Fue alrededor de los años 80 cuando comenzaron a desarrollarse los primeros estudios que hablaban acerca del posible impacto que generaban las navegaciones a las especies marinas. Los estudios fueron proliferando y a medida que la actividad humana en los océanos aumentaba, se hacía más evidente la nueva amenaza que estaba poniendo en peligro a las especies marítimas: la contaminación acústica.

Se habla de un contaminante invisible, del cual el ser humano no es del todo consciente, porque no lo ve ni lo escucha en su diario vivir, pero que ha sido objeto de análisis por parte de muchos científicos quienes han unido esfuerzos para llevar a cabo investigaciones que traten esta problemática ambiental.

Chile no se ha visto exento de este fenómeno. La costa de nuestro país es reconocida internacionalmente por su alta riqueza en especies, donde se han identificado cerca de 50 mamíferos marinos, 300 especies de peces, 168 aves marinas y 6 reptiles, también marinos. Para cada uno de ellos es indispensable el oír y, en la medida que los ruidos interfieran en su hábitat, su vida y desarrollo se ve afectado.

©Greenpeace
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El sonido bajo el agua

En las profundidades del mar, la oscuridad forma parte del entorno y a diferencia del ser humano, las especies marítimas desarrollan de mejor manera la audición, que juega un papel fundamental para su desarrollo y supervivencia, ya sea para buscar comida, reproducirse o protegerse.

En el agua, los sonidos se propagan con mayor rapidez y con menor pérdida de energía que en el aire, alcanzando velocidades hasta 4.5 veces más rápidas, lo que convierte al océano en un medio acústico por excelencia y el que especies como los cetáceos, ocupan como vía de comunicación que resulta indispensable para su sobrevivencia.

Estos mamíferos acuáticos, además de ser reconocidos por su tamaño, se caracterizan por ser especies muy sociales que se comunican a través de sonidos, ya sea a largas distancias o cortas, para generar encuentros entre ellos o para notificar posibles amenazas.

Un gran ejemplo es la ballena azul, la cual realiza uno de los sonidos más fuertes dentro de la naturaleza animal, que alcanzan cerca de los 190 decibelios. Estos sonidos –que se producen en un rango de frecuencia mucho más amplio que las personas puedan escuchar– alcanzan a durar horas y lograr distancias kilométricas.

La ecolocalizacion, es otro de los atributos que poseen especies como los cetáceos dentados –por ejemplo el delfin–. Estos producen un ruido que se proyecta a través del agua y que al rebotar en un cuerpo sólido, produce una imagen mental en sus cerebros que les permitirá detectar peligro, alimento o la presencia de algún compañero.

Sin embargo, en la actualidad el ser humano ha dado paso a múltiples actividades que se llevan a cabo en los océanos y que generan tal cantidad de ruido que rompen con las comunicaciones de estas especies, siendo el posible responsable del varamiento de numerables ballenas en las playas, del abandono de especies de su hábitat o incluso la muerte.

@SoyChile
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La amenaza invisible

A nivel mundial, el 90% de la transferencia de mercancía se hace a través del mar. Una situación que no tiene planes de disminuir y que, en cambio, aumenta cada año por la alta demanda del mercado. Con ello se incrementan las velocidades de navegación y los tamaños de las embarcaciones, por ende, hay mayor ruido.

El rango de frecuencia que emite este sonido proviene de las hélices, las cuales al girar generan un proceso llamado cavitación. “La columna de agua al girar tan rápido, hace que las partículas se muevan rápido y al moverse a tal velocidad se produce una implosión, que es lo que corresponde al ruido que generan las embarcaciones”, explicó la doctora en biología marina de Fundación Meri, Sonia Español, en el seminario sobre Ruido Ambiental organizado por el Ministerio del Medio Ambiente junto con la Sociedad Chilena de Acústica.

De acuerdo a la especialista, el ruido ocasionado por el tránsito marino disminuye la capacidad de las ballenas para comunicarse ya que van introduciendo sonidos en el sistema y en la medida en que sus tamaños y velocidades aumenten, los efectos perjudiciales son mayores. Aquellas embarcaciones de entre 100 y 200 metros podrían alcanzar niveles de intensidad que bordean los 190 decibelios. “Estudios dicen que los ruidos a partir de los 80 decibelios ya se consideran dañinos a los mamíferos marinos en cuanto al comportamiento, lo que significa que las especies abandonen sus hábitats para escapar del ruido”, asegura la investigadora.

@Fundación Meri
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Este caso fue observado en California, en donde era habitual que cada año una población de ballenas grises concurriera a la zona a alimentarse, pero luego de que se comenzaran a desarrollar faenas de construcción en uno de los puertos, la especie desapareció por casi tres años, hasta el momento en que la construcción había finalizado.  “Estas especies tienen unos comportamientos que en general son de trasladarse o desplazarse entre grandes áreas, entonces cuando un área en su memoria queda retenida como segura para alimentarse o para tener sus crías y se encuentran con actividades antropogénicas, hace que éstas abandonen el sector en búsqueda de otras más seguras”.

Sin embargo, tal como aseguró Sonia Español, cuando los niveles superan los 150 decibelios estamos hablando de daños directamente auditivos que pueden generar la muerte de los individuos.

Pero el tráfico marino no es el único causante de la contaminación acústica. Otra de las actividades es la prospección de gas que, en términos simples, se trata de bombas de sonido que se utilizan para detectar yacimientos de gas o petróleo. Esta actividad se basa en un estudio de comportamiento de las ondas sonoras que producen estas explosiones cuando atraviesan o rebotan los subsuelos, las que son estudiadas por sismógrafos para determinar la estructura del terreno.

