“Me lo contaron mis abuelos”: cómo las aves y bosques unen a generaciones para recuperar la memoria en Wallmapu
Las aves han influido profundamente en las culturas e identidades de Sudamérica, y Chile no es la excepción. Sin embargo, la devastación de la naturaleza ha generado una pérdida de la memoria biológica y cultural. Además, se presta menor atención a las personas mayores, quienes guardan ese conocimiento. Así ocurre en la Región de la Araucanía, donde se han olvidado saberes mapuche. Frente a esto, nació el proyecto «Escuchando a los Abuelos», el cual vinculó a los niños y sus abuelos en escuelas rurales, a través de los pájaros y bosques. De esa forma, se gestó una cautivadora iniciativa, que incluye relatos, memes y un mini-documental, para cultivar la memoria a futuro.
Con su poderosa cabeza crestada, el carpintero gigante o rere forma cavidades en los árboles, erigiéndose como un verdadero artesano de los bosques. Su obra no es menor, ya que los espacios que genera son aprovechados por varias especies. Hasta un ave rapaz como el cernícalo se ha visto beneficiado. Según cuentan, el mismo cernícalo le dijo: “Mari mari, rere, acompáñame a la cordillera”. Sin embargo, el carpintero le respondió: “No puedo ir peñi, tengo que bajar a Curarrehue para avisar que junten leña”.
Dicen que el rere baja de las alturas cuando se acercan lluvias, tormentas o nevazones, avisando de esa forma que llegó el momento de juntar leña. Lo interesante es que en 2017 un grupo de científicos publicó un estudio sobre los movimientos altitudinales y estacionales de las aves en el sur, dando cuenta de que, efectivamente, especies como el carpintero descienden a zonas bajas cuando se asoma el “mal tiempo”. Así, una investigación ecológica que tomó alrededor de 5 años, confirma lo que narra el conocimiento tradicional, de la voz de las personas mayores.
Sin embargo, estos relatos están siendo cada vez menos escuchados, en especial en una sociedad que presta poca atención a los mayores. Se suma el trastorno por el déficit de naturaleza, donde uno de sus principales síntomas es la pérdida de memoria biocultural (biológica y cultural). En la búsqueda por recuperarla, nació el proyecto «Escuchando a los Abuelos«, una iniciativa impulsada por investigadores de la Universidad Católica Campus Villarrica, que buscó facilitar los diálogos intergeneracionales entre niños y abuelos en escuelas rurales mapuche en Wallmapu, en la Región de la Araucanía.
“Los humanos, como otros animales, somos eminentemente sociales. La memoria se va construyendo en las relaciones con otros seres. Hay trabajos maravillosos sobre la memoria biocultural en huertas, por ejemplo, pero faltan metodologías participativas que estén orientadas a cultivar esta memoria. A mantenerla viva. Nosotros pensamos en algo que incluya la transdisciplina, reconociendo que el conocimiento no está solo en la universidad, sino que está en todos lados. Está en el mundo popular, en los pueblos originarios, en los campesinos, y esos saberes hay que integrarlos”, asegura Tomás Ibarra, investigador del Centro de Desarrollo Local (CEDEL) y del Centro de Estudios Interculturales e Indígenas (CIIR) de la Universidad Católica, Campus Villarrica.
La iniciativa, que fue publicada recientemente en el capítulo de un libro, se desarrolló en tres escuelas rurales, en comunidades mapuche ubicadas en Pucón y Curarrehue. Esta elección no fue mera casualidad, ya que el pueblo mapuche es el que ha acumulado más experiencia en dicho territorio. No obstante, también se ha observado una pérdida de la memoria en las generaciones más jóvenes.
Por ejemplo, algunos niños no están adquiriendo lo que sus abuelos aprendieron con la recolección y consumo de plantas comestibles silvestres. Se suma el despojo de tierras y el régimen escolar formal, que atiborra a los niños con tareas, disminuyendo su tiempo de indagación al aire libre con los abuelos. Asimismo, se reducen las oportunidades para la pedagogía indígena, que suele ser oral e in situ.
Por ello, en el proyecto se trabajó con 90 niños, cuyas edades fluctuaron entre los 6 y 12 años, además de contar con la activa colaboración del equipo pedagógico de cada escuela, incluyendo profesores, directores y maestros mapuche tradicionales o kimche.
