La decisión estaba tomada. Eran las 2 de la tarde y preparábamos nuestras mochilas para salir. Una cordada norteamericana había salido el día anterior, lo que nos facilitaba la ruta de descenso por la Seattle Ramp. Decidimos ir con un solo saco de dormir y una cuerda, lo que significaba noches más frías y abordar la ruta con la mentalidad de salir para arriba, ya que abandonar una ruta así de larga rapeleando con una sola cuerda nos llevaría una eternidad. Sacar una cuerda y un saco de las mochilas nos bajaba el peso considerablemente. Junto a eso, sólo llevamos comida liofilizada y algo de ración de marcha, lo que redujo el volumen aún más. Cada uno llevaba unos 12-14 kg en la espalda con todo lo que necesitábamos para escalar y pasar las noches en la inmensa pared sur.

©Nicolás Gantz
©Colección Expedición Denali

Nos pusimos los crampones, nos despedimos del resto del grupo y a caminar. Eran cerca de las 6 de la tarde. Nos demoramos casi dos horas hasta el hombro, donde pudimos ver la primera sección del descenso hacia el llamado Death Valley. Una delgada capa de nieve polvo sobre nieve más compactada hacía la caminata un tanto insegura pero nos lo tomamos con calma y descendimos hasta donde el glaciar comenzaba a fraccionarse. Sacamos la cuerda, nos encordamos y continuamos el descenso. A pesar de ver las huellas de la cordada gringa, quienes nos llevaba un día, habían varias secciones donde había que asomarse y dar algunas vueltas. La pendiente era cada vez más pronunciada y los séracs más grandes. Comenzábamos a navegar en terreno inseguro. Tras algunas pasadas des-escalando hielo vertical y un buen rato expuestos a la caída de bloques, llegamos al fondo del valle. Terreno horizontal finalmente (o casi horizontal),  pero la sección más peligrosa ya estaba hecha. Fueron 6 horas descendiendo terreno bastante complejo y poco más de 1.200 metros de desnivel.

©Nicolás Gantz
©Colección Expedición Denali

Eran cerca de las 2 am. Paleamos nieve para armar una repisa bajo una rimaya, armamos la carpa, derretimos nieve, comimos y nos acostamos. Al otro día nos despertamos con calma, desarmamos, derretimos nieve, nos equipamos y empezamos la escalada. La primera sección correspondía al Japanese Couloir, una canaleta de unos 350 m de escalada en hielo con secciones mixtas de roca bastante lindos. Nos movimos largo por largo, progresando bastante lento, pero disfrutando del paisaje que nos rodeaba. La sección de arriba tenía un hielo increíble, cada vez más inclinado. Algunas pasadas interesantes nos dejaron cada vez más cerca del final del corredor vertical. Nos equivocamos en la salida, lo que nos costó un buen rato por un mixto más complejo de lo esperado, pero al final del día tras cerca de once largos de cuerda, logramos armar campamento en el Cassin Ledge, una pequeña repisa de roca y nieve donde había apenas espacio para armar la carpa.

©Nicolás Gantz
©Colección Expedición Denali

Las temperaturas eran tan bajas que nos demorábamos horas en derretir nieve para poder hidratarnos y cocinar, pero no importaba. El sol cruzaba el horizonte pero no se alejaba de él, manteniendo la luz del crepúsculo por algunas horas hasta que volvía a asomarse al amanecer. La luz indirecta brillaba sobre un eterno manto blanco mientras con Pipe disfrutábamos del confortante calor del saco con los pies casi colgando al vacío. Jamás había estado en un campamento tan alucinante.

Tras una larga noche donde el frío hizo su parte (un solo saco y una colchoneta pinchada no son buena mezcla en Alaska) nos levantamos a derretir nieve y desarmar el campamento. El proceso de ponerse las botas heladas cuando los dedos de los pies ya están casi duros como palo no es lo más placentero, pero la idea de moverse para volver a agarrar calor apuraban un poco el proceso.

©Nicolás Gantz
©Colección Expedición Denali

Comenzamos a ascender por algunos mixtos hasta que llegamos a la arista conocida como el Knife Edge Ridge. Tal como  anuncia su nombre, empezamos a escalar en simultáneo por el filo de cuchillo que separa el East Fork del North East Fork, es decir los dos valles a los pies de la cara sur. Ya íbamos ganando altura y las vistas se abrían a un sinfín de montañas. También el aire se sentía un poco más delgado pero nos sentíamos bien, el clima se mantenía estable como el reporte había marcado y nos movíamos de manera segura.

