Vivo muy cerca del volcán Villarrica. En abril salí a caminar una tarde y me encontré con una cuenca seca por donde probablemente pasaba un río; se podían ver rocas empujadas por el agua, surcos marcados por su paso y arbustos levantados. Pensé que por la fecha quizás este era el punto final de un proceso más largo, que volvería a comenzar con las lluvias del invierno. Este paisaje de alguna manera me mostraba algo que había sido, pero que ya no estaba.

Llevaba un tiempo tomando fotos de las distintas texturas que deja el agua en las orillas, en los cambios de cauce e incluso en la superficie, como tratando de “leer” algo en esas líneas. El hecho de encontrarme frente al final de un recorrido, ahora que miraba este río seco, me hizo ver estas texturas como registro de algo que antes había sucedido. De pronto me sentí en un sitio de hallazgo arqueológico, todo lo que estaba viendo ahí, la ubicación de las piedras, los surcos labrados en el suelo, las hojas separadas de la cuenca, las raíces levantadas de los árboles, hablaban de fenómeno que había estado ocurriendo ahí. Un pasado que aún se dejaba ver desde estos rasgos en la tierra.

©Nicolás Amaro
©Nicolás Amaro

¿Pero cómo se forman esas texturas? ¿Responden a alguna lógica o son formas totalmente azarosas? Si miramos la superficie de un río podemos ver que tienden a repetirse determinadas formas, a veces como rombos, triángulos, óvalos, pero tienden a mantenerse. No se forman todas las formas, se forman algunas y se mantienen relativamente estables. Se puede pensar que las formas responden a factores específicos, como la fuerza con que entra el agua en esa cuenca, el peso del sedimento que trae, la cantidad de oxígeno en el agua, la dirección con que entra y enfrenta las paredes de la cuenca, generando remolinos. Me imaginé el agua entrando constantemente, generando todo este movimiento repetitivo, provocando   una frecuencia. Esa frecuencia va dibujando en el fondo del río ciertas formas y no otras, de acuerdo al comportamiento del agua. Si ponemos este proceso en una extensión de tiempo, podemos pensar que irán prevaleciendo ciertas formas sobre otras, probablemente las más frecuentes se marcan más, y al mismo tiempo van borrando las que ocurren menos.

©Nicolas Amaro
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Entonces, cuando miramos una foto de las texturas que dejó el movimiento del agua en lo que era su fondo, al final de la época seca, estamos viendo una síntesis del comportamiento del río, durante ese período de tiempo. En este sentido es que hablo de un retrato del río. A partir de estas inscripciones que tengo ante la vista, podría deducir ciertos comportamientos y características del río, que no tengo ante la vista. Son huellas en un retrato.

Hasta aquí hemos estado imaginando ciertos estados posibles del río a partir de las texturas visibles. Pero, cuando nosotros queremos saber más de un río, ¿que hacemos? buscamos datos, recurrimos a un experto o a literatura especializada para saber más sobre cómo funcionan, como se forma la geografía que los sostiene. Pero esa información siempre será general y nunca describirá satisfactoriamente este río en particular, cerca de mi casa. El conocimiento abstracto, se dice, refiere a todos y ninguno de los individuos que describe, porque para mantener su validez, sólo puede referirse a lo que es común a todos.

©Nicolás Amaro
©Nicolás Amaro

Esta manera de entender los fenómenos naturales es el punto de vista científico clásico, que si bien no se cumple necesariamente en los desarrollos contemporáneos de la ciencia, creo que sí grafica bien la forma en que comúnmente entendemos el conocimiento. Esta manera de entender es la base de una particular relación con la naturaleza. Una relación en que no importan las especificidades de cada unidad, sino que sólo en tanto son un individuo más de  lo mismo. Es la noción de naturaleza como recurso. Sólo desde esta manera de ver tiene sentido talar masivamente árboles, pescar industrialmente, quemar selvas únicas como futuro suelo de ganado. En tanto borramos sus especificidades y otras dimensiones de conocimiento.

Voy a poner un ejemplo completamente distinto para contrastar. Le preguntamos a un amigo huilliche cual era el nombre para dios en su lengua. El nos contestó: “depende del territorio que usted habite”. La relación mapuche con la naturaleza es concreta, específica, no abstracta, no generalizable. No remite a conceptos de las cosas, sino trata directamente con las cosas. No se trata de las montañas, se trata de esa montaña. Esta relación se recrea constantemente en la cotidianidad y así se llena de significado. No remite a nociones que están más allá de las cosas.

©Nicolás Amaro
©Nicolás Amaro

En tiempos de crisis de nuestra relación con la naturaleza, necesitamos construir una relación directa y concreta con nuestro entorno, que incluyan otras dimensiones más allá de lo definido científicamente, como el uso simbólico de un espacio, su significado en la historia personal,  las nociones de identidad que entregan a determinadas comunidades. Tanto para estos factores como para el conocer en general, tiene un rol fundamental la imaginación y la  creación artística.

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