Dominan el paisaje boscoso del sur de Sudamérica, y son conocidos popularmente como robles, ruiles, coihues, lengas, ñirres, raulíes y hualos. Nos referimos a los árboles Nothofagus, el mismo género que coexistió con bestias extintas como los dinosaurios, y que hoy cobijan a criaturas de diversa talla que van desde el caracol negro hasta el heráldico huemul. Han presenciado voraces erupciones volcánicas y su conquista de distintos parajes ha dejado perplejos a los estudiosos, motivando más de alguna controversia. Pese a su vasta trayectoria de supervivencia, la imprudencia humana les ha generado distintos problemas, como al abuelo ruil, el más ancestral de los Nothofagus que solo vive en Chile y que está al borde de la extinción.

¡Bienvenido al mundo Nothofagus!

Volcán Huequi ©Guy Wenborne
©Guy Wenborne

Para conocer cuán increíbles son estas especies, es necesario escarbar un poco en su historia.

Nothofagus en el pasado

Las Nothofagaceae o notofagáceas son una familia de especies arbóreas que posee un solo género: Nothofagus. El nombre de este último fue acuñado en 1850 por Carl Ludwig Blume y proviene de los vocablos latinos nothus (falso), y fagus (haya), que significa “falsas hayas”, en alusión al grupo de árboles de Europa – conocidos como hayas – que pertenecen al género Fagus.

“Cuando uno habla de Nothofagus, lo primero que hay que decir es que en el contexto del constructo intelectual del siglo XIX, cuando comienzan a describirse las especies, se le puso ese nombre como eco a unas especies que existen en el hemisferio norte, que son los Fagus, principalmente las hayas, robles, y una gran familia de plantas que tienen dominio fuera de los trópicos, en las zonas templadas del mundo. Sin embargo, Nothofagus se habría originado en el sur”, introduce Marcelo Leppe, paleobiólogo y director nacional del Instituto Antártico Chileno (INACH).

Bosque de Nothofagus ©Paula Díaz Levi
Bosque de Nothofagus ©Paula Díaz Levi

Actualmente, existen 35 especies de este género en el mundo, distribuidas en Chile, Argentina, Australia, Nueva Zelandia, Nueva Guinea y Nueva Caledonia. Dicho de otro modo, viven en distintos confines del hemisferio sur del planeta, con miles de kilómetros y un océano entre medio.

¿Cómo es posible que los Nothofagus hayan arribado a lugares tan lejanos entre sí?

Fue esa misma interrogante la que se hizo el botánico inglés Joseph Dalton Hooker, quien emprendió en 1839 una expedición junto a las tripulaciones del Erebus y del Terror por la Antártica, Tierra del Fuego, Australia, Tasmania y Nueva Zelandia. Durante los cuatro años de exploración, recolectó información que se materializó más tarde en una serie de volúmenes para la obra “Flora Antarctica”. En estos rincones y países conoció a los Nothofagus y otras especies, varias de los cuales reflejaban un origen común, pese a las incalculables distancias que las separaban. Eso llevó a Hooker a pensar en “un pedazo de tierra más grande y continuo que el que ahora existe en el océano”, aludiendo a zonas que otrora conformaban una superficie, pero que luego quedaron sumergidas.

Sin embargo, su hipótesis generó controversia y no tardó en ser calificada como un disparate. Inclusive su buen amigo, el connotado naturalista Charles Darwin, sostuvo que la distribución de las especies emparentadas se debía a largas migraciones desde el hemisferio norte. De hecho, no han sido pocos los filogenetistas que, en décadas posteriores, aducen a una dispersión transoceánica de los Nothofagus.

Sin embargo, la idea de Hooker resultó no ser tan descabellada.

Antiguo bosque de Nothofagus sumergido en Laguna Arcoíris, Conguillío ©Paula Díaz Levi
Antiguo bosque de Nothofagus sumergido en Laguna Arcoíris, Conguillío ©Paula Díaz Levi

El académico de la Universidad Católica, Juan Armesto, cuenta que “lo que más llama la atención de los Nothofagus, si uno mira su distribución, es que están distribuidos a ambos lados del océano Pacífico. Por ejemplo, entre Sudamérica, Australia y Nueva Guinea hay una distancia gigantesca, entonces, uno se preguntaría cómo llegó a tener esa distribución tan separada, hay un océano entre medio. Esa distribución es muy antigua y se originó en Gondwana”.