Luego del filo nos encontramos con el glaciar colgante. La montaña volvía a inclinarse por un rato y nos enfrentamos a un sérac con una pequeña sección de hielo desplomado. Logramos montarnos y escalamos por una rampa de hielo y nieve hasta llegar a la rimaya superior del glaciar. Las temperaturas se sentían más bajas a medida que íbamos ascendiendo. Nuevamente sacamos la pala, armamos una repisa bajo la rimaya para protegernos en caso de algún desprendimiento y armamos campamento.

Las puestas de sol eran maravillosas todos los días, los colores eran fuera de lo común, pero ya era la segunda noche en la pared y la tercera noche desde que salimos del campamento. Nos estábamos moviendo lento. Sobre nosotros teníamos las dos bandas de roca que concentraban las últimas secciones de escalada técnica. Una vez superadas solo nos quedaba poner ritmo de caminata hasta la cumbre y descender hasta el campamento de los catorce mil.

©Nicolás Gantz
©Colección Expedición Denali

El tercer día nos despertamos un poco más temprano que los días anteriores y conseguimos movernos un poco más rápido, aún así nos tocaban varias de las secciones más técnicas de la ruta. Comenzamos a navegar entre rampas de nieve, hielo y granito. Algunas nubes pasajeras nos ponían un tanto nerviosos pero logramos progresar por algunos de los mixtos más lindos que escalé en mi vida.

Saliendo de la primera banda de roca el viento empezó a aumentar y las temperaturas comenzaron a bajar. La escalada era bastante más sostenida e íbamos asegurando las secciones difíciles y simultaneando cuando podíamos. Una vez que salimos de la primera banda de rocas, el clima había cambiado bastante. Estábamos menos protegidos del viento y se ponía a nevar irregularmente. El frío se empezaba a apoderar de nosotros y los guantes, mojados luego del 3 días de escalada estaban duros y pegados al piolet, dificultando el manejo de cuerdas y los momentos en los que había que poner protección en la roca y en el hielo. Los peor se lo llevaba el asegurador, quien debía esperar inmóvil en una repisa mientras el primero lideraba una sección dura. Nos encontrábamos en los últimos largos de la segunda banda de roca, en una estrecha canaleta de roca que se ponía vertical en secciones. El cansancio acumulado ya se notaba no solo en la escalada, si no que en los ánimos. El frío nos robaba muchísima energía y las manos y pies cada vez estaban peor, pero aún nos quedaba escalada.

©Nicolás Gantz
©Colección Expedición Denali

Decidimos dormir en el Triangle Shaped Roof, una pequeña repisa al final de la segunda banda de rocas. Nos tomó demasiado tiempo derretir nieve producto de las bajas temperaturas y la altitud, algunas horas incluso. Estábamos cerca de los 5.000 metros y ya habíamos sobrepasado casi toda la escalada técnica; solo nos quedaba el último crux la mañana siguiente y luego llegábamos a terreno más fácil. La noche fue larga nuevamente.

A pesar que el clima amainó y que se despejó, dormir sobre la cuerda no era lo mejor y mi colchoneta se desinflaba cada hora y media por lo que el sueño no fue parejo. El saco de dormir ya estaba húmedo por la condensación de los días anteriores, pero congelado por las  temperaturas inferiores a –25 ºC. Los guantes y botas interiores, que metíamos entre nuestra ropa para descongelarlos y secarlos, ya no se descongelaban.

La mañana del cuarto día nos armamos de motivación una vez más. Esperamos que los rayos del sol tocaran la repisa para calentarnos un poco y así recobrar las energías que nos iban quedando. Pipe derretía nieve mientras yo desarmaba el campamento. Ya estábamos exhaustos pero solo nos quedaban 1.200 metros hasta la cumbre. Comenzamos a escalar.

©Nicolás Gantz
©Colección Expedición Denali

Llegamos a una esquina donde las huellas estaban por todos lados. Claramente la cordada gringa no había resuelto fácilmente por donde pasar y yo escalé y des-escalé un par de veces sin tanta seguridad por donde entrarle a la última sección técnica de la ruta. De repente, escuchamos sonidos abajo. No podía ser, estábamos en la mitad de la pared y no habíamos visto cordadas bajo nosotros. En un momento, vimos una pequeña figura encaramándose con increíble habilidad por la pala bajo nosotros y entrando a la sección de nieve y roca en la que me encontraba. El pequeño hombre, vestido con pocas prendas, una pequeña mochila y sin cuerda dice: “Hey, los chilenos”. Con Pipe nos miramos y respondimos: “¡Hola Colin!”. Era nada menos que Colin Haley, quien estaba rompiendo el récord de velocidad mientras freesoleaba los 2.800 metros de pared. Lo que con Pipe nos había tomado poco más de tres días, Colin lo había hecho en poco más de 11 horas. Nos dirigimos unas palabras y continuó su escalada. Trepó por una esquina bastante técnica y vertical, la sección más dura de toda la ruta, siguiendo las huellas sobre nosotros y desapareció.