Para ello, implementaron una metodología transdisciplinaria que siguió un ciclo de cinco pasos. De partida, se realizaron talleres de historia natural y narración de cuentos sobre las aves y los bosques, donde los estudiantes incluso construyeron nidos para entender esta compleja tarea que es crítica para la supervivencia de la avifauna.
Luego, los niños se convirtieron en investigadores, entrevistando y grabando a sus abuelos para conocer sus relatos sobre estos animales. Le siguió la transformación de la investigación en arte, donde las narraciones se expresaron en creaciones, como los memes.
“Comenzaron con la empatía, sintiéndose parte en el reflejo de las aves, entonces tenían que construir su propio nido. Siempre se hizo desde el juego, que es el lenguaje de la infancia. Participaron en relatos, microcuentos, juegos de adivinanzas y de habilidades perceptivas. También en terrenos y caminatas para recolectar piñones o plantas, para llegar de alguna u otra forma a la voz de los abuelos. Desde ahí llegaron a las familias y a su propio árbol, para recoger las historias y sintetizarlas en imágenes que podían ser un poco más modernas, en relación a los memes”, explica Jeannette Valenzuela, educadora rural y tallerista que trabaja en la gestión pedagógica de la escuela Loncofilo.
Después se organizaron los diálogos de la memoria, que congregaron a 150 niños, personas mayores, comunidades e invitados como Lorenzo Aillapán (üñümche u “hombre pájaro”), para participar en conversaciones y actuaciones artísticas.
La última etapa del ciclo consistió en la comunicación de esta memoria más allá de la comunidad escolar, donde los participantes de la iniciativa compartieron su experiencia a través de exposiciones itinerantes que fueron visitadas por 1.000 personas en total, incluyendo también una presentación de estudiantes en el 16º Congreso Regional de Ciencia y Tecnología Escolar, donde el proyecto «Escuchando a los Abuelos» recibió el premio “Proyección Futura».
Pero, ¿por qué el proyecto “Escuchando a los Abuelos” giró en torno a las aves y los bosques?
Porque sin ellos no hay memoria.
El señor de los aires
El escenario en Wallmapu es dominado por bosques de araucarias y Nothofagus. Los mismos que han sido degradados o reemplazados en altos porcentajes. En consecuencia, se han perdido no solo a un sinnúmero de especies, sino también los vínculos y saberes asociados a estos ecosistemas.
“Yo siempre digo que la pérdida de la memoria es el abandono territorial. Acá viven familias con nietos, que han recibido la enseñanza, han vivido la cultura y sus prácticas, por ejemplo, los nguillatunes. Tengo familiares mayores que yo, y busco en ellos el mapuzungún, pero no lo encuentro”, expresa Silvia Navarro Manquilef, kimche o educadora tradicional mapuche que vive en la comunidad de Huampoe, en Curarrehue.
Al igual como lo hiciera su madre, Silvia se ha volcado a revitalizar la lengua, las costumbres y la memoria mapuche, ensalzando el orgullo de ser gente de la tierra. Ha sido una ardua labor, ante el desapego o inclusive la vergüenza de parte de algunos, como resultado de una sociedad chilena que ha renegado – con descaro – de sus orígenes.
Silvia lo vivió de cerca con un niño de su propia familia que se avergonzaba de ser mapuche. Si bien su primer apellido era de origen hispano, el segundo era Manquilef, que se inspira en la eminencia de los Andes, pues significa “cóndor rápido”. Fue ahí cuando la kimche recurrió a las aves.
“Le pregunté qué tipo de aves había observado cuando iba a los cerros. Me dijo que al traro y también al cóndor. Que lo ve cuando va a lo alto con su papá, y que el cóndor revolotea. ¿Será por algo que revolotea?, le pregunté. Porque ese es tu apellido. Sabes que los indígenas antiguos desde Colombia hacia acá, le rendían tributos al cóndor o manqui, y le entregaban ofrendas desde tiempos inmemoriales. Era como un dios, el ave más grande, respetada y amada. Yo me siento orgullosa, mi apellido lleva el nombre del ave más grande que surca los cielos. ¿No te gustaría volar libre, sin fronteras, sin que nadie te limite? ¿Cruzar la cordillera, viendo todo lo hermoso desde arriba, como es la Mapu? Bueno, ese es el cóndor, y nuestro apellido significa eso. Y al niño le brillaban los ojitos, empezó a vibrar, a cambiar y a fluir”.