Efectivamente, hace unos 200 millones de años, en el hemisferio sur del globo, se encontraba el supercontinente Gondwana, resultado de la división del mega-continente Pangea. Durante la denominada era de los dinosaurios, Gondwana era un gran bloque que unía a Sudamérica, África, Australia, Zealandia, India, Madagascar y Antártica.

“Esa era una sola masa de tierra que en algún momento se fragmentó y dio origen a los continentes separados que tenemos ahora. Esas separaciones continentales son por eventos geológicos. Las especies se separan después porque quedan diseminadas y fragmentadas, entonces, al quedar aisladas se producen diferenciaciones, especiación, y otros procesos”, explica Armesto, quien también es investigador del Instituto de Ecología y Biodiversidad.

Tales eventos nos conducen al denominado continente blanco, el cual en ese entonces era verde. En vez de hielo y nieve, en Antártica reinaban los tupidos bosques que probablemente se asemejaban a los que hoy atesoramos en el sur de Chile.

Fósil de Nothofagus en Expedición paleontológica en cerro Guido ©Felipe Trueba
Fósil de Nothofagus en cerro Guido ©Felipe Trueba

El origen de los Nothofagus es, precisamente, gondwánico. Estos árboles habrían llegado o se habrían diversificado en la península antártica hace aproximadamente 80 millones de años, y habrían cruzado desde allí hasta Sudamérica hace alrededor de 68 millones de años.

“Hoy, mirando con una visión más actualista y a la luz de los últimos hallazgos, estamos por confirmar que es un grupo que se habría originado en el sur, y en el continente más al sur de todos, probablemente en el continente antártico hace unos 80 millones de años, incluso un poco más. Desde Antártica habría colonizado distintas regiones del planeta, principalmente Oceanía, Papúa Nueva Guinea y Sudamérica. En África no alcanzó a colonizar, porque probablemente ya se había separado con anterioridad”, detalla Leppe.

Marcelo Leppe con hoja fosilizada de Nothofagus en expedición paleontolócica en cerro Guido ©Felipe Trueba
Marcelo Leppe con hoja fosilizada de Nothofagus ©Felipe Trueba

¿Pero cómo habría logrado cruzar a nuestro continente? La hipótesis más plausible es que fue a través de una clase de puente terrestre que permitió el primer ingreso del bosque dominado por Nothofagus a Sudamérica.

Así lo testifican el polen, las ramas y las hojas fosilizadas de Nothofagus que se han encontrado en diversas expediciones paleontológicas en el continente blanco y en sitios como Cerro Guido, en la Región de Magallanes y Antártica Chilena.

En efecto, en 2016 se publicó el hallazgo más antiguo de hojas de Nothofagus, en la isla Nelson, en Antártica, las cuales datan de hace unos 81 millones de años.

De esa manera, los Nothofagus no solo han sido claves para desentrañar los patrones evolutivos y migratorios acaecidos en el hemisferio sur, sino que son los herederos vivos de la íntima y pretérita relación entre Sudamérica y la Antártica.

Hojas fosilizadas de Nothofagus ©INACH (1)
Hojas fosilizadas de Nothofagus ©INACH 

Pese a ello, el continente blanco perdió a sus Nothofagus. “Desaparecen de Antártica hace unos 13 millones de años y quedaron definitivamente en los continentes del hemisferio sur, con excepción de África. Y eso es parte de la historia natural que lo hace tan atractivo y como modelo icónico para estudiar en biogeografía”, destaca Leppe.

Aunque la Antártica perdió a estas criaturas arbóreas, Chile tiene el privilegio de contar con 10 especies presentes en diversos ambientes. Además, nuestro país alberga al superviviente más antiguo del género: el ruil, que a su vez es la especie del grupo más amenazada en el país.

