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Albatros, pingüinos y picaflores: los centinelas que revelan la salud de islas y océanos protagonizan una charla en el Festival Ladera Sur
En el Festival Ladera Sur, Verónica López Latorre —gerenta de Proyectos de la ONG Oikonos— nos invita a adentrarnos en el mundo de albatros, pingüinos y picaflores, centinelas de islas y océanos que nos anticipan los cambios ambientales. Una charla que combina ciencia, conservación y acción ciudadana, y que muestra cómo cada persona puede contribuir a proteger ecosistemas vitales. En este artículo, descubre más sobre estas especies y los mensajes que nos envían para cuidar nuestro planeta.
En las costas e islas de Chile, hay aves que anuncian lo que el océano y la tierra aún no muestran a simple vista. Son las primeras en reaccionar cuando el mar se calienta, cuando las presas escasean, cuando un contaminante invisible empieza a circular o cuando un ecosistema insular comienza a degradarse. Antes de que los cambios ambientales se vuelvan evidentes para nosotros, ellas ya los están viviendo.

Son las especies centinelas: organismos capaces de advertir alteraciones ambientales mucho antes de que los humanos podamos percibirlas. Su presencia, ausencia o estado de salud actúa como un sensor vivo del entorno. Sensibles a perturbaciones, a contaminantes y a variaciones en la disponibilidad de alimento, responden rápido —a veces de manera silenciosa— a tensiones que más tarde se amplifican en el resto del ecosistema. Muchas pueden acumular sustancias tóxicas en sus tejidos sin mostrar síntomas inmediatos, convirtiéndose en un archivo biológico de lo que circula en el mar o en el aire. Y suelen ser relativamente fáciles de monitorear, lo que permite obtener datos constantes y comparables en el tiempo.


“En general, las aves responden antes que nosotros frente a efectos que también pueden tener repercusiones en los humanos. Por eso se les llama centinelas. Por ejemplo, en el caso de los picaflores, el uso de pesticidas que son cancerígenos y que afectan a las personas: si se te están muriendo los picaflores, es que estás teniendo dosis muy altas de pesticida. Cuando la fauna empieza a desaparecer, tienes que empezar a entender qué está pasando y por qué desaparece. En el caso del mar, las aves marinas son buenas centinelas porque las podemos ver en tierra. Sus colonias de reproducción se pueden contar —cuántos individuos hay, qué está ocurriendo— y también las encontramos muertas en las playas cuando algo está pasando. Son más fáciles de estudiar que otros animales marinos. Por eso se les llama los centinelas”, comenta Verónica López Latorre, gerenta de Proyectos de Oikonos, organización sin fines de lucro dedicada a la conservación de ecosistemas y especies amenazadas, que ha desarrollado más de 200 proyectos colaborativos en territorios insulares y costeros.

En el océano austral, los albatros y los pingüinos son quizá los centinelas más reconocidos. Surcan o habitan aguas vastas, frías y cambiantes, y su sola existencia refleja la salud de esos paisajes acuáticos. Como depredadores de alto nivel trófico, concentran en sus cuerpos la historia ambiental de la cadena alimentaria: metales pesados, plásticos, fluctuaciones en el krill o en los cardúmenes de peces. Cualquier alteración se manifiesta en su supervivencia, en su éxito reproductivo o en su distribución.
“En el caso de los albatros, en proyectos de monitoreo —principalmente en Hawái y California— se ha visto cómo el aumento del plástico ha impactado directamente a las colonias. Estas aves ingieren plástico por error y, con el tiempo, ese material ha ido apareciendo cada vez más en los individuos. En las últimas tres o cuatro décadas la tendencia es clara. Entonces, ¿cómo podemos usar esa información para impulsar los cambios de hábitos que necesitamos y mostrarnos que el océano realmente está cambiando? Ese es un ejemplo”, señala la investigadora.


El cambio climático también habla a través de ellos. El pingüino Adelia, por ejemplo, depende del hielo marino para reproducirse y alimentarse. Su retroceso o desplazamiento no es un dato aislado: es un síntoma visible del océano que se transforma. Los albatros, por su parte, recorren miles de kilómetros, patrullando regiones que la ciencia no siempre puede observar directamente. Son vigías de gran escala que registran, sin saberlo, la salud de mares completos.


Pero en Chile, una de las señales más contundentes viene del pingüino de Humboldt (Spheniscus humboldti), especie exclusiva del sistema de la Corriente de Humboldt. Vive entre acantilados, islas y corrientes frías, dependiendo de un mar productivo y predecible. Cuando ese equilibrio se rompe —por el calentamiento de las aguas, la disminución de sardinas y anchovetas o fenómenos como El Niño— sus colonias lo evidencian de inmediato: menos parejas, más varamientos, silencios donde antes había bullicio.
Su reciente reclasificación a En Peligro es más que una categoría: es un mensaje. En Coquimbo, Atacama o en islotes como Cachagua y Pájaro Niño, su declive revela que la corriente que sostiene su vida —y la de economías costeras completas— se tensiona más rápido de lo que podemos ver desde la superficie.

