores hizo que los ingleses definitivamente decidieran cerrar la prisión. Al día de hoy, aún quedan en pie tres edificios de esta época que sirvieron para mantener convictos, los cuales son reconocidos actualmente como Patrimonio Mundial de la Unesco y uno de los principales atractivos históricos de la isla.
Luego, la isla pasó por una faceta industrial donde en la parte norte se comenzó a fabricar cemento, y otros sectores de Maria Island se destinaron al cultivo de viñas. Las riquezas producto de este auge industrial y comercial no tardaron en llegar y en su periodo más próspero, la isla albergaba varios hoteles y residentes permanentes. Los negocios no duraron mucho tiempo y luego de la Gran Depresión de 1929, Maria Island quedó casi desierta y sus residentes buscaron mejores oportunidades en el territorio de Tasmania.
Fue en esta época de soledad y abandono donde la isla experimentó su mayor transformación. Lejos de la actividad humana, la naturaleza se tomó los campos, luego los caminos y finalmente los edificios. Los habitantes en un comienzo aborígenes, luego balleneros, prisioneros, militares, comerciantes y cementeros dieron paso a habitantes más peludos, salvajes y en sus cuatro patas.
Maria Island fue declarada Parque Nacional por el gobierno de Tasmania en 1972. Separada del resto de la isla, era el lugar ideal para mantener a los únicos y singulares animales australianos en libertad y sin interrupciones de la civilización. Entre sus pastizales, riscos de piedra caliza y bosques de eucaliptus, algunas especies comenzaron a proliferar.
El wombat, un peludo, gordo y tierno marsupial australiano, es quizás el animal estandarte de Maria Island y su población crece cada día de manera explosiva ante la retirada de la industria siendo ahora el lugar en Australia donde su avistamiento está prácticamente garantizado. Otras especies también han proliferado como las zarigüeyas, los pademelons -diminutos canguros muy simpáticos-, equidnas y tres especies de serpientes, todas, por supuesto, venenosas.
Durante los años 60’ y 70’ se introdujeron además canguros, wallabies y demonios de Tasmania con el fin de preservarlos, creando una especie de Arca de Noé en esta pequeña isla de las mil caras. Desde que se estableció como Parque Nacional, Maria Island se ha erigido como un oasis de la fauna australiana y una luz de esperanza para el futuro de los animales autóctonos.
Fue principalmente por esta razón, por la que nos decidimos a conocer Maria Island. Era marzo, el verano llegaba a su fin, y las temperaturas comenzaban a descender rápido en el extremo sur de Australia. Llegamos a la isla en un día soleado y pudimos apreciar las aguas cristalinas y los extensos prados al llegar. Inmediatamente quisimos aprovechar el día, y comenzamos una de las tanta caminatas y paseos que se pueden hacer en la isla.
Era ya cerca del mediodía, y a pesar que buscábamos con ahínco la aparición de cualquier animal, la hora no era la propicia para encontrar fauna y tuvimos que calmar nuestra emoción, esperar y contentaros con admirar los incontables restos de heces de wombat con su particular forma de cubo que nos causó mucha gracia y, fue objeto de exhaustiva y risueña observación. Decidimos entonces hacer una caminata y aprovechar de conocer algunos de los famosos parajes de la isla.
Comenzamos con un recorrido de aproximadamente una hora que nos llevó a una serie de acantilados de baja altura producidos por la erosión del mar, haciendo que pareciese una suerte de ola de arena y piedra caliza congelada a través del tiempo. Después de un rato, continuamos el sendero hacia la parte sur de la isla atravesando bosques y pastizales, siempre con un ojo puesto en el camino y otro en los alrededores por si aparecía alguna serpiente, canguro o quizás un wombat. Pero la isla parecía desierta.
Después de algunas horas de marcha, deshicimos nuestros pasos de vuelta para llegar al refugio antes que anocheciera. De a poco veíamos el sol descender por el cielo y la luz tornarse más cálida y dorada.
Bajo la sombra de un árbol vimos a nuestro primer wombat, la sorpresa y la emoción fueron tremendas. Nos quedamos junto a este solitario que pastaba como si no hubiera un mañana, haciendo poco caso a nuestra presencia a pesar de la corta distancia que teníamos con él, su preocupación estaba en cada bocado de ese pasto. Pudimos fotografiarlo y admirarlo con todo detalle, sin darnos cuenta habíamos estado casi media hora junto a este pequeño, al levantar la cabeza vimos a otro, y luego a otro hasta que decenas de wombats comenzaron a salir de sus madrigueras. En ese minuto comenzó el gran espectáculo de Maria Island.
Mientras más caía la tarde más animales habían, y aparecieron también los canguros y wallabies, y de un momento a otro, la vida había emanado como por debajo de la tierra y los animales volvían a poblar los pastizales a su antojo. La desolada isla que veiamos al mediodía se había transformado en el paraíso de los buscadores de fauna, no dabamos dos pasos sin divisar decenas de animales diferentes, grandes, pequeños, marsupiales, aves, adultos y crías, toda la familia de María Island se había reunido para salir a cenar y ver esconderse el sol.
La noche no tardó en llegar, sin alambrado ni rastro de civilización, la oscuridad se hizo profunda. Las miles de estrellas eran el marco perfecto para salir a buscar uno de los animales más esquivos y característicos de Tasmania.
Linternas en mano, recorrimos algunos bosques aledaños al lugar de hospedaje, los rumores decían que esta criatura rondaba los asentamientos humanos por la noche en búsqueda de restos de comida. Pasamos horas dando vueltas, sigilosos, con los sentidos afilados para dar como cazadores con nuestra presa. Pasada ya la medianoche, cuando nos empezábamos a cansar oímos un extraño sonido. Una risa, un graznido como salido del mismo infierno nos alertó de la presencia del animal. No hubo tiempo de estudiarlo o de fotografiar, iluminado con lo que quedaba de luz de nuestras agotadas linternas vimos aparecer su rostro con sus afilados dientes y después su cuerpo a escasos metros de nosotros. Nuestro corazón latía rápido y nuestra emoción por las nubes, ahí estábamos frente a frente con el esquivo Demonio de Tasmania. Después de unos segundos, el pequeño animal dio media vuelta y lo perdimos de vista en la oscuridad.
Así nuestro paso por María Island estuvo lleno de sueños cumplidos, de encuentros, de historia y de una naturaleza asombrosa y que define muy bien, en tan pequeño lugar, lo diversa y única que es la fauna de Australia y la razón por la que este gran territorio es uno de los destinos imperdibles para cualquier amante de la fauna salvaje. Si en un futuro la modernidad y el cambio climático destruyen los hábitats naturales poniendo en riesgo las especies de esta parte del mundo, por lo menos, sabemos que Maria Island guardará hasta último momento una llama de ese fuego.