Así lo explican los investigadores. Leppe agrega que se han identificado cuatro linajes de Nothofagus, que en Sudamérica tendría solamente una especie viviente que representa al linaje ancestral: el ruil o Nothofagus alessandri. Se trataría de la misma especie “que se secó en la Plaza de Talca, que vive en la cordillera de la Costa, donde ha sido sometido a los más intensos incendios forestales en los últimos cinco años, y que está en peligro de extinción. Ese sería el linaje ancestral, que aguanta altas temperaturas, obviamente vivió en una Antártica mucho más cálida que la actual”.

Ruil, especie endémica de Chile © Pablo Bravo.
Ruil, especie endémica de Chile ©Pablo Bravo

“Es un fósil viviente, lo encontramos literalmente en casi todos los afloramientos relativamente cálidos, desde la era de los dinosaurios, y eso es notable. Habla de un modelo bastante primitivo dentro del linaje de las angioespermas. En la modernidad, cuanto más avanzado, más complejas son sus estructuras florales, que dependen de vectores como insectos o aves. Pero en el caso de los Nothofagus, el polen se dispersa por el viento, es lo más primitivo que hay dentro de las angioespermas, pero así y todo, ese modelo primitivo ha logrado ser muy exitoso en Chile, fue muy exitoso en Antártica y, además, con una dinámica de sobrevivencia de las perturbaciones. Las erupciones volcánicas son algo recurrente donde tenemos grandes poblaciones de Nothofagus en Chile. Fueron también recurrentes en la Antártica, donde hemos encontrado gran cantidad de coladas de lava con troncos de Nothofagus preservados, por lo tanto, esa dinámica de fuego y hielo, como Juego de Tronos, es la historia de Nothofagus”.

Nothofagus hoy

Por décadas han existido algunas dudas sobre su clasificación, así que no es de extrañar que algunos digan que son ocho, nueve o 10 especies de Nothofagus en Chile.

Nuestros entrevistados nos hablan de 10 especies, las cuales se distribuyen entre las regiones de Valparaíso y Magallanes. Como bien precisa Armesto, se encuentran “desde el Cerro la Campana, donde los conoció Darwin, hasta Tierra del Fuego y Cabo de Hornos. Claro que hablamos de los Nothofagus en general, porque las especies de La Campana no tienen nada que ver con las de Magallanes”.

En tanto, Leppe subraya que “tenemos un amplio abanico de especies, desde árboles con hojas pequeñas y duras, con colores generalmente verde oscuro, y adaptaciones para la nieve, hasta ejemplares como el ruil y los robles que toleran altas temperaturas, periodos de sequedad, y que se les caen las hojas en invierno. Ese es el abanico con muchas respuestas ecofisiológicas, literalmente, para casi todos los ambientes que tenemos en Chile”.

Los de verde y persistente follaje

Por un lado, existen tres especies de coihues, los cuales “son los únicos Nothofagus siempreverdes”, puntualiza Armesto. Dicho de otro modo, sus hojas son perennes por lo que no caen en invierno.

De hecho, uno de los árboles más frecuentes del bosque templado en Chile es el coihue común (Nothofagus dombeyi), el cual vive entre las regiones de O’Higgins y Aysén. También escrito como coigüe, esta especie presenta un follaje denso, compuesto por ramas abiertas y horizontales, junto a sus hojas ovadas y lanceoladas, que poseen un borde aserrado. Posee flores masculinas y femeninas sin pétalos. Además, puede superar los 50 metros de altura, y su tronco cilíndrico presenta una corteza gris oscura, agrietada en sentido vertical.

Coihue (Nothofagus dombeyi) ©Cristián Frêne (4)
Coihue (Nothofagus dombeyi). Cristián Frêne (copyleft)

Una distribución más restringida tiene el coihue de Chiloé (Nothofagus nitida), el cual habita entre las regiones de Los Ríos y Magallanes, siendo reportado también en algunos sectores de Argentina. Su follaje denso se compone de hojas de forma lanceolada, coriáceas (con textura parecida al cuero), romboidales y con borde aserrado. Presenta una corteza de coloración gris oscura, y puede alcanzar entre los 30 y 40 metros. Lo suyo son los climas lluviosos.