“En el caso de los pingüinos, nosotros estamos trabajando actualmente en un proyecto con el pingüino de Humboldt, que acaba de ser declarado en peligro de extinción. Entonces, ¿qué es lo que nos está indicando este pingüino? ¿Qué nos dice sobre la corriente de Humboldt, que es su hábitat? El tema de las mortalidades es lo que nos tiene preocupados, porque tuvimos el brote de influenza aviar en 2023 y después un fenómeno de El Niño que les quita el alimento en general a todas las aves guaneras y a todos los animales que viven en la costa. Fue un evento muy fuerte. Ya estudios de hace 10 años hablaban de que los pingüinos de Humboldt iban camino a la extinción, y este brote aceleró el proceso muy rápido. Entonces, esta charla también tiene relación con lo que estamos viendo con el pingüino de Humboldt, y un llamado a la acción”, explica López.
En esa misma línea, la investigadora enfatiza algo clave: la desaparición de estas especies no es solo un drama ecológico, sino una alerta sobre la alteración de procesos que sostienen nuestra propia existencia.


“Lo importante es entender el rol que cumplen en los ecosistemas. Por ejemplo, muchas islas se han repoblado de vegetación gracias a la caca de las aves; de hecho, el guano sigue utilizándose como fertilizante. Su presencia genera vida tanto en el mar como en la tierra donde nidifican. Por eso no es buena idea experimentar con escenarios en que desaparecen. Todos estos efectos ecosistémicos están en movimiento constante y son muy difíciles de dimensionar, pero las especies empiezan a morir antes que nosotros, y su desaparición nos advierte que algo anda mal, como lo que está ocurriendo en la corriente de Humboldt. Nuestra falta de conocimiento sobre cómo funcionan los ecosistemas —y la poca divulgación de estos temas— hace que cueste dimensionar lo que realmente significa cuando las especies empiezan a desaparecer.”


Tras ese diagnóstico, Verónica vuelve a un punto central: la acción. No basta con describir lo que está ocurriendo si las comunidades no tienen herramientas para responder.
“Nosotros somos agentes de cambio y cada uno tiene un rol en los cambios que necesitamos hacer para la sociedad y para el planeta en el que queremos vivir. ¿Cómo podemos empezar a tomar registro cuando encontramos animales vivos o muertos? ¿Cómo denunciamos? Con el tema del pingüino de Humboldt, las comunidades y las personas que visitan las playas pueden actuar. Y muchas veces no se trata solo de quienes visitan la playa: por ejemplo, en el caso de la contaminación marina, hay mucha relación con los ríos. Mucha de la contaminación que vemos en el mar está relacionada simplemente con la gente que va a hacer camping al río. Entonces, finalmente todos vamos teniendo acciones en lo que está pasando actualmente en nuestro ecosistema”, señala.

En las islas, esa relación se vuelve aún más evidente. Ecosistemas frágiles, con altos niveles de endemismo, dependen de equilibrios precisos donde cualquier perturbación —un gato, una planta invasora, un cambio de uso del suelo— se siente de inmediato. El picaflor de Juan Fernández (Sephanoides fernandensis), En Peligro Crítico, es una prueba viviente de ese delicado sistema: su declive revela la degradación del bosque nativo, la presión de depredadores introducidos y la pérdida de hábitats esenciales. A la inversa, su regreso a zonas restauradas es una señal inequívoca de recuperación ecológica.

Como comenta Verónica: “Trabajamos mucho a nivel local con las comunidades porque, por ejemplo, en el caso del picaflor de Juan Fernández hay un problema grave con los gatos y también con las plantas invasoras que ocupan el bosque donde ellas nidifican. Entonces ahí trabajamos en el control de especies invasoras, en esterilizaciones de mascotas, en campañas de educación ambiental y, en general, trabajamos mucho con la comunidad. Esa es un poco nuestra visión: dejar los territorios con la base de la ciencia y del trabajo comunitario instaurada, y no tener que ser siempre nosotros los que estemos en terreno. De hecho, el alcalde de Juan Fernández, antes de ser alcalde, era el encargado de la oficina de Oikonos en la isla. Entonces, claro, hemos ido creando las bases: la investigación, la generación de confianza”.


En todos los casos, estas aves funcionan como mensajeras del estado de la Tierra. No hablan, pero lo dicen todo: muestran qué contaminantes flotan en el mar, qué tan rápido cambia el clima, qué territorios pierden biodiversidad o cuáles comienzan a sanar. Escucharlas —o más bien interpretarlas— es anticiparse a los riesgos que enfrentamos como sociedad y cómo planeta.
Si quieres conocer más sobre las especies centinelas, su papel en los ecosistemas y cómo podemos contribuir a su protección, no te pierdas la charla “Albatros, pingüinos y picaflores: centinelas de islas y océanos”, este 29 de noviembre en el Ladera Sur Fest 2025. Verónica López Latorre —gerenta de Proyectos de la ONG Oikonos— explorará cómo estas aves actúan como vigilantes de nuestros mares y archipiélagos, adelantando señales de cambios ambientales. Una invitación a descubrir su importancia, anticipar transformaciones ecosistémicas y activar la conservación en islas y océanos, donde cada persona puede marcar la diferencia. ¡No te lo pierdas!
Tamara Núñez