Desde pequeña he sentido atracción por la naturaleza, especialmente por los animales marinos. Vivía en una ciudad sin mar en las cercanías y la forma que tenía para conocer la vida marina era a través de documentales y Flipper, la serie sobre el delfín que se comunicaba con su entrenadora y que desencadenó mi fascinación por estos animales.

Estudié Ciencias del Mar en la Universidad de Cádiz, España, pero sentí una profunda decepción. En la licenciatura se abordaban áreas multidisciplinares, pero la parte que me interesaba de cetáceos no era tan amplia como yo quería. Logré conocimientos específicos de ballenas y delfines fuera de la universidad, con gran esfuerzo familiar y personal, por lo que al finalizar mis estudios necesitaba un mejor lugar para descubrir y experienciar directamente el mar y a sus habitantes.

Así fue que el año 2011 llegue a Chile, a realizar mi doctorado en biología marina en la Universidad Austral. Elegí Chile especialmente porque el 43% de las especies de cetáceos que existen en el mundo, pasa por las aguas de este país. En mi doctorado estudié al fin lo que yo quería: los sonidos de ballenas. Particularmente, analicé la distribución de las ballenas jorobadas en el sur de Chile mediante el estudio de sus maravillosos sonidos y complejos cantos.

Protegiendo a los cetáceos 

Ballena herida ©Fundación Meri
Ballena herida ©Fundación Meri

El año 2017 empecé a trabajar en Fundación MERI como investigadora post-doctoral, ya que requerían una especialista en acústica de ballenas. En el 2018 me incorporé como investigadora y actualmente lidero la línea de investigación de cetáceos, donde mis esfuerzos están enfocados en aprender sobre estos animales, su comportamiento y su habitat, para contribuir a protegerlos eficazmente.

No puedo dejar de pensar en que a muchos chilenos se les olvida la importancia y majestuosidad de la fauna marina que vive en su propio país. Por lo mismo, junto a Fundación MERI protegemos a la ballena azul, un fantástico animal, que es una especie “paraguas” para el resto; al protegerla cuidamos gran parte de la flora y fauna marina, con la que cohabita.

En los estudios que desarrollamos con cetáceos, utilizamos técnicas no invasivas. Para estudios de acústica, grabamos sus sonidos utilizando hidrófonos, que reciben y graban los sonidos bajo el agua. También tenemos los D-tag, dispositivos con ventosas que se quedan pegadas momentáneamente en la piel de las ballenas, registran mucha información, como su ubicación, la profundidad a la que bucean, y otros datos sobre su comportamiento diario, así como los sonidos que emiten y los que escuchan.

©Fundación Meri
©Fundación Meri

Puesto que uno de sus mayores enemigos está siendo el ruido submarino, actualmente hemos volcado gran parte de nuestro esfuerzo en disminuir las amenazas que provienen del alto tráfico de grandes embarcaciones, que provocan contaminación por ruido y riesgo de colisiones para los cetáceos . Este es un problema al que aún no todos le están dando el peso que corresponde, el que no es menor, puesto que entre 2007 y 2016 más de 1.200 ballenas han sufrido colisiones y particularmente en Chile hay registro de que han muerto al menos cuatro ballenas desde el año 2017.

Lo que me preocupa es que en Chile no existe un registro sistemático de cuáles son las causas de las muertes de las ballenas que aparecen en las costas. Significa que todavía no tenemos un nivel de conciencia como país sobre este problema, ni sobre cómo abordarlo. Igualmente, debemos hacer un trabajo de concientizar a las industrias navieras, cuyas hélices y motores generan estos ruidos contaminantes, porque estoy segura de que no lo hacen con la intención de dañar a los animales marinos.

Por lo mismo, hemos trabajado junto a la Gobernación Marítima de Castro para llevar a cabo una serie de medidas preventivas respecto a la reducción del ruido submarino. Como actualmente en el país no existe una legislación respecto al ruido submarino, tuvimos que buscar otro camino para reducirlo. La mejor opción es bajar la velocidad máxima permitida en las zonas en las que se avistan cetáceos. A menor velocidad, menor ruido, y menos probabilidad de colisión. Se solucionan dos problemas a la vez.

©Fundación Meri
©Fundación Meri

Esta reducción de velocidad se hace en dos sentidos: Por la noche, que es cuando las ballenas se encuentran más en superficie, alimentándose, se debe navegar a 8 nudos (15 km/h), mientras que de día se debe navegar máximo a 10 nudos (18 Km/h).