Coihue de Chiloé (Nothofagus nitida) ©Cristián Frêne
Coihue de Chiloé (Nothofagus nitida). Cristián Frêne (copyleft)

Por último, el tercer miembro de este grupo es el coihue de Magallanes (Nothofagus betuloides), el cual – al igual que su par anterior – vive entre las regiones de Los Ríos y Magallanes. Como sugiere su nombre, es más frecuente en la zona magallánica. Sus ramas son tortuosas y estratificadas, y las hojas pequeñas, coriáceas y con borde dentado. Sus flores no poseen pétalos: mientras las masculinas son solitarias, las femeninas se reúnen de a tres. Su tronco es recto, con una corteza agrietada y de color gris oscuro. Como es de esperarse, resiste condiciones extremas como bajas temperaturas, la nieve y los fuertes vientos.

Coihue de Magallanes (Nothofagus betuloides) ©Patricio Novoa
Coihue de Magallanes (Nothofagus betuloides) ©Patricio Novoa

Los de follajes encendidos y perecederos

Por otro lado, están las especies caducifolias, es decir, aquellas de hojas caducas que durante el otoño adquieren colores que van desde el amarillo al café, hasta los tonos naranjas y rojos, para luego caer en invierno.

Los bosques de Nothofagus son los más hermosos de Chile, porque tienen estas especies deciduas. Muchos se maravillan con los bosques amarillos y rojos del hemisferio norte, que cambian de colores en el otoño, como si acá no los tuviéramos. Como los hemos destruido, no tenemos dónde ir a verlos ahora, pero si uno va a algunas zonas cordilleranas en el Maule va a encontrar a esos bosques, o en Aysén y Magallanes donde están las lengas y los ñirres”, asegura Armesto.

Partamos con el Nothofagus abuelo.

El ruil (Nothofagus alessandri) es endémico de Chile, es decir, solo vive de forma natural en nuestro país, y es a la vez la especie más amenazada. La fragmentación de su hábitat por factores como las plantaciones forestales, agricultura y ganadería ha sido tan desmedida, que actualmente habita en una zona extremadamente restringida entre las Provincias de Talca y de Cauquenes, en la Región del Maule. Este árbol, que puede alcanzar los 30 metros, se caracteriza por sus hojas de color verde claro, con forma ovadas y ligeramente lanceoladas, y un fino borde dentado. Su tronco cilíndrico se erige con rectitud, mientras su corteza, de un gris claro, presenta manchas blanquecinas y grietas. Posee flores masculinas y femeninas, y sus frutos son pequeños, cafés y contienen semillas aladas.

“El ruil está en un área restringida en la Reserva Nacional Los Ruiles, y eso es lo poco que hay. El Maule es de las áreas que se queman todo el tiempo, lo que pone en peligro los pequeños restos de bosque nativo que van quedando”, lamenta el académico de la Universidad Católica.

©C. Baltanares y F. Figueroa
Ruiles ©C. Baltanares y F. Figueroa

Más frecuente es el roble o hualle (Nothofagus obliqua), el cual habita en diversos hábitats entre las regiones de O’Higgins y Los Lagos, y en algunos sectores de Argentina. Puede superar los 50 metros de altura, y se caracteriza por sus hojas variables en términos de forma y tamaño, que se tornan amarillas rojizas en otoño. Sus flores masculinas se encuentran solitarias y las femeninas agrupadas en tríos. Además, su tronco es recto, cilíndrico, y con una corteza gris oscura y agrietada en los árboles mayores, mientras que en los jóvenes es de una coloración más clara.

Roble (Nothofagus obliqua) y tucúquere ©Matías Guerrero (2)
Roble (Nothofagus obliqua) y tucúquere ©Matías Guerrero

Sigue el roble de Santiago (Nothofagus macrocarpa), el cual recientemente fue clasificado en estado “vulnerable” en el 16º Proceso de Clasificación de Especies Silvestres del Ministerio del Medio Ambiente. Lo anterior se debe a que sus poblaciones están sumamente fragmentadas y aisladas desde el Parque Nacional La Campana, en la Región de Valparaíso, con relictos en las regiones Metropolitana y O’Higgins, y en algunas áreas limitadas como Vilches, en el Maule. Sus hojas son verde claro, ovadas o elípticas, con ápice agudo, y se vuelven rojizas llegado el otoño. Puede crecer hasta los 25 metros de altura. Su corteza es de un gris oscuro en el caso de los individuos adultos, mientras que los más jóvenes presentan una coloración gris cenicienta más clara. Prefiere los microclimas más húmedos y fríos. Durante años fue considerada como una subespecie de Nothofagus obliqua.

