Un viaje a otra época: registros de una exploración al desconocido lago Greve, el sexto más grande de Chile
Conoce esta impresionante galería de nuestro colaborador invitado Charlie Tokeley, quien junto sus compañeros José Mijares y Pablo Besser, realizó una expedición que tenía como objetivo explorar un enigma de la geografía chilena. En particular, buscaban un paso por el glaciar Pío XI, el más grande del hemisferio sur, con la esperanza de recorrer el sexto lago más grande de Chile, cuyo tamaño duplica la ciudad de París.
«Y durante toda la expedición, encarnamos esa capacidad característicamente patagónica de perseverar frente a condiciones y posibilidades que parecían insuperables, tras un sueño efímero y totalmente personal, en un siempre presente dictado por una naturaleza imponente», cuenta Charlie.
Hay momentos en la Patagonia en los que uno pierde la noción del tiempo. Al desvanecerse los últimos ruidos del motor del ‘No Te Rindas’, el bote de pesca amarillo girasol que el mismo capitán había construido años atrás con cipreses de las Guaitecas que puntean los flancos de los canales patagónicos y en el que nos había depositado en una playa frente al gigantesco glaciar, José mirando el muro de hielo comenta: «Es un viaje de otra época».
Arenas movedizas, bosques impenetrables
Dimensionar el Lago Greve es un juego extraño. A pesar de su tamaño, su nombre es casi totalmente desconocido. Incluso la mayor parte de los habitantes de Puerto Edén, la villa más cercana, parecían ignorar la mera existencia de un lago detrás de los cerros. Escondido en el corazón del parque nacional más grande de Chile y uno de los más grandes del continente americano, el Parque Nacional Bernardo O’Higgins, la pura superficie del lago equivale al tamaño promedio de un área protegida a nivel mundial.
Nuestro acceso al lago duró ocho días de sufrimiento, marcados por selva impenetrable, arenas movedizas, turberas insólitas y largas travesías sobre el Pío XI. Llevábamos 150 kilos entre comida y equipo, todo para poder remar, acampar, atravesar el glaciar y sobrevivir durante tres semanas. De a poco, íbamos acercándonos a un primer depósito, explorando en cada paso, para luego regresar a buscar el resto del equipo. Una vez tras otra.
La Patagonia te castiga por cada error cometido. A Pablo, se le quedó una bota de montaña en la cabina del motor del No Te Rindas. El castigo fue el dolor y la humillación de portar una extraña combinación de crampones sobre una bota de goma en un pie, y sobre un bototo de montaña en el otro. A José, su fe en un par de crampones viejos y desgastados le costó caro al momento de subir y bajar por las grietas y aristas del glaciar. En mi caso, deposité mi fe en un packraft veterano (kayak inflable de expedición) que, al llegar a una laguna a mitad del camino hacia el Greve, reveló un tajo de dos pulgadas en la válvula de inflación.
Desesperados, probamos sin éxito con distintas cintas y pegamentos para tapar la fuga de aire durante todo un día y una noche. Pensando que nuestra expedición estaba destinada a terminar precipitadamente, jugamos la última tirada del dado y cosimos la goma con aguja e hilo… ¡y funcionó! Durante las largas travesías por el lago, a veces hasta 5 kilómetros de cruce frente a los glaciares y con todo mi equipo a bordo, estuve siempre atento al terror que sería escuchar el silbido del tajo reabriéndose.
Antecedentes humanos
Alrededor de esa laguna a mitad del camino, hay una historia muy particular. Hace casi cien años al día, en noviembre de 1924 y en los confines más apartados de la Patagonia chilena, un improbable colono noruego eligió un valle de pastizales y antiguas morenas para instalar una estancia de ovejas. Al año siguiente, volvió y construyó tres casitas, galpones para la esquila y un depósito de lana; e hizo llegar unas doscientas ovejas y algunos equinos y bovinos.
Pero la aventura del noruego, que Alberto de Agostini cuenta en su famoso libro Andes Patagónicos, estaba destinada a fracasar. Tras un duro invierno en el que la estancia fue diezmada por la nieve y el hambre, la imponente lengua de glaciar que hasta entonces dormía frente a su estancia aceleró su avance, alcanzando un ritmo de hasta 20 metros por día y aplastando su estancia antes de llegar —en pocas semanas— al otro lado del valle. El noruego pudo huir, pero según De Agostini, dejó su ganado a merced de los nómades kawésqar de la zona, y sus sueños quedaron sepultados bajo el glaciar.
El glaciar era el Pío XI, y la represa natural que formó al cortar el valle creó el Lago Greve. Poco se sabe del noruego, pero unas semanas antes de la expedición, descubrimos una pista. En el libro en español, De Agostini lo nombra Samsing. Pero al releer el libro por enésima vez, me fijé en una nota al pie que dice que la versión italiana le da el nombre completo: Finn Samsing. En pocos días, habíamos descubierto registros de matrimonio en Punta Arenas para un Finn Samsing unos años después del desastre, y en 1945, un registro de su muerte. Con la ayuda de Camilo Rada, el destacado explorador, geógrafo y archivista de la Patagonia, comenzamos a ubicar a sus descendientes y para seguir reconstruyendo una historia perdida de aventura, tragedia y exploración verdadera.
El lago que casi no estuvo
A lo largo del Pío XI, fuimos testigos del dinamismo del entorno. En un momento, encontramos una zona con muchísimas conchas mezcladas en el barro, a unos 50 metros sobre el nivel del mar, posiblemente arrastradas y depositadas por el glaciar. Una franja de cien metros de árboles destruidos —muchas veces troncos enormes rotos en dos como si fueran fósforos— bordeaba el glaciar, esparcidos sobre un barro denso y oscuro. Al llegar a la laguna a mitad del camino, vimos el mismo fenómeno con los árboles arrastrados y quebrados hasta 60 metros arriba de la laguna, con témpanos como camiones varados sobre el barro al fondo de la laguna. Concluimos que un diluvio catastrófico había ocurrido hace muy poco; ni siquiera los témpanos habían tenido tiempo de derretirse.
