Bicicletas rígidas en senderos de montaña single track y caminos rurales vagamente mantenidos,  siguiendo una ruta que suma 200 km en tres días. Sonaba a una locura, pero el estilo de ciclismo “gravel” permite este tipo de hazañas sin mayores dificultades más que la entrega de un alto esfuerzo físico y la valentía de ser pionero en aventuras sin precedentes.

Bajo este espíritu organizamos la primera maratón de ciclismo de La Araucanía donde el esfuerzo físico de largo aliento que significa rodear los volcanes y cordilleras de la araucanía andina, sería mitigado por el impresionante despliegue multicolor que otorga el otoño en esta latitud. A esto además se sumaba la sensación inigualable de grandeza e insignificancia que puede sentirse al vincularse con el medio natural de manera tan directa como lo es a través de experiencias minimalistas y de esfuerzo propio.

©José Herrera
©Matías Riveros

El desafío no estaba planteado sólo como un mero logro personal o deportivo. La misión principal era comprobar el tremendo potencial para el ciclismo que tiene Malalcahuello y sus alrededores, difundiendo el libre acceso a las montañas junto al respeto a todos sus habitantes y ecosistemas.  ¿Qué mejor que la bicicleta para lograr este objetivo?

Con esta visión en común reunimos a un grupo de atletas encabezados por  Max Keith –ganador de la fecha local del torneo nacional de Ski de montaña– y René Castel –posiblemente el   chileno con más ultra maratones completadas–, quienes desde el lodge Endémiko encabezarían el pelotón que, a grandes rasgos, saldría y volvería a Malalcahuello cruzando los volcanes Tolhuaca y Lonquimay junto a las cordilleras de Las Raíces, Las Mellizas y Lolco, visitando localidades tan emblemáticas y remotas como Contraco, Troyo y el puente Ranquil.

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Apoyo logístico y técnico sólo estaría disponible en puntos claves de la ruta por lo que la autonomía de cada corredor –algo indispensable en esta nueva disciplina–, era una muy seria responsabilidad que incrementaba con creces  la ansiedad y ganas de salir y dejarlo todo en la ruta.

El día de llegada, tras un largo viaje desde la capital, hicimos una vuelta de reconocimiento subiendo la cuesta de Las Raíces para conocer el estado de los caminos y la sensación térmica que nos acompañaría durante los tramos principales del desafío. Para los corredores, con sólo +33km de recorrido y 750 m de desnivel ganados, este primer cara a cara con la majestuosidad del bosque nativo de la Araucanía Andina fue la introducción justa y necesaria para lo que se vendría en los siguientes días.

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Al siguiente día retomamos el camino, esta vez por el valle que cruza al norte entre la cordillera de las mellizas y la cordillera de Lolco. El tramo inicial fue un paseo tranquilo y hermoso, en que la bicicleta –silenciosa y amigable–, nos hacia pasar casi inadvertidos junto a los escasos pobladores que habitan este camino de araucarias y vistas panorámicas.

Al  poco  rato  nos  tocó  experimentar  una  situación  que  se ha vuelto cada vez más frecuente: un portón de fierro recientemente construido cerraba la ruta. Por suerte, un espacio permitía el paso a pie o para bicicletas. Pocos días antes habíamos hecho el correspondiente scouting de la ruta y este bloqueo no existía, por lo que realmente era algo muy reciente y traía de vuelta la urgencia que tenemos por desarrollar cultura de montaña y legislar sobre el acceso a las montañas.

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Una vez sorteado este contratiempo, seguimos por la ruta planificada acercándonos  al límite de la Región de la Araucanía. Nos acompañaba el constante deleite otoñal del bosque rojizo que decora las espectaculares formaciones geológicas de este valle, tales como el cerro Canasto y el cerro Lolco, y la vista cada vez más presente del volcán Callaqui.

Se generó una conmovedora postal cuando el viento comenzó a agitar suavemente unos álamos que flanqueaban la entrada a un fundo botando una gran cantidad de hojas amarillas y generando un momento casi poético que simbolizaba el pronto fin del otoño. Fue obligatorio pasar unos minutos contemplando este mágico momento para luego seguir con el pedaleo, esta  vez,  ya  rodeando  la  cordillera  de  Lolco,  pasando  por  el  imponente  puente Contraco y la localidad de Troyo.

