Uno de mis viajes más extensos que he hecho con cámara en mano llegaba a su fin. Ni tiene caso explicar ni el largo, ni los lugares visitados, pero sí el hecho que tenía una parada obligada: Pantanal.

Capibaras ©Pablo Garrido
Capibaras ©Pablo Garrido

Pantanal es básicamente un humedal gigantesco, ubicado principalmente en Brasil, pero que también existe en Bolivia y Paraguay. Ahí habita muchísima biodiversidad, entre ella, gran parte de las especies más carismáticas que uno conoció cuando niño: tucanes, guacamayos, anacondas, osos hormigueros, caimanes, etc.

Guacamayo Jacinto ©Pablo Garrido
Guacamayo Jacinto ©Pablo Garrido

Este sector también tiene su propia dinámica ecosistémica, marcada por los ciclos de lluvias anuales, donde la altura de las aguas puede subir hasta 5 metros en comparación a los de la estación seca. Y justamente en esta última estación, es que gran parte de la actividad animal se encuentra ligada a los sectores donde se encuentran los ríos. Esta es una de las razones fundamentales por las cuales Pantanal es uno de los mejores spots para encontrar jaguares en América.

Jaguar ©Pablo Garrido
Jaguar ©Pablo Garrido

Nunca he sido muy afortunado con los encuentros felinos, pero se daba la coincidencia de que iba a andar cerca de Pantanal para la época seca. Entonces, aparte de tener la posibilidad de visitar una de las joyas de Sudamérica, estaba en la mejor época para animarme a encontrar a uno de mis gatos favoritos. Así fue como a Pantanal lo reservé para mi última parada antes de volver a Chile.

Caimanes ©Pablo Garrido
Caimanes ©Pablo Garrido

La dinámica era navegar por los ríos en una especie de safari acuático. En el recorrido, uno se iba topando con yacarés, capibaras, aves acuáticas y nutrias. También aparecían jaguares, los que uno puede hallar entre la sombra descansando o cruzando ríos muy torrentosos, dejando en claro sus habilidades como nadadores.

Jaguar ©Pablo Garrido
Jaguar ©Pablo Garrido

Durante tres días estuve maravillado observando a estos felinos. Sólo verlos dormir, ya era suficiente estímulo para tatuar los recuerdos en mi cabeza. El momento de partir había llegado y el guía ya decía que había que devolvernos al campamento. El safari llegaba a su fin y con él, el término de mi largo viaje. En un arrebato de negación, no quise despegar mis ojos de las riberas de los ríos, pues sentía que todavía podían aparecer sorpresas en el camino de vuelta. Y ahí, efectivamente apareció la última: pude presenciar la cacería de un jaguar.

©Pablo Garrido
©Pablo Garrido
©Pablo Garrido
©Pablo Garrido

Probablemente por la emoción no recuerde muy bien todos los detalles de esta escena. Sólo me acuerdo de lo fuerte del sonido del agua y del cráneo del yacaré crujiendo.

©Pablo Garrido
©Pablo Garrido
©Pablo Garrido
©Pablo Garrido

También recuerdo que pude ver las fotos de este último encuentro, casi una hora después de estar pegado con la mirada al infinito tratando de dilucidar qué fue lo que pasó. Estaba perplejo, sin la capacidad de poder entender nada.

©Pablo Garrido
©Pablo Garrido

Pero, ¿no es eso lo que uno busca cuando uno se adentra en estos contextos? Sentirse pequeño, sentirse nada, querer seguir entrando a algo que te va a despertar más preguntas. Al final de eso se trata, ¿no? De sentirse maravillosamente ignorante.

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