En búsqueda de medidas de protección

Muchos convenios a nivel internacional ya han reconocido el ruido submarino como un problema para el cual se tienen que tomar medidas para solucionarlo.  Entre ellos están el  Convenio sobre la protección del medio marino del Atlántico Noreste u OSPAR –por sus siglas en inglés–, y el “Acuerdo sobre la Conservación de Pequeños Cetáceos de los Mares Bálticos, Atlántico nororiental, irlandés y mares del norte” (ASCOBANS) que entró en vigor  a comienzos del año 2008 con el propósito de mantener un estado de conservación favorable para los pequeños cetáceos.

En el caso de Chile, el país es reconocido mundialmente por su rica biodiversidad y en materia de conservación cuenta con 39 áreas marinas protegidas que corresponden al 42% de las zonas económicas exclusivas de la costa del país. Del total de estas áreas marinas que están protegidas, el 58% se reconoce como parque marino, es decir, que no se permiten actividades como la pesca u otras que se consideren como una amenaza para los ecosistemas ya que son zonas resguardadas para la conservación.

Sin embargo, los proyectos portuarios y el tránsito marino en nuestro país están lejos de disminuir. A lo largo de la costa de Chile se distribuyen 39 puertos desde Arica a Punta Arenas y el 95% de las exportaciones se hacen por esta vía y se espera que dentro de los años el traslado de mercancía por este medio crezca de un 5% al 7%.

@Puerto Valparaiso
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Y eso no es todo, a lo largo del 2018 desde Valparaíso hasta la zona Patagónica se comenzaron a ejecutar prospecciones marinas que descubrieron un yacimiento de gas metano que podría considerarse uno de los más grandes que existen en el mundo. Por lo tanto, no sería raro que en los últimos años aumentara el número de estas explosiones y se empiece a extraer este recurso en nuestros mares.

Considerando la velocidad en la que las actividades humanas se están tomando los océanos y las medidas que han puesto en marcha los organismos internacionales para tratar este tema, se hace más necesaria la toma de medidas a nivel nacional que generen conciencia respecto al daño que se está ocasionando para frenar con la amenaza antes de que sea muy tarde.

El año 2017, el Ministerio del Medio Ambiente comenzó a desarrollar una estrategia nacional de biodiversidad que pretende establecer políticas y planes que permitan la conservación de la biodiversidad a nivel nacional.  Camilo Padilla, profesional del Departamento de Ruido, Lumínica y Olores del Ministerio del Medio Ambiente destacó que esta estrategia define diferentes ámbitos temáticos y áreas de trabajo entre las cuales se destaca la conservación de la biodiversidad marina y de islas oceánicas, y las áreas marinas protegidas. En el plan se va a buscar definir objetivos de conservación que permitan alcanzar diferentes metas, y a partir de ellas se generará un plan de acción. “El año pasado empezó la primera línea de trabajo en la que se formó una mesa intersectorial para abordar el tema y generar información respecto a lo que está sucediendo (…) De esta forma nosotros pretendemos mantener un trabajo colaborativo, saber en qué está cada institución trabajando y desde el Ministerio del Medio Ambiente apoyarlos”, agregó.

Dentro de las organizaciones que componen esta mesa destacan la Subsecretaria de Pesca, la Superintendencia del Medio Ambiente, el Servicio de Evaluación Ambiental y WWF. También se nombró la participación de la Universidad de Concepción, la Pontífice Universidad Católica y la Universidad del Desarrollo.

De esta forma se impulsará un trabajo en conjunto con el Servicio de Evaluación de Impacto Ambiental para establecer criterios de evaluación puesto que hay muchas actividades que no se rigen bajo ninguna norma. Mediante el trabajo entre ambas partes y la colaboración de las distintas organizaciones se establecerán normas y lineamientos que se deben considerar a la hora de la evaluación de proyectos.

En la segunda línea de trabajo se elaboró una consultoría técnica con el objetivo de elaborar una propuesta técnica para la evaluación de impacto de modelos subacuáticos en especies de fauna marina. De esta forma, los organismos competentes adquirirán mayor conocimiento técnico del problema y así disponer de las herramientas necesarias para poder pronunciarse con exactitud frente a los proyectos que pretenden desarrollarse. “Elaboramos una consultoría que se la adjudicó la Universidad de Concepción y que nos entregó una completa revisión bibliográfica respecto a cómo identificar zonas sensibles para ríos submarinos, cuáles son los criterios de evaluación de impacto que se utilizan internacionalmente para prevenir efectos en la fauna marina, cuáles son los niveles de emisión y cómo se propaga este contaminante (ruido) en el medio marino (…)”, dijo Padilla.

De igual forma, la oceanógrafa inglesa que lleva cerca de 10 años grabando el canto de las ballenas azules, Susannah Buchan, destacó algunas estrategias de gestión que podrían ser utilizadas en el país como vías alternativas para reducir los impactos a partir de experiencias internacionales. Entre ellas,  nombró la opción de disminuir las velocidades de las embarcaciones para que así se genere menos emisiones de ruido, el uso de sistemas de alerta acústica y programas de evaluación de monitoreo, entre otros.

@Susannah Buchan
@Susannah Buchan

Susannah actualmente está desarrollando una serie de monitoreos por medio de hidrófonos que se depositan en el agua y que permiten entregar información en tiempo real. Estos sistemas se conectan por satélite y al captar un sonido suben a la superficie para mandar la información al servidor para que luego sea validada por un analista quien confirma si se trata de una especie marina o no. Este evento sucede en un rango de 15 a 20 minutos, lo que permite la toma de decisiones en el momento y monitorear la presencia de seres vivos para apoyar la planificación de las actividades humanas en los océanos.

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