Pero no queremos conformarnos con este logro, y estamos trabajando en implementar una carretera de boyas que coincida con la carretera de tráfico marítimo en el Golfo de Corcovado, que permitan detectar ballenas y avisar a las grandes embarcaciones que se encuentren en la zona, para que así reduzcan la velocidad, o desvíen su ruta, reduciendo de manera más certera las colisiones y el ruido que las afecta.

El último viaje de un zifio

©Fundación Meri
©Fundación Meri

Por otro lado, a principios de este año tuve uno de los mayores desafíos de mi vida como científica. Trasladar el cuerpo de un zifio macho de 5 metros que había varado, desde Caleta Tortel hasta un laboratorio para su necropsia en Santiago. Esta especie de cetáceo es muy poco frecuente de avistar, habita en aguas muy profundas y, por lo mismo, hay muy poca información de este.

En la fundación determinamos que era imperativo hacer todos los esfuerzos para que este animal pudiese ser estudiado científicamente, lo que significó hacerse cargo de él ya que, por lo remoto del lugar donde varó, la opción inicial era que el animal fuera enterrado en el lugar, sin mayor estudio científico.

Con la autorización de Sernapesca, autoridad competente, decidimos trasladar el zifio hasta un laboratorio con un estándar que permitiera realizarle una necropsia completa, y obtener la mayor cantidad posible de información para analizar, y ampliar el conocimiento sobre esta especie tan poco frecuente de ver. Asumí una carga de responsabilidad tal, que fui consciente de que estaba en uno de esos momentos de mi vida en que sabes que tienes que dar todo de ti, para hacer el mejor trabajo posible, y no solo por mí, sino que también por la fundación en la que trabajo y en especial por ese zifio.

Cuando llegué al lugar del varamiento y pude ver al animal, me estremeció  esa coloración y  brillo hermoso que poseía, aun después de llevar un día y medio muerto. Tan solo las largas y complejas maniobras para moverlo desde la costa e introducirlo al frigorífico, tomaron horas y mucho esfuerzo, coordinación y colaboración de todos los presentes. Son situaciones que ocurren una vez en tu vida. Fue una larga aventura de más de diez días, 2.500 kilómetros de carretera y embarcación, noches sin dormir, largas horas de gestiones, para traer al zifio hasta el laboratorio y hacer su necropsia.

©Fundación Meri
©Fundación Meri

Todos nos involucramos mucho, trabajamos día y noche para traerlo en las mejores condiciones posibles. Acabamos llamándole “Tortel”, en honor al lugar donde varó. Eso nos permitía expresarnos dándole la importancia a este ser, ya que pese a estar trabajando con un animal que ya estaba muerto, tenía tanta relevancia como cualquier ser vivo.

La necropsia nos permitió evidenciar que tenía cicatrices antiguas realizadas por pequeños tiburones, dos dientes quebrados -justamente los colmillos que son característicos de los machos de esta especie-, un hematoma de 20 centímetros aproximadamente y pudimos determinar su alimentación al visualizar su contenido estomacal.

Sin síntomas externos aparentes de su muerte, obtuvimos muestras de todos los órganos para ver si el análisis de alguno de éstos  podría explicar la razón de su muerte. Además, hicimos radiografías, endoscopias, citología y estamos estudiando la presencia de ciertos virus y contaminantes que pudo tener este animal. Información que puede parecer muy básica, como el saber su peso, sus medidas y cuánta grasa tiene, es muy importante porque es una especie de la cual se sabe muy poco.

Los años que llevo estudiando y trabajando con cetáceos me han demostrado que el ser humano es la principal amenaza para estas especies, muchas veces sin querer serlo. El plástico, el ruido submarino, la contaminación de los mares, el cambio climático, la sobreexplotación de recursos y muchos otros factores han puesto en riesgo lo sobrevivencia de estas especies y, por lo tanto, del planeta.

Creo que el futuro puede ser mucho mejor que el presente, y por eso apuesto por el trabajo colaborativo. Personas solas no pueden hacer la diferencia, pero en Fundación MERI creemos que entre todos sí se puede. Si bien tenemos grandes proyectos funcionando, todavía hay mucho trabajo por hacer y necesitamos la ayuda de todas las personas e instituciones para que todos podamos tener un futuro mejor.

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