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Próximos ya al puente de Ranquil la oscuridad de la noche se había vuelto total y unos curiosos locales al vernos en esta remota ubicación pedaleando sólo con el equipo esencial y ya entrada la noche, muy preocupados nos advirtieron que era peligroso seguir por este camino. Según ellos la presencia del puma los últimos días había sido muy notoria en la zona y, sumado a la poca visibilidad que teníamos como ciclistas en la noche, decidimos que era el fin de la jornada. Ese día marcamos +100km recorridos con un desnivel ganado  de 2.000 m dejando pendiente el retorno por la nueva ciclovía de Lonquimay.

Al día siguiente la ruta propuesta tenía un alto carácter icónico. Partiríamos por la ya famosa ciclovía de Malalcahuello, para luego encarar el volcan Tolhuaca y conectar el regreso rodeando el volcán Lonquimay. Para quienes aún no conocen la ciclovía, ésta es probablemente una de las más hermosas de Chile. Su recorrido va por la antigua línea férrea que unía Curacautín con Lonquimay y pasa por hermosos miradores y construcciones patrimoniales como los antiguos túneles ferroviarios.

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Superada esta joya local –y tras un par de kilómetros de pavimento– comenzaba el primer desafío del día: subir desde la altura de la ruta internacional, hasta el portezuelo que conecta los volcanes Tolhuaca y Lonquimay. Este tramo, en que se gana bastante desnivel, está en gran parte cubierto por piedra volcánica suelta volviendo el pedaleo inestable y poco efectivo, pero en su justa proporción estas condiciones se minimizan ante las vistas de la laguna blanca, el volcán  Tolhuaca y las condiciones climáticas que varían frecuentemente generando escenarios únicos continuamente.  El dramático bosque de Araucarias presente casi a lo largo de todo este tramo, se disipa gradualmente a medida que se gana altura y los hitos paisajísticos como el mirador de la laguna blanca y el colosal plateau, donde comienza la Reserva Nacional Malacahuello, hasta que ya nos encontramos en un escenario totalmente andino.

Una gran mancha de escorial volcánico marca el punto medio del portezuelo con vista en 360º. Creíamos que con esto el esfuerzo ya se había pagado pues no imaginábamos lo que seguía: más de 20 km de bajadas y planos por huellas realmente solitarias dentro del denso bosque nativo sin parar hasta la guardería de Conaf. La huella tenía un grip perfecto y esto permitía que, a pesar de que nuestras bicicletas gravel no están diseñadas para el downhill, pudiéramos disfrutar de este tramo.

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Tanta fascinación impidió darnos cuenta cómo las estrellas se tomaban el firmamento mientras pasábamos innumerables esteros y claros de bosque, ya con dirección sureste.  En pleno remonte hacia el mirador de los volcanes que corona el tramo de regreso hacia Malalcahuello, una densa neblina bajó y la visibilidad se volvió casi nula. Llevábamos +70 km recorridos y ganado 1.400 m de desnivel en 10 horas continuas de pedaleo.

Las experiencias vividas en este tipo de aventuras nos han vuelto intérpretes de la montaña y sabemos cuando con tranquilidad nos dice “hasta aquí no mas”. El vehículo de apoyo ya nos había alcanzado y de esta forma el regreso a Endémiko fue tranquilo y seguro.

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A pesar del tremendo recorrido logrado y todo el desgaste que se vive en una maratón de este tipo, la belleza natural inigualable de la Araucanía Andina y las comodidades que entrega el tener una aventura lodge-based de este tipo permiten disfrutarlo todo al máximo con la misma tranquilidad  que tendría un paseo sencillo de senderismo.

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Los hermosos recuerdos ganados en este otoño nos dejan más que claro por qué la Unesco reconoció recientemente al territorio como Reserva Mundial de la Biosfera y Geoparque Kultrakura. El único sabor amargo de toda la jornada fue el agresivo portón que cerraba un tramo de la ruta. Entendemos que hay motivaciones que pueden interpretarse como de protección –ya sea de la propiedad privada o del patrimonio natural– pero debemos manifestar que el llamado a cuidar es, no poniendo alambradas ni portones, sino educando y haciendo comunidad.

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