Roble de Santiago (Nothofagus macrocarpa) ©Matías Guerrero (1)
Roble de Santiago (Nothofagus macrocarpa) ©Matías Guerrero

En medio de pendientes y terrenos pedregosos, ya sea en la cordillera de La Costa y de Los Andes, vive otro Nothofagus endémico del país: el roble maulino o hualo (Nothofagus glauca), cuyas fragmentadas poblaciones se encuentran entre las regiones Metropolitana, de O’Higgins y del Biobío. Este árbol – que puede llegar a los 30 metros – está clasificado como “casi amenazado” por el Ministerio del Medio Ambiente. Sus hojas son ovadas, ásperas, verde claro por el haz y glaucas (verde más claro) por el envés, y adquieren un color amarillo en otoño, mientras que sus márgenes son ondulados e irregularmente aserrados. Su tronco cilíndrico posee una corteza rugosa y gris rojiza. Sus ramas gruesas y torcidas pueden tender, en ocasiones, hacia un solo costado.

Hualo nothofagus glauca ©Juan Carlos Covarrubias
Hualo (Nothofagus glauca) ©Juan Carlos Covarrubias

Por otro lado, en ambas cordilleras, entre las regiones del Maule y Los Lagos, habita el raulí (Nothofagus alpina o nervosa), otro árbol único de Chile. Esta especie – que puede crecer hasta los 50 metros de altura – tiene una frondosa copa integrada por hojas ovaladas, lanceoladas, con margen ondulado y borde ligeramente aserrado, las cuales adquieren un color rojizo intenso en otoño. También posee flores unisexuales, verdosas y sin pétalos. Su tronco es recto y su corteza oscura. Ha sido muy cotizado por su madera.

Raulí (Nothofagus alpina) ©Matías Guerrero
Raulí (Nothofagus alpina) ©Matías Guerrero

Aunque seguimos por la misma zona, es necesario mirar más hacia el sur.

Entre las regiones del Maule y Magallanes se emplaza el ñirre (Nothofagus antarctica), un árbol propio de los bosques templados de Chile y Argentina. Sus hojas caducas son ovadas, pequeñas, e irregularmente aserradas, y se tornan de un amarillo-rojizo en otoño. Posee flores masculinas solitarias y femeninas dispuestas en tríos. Puede alcanzar los 20 metros de altura, y se distingue en ocasiones por su tronco y ramas tortuosas, así como por su apariencia de arbusto achaparrado en el límite superior del bosque. Está adaptado a temperaturas bajas y fuertes vientos que muchas veces moldean su posición “escalonada”.

Ñirres en Reserva Nacional Magallanes ©Paula Díaz Levi
Ñirres en Reserva Nacional Magallanes ©Paula Díaz Levi

También entre el Maule y Magallanes se encuentra el hogar de la lenga (Nothofagus pumilio), especie que resiste rigurosas condiciones climáticas, por ejemplo, en las zonas altas de los cerros. Sus hojas son pequeñas y se distribuyen en ramas ascendentes, y presenta flores apétalas masculinas y femeninas. Su tronco es recto y presenta una corteza oscura con grietas longitudinales, la cual es de una coloración más clara en los árboles jóvenes. Puede alcanzar los 30 metros de altura.

