Son las 8.30 horas y Moisés ya está listo para la ascensión al páramo de Ocetá. Me espera en la plaza principal de Monguí. Este municipio se ubica a unos 230 km de Bogotá, en el departamento de Boyacá. Es pequeño, pero encantador. De hecho, figura en la Red de Pueblos Patrimonio de Colombia junto a 16 poblaciones más.

Monguí está ubicado a 2.900 m de altitud, en plena cordillera de los Andes, por lo que conviene tener siempre a mano algo de abrigo. Sus habitantes conocen bien sus noches frías, por lo que es habitual que deambulen de aquí para allá ataviados con sus ruanas. Estas prendas tradicionales similares a los ponchos son el símbolo de Boyacá, una región de campesinos y artesanos. Tanto es así que, precisamente, Monguí es un pueblo dedicado en cuerpo y alma a la confección artesanal de balones de cuero. Se trata de una tradición que a día de hoy continúa muy viva, tal y como reflejan los balones que cuelgan oportunos en casi cualquier rincón. La arquitectura de estilo colonial de Monguí contrasta con el colorido de estos artículos que causan furor entre los visitantes.

©Andrea Barragán
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No obstante, es más que probable que el principal atractivo de esta localidad boyacense sea el páramo de Ocetá, considerado como uno de los más bellos de Colombia. No hay país que entienda más de páramos que Colombia, dado que acoge la mitad de los existentes en el mundo.

Para dar un poco de contexto, los páramos son ecosistemas de alta montaña ubicados a una altura de entre 3.000 y 5.000 metros sobre el nivel del mar (msnm). Son propios de la zona tropical y tienen la importante misión de actuar como reservas de agua.

Tierra de muiscas

Desde Monguí hasta el punto de partida del páramo de Ocetá hay un trayecto de unos 30 minutos en coche. Moisés se siente muy orgulloso de poder contar, por fin, con una camioneta que le permita llevar a los turistas desde el pueblo al inicio de la travesía. Hasta entonces, el camino debía realizarlo a pie. El sendero es polvoriento y sin nada de atractivo y, según cuenta, es mucho mejor hacer el recorrido en vehículo y guardar energías para el verdadero páramo.

El inicio de la ruta te recibe a unos 4.000 metros de altitud, de ahí que los primeros minutos de caminata puedan resultar exhaustos. A esa altura, además, el sol casi achicharra y daña la piel, por lo que es imprescindible echarse protector en las zonas expuestas. 

©Andrea Barragrán
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El páramo de Ocetá es tierra de muiscas, civilización precolombina cuya población llegó a superar el millón de habitantes. Los muiscas se ubicaron fundamentalmente en el altiplano de los departamentos de Boyacá y Cundinamarca, del que es capital Bogotá. El idioma de los muiscas era el chibcha. Traducido del chibcha, parece que Ocetá significa “hogar del sol”.

Las más de 5.700 hectáreas de superficie de este páramo esconden un sinfín de guiños hacia la cultura muisca. Uno de ellos es la denominada Caja del Rey, un monolito con forma de caja que, de acuerdo con la leyenda, se utilizaba para almacenar tesoros. Pero si algo dejaron los muiscas fueron quebraderos de cabeza a los colonos españoles. Se extendió como la pólvora el mito de El Dorado, vinculado a ceremonias muiscas con oro, reinos dorados e, incluso, ofrendas y tesoros a los dioses sumergidos en el fondo de lagunas.

A medida que avanzamos, van adivinándose a lo lejos unas curiosas plantas: los frailejones. Los frailejones son nativos en Colombia, y son los habitantes de los páramos, actuando como recolectores de agua. La humedad y la neblina están siempre presentes en estos ecosistemas. Llueve a menudo, pero con poca intensidad, de manera que los frailejones se encargan de absorber el agua a través de sus hojas velludas y suaves. Esta se filtra en el suelo y abastece los ríos. 

©Andrea Barragrán
©Andrea Barragrán

Los troncos de los frailejones son gruesos y ásperos y, curiosamente, están huecos por dentro, dado su papel como almacén de agua. En un santiamén, el páramo se ha llenado de frailejones, llamados así porque, de lejos, parecen pequeños frailes. Su altura es la que permite averiguar la edad de cada una de estas plantas. Crecen un centímetro cada año, así que los más altos son los más longevos. En el páramo de Ocetá, algunos miden hasta 6 metros, es decir, tienen 600 años.

Adopta un frailejón

Para Moisés, los frailejones son su debilidad y máxima preocupación. Dado su lento crecimiento, estas especies están seriamente perjudicadas por actividades como la ganadería y el pastoreo, aunque también por el turismo irresponsable. Ataviado con un sombrero de paja, este guía turístico oriundo de Monguí de tez andina y sonrisa perenne explica su humilde proyecto para garantizar la supervivencia de los habitantes del páramo. Desde hace varios meses trabaja a diario en un pequeño invernadero instalado en su jardín plantando semillas de frailejones. Estas se cultivan, en primer lugar, en placas de petri y, una vez han brotado, se pasan a unas cubetas de germinación. En estas cubetas hay espacio para 200 plantitas, aunque, según comenta, su sueño es hacer crecer miles de frailejones para trasplantarlos en el páramo.

El plan de Moisés era inaugurar oficialmente su proyecto ‘Adopta un frailejón’ el pasado mes de mayo. Quería invitar a la prensa y a muchos de los turistas de los que fue guía para el gran día. Por la emergencia sanitaria de la COVID-19 no ha sido posible. No pasa nada, hasta que pueda hacerlo él sigue trabajando en su sueño de conseguir que el páramo de Ocetá siga siendo por muchas generaciones el más lindo del mundo.

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