Fue desde los altos de esta laguna que divisamos, por primera vez, el Lago Greve en el horizonte. No sería mentira decir que hubo un elemento de sorpresa y alivio al ver que el Greve estaba allí; debido al desconocimiento de su existencia quizás, pero sobre todo porque el Lago Greve amenaza, desde hace tiempo, con desaparecer.
En 2022, un equipo de glaciólogos en Japón estudiaba imágenes satelitales del Lago Greve. Para sorpresa de este equipo, descubrieron un diluvio de dimensiones históricas en el Lago Greve durante unos pocos días en abril de 2020. Casi de un día para otro, el lago de 240 km² bajó 18 m, vertiendo el equivalente en agua al peso de 640 pirámides de Giza por un estrecho y remoto valle al norte. En lo que juzgaron como uno de los diluvios de un lago glacial (GLOF, por sus siglas en inglés) más grandes de la historia, nadie ni siquiera se dio cuenta hasta ellos, dos años después y desde el otro lado del mundo.
La más completa exploración del Lago Greve hasta el momento
La euforia de llegar al Lago Greve, tras 8 días de dolor y aventura y siete años de planificación, preparación y múltiples retrasos, fue incomparable. Pasamos nuestra primera noche bajo un cielo pintado de estrellas, al lado del enorme castillo de hielo que es el Pío XI. Alrededor, un antiguo bosque de coihues —probablemente inundados durante la formación del lago cien años antes— se inclinaba de forma amenazante sobre la carpa.
Durante siete días, completamos una vuelta por la mayor parte del lago. Cruzamos los 5 km frente al terminus norte del Pío XI, para luego rodear la costa sur y fijar la vista en el imponente Volcán Lautaro, el pico más alto del campo de hielo sur, del que desciende el Glaciar Lautaro hacia las aguas gélidas del Greve. Exploramos la Laguna Sor Teresa, con sus múltiples vertientes glaciares, y los dos frentes del gigante Glaciar Greve. Los días transcurrieron zigzagueando entre los témpanos, maravillándonos con los bosques y cascadas verticales y contemplando el rodapié claro que evidenciaba el diluvio de 2020.
Un jardín de (Puerto) Edén
Hubo momentos en el Lago Greve en los que nada nos hubiera sorprendido. El aislamiento y la inaccesibilidad del lugar, junto a su gran escala, podrían ocultar mil misterios. Más de una vez me puse a explorar formaciones rocosas con grietas y pequeñas cuevas en los cerros, con la esperanza de encontrar alguna prueba de una visita humana anterior. Muy posiblemente, antes de que el Pío XI cerrara el paso, el lago y las praderas verdes que encontró el noruego pueden haber sido valorados por los nómades Kawésqar como sitio de caza. Sin embargo, ni siquiera los más ancianos de la comunidad de Puerto Edén, a quienes tengo la suerte de conocer desde mis años de estudiante de antropología, parecían conocer la existencia del lugar.
En cambio, el Lago Greve es un jardín del Edén para otras formas de vida. Tras seguir una mancha parda por un bosquecito de cipreses y taiques, pude admirar a una bella huemul (Hippocamelus bisulcus) contra un fondo del Volcán y Glaciar Lautaro. La observé durante casi una hora, mientras me echaba la ocasional mirada perpleja. En los días siguientes, vimos otro par de huemules y encontramos incontables huellas sobre las playas del lago.
En otro momento, y sin querer, casi pisamos a la rarísima ave becacina grande (Gallinago stricklandii). Perfectamente camuflada en la turba, y en total confianza de que no la habíamos visto, quedó completamente quieta, incluso a un metro de distancia. Cuando finalmente voló unos pocos metros más arriba, nos tomó varios minutos volver a ubicarla. Incluso sobre el glaciar, encontramos dos dragones de la Patagonia (andiperla willinki) en una grieta, mientras bulliciosas cachañas y elegantes caiquenes nos sobrevolaban.
El Lago Greve, pese a su lejanía y desconocimiento, es un tesoro nacional de incomparable belleza, riqueza natural y patrimonio. Pero, nuevamente a pesar de su lejanía y desconocimiento, no está exento de las amenazas de un mundo que cambia con cada día. Varios de sus glaciares muestran signos de un dramático retroceso en los últimos años; acampamos en playas que nuestras propias fotos satelitales mostraban aún bajo el hielo. Poca información existe para monitorear el estado de los glaciares del Lago Greve y el gran ecosistema que forma parte.
La Memoria del Agua
Nuestra exploración del Lago Greve representaba más que una visita a un confín desconocido del mundo. Representaba la inmersión total en un territorio congelado en un presente permanente; un territorio formado por un peculiar glaciar que avanza y un lago que coquetea con desaparecer, cómo dos desafíos a la realidad. Nos transmitió una extraña apreciación por el noruego, perdido en la historia, quien respiró el mismo aire y humedad cien años antes, tal vez bajo la misma mirada siempre perpleja de los animales que desconocían la forma humana. Y durante toda la expedición, encarnamos esa capacidad característicamente patagónica de perseverar frente a condiciones y posibilidades que parecían insuperables, tras un sueño efímero y totalmente personal, en un siempre presente dictado por una naturaleza imponente.
José tenía razón cuando murmuró sus primeras palabras de la expedición: esto fue un viaje de otra época.