Los caminos que recorren Nueva Zelanda y los paisajes que atraviesan, son tan impredecibles que parecieran engañar a la vista a medida que avanzan los kilómetros. Al dejar la costa y adentrarnos en el centro de su isla sur, las olas se transforman en mareas de roca y la altura nos regala sus mantos blancos. Agazapada en su interior, Aotearoa –Nueva Zelanda en maorí– tiene escondida una parte fría, glacial y rocosa: en medio de lo que se conoce como los Alpes del Sur, se encuentra el Parque Nacional Aoraki (en maorí) o Mount Cook.

Cuenta la leyenda que Aoraki, hijo del Padre Cielo, se embarcó junto a sus hermanos en su canoa para conocer la Madre Tierra. En este trayecto su embarcación encalló en un arrecife y volcó. Aoraki junto a sus hermanos treparon hasta la quilla de la canoa para no ahogarse, pero los gélidos vientos del sur terminaron por congelarlos, quedando convertidos en montañas para toda la eternidad.

©Brújula y Tenedor
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Aoraki es más que el simple estandarte mitológico de esta región. De los más de veinte montes sobre los 3.000 metros de altura, todos excepto uno se encuentran en este parque nacional, siendo Aoraki o Mount Cook el más alto de Nueva Zelanda –y de todo el continente oceánico–, con sus abruptos 3.760 msnm.

Si bien esta cifra pareciera no ser tan impactante si lo comparamos con la altura de los Andes en Sudamérica o los Alpes europeos, la elevación de Aoraki desde su base es mayor a muchas de las montañas que vemos en los otros cordones montañosos y esa es en parte la razón por la que es una de las montañas más fotogénicas del mundo.

Mount Cook ©Brújula y Tenedor
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Además de la impactante cara de Aoraki, casi el 40% de la superficie del parque nacional está cubierto por glaciares que, junto con la majestuosa elevación de su monte principal, lo hacen un lugar único en Oceanía que ha cautivado no sólo a turistas y visitantes, sino que también a deportistas que encuentran en sus laderas un terreno sagrado para su entrenamiento.

Mount Cook tiene una larga historia de escaladores, y su cumbre ha sido conquistada cientos de veces desde fines del siglo XIX. Pero de todos sus ascensos, es la historia de Sir Edmund Hillary, escalador neozelandés, la más popular: afinaba aquí sus habilidades en altura antes de lograr la proeza de ser el primer hombre en escalar el monte Everest en mayo del año 53. Luego Sir Edmund volvió a Nueva Zelanda y visitó repetidamente el parque nacional y, es tanto el orgullo que sentía este pedazo de tierra, que hasta le hicieron los honores de abrir un museo en su nombre.

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Mount Cook siempre estuvo en nuestro plan de ruta de viaje y, con la brújula de guía, acortamos camino sobre las ruedas de nuestra van viajando desde el extremo sur de la isla. Llegamos una tarde de otoño y afortunadamente alcanzamos a encontrar un buen lugar para acampar y ver el imponente macizo antes que la luz se retirara y los termómetros se desplomaran.

Comimos algo bajo el plateado manto lunar y nos cobijamos del frío en el interior de Avo. Después de un rato, al ponerse la luna detrás de los montes, quedó al descubierto la inmensidad del cielo y miles de estrellas aparecieron al principio algo tímidas pero después –sabiéndose el centro de atención–, brillaban con nuevos fulgores.

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Gran sorpresa fue enterarnos que parte de la zona de Mackenzie donde está ubicado el parque nacional, es una reserva de cielo oscuro, es decir la oscuridad y la observación de los cielos ¡está protegida! y la luz artificial está fuertemente restringida. Esta medida está hecha principalmente para fomentar el turismo astronómico de la zona pero también provoca un gran impacto positivo a los procesos naturales de flora y fauna del parque nacional.

Salimos temprano a la mañana siguiente para completar un par de caminatas. Una de ellas nos guiaba siguiendo el cauce de un río a través de grandes puentes colgantes, y hermosas vistas del cordón montañoso hasta el glaciar de Tasman –el más grande del parque nacional–, que común a todos los glaciares del mundo, su tamaño no es lo que era antes, habiéndose reducido radicalmente en los últimos cincuenta años.

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Además de la caminata a las faldas de la montaña, el parque está lleno de senderos para todos los niveles físicos, desde profesional con sus diferentes cumbres para conquistar hasta paseos de una hora donde se pueden observar ríos, otros glaciares y por supuesto el hermoso Aoraki desde diversos puntos de vista. Sea cual sea el recorrido que se elija, los días que se tengan o la forma de visitarlo, el parque nacional Aoraki – Mt. Cook– se alza como el empinado corazón de Nueva Zelanda y acercarse a sus valles se transforma en la oportunidad ideal para llevarse las postales para toda una vida.

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