La salud de los ecosistemas es fundamental para la salud del planeta y del ser humano. Según indica el informe de la Plataforma Intergubernamental Científico-Normativa sobre Diversidad Biológica y Servicios de los Ecosistemas (IPBES), la naturaleza, a través de sus procesos ecológicos y evolutivos, mantiene la calidad del aire, del agua dulce y de los suelos de la que dependen todas las especies, incluida la humanidad, distribuyendo agua dulce, regulando el clima, propiciando la polinización, el control de plagas y reduciendo los efectos de los peligros naturales.

Los ecosistemas marinos y terrestres son los únicos sumideros de las emisiones de carbono antropógenas, es decir, resultante de las actividades de los seres humanos, con una absorción bruta de 5.600 millones de toneladas de carbono al año, equivalentes a aproximadamente el 60 % de las emisiones mundiales antropógenas. La naturaleza ofrece los cimientos para la salud humana en todas sus dimensiones y contribuye a los aspectos inmateriales de la calidad de vida como inspiración y aprendizaje, experiencias físicas y psicológicas y apoyo a la identidad cultural, que son fundamentales para la calidad de vida y la integridad cultural, aunque resulta difícil cuantificar su valor total.

Parque Nacional Hornopirén ©Augusto Dominguez
Parque Nacional Hornopirén ©Augusto Dominguez

Sin embargo, hoy más que nunca un mayor número de especies están en peligro de extinción a nivel mundial como resultado de las acciones de los seres humanos. La Lista Roja de Especies Amenazadas de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza (UICN), es una fuente de información completa sobre el estado de conservación global de especies de animales, hongos y plantas. Por medio de la evaluación del riesgo de extinción de miles de especies, esta es una poderosa herramienta para informar y catalizar acciones de conservación de la biodiversidad.

Según el último informe de la UICN, hay más de 120.000 especies en la Lista Roja de dicha organización, con más de 32.000 especies amenazadas de extinción, incluyendo a 14.735 animales, 17.507 plantas y 166 de hongos. Además de agregar especies año a año, la Lista Roja de la UICN también vuelve a evaluar el estado de especies existentes, en algunas ocasiones contando historias positivas, como las mejoras que se producen debido a esfuerzos de conservación.

Greta Thunberg, activista medioambiental, declaró ante el Parlamento Europeo en el 2019 sobre la importancia de tomar conciencia sobre la salud de los ecosistemas que habitamos: “Nosotros estamos en la mitad de la sexta extinción masiva, y el rango de extinción es hasta 10.000 veces más rápido de lo que se considera normal. Con hasta 200 especies extinguiéndose cada día, la erosión de la superficie del suelo fértil, deforestación de enormes bosques, contaminación tóxica del aire, pérdida de insectos y fauna salvaje, la acidificación de nuestros océanos, estas son las tendencias de los desastres que están siendo acelerados por un modo de vida que nosotros, en nuestra parte del mundo financieramente afortunada, lo vemos como un derecho de simplemente continuar”.

Una especie en peligro, muchas consecuencias

Cuando una especie está en peligro de extinción, es todo el ecosistema el que sufre las consecuencias porque todo está conectado. Un ejemplo de interconexión entre diferentes organismos son las micorrizas, una estrecha relación entre hongos y árboles.

Los hongos micorrícicos son grandes compañeros y colaboradores de los árboles. Entre ambos organismos existe una simbiosis mutualista llamada micorriza. Esta simbiosis permite que compartan nutrientes, agua y defensas. Los hongos le entregan a la planta nutrientes y agua desde el suelo, y las plantas les proveen azúcares a los hongos. Además, esta red, que se podría comparar al internet, permite que los árboles se comuniquen entre sí. Esta conexión posibilita que árboles viejos trasladen nutrientes a árboles enfermos o más pequeños, en crecimiento. También les ayuda a alertar sobre posibles amenazas como pestes. Si uno de ellos falta, se produce un desequilibrio.

Los árboles y plantas al hacer fotosíntesis extraen el dióxido de carbono de la atmósfera y una parte del carbono llega hasta las raíces. Al estar en simbiosis, los hongos micorrícicos usan el carbono para hacer crecer sus hifas, que son delgados filamentos que componen al micelio, cuerpo subterráneo del hongo. Este proceso permite que el carbono quede en el subsuelo, y contribuye a lo que se conoce como “secuestro de carbono”, de manera que no se libere a la atmósfera incrementando la temperatura.

«El valor primordial del reino Fungi pasa muchas veces desapercibido, al ser casi invisible como aglutinador y conector de la comunidad de vida en muchos de nuestros ecosistemas patagónicos. Su protección y visibilización son una tarea urgente e ineludible, a los hongos les debemos la transformación de la muerte en vida y la maravilla de unir lo aparentemente dividido en una red de intercambios mutuos que cambian para siempre el supuesto de la competencia por la supervivencia natural a una mirada donde la colaboración hace posible la conservación de las especies. El reino Fungi es un reino iconoclasta de colaboración y mutualidad que emociona y que invitamos a descubrir», explicó Eugenio Rengifo, director ejecutivo de Amigos de los Parques.

Boletus loyo ©Gabriel Orrego
Boletus loyo ©Gabriel Orrego

Una muestra de esta interconexión intrínseca de un ecosistema es la que tiene el hongo comestible y endémico Boletus loyo (hongo ectomicorrícico), el que intercambia nutrientes con árboles de la especie Nothofagus como el coihue, raulí, hualo, roble, entre otros. El Loyo, como es llamado en las zonas donde se recolecta, necesita del bosque milenario para vivir. Al ser deforestado, se pierde la especie y también las funciones que éstos cumplen. El hongo Boletus loyo está clasificado en peligro de extinción en la Lista Roja de la UICN y en la Clasificación de Especies del Ministerio de Medioambiente de Chile. Este hongo crece y se recolecta en la Región del Maule, Biobío, Araucanía, Los Ríos y Los Lagos.

Afortunadamente, Chile es el único país en el mundo en considerar a los hongos en los estudios de impacto medioambiental, gracias a la ley sobre Bases Generales del Medio Ambiente de Chile, Ley 19.300. La importancia de esta legislación es que se resguarda el hábitat de la especie del hongo amenazado, y en el caso de los hongos ectomicorrícicos, es todo el bosque.

Aporte de la conservación

Una de las herramientas más robustas para mantener los ecosistemas saludables es a través de la máxima categoría de conservación de áreas silvestres, como son los parques nacionales.

Giuliana Furci, directora de la Fundación Fungi agrega: “Los parques nacionales y las áreas protegidas se transforman en reservorios de la diversidad biológica y espacios para que las personas puedan conocer estados prístinos o bien conservados de la naturaleza. Una oportunidad única para recorrer y conocer un Chile natural. Además, las estructuras que garantizan los parques nacionales, también salvaguardan la posibilidad de hacer investigación, de aumentar el conocimiento sobre la diversidad biológica, que es donde nacen las soluciones ante los problemas que aquejan al mundo. Se convierten en reservorios de soluciones para enfrentar la crisis climática”.

Proteger las áreas silvestres y trabajar por la conservación de especies, son acciones cruciales para determinar las consecuencias del cambio climático, y posiblemente, encontrar formas de revertirlo. Los parques nacionales son lugares esencialmente democráticos y en los cuales se estimula una comprensión de la historia desde la interconexión de los seres vivos en el planeta, incluida la humanidad. El contacto con un espacio natural, inevitablemente crea conciencia sobre lo que está en juego si no se protege a tiempo.

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