La pandemia está provocando cuestionamientos respecto de la vida que vivimos. Ella ha interrumpido de manera abrupta nuestra forma de trabajar, de movernos por la ciudad y viajar, de estudiar y entretenernos, de consumir y alimentarnos. No sabemos cuán permanentes serán algunos de estos cambios pero la pausa generada por la pandemia debe hacernos pensar cómo realizar esas actividades una vez que esté bajo control. El dolor y la muerte que ha traído la pandemia no pueden significar volver a fojas cero una vez que haya pasado.

Todas esas actividades que podrían están cambiando tienen un punto común: todas afectan directa o indirectamente nuestro entorno natural. La contaminación urbana ha caído producto del mejor flujo vehicular, las emisiones de CO2 también lo han hecho producto de las caídas en la producción industrial y el transporte. La recesión y el desempleo que acompañan estos procesos tampoco debieran implicar volver a fojas cero una vez que la pandemia haya pasado.

Pumalín ©Antonio Vizcaíno
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Es momento, por consiguiente, de reflexionar para preparar acciones futuras. La economía post pandémica debe evolucionar para que sea más humana y compatible con la conservación del medio ambiente. Ello puede traer beneficios económicos tangibles hoy, pero además el cuidado de la naturaleza es un componente más dentro de una mirada de justicia intergeneracional.

Recientemente se dio a conocer el estudio “Proteger el 30% del planeta para la naturaleza: costos, beneficios e implicaciones económicas”, encargado por Campaign for Nature. Este es el más completo estudio realizado sobre las positivas implicancias económicas de la conservación. En él más de cien destacados científicos provenientes de diversas disciplinas concuerdan en que la economía mundial se podría ver beneficiada con el aumento de áreas protegidas en tierra y mar. Ello podría impulsar un crecimiento económico más equilibrado, proporcionando beneficios no monetarios vitales contribuyendo a una economía mundial resiliente.

Pumalín ©Antonio Vizcaíno
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El estudio calcula que la conservación de al menos 30% de la tierra y el océano del mundo podría reportar beneficios sociales que, bien medidos, podrían superar los costos en una proporción sorprendentemente alta, 5:1. Esto significa que por cada peso invertido en conservación hay, a lo menos, cinco en retorno para la economía. Estos son retornos sociales que no necesariamente son capturados por inversionistas privados y por lo tanto tampoco por el Estado vía impuestos correspondientes. Sin embargo, en la lógica de crear un desarrollo económico sustentable, es un rol fundamental del Estado visibilizar esos beneficios y articular políticas que los potencien.

Entre las alternativas de política de conservación, los parques nacionales son una herramienta de un gran potencial. Por ejemplo, permiten enfrentar la crisis de extinción de especies y colaboran a controlar la crisis ambiental del planeta, pudiendo convertirse en un eje de una política exterior activa y original, de gran impacto. Otro ejemplo, como lo muestran tantos casos, en Japón o Estados Unidos, se deriva del hecho que acercar a los ciudadanos a los parques genera beneficios para la salud física y mental de las personas. Finalmente, los parques pueden ser un polo de desarrollo de la economía local y nacional. En Chile este potencial convive con una enorme paradoja: tenemos enormes extensiones de parques nacionales, pero dedicamos una cantidad mínima de recursos a su cuidado y las políticas que articulan los beneficios que pueden dar al resto del país son escasas.

Pumalín ©Antonio Vizcaíno
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En efecto, entre los autores del estudio señalado está Anthony Waldron, el mismo investigador que ha analizado y comparado el presupuesto público de cada país para la protección y manejo de las áreas silvestres protegidas. Waldron ubicó a Chile entre el top ten de países que menos recursos destina a conservación, a pesar del avance en superficie protegida del país. Esta carencia, mirada ahora desde la lógica de la economía post pandémica, es una oportunidad para establecer un desarrollo más sustentable para salir de la crisis. El cuidado de la naturaleza puede ser un factor diferenciador potente para relanzar nuestro proyecto país, nuestra estrategia de desarrollo económico y nuestro posicionamiento internacional. Enfrentamos una oportunidad única para consolidar lo avanzado y liderar la región.

Este informe, entre otros, contribuye a ir superando el falso dilema entre desarrollo y conservación. Si el planeta se hace insostenible con el actual ritmo de deterioro del medio ambiente, en el largo plazo el crecimiento económico se detendrá. El desafío es armar una estrategia donde la complementariedad entre desarrollo y conservación sea patente.

El cuidado de nuestros ecosistemas puede ofrecer una oportunidad concreta de desarrollo sostenible a todos los chilenos. Los que viven cerca de los parques, porque pueden encontrar posibilidades de desarrollo local. Los que viven en grandes ciudades, porque se pueden establecer políticas de relacionamiento con la naturaleza en que la toma de conciencia de la fragilidad de los ecosistemas haga que, de vuelta en la ciudad, los ciudadanos tomen conciencia de que la vida urbana puede ser mejor y exijan bienes públicos – plazas, parques urbanos que integren la naturaleza a la ciudad, educación cívica – que conformen urbes más amigables y humanas. Los que trabajan en otras actividades, porque se podrían beneficiar de una imagen país sustentable, limpio y consciente que abre nuevas oportunidades de posicionamiento de marca y desarrollo.

Este estudio nos provoca otra reflexión sobre desarrollo y conservación derivado del momento político que enfrenta Chile. No se trata sólo de restaurar ecosistemas, recuperarlos y reasilvestrarlos. En paralelo, podemos “civilizarnos”. Una estrategia de desarrollo sostenible, de uso racional y consciente del suelo o del agua, requiere un grado superior de conciencia respecto de cómo la actividad humana afecta el medio ambiente. Esa actividad humana consta de acciones individuales, así como también de millones de diarias interacciones entre personas, que pueden producir tanto bien como mal al entorno en que vivimos. 

Pumalín ©Antonio Vizcaíno
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El eventual advenimiento del proceso constituyente en Chile es una gran oportunidad para establecer un nuevo contrato social entre los chilenos y de cada uno con el medio ambiente, uno que reconozca las virtudes de la autonomía de las personas para diseñar su proyecto de vida como mejor le parezca, pero en una relación de reciprocidad con el resto de los ciudadanos y con la naturaleza. Tal equilibrio permitirá eventualmente dejarle a nuestros hijos y hijas un país mejor y un planeta que comienza a sanar sus heridas.

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