De hecho, las aves son seres llamativos, sonoros y conspicuos que están muy presentes en la memoria biocultural. Todos tenemos historias con pájaros, desde la persecución de un queltehue o el canto del zorzal a las seis de la mañana en la ciudad. Pero el legado de estas criaturas aladas es especialmente relevante para el pueblo mapuche.
Tomás, quien también es investigador del Núcleo Milenio Centro para el Impacto Socioeconómico de las Políticas Ambientales (CESIEP) y del Centro de Ecología Aplicada y Sustentabilidad (CAPES), agrega que “por el trabajo que hemos desarrollado en Wallmapu, nos hemos dado cuenta de que las aves son muy importantes simbólica y materialmente. Hemos observado cómo los pájaros anuncian cambios en el clima. Hemos identificado entre 12 y 13 especies que de cierta forma lo hacen. Son verdaderos sistemas de pronóstico del tiempo, que anuncian de cierta forma que hay que juntar leña, que hay que enfardar o que hay que hacer la chicha”.
Inclusive, el académico asegura que gatillan procesos que influyen en el manejo de algunos ecosistemas.
Así lo atestigua Silvia con plantas como el coirón. Antaño solían verlo en áreas más altas, cuando salían a recolectar piñones cerca del volcán. Pese a ello, ahora estas gramíneas han aparecido en áreas más bajas, incluyendo patios, huertas y campos. En ocasiones también encuentran plantas que proporcionan alimento en lados donde no existían, lo que sería obra de estos dispersores de semillas. “De repente vamos a otras partes y encontramos un cerezo, un manzano, y quienes son los gestores de todo eso, las aves. Nos ayudan y nos dan una lección. Si las aves hablaran nuestro mismo idioma, escucharíamos siempre que nos dicen ‘siembren, siembren’”.
Aun así, los conocimientos etno-ornitológicos se han ido disipando por un fenómeno que se ha descrito en el mundo: la extinción de la experiencia, que se refiere a la continua alienación de los humanos de la naturaleza, por nuestra pérdida de interacción y vínculo con el resto de la biodiversidad. Factores como una vida muy urbanizada, el auge de lo tecnológico, el sedentarismo, y la falta de contacto físico y directo con la naturaleza, estarían desencadenando un desapego con los territorios y sus especies, acarreando consecuencias negativas como la degradación ambiental.
Y así como se valora menos lo natural, también se ha constatado una pérdida de memoria biocultural de cada territorio, por ejemplo, a través de la degradación del bosque nativo y el olvido de sus criaturas. Pese a ello, siguen vivos en la memoria de abuelas y abuelos, quienes administran dicho conocimiento.
“Existe una extinción de la experiencia, con lo cual los medios tecnológicos como la televisión generan un ambiente que es ajeno al espacio que se está habitando. Pero tampoco es culpa de la televisión, como en unos discursos añejos, o del uso obsesivo del celular, sino que tiene que ver con la decisión y la sensibilización que hace el ser que ha sido un poco usurpado en la infancia. Pero sí se puede recoger la memoria desde los abuelos. Imagínate lo maravilloso de que ellos no tienen la contaminación del medio tecnológico, es como la última memoria que queda de vivir, de ver la vida desde un lugar que no estuvo ligado a la pantalla”, destaca Jeannette.
Abuelos, la memoria viva del bosque
Luego de aprender a usar la grabadora, Maximiliano A. entrevistó a la señora Leontina N. Manquelef con notable formalidad.
Leontina le contó de una señora que domesticaba a los chunchos, y que en una ocasión se peleó con una vecina. Para escuchar lo que hablaba su “contrincante”, la mujer enviaba a un chuncho a escuchar a su casa. Si el animal cantaba tres veces, la persona se iba a enfermar; si lo hacía en dos ocasiones, lo iban a correr a palos, y si cantaba una vez, solo lo iban a insultar. Luego de cantar y ser correteado, el animal le contó lo que oyó, enojando aún más a su emisaria, quien lo envió nuevamente a la casa de la susodicha para que le cantara tres veces, con el fin de que enfermara. Así ocurrió, y cuando volvió el “chucho embrujado” al hogar de la afectada, fue atacado a palos, quedando cojo de una pata. Corriendo similar suerte, la señora se accidentó y quebró un pie mientras recogía leña, quedando en evidencia para el resto de que era ella quien enviaba al ave rapaz.