Bueno, decidí mandarle por ahí. Al final no sabíamos por dónde seguir y no pareció tan difícil. Tras dos intentos logré trepar la empinada esquina. Aseguré a Pipe desde un bloque y nos juntamos en la reunión. Ya estaba. Habíamos pasado todas las secciones técnicas, ahora solo quedaba “meterle chala”.

Caminamos encordados hasta una esquina, donde decidimos sacarnos la cuerda, guardarla en la mochila y seguir en solitario. Trepamos una linda pala de unos 300 o 400 metros por sobre el glaciar Big Berta hasta que remontamos en el filo. No había nada mejor que ir escalando sin cuerda y progresando cómodo, sin tanto equipo colgando y sin tener que asegurar más pasadas. El terreno era menos complejo, lo que no quiere decir que hubiese espacio para cometer errores. La altitud ya se sentía fuerte y una vez en el filo comenzamos a ascender por una serie de falsas cumbres con nieve hasta las rodillas. Cada cierto rato nos sentábamos en algún lugar más protegido del viento, comíamos lo último que iba quedando de la ración y seguíamos.

Yo ya estaba fundido, pero el Pipe, que venía con mejor ritmo, me motivaba a seguir. Cuando estábamos a unos 400 metros de la cumbre, descansamos por unos 30 minutos y miramos al horizonte. Un frente de mal clima se aproximaba rápido a la montaña.

Saqué las energías que me quedaban y mantuvimos un buen ritmo hasta finalmente llegar al Kalhitna Horn, la antecumbre donde se junta la Cassin con la West Buttress. Lo habíamos logrado. Estábamos en el país de las sombras largas, donde el sol nunca se apaga, donde el amanecer y atardecer se funden y confunden. Lejos de nuestros queridos Andes, la única cordillera que había conocido, todo parecía andar de manera opuesta. Aún así, el sueño era real. Ahí estaba la cara sur del Denali, el sueño de otro que, poco a poco, se hacía nuestro.

Ya estábamos en terreno conocido nuevamente y a sólo unos minutos de la cumbre del Denali. Dejamos nuestras mochilas estacadas, agarramos un solo piolet y con las últimas fuerzas caminamos hasta el punto más alto de la cordillera Central de Alaska, mientras se ponía a nevar. Mientras subíamos por la arista pudimos ver el sol sobre el horizonte, acorralado por un mar de nubes oscuras sobre y bajo él. Las nubes superiores dejaban caer nieve levemente, mientras que el mar de nubes bajo nosotros ascendía minuto a minuto tapando paulatinamente el sol, hasta que todo quedó en blanco. Tocamos cumbre.

©Nicolás Gantz
©Colección Expedición Denali

Nos arrodillamos junto a la estaca que marca el punto más alto. No teníamos palabras. Pocas veces en mi vida había estado tan emocionado. Podíamos sentir a Cristóbal junto a nosotros, algo que realmente no puedo explicar. Con Pipe nos echamos a llorar, gritábamos cumbre como nunca habíamos gritado y compartimos unos minutos en silencio en conmemoración del “narigón”.

Era momento de bajar. Estábamos envueltos en la tormenta, había luz, pero no podíamos ver nada. Ni siquiera distinguir la inclinación del empinado suelo donde caminábamos. Cuando llegamos de vuelta a las mochilas y tratamos de encontrar la ruta de bajada, nos dimos cuenta que no valía la pena arriesgarse; estábamos muy cansados, deshidratados y la visibilidad era nula. Tomamos la difícil decisión de dormir en el Kahiltna Horn, a unos 6.140 msnm.

El reporte de las 8pm nos había indicado una pequeña brecha para escapar a la mañana siguiente; no teníamos agua y la cocinilla no era capaz de derretir nieve a esa altitud y menos con esas temperaturas. Fuera de la carpa hacían unos -45 ºC y sólo teníamos un saco para pasar la noche, apelmazado y congelado por la condensación de los campamentos anteriores. Los calcetines estaban húmedos y congelados, al igual que los guantes y las botas.

