Una, dos, tres horas caminando por el bosque, en silencio. Este duerme, es invierno. Lo único que nos acompañaba en la tranquilidad eran los curiosos chucaos, que iban atravesando el sendero hacia las altas cumbres del Valle Trinidad. Nuestro objetivo era poder ver «El Monstruo» en invierno, una de las paredes graníticas más grandes y sublimes del lugar.

©Tomás Gárate
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El bosque siempreverde se encontraba oscuro y tranquilo, algunos tímidos rayos de luz atravesaban el dosel, mostrando detalles delicados como los de esta Tepa (Laureliopsis philippiana).

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Esta vez buscábamos llegar más alto que en otras ocasiones, atravesar los bosques de lenga y los filos, para finalmente ver el valle en su dimensión más amplia. Queríamos perder la mirada en ese laberinto infinito de montañas.

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Luego de una larga caminata por bosques de Alerce (Fitzroy cuppressoides), llegamos al fiel BibiBoulder, donde dormimos en Vivak protegidos de las frías noches de invierno.

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Las lagunas de precordillera ceden ante las bajas temperaturas… perpetúan su hibernación con una gruesa capa de hielo que las acompañará hasta finales de la primavera.

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Huellas ¿Habrá sido un solitario zorro, en búsqueda de alimento o compañía?

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El emplazamiento del campamento base era deslumbrante: Rodeados de nieve, silencio y montañas.

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Por un lado, veíamos el Valle del Trinidad y Cochamó. En el otro lado, dormía la magnífica pared «El Mounstro», y un inexplorado valle a sus pies.

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