Y así como las aves están presentes de distintas formas en lo cotidiano, como bien refleja la historia de la señora Leontina, también son añorados, pues algunas especies no son observadas con la frecuencia de antes, por ejemplo, aquellas que se asociaban a áreas agrícolas.
Lo último se explicaría, según el académico de la Universidad Católica, porque en las últimas décadas se ha recuperado el bosque nativo en esta zona en particular, cambiando así la composición de la avifauna local. Todos esos cambios quedan almacenados en la memoria de las personas mayores.
“Hay elementos como las semillas, los grandes árboles y los abuelos que guardan la memoria. Han guardado experiencia, la han acumulado en el tiempo, y a través de su conocimiento y aprendizaje pueden influir no solamente sobre ellos mismos, sino en la comunidad como un todo. Ellos han enfrentado muchas crisis. La memoria biocultural es trágica también, en muchos casos hay experiencias traumáticas, como lo han tenido los bosques y las sociedades. Pero la memoria biocultural va aprendiendo, y después de una u otra forma genera una retroalimentación a la comunidad”, sostiene.
Cultivar la memoria para el futuro
Para Tomás, la pérdida de oportunidades para experimentar la naturaleza – que ha fomentado la extinción de la experiencia – tiene en el corazón fenómenos de injusticia socioambiental. La dificultad que tienen sectores de la sociedad para acceder a ella, o los territorios que han sido usurpados o impactados, son ejemplos de aquello.
En ese sentido, la memoria no solo consiste en el traspaso de información sobre el pasado, sino también en su materialización a través de distintas prácticas que nos vinculan con la biodiversidad, en el presente y futuro. De esa forma, los saberes y experiencias acumuladas por las personas mayores nutren al resto de la sociedad, en especial cuando enfrentamos una crisis global como la actual.
Por ello, los procesos de participación son clave. Un ejemplo de ello, dice el académico de la Universidad Católica, es la redacción de una nueva Constitución, que consiste en la materialización de un proceso de participación, como fue el estallido social, los cabildos sobre diversas temáticas que surgieron después, etc. No es de extrañarse, por lo mismo, que en las mismas manifestaciones ciudadanas proliferaran aspectos que – podríamos especular – se relacionan con la memoria biocultural. Algunos ejemplos son las consignas alusivas al reemplazo del bosque nativo por monocultivos forestales, y símbolos mapuche como la estrella de ocho puntas y la Wenufoye.
Para Jeannette, “una de las cosas que, lo digo en su práctica colectiva, es volver a la tierra, a actos simples y simbólicos en tu quehacer diario. Escuchar la naturaleza que quizás está en tu familia. La fortaleza de las personas en la ciudad cumple un rol también, hay mucho kimün, mucha fuerza para estar ahí, trabajando en tener un bello pensamiento para que despertemos. Está dentro de nosotros nuestra fuerza, para que podamos mirar con el corazón lo que nos rodea y nos permite estar vivos”.
Por ello la memoria e identidad, forjada de forma insondable por la naturaleza, nos prepara para el presente y futuro.
Incluida aquella memoria que refugia como el bosque y canta como pájaro.
“Mi papá alrededor del fogón me contaba cuentos del zorro, del cóndor, de las bandurrias, y del tigre patagón o nahuel, que vivía entre la Patagonia argentina y chilena. Antes no había frontera, no era Argentina ni Chile. Y yo tengo un nieto que se llama Nahuel”, recuerda Silvia. “Muchas experiencias vividas con mis padres se las transmito a los niños. A ellos siempre les digo que guarden estos relatos. Alguna vez, cuando se sientan solos y miren a su alrededor, recuerden esto en su memoria. Esa es la experiencia que nos contaron los abuelos”.
Mira a continuación el mini-documental «Mis abuelos me lo contaron: las aves y el bosque»