Fue una noche bastante larga. La sangre no corría por los dedos de los pies y el Pipe tenía congelaciones en sus manos. Sólo nos quedaba esperar por los primeros rayos del sol y correr cerro abajo hasta el anhelado campamento de los 14.000 pies al día siguiente.

Sin haber dormido, salimos de la carpa cuando salió el sol. Estábamos en el punto más alto recibiendo los primeros rayos, pero a esa altitud el sol no calentaba. Teníamos que escapar de ahí. Desarmamos la carpa, guardamos las cosas y nos pusimos a correr cerro abajo. Había una delgada capa de nieve pero conocíamos el camino. Todo ese trayecto era bastante seguro por lo que no hubo la necesidad de encordarse. Cerca de una hora y media más tarde estábamos en el campo de los diecisiete mil, derritiendo un poco de nieve e hidratándonos un poco para recuperar el aliento. Poco después continuamos el descenso por el filo y finalmente vimos el campamento de los catorce mil. Hogar dulce hogar. Calor, comida, agua, comodidad.

La sección del filo es realmente increíble, veíamos un mar de nubes bajo nosotros con algunas cumbres como la del Mount Foraker asomadas. Hacia arriba, la cumbre del Denali se escondía bajo una fina capa blanca que revelaba cómo el viento iba en aumento. Nadie nos quitaba la sonrisa de la cara. Corríamos cerro abajo entre los grupos comerciales que lentamente ascendían por las cuerdas fijas. Gritábamos y cantábamos mientras dábamos los últimos cientos de pasos de esta larga odisea. Algunos minutos más tarde llegamos al campamento, nos dimos un gran abrazo y nos desplomamos en el tipi-comedor.

©Nicolás Gantz
©Colección Expedición Denali

Tras nuestra llegada los mexicanos nos atendieron como reyes. Nos derritieron agua y alimentaron hasta que no pudimos más. Compartimos algunas anécdotas y nos echamos a dormir. Los dos días que siguieron, la tormenta ya había entrado. Nevaba a ratos mientras nosotros, atrincherados, intentábamos recuperar algo de peso. El plan ahora era comer lo más posible para alivianar nuestros bolsos de bajada, porque el pronóstico empeoraba y no nos queríamos quedar atascados en la tormenta esperando el vuelo de salida. La misión ahora era escapar. Los mexicanos aún querían más escalada pero nosotros ya habíamos completado los objetivos y nos volvíamos felices con una doble cumbre en el Denali.

El día 9 de junio desarmamos campamento temprano y pusimos todo en los trineos. Nos despedimos de los muchachos y emprendimos regreso al CB. En el campamento de los once mil pies recogimos nuestros esquíes, nos cambiamos de botas y comenzamos a esquiar cerro abajo. Yo llevaba el trineo que pesaba cerca de 50 kilos amarrado con un cordón largo. Lo echaba cuesta abajo y me deslizaba en los esquí tras de él como si fuera paseando a un perro.

Cuando llegamos a la parte horizontal, puse las pieles y seguimos caminando hasta el campamento base, ya que la nieve estaba compacta. Tras nueve horas habíamos recorrido los 20 km con todo nuestro equipo y estábamos en el CB. Los últimos aviones estaban despegando, pero llenos, así que tuvimos que esperar  hasta la mañana siguiente para volver a Talkeetna.

Agradecimientos

De manera personal, quiero agradecer a mi familia por el apoyo incondicional en mis proyectos de montaña y también a la familia Bizzarri por darnos la motivación de cumplir el sueño de Cristóbal. Para mí esta cumbre no sólo significó un proyecto deportivo, sino que fue el cierre de una etapa muy importante en mi vida.

Quiero agradecer inmensamente a The North Face Chile por brindarme el equipamiento para la expedición que fue clave para la supervivencia en estas condiciones. También quiero agradecer a Andesgear y Karün, dos marcas nacionales que me han brindado apoyo a lo largo de los años en mis expediciones y en algunas de las experiencias más lindas de mi vida. Gracias a ellos y a todo el personal dentro de las marcas que han aportado de una u otra forma con esta expedición

“La magnitud de una ascensión no es apropiadamente medida si sólo nos referimos a altitud, desnivel o dificultad técnica. La real medida de una gran escalada se resuelve en el interior de cada escalador, pues una montaña sólo puede medirse en proporción a cada hombre, con su mochila, su preparación, sus sueños y sus miedos”. –N.G.

Comenta esta nota

Comenta esta nota

Responder...