Bosque de lengas (Nothofagus pumilio) en Cerro Castillo©Matías Barceló
Bosque de lengas (Nothofagus pumilio) en Cerro Castillo ©Matías Barceló

Por último se encuentra la huala (Nothofagus leonii). Todavía no existe consenso sobre su clasificación, ya que algunos han señalado que se trataría de una especie, mientras otros apuntan a que es un probable híbrido entre el roble (N. obliqua) y el roble maulino (N. glauca). Como sea, la huala es endémica de Chile y muy escasa, encontrándose solo en parches entre las regiones del Maule y el Biobío. Posee hojas ovadas, semi-coráceas y con margen notoriamente dentado. Sus flores masculinas se encuentran solitarias y las femeninas de a tres. Crece hasta los 30 metros de altura, aproximadamente, y su corteza gris está marcada con grietas longitudinales.

Nothofagus en el presente y futuro

Las distintas especies de Nothofagus han sido diezmadas por la acción humana, ya sea por la expansión urbana, plantaciones forestales, incendios y actividades como la agricultura y ganadería. Asimismo, durante décadas han sido utilizadas por su madera sin restricción alguna, por lo que la sobreexplotación también socavó sus poblaciones.

Armesto indica que “las de distribución amplia se han salvado un poco más, pero las de distribución estrecha están por desaparecer. Las más amenazadas que tenemos son el ruil y el hualo”.

Roble de Santiago Nothofagus macrocarpa ©Matías Guerrero (3)
Roble de Santiago ©Matías Guerrero

Leppe advierte que “hace años nos enteramos de las mortandades masivas por ataques de hongos, y otros por pérdida de micorrizas, uno de los hongos que viven asociados a las raíces que aumentan su viabilidad en el tiempo. Hemos visto que algunas especies exóticas como las plantaciones de pinos compiten con Nothofagus, y producen problemas en su crecimiento, entre otras cosas. Eso podría provocar un cambio bastante drástico en el paisaje. Los incendios y el calentamiento global están provocando la pérdida de biodiversidad en lugares como la cordillera de la Costa de Chile central, donde se concentran parte importante de plantas leñosas de Chile. Hay una pérdida de un patrimonio en términos biológicos que tiene una dimensión afectiva y bastante práctica, lo que se pierde en términos de ADN no se vuelve a recuperar”.

Por ello es crucial proteger a estas especies. Para tal fin, es necesario conocerlas para valorarlas.

Ñirre Nothofagus antarctica ©Matías Guerrero
Ñirre ©Matías Guerrero

Además, inclusive en el siglo XXI, hay varias preguntas abiertas sin resolver sobre este grupo arbóreo.

“Hoy la Antártica tiene seis meses de oscuridad y seis meses de luz. Si entendemos y asumimos que estas especies vienen de la Antártica, y de que literalmente la península no ha cambiado su posición, o ha cambiado muy poco desde la era de los dinosaurios, la pregunta es cómo sobrevivían estos árboles en una época donde podían hacer fotosíntesis solamente en verano”.

Lo intrigante es que, además, la fotosíntesis en plantas puede hacerse en un número limitado de horas, lo que se denomina como fotoinhibición.

Pero según cuenta el director de INACH, los investigadores que estudian maderas fósiles y anillos de crecimiento en árboles han observado que los Nothofagus en la Antártica presentaron una tasa de crecimiento similar que en la zona central de Chile. “¿Cómo lo hacían? Si el invierno era oscuro, y obviamente no había producción. ¿Había una forma de evitar la fotoinhibición? Esa pregunta es importante, es una dimensión bastante práctica, porque si logramos evitar la fotoinhibición en las plantas, estas podrían crecer a tasas mucho mayores que en la actualidad. También tiene una dimensión científica interesante, sobre cómo pudieron haber desarrollado un mecanismo para sobrevivir las altas latitudes y todo lo que impone, que no solo es el frío. En el momento en que el frío no era lo restrictivo, y era la luz. ¿cómo sobrevivieron?”.

“Hay que darse cuenta de que estamos valorando un patrimonio exclusivo de esta zona del mundo. Aparte de Chile y unos sectores de Argentina, en Sudamérica no hay otras partes con Nothofagus. Este género tiene una antigüedad de más de 80 millones de años, ocupó una distribución muy amplia en Antártica, Sudamérica, y otros lugares, y nosotros tenemos una ramita de eso. Probablemente, es la más antigua y ancestral. Esa ramita es la que queremos cuidar y conservar”, sentencia Armesto.

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