Pantanal: territorio de jaguares y naturaleza exuberante
Este gigantesco humedal de más de 170.000 km2, declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco el año 2000, alberga una impresionante biodiversidad: aquí tucanes, guacamayos, anacondas y caimanes, encuentran las características ideales para sobrevivir, pero sin duda la estrella es el escurridizo jaguar. Nuestro colaborador Pablo Garrido nos invita a conocer más sobre este destino salvaje a través de una galería de fotos y el relato de su experiencia, donde tuvo la suerte de presenciar la cacería de uno de estos felinos.
Uno de mis viajes más extensos que he hecho con cámara en mano llegaba a su fin. Ni tiene caso explicar ni el largo, ni los lugares visitados, pero sí el hecho que tenía una parada obligada: Pantanal.
Pantanal es básicamente un humedal gigantesco, ubicado principalmente en Brasil, pero que también existe en Bolivia y Paraguay. Ahí habita muchísima biodiversidad, entre ella, gran parte de las especies más carismáticas que uno conoció cuando niño: tucanes, guacamayos, anacondas, osos hormigueros, caimanes, etc.
Este sector también tiene su propia dinámica ecosistémica, marcada por los ciclos de lluvias anuales, donde la altura de las aguas puede subir hasta 5 metros en comparación a los de la estación seca. Y justamente en esta última estación, es que gran parte de la actividad animal se encuentra ligada a los sectores donde se encuentran los ríos. Esta es una de las razones fundamentales por las cuales Pantanal es uno de los mejores spots para encontrar jaguares en América.
Nunca he sido muy afortunado con los encuentros felinos, pero se daba la coincidencia de que iba a andar cerca de Pantanal para la época seca. Entonces, aparte de tener la posibilidad de visitar una de las joyas de Sudamérica, estaba en la mejor época para animarme a encontrar a uno de mis gatos favoritos. Así fue como a Pantanal lo reservé para mi última parada antes de volver a Chile.
La dinámica era navegar por los ríos en una especie de safari acuático. En el recorrido, uno se iba topando con yacarés, capibaras, aves acuáticas y nutrias. También aparecían jaguares, los que uno puede hallar entre la sombra descansando o cruzando ríos muy torrentosos, dejando en claro sus habilidades como nadadores.
Durante tres días estuve maravillado observando a estos felinos. Sólo verlos dormir, ya era suficiente estímulo para tatuar los recuerdos en mi cabeza. El momento de partir había llegado y el guía ya decía que había que devolvernos al campamento. El safari llegaba a su fin y con él, el término de mi largo viaje. En un arrebato de negación, no quise despegar mis ojos de las riberas de los ríos, pues sentía que todavía podían aparecer sorpresas en el camino de vuelta. Y ahí, efectivamente apareció la última: pude presenciar la cacería de un jaguar.
Probablemente por la emoción no recuerde muy bien todos los detalles de esta escena. Sólo me acuerdo de lo fuerte del sonido del agua y del cráneo del yacaré crujiendo.
También recuerdo que pude ver las fotos de este último encuentro, casi una hora después de estar pegado con la mirada al infinito tratando de dilucidar qué fue lo que pasó. Estaba perplejo, sin la capacidad de poder entender nada.
Pero, ¿no es eso lo que uno busca cuando uno se adentra en estos contextos? Sentirse pequeño, sentirse nada, querer seguir entrando a algo que te va a despertar más preguntas. Al final de eso se trata, ¿no? De sentirse maravillosamente ignorante.