Aunque la educación ambiental ha evolucionado desde los años 70, cuando surgió la premisa de «conocer para conservar», se ha demostrado que la simple provisión de información es insuficiente, a pesar de ser efectiva en ciertos contextos. Ante la complejidad de los problemas ambientales que enfrentamos como sociedad, y la creciente hiper conexión digital de las infancias y juventudes, debido la  exposición excesiva a pantallas y celulares, es crucial integrar aspectos emocionales en las prácticas educativas, como la conexión con la naturaleza, experiencias profundas en entornos naturales, y un enfoque basado en el lugar y los saberes locales.

Generar aprendizaje basado en el territorio y con experiencias en la naturaleza, implica llevar el aula al aire libre, utilizando el entorno natural como laboratorio viviente. Además, sirve para fomentar habilidades y actitudes esenciales para la vida, como la observación, la generación de preguntas, la reflexión y el trabajo en equipo; instar la curiosidad y capacidad de asombro se convierten en herramientas esenciales en este proceso.

La educación ambiental basada en el territorio, conecta a las personas con su entorno inmediato, promoviendo un entendimiento profundo de los ecosistemas locales, la biodiversidad y los desafíos ambientales específicos. Esta conexión fomenta un sentido de pertenencia y responsabilidad hacia el lugar donde habitan, pudiendo arraigar una identidad ambiental en la realidad de una comunidad.

En ese sentido, también contribuye a fortalecer la conexión y confianza entre las personas, inspirando una mayor conciencia, aprecio y acción entre las comunidades; esto es esencial para promover políticas que se alineen con la conservación y protección de la naturaleza. En un mundo donde los conflictos ambientales aumentan, una población informada e involucrada con su entorno facilita la capacidad de accionar y decidir sobre su futuro.

La educación para la conservación es un proceso fundamental para influir en actitudes, emociones y comportamientos, utilizando la naturaleza como aula y abordando problemas locales para enfrentar desafíos más amplios. La conservación no solo concierne a la biología, sino a las personas y las decisiones que toman, por ello, esto no solo implica conocer, sino amar y conectar emocionalmente con el entorno. Solo al salir de las cuatro paredes y experimentar la naturaleza en el entorno cercano, podremos educar para conservar.

En esa línea, algo muy importante que señala la educadora ambiental de la Universidad Austral, Wara Marcelo, es el aprender a planificar respetando las etapa de desarrollo de los niños y niñas. “En la etapa preescolar, solo trabajamos en desarrollar la conexión emocional, la curiosidad, el trabajo en equipo; y a partir de los 10 años podemos hablar de los problemas socioambientales que enfrentamos, ojalá siempre locales, que podamos reflexionar y brindar soluciones cercanas a su realidad también”.

Como Fundación Plantae, junto a Cooperativa Calahuala, durante el año 2023, desarrollamos un programa de educación ambiental en 8 escuelas de las comunas de Los Lagos y Panguipulli, cercanas al río San Pedro, un cauce vital que provee agua a sus comunidades y ecosistemas circundantes.

Esta iniciativa específica se enfocó en proporcionar a los niños y niñas la oportunidad de conocer más de cerca su río; las plantas, aves e insectos y todos los seres e historias que habitan en él, e involucrarse emocionalmente con este cauce y los ecosistemas que le rodean a través de diferentes metodologías, como títeres, boletines coloreables, magnetos y experiencias al aire libre, llevando la enseñanza más allá de las aulas y hacia el entorno natural. Este proyecto se basa justamente en la importancia de ir más allá de la simple transmisión de conocimientos, que es en lo que actualmente se centra la educación formal.

Los niños y niñas han podido tocar, oler y palpar la naturaleza con sus manos. Algunos, dieron sus primeros o más significativos pasos para establecer una conexión emocional y afectiva con su entorno, lo cual es esencial para fomentar comportamientos responsables a largo plazo. Además, fuimos testigos de aprendizajes tan alentadores como la creación y exhibición de sus propias obras de títeres, o la apertura y disposición de ellos y sus docentes a cargo para trabajar de manera diferente a lo que se venía haciendo: en equipo y al aire libre.

Este programa no sólo ha enriquecido la experiencia educativa de los niños y niñas, sino que también ha sembrado las semillas para despertar el amor por su río y para que se puedan convertir en agentes de cambio en sus propias escuelas y comunidades. Para ello, es importante que estas iniciativas sean permanentes y que idealmente, estuvieran enmarcadas en programas oficiales, pues estamos hablando de procesos culturales y sociales que requieren de tiempo, de planificación y dedicación transversal, de parte de maestras, monitores, directivos y comunidades educativas en general.

Créditos: Fundación Plantae.
Créditos: Fundación Plantae.

Nos queda como aprendizaje y desafío la importancia de pensar y ejecutar una educación ambiental situada en el territorio y al aire libre, para vincular a las nuevas generaciones con su entorno inmediato, fomentando así su arraigo y sentido de responsabilidad ambiental con la naturaleza que les rodea. Este enfoque no solo tiene el potencial de ser transmitido a su círculo cercano, sino que también puede involucrar y empapar a comunidades enteras en la transformación de hábitos y actitudes, que se orienten hacia el cuidado y la protección activa de la naturaleza.    

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