Salares, volcanes y flamencos en el mundo Aymara: una ruta por el altiplano
En un viaje inolvidable por el altiplano, nuestro colaborador Felipe Howard nos relata en primera persona su experiencia recorriendo la ruta entre el salar de Huasco y el lago Chungará. Un recorrido intenso, donde la altura, los bellos paisajes y las aventuras estuvieron a la orden del día y que les compartimos para quienes se animen a visitar este tramo en el Norte de Chile.
“Cuando vayas rumbo al norte verás que todas las huellas de auto van a la derecha, hacia el este, el camino está más marcado hacia allá, pero no las sigas por ningún motivo aunque parezcan evidentes. Todas van a Bolivia, son las huellas dejadas por el tráfico clandestino de autos. Tú sigues siempre derecho, directo hacia el norte y así llegarás al Parque Nacional Lauca en donde te encontrarás con los Payachatas”, nos comentaron.
Más allá de Isluga recordamos los consejos que cuatro días atrás nos había dado uno de nuestros guías antes de salir a recorrer el altiplano entre el salar de Huasco y el lago Chungará. Queríamos recorrer el norte de Chile casi pegados a la frontera con Bolivia comenzando en el salar de Huasco. Nuestra idea era observar flamencos, vicuñas, vizcachas. Alojar en localidades como Lirima y Surire. Contemplar salares más desconocidos como el de Coipasa. Sería un viaje que serviría de prospección a nuevas rutas para las travesías que deseamos ofrecer más adelante.
Hicimos las compras de comida -y más importante- cargamos 2 bidones de 20 litros de combustible en Pozo Almonte para tener mayor autonomía en una ruta donde no hay estaciones de servicio. Aprovechamos de averiguar los últimos datos, como por ejemplo, que cuando lleguáramos al río Mucomucone no pasáramos por el medio aunque parezca que es por ahí, pues el riesgo de quedarse enterrados en el barro es alto y ya han debido sacar a varios…un par de días después.
La altura se siente, sobre todo la primera noche luego de comenzar a nivel del mar en Iquique y llegar demasiado pronto por un excelente camino pavimentado a los 3.700 metros de altitud en el salar de Huasco. Olvidé ese dato y pronto me estaba moviendo con más prisa que la recomendada para tratar de registrar el vuelo de flamencos que contrastaban con el azul del cielo. Años atrás me había acercado a este salar desde Pica, buscando las petrificadas huellas de dinosaurios que hoy son atractivos en esa localidad, pero sin dudas que esta ruta es más directa. Un par de miradores nos dan una amplia vista del salar, pero por unos senderos podemos contemplar mejor y en detalle los flamencos.
Cerca de dos horas estuve rodeando el salar de Huasco buscando la mejor vista ante la gran cantidad de aves. Ya con luces de la tarde y los cerros de color rojo, como acostumbran los atardeceres en el altiplano, llegamos a la localidad de Lirima. Pasamos la noche en casa de dos pobladores que habitan el pueblo, me acordé todo lo que me moví en el salar y de los 4.200 metros de altitud considerando que a las 8 de la mañana de ese mismo día aún estaba en Santiago. La verdad no pude dormir mucho. El termómetro marcó menos 10. El frío era tal que el agua de las cañerías del baño no salía.
El amanecer fue lo mejor, llegó el calor y unos colores vívidos junto a una vertiente escarchada. Cerca de 20 alpacas pastaban en una cancha de fútbol usada vaya a saber por quiénes. Digna de una postal para Planeta Fútbol. Allí compramos un par de guantes y de gorros de lana de alpaca que nos servirían para abrigarnos un poco más.
Salimos en ruta por un camino en donde nunca nos cruzamos con otro vehículo. Circulamos por un paso que tiene casi 5 mil metros de altitud en donde vemos varias llaretas que parecen enormes piedras verdes. Atravesamos localidades como Picavilque y Ancuaque, al lado de las cuales Cariquima destaca por estar más asentada. En su plaza destacan algunos cactus enormes en un entorno adoquinado y en orden con la iglesia altiplánica. Luego salimos rumbo al salar de Coipasa, el cual se encuentra casi en su totalidad en Bolivia, siendo el segundo más grande de Sudamérica, pero un extremo se alcanza a colar a este lado de la frontera. En las cercanías de Ancovinto aparecen los “bosques de cactus”, con especies que llegan a los 10 metros de altura y acá se encuentran en tal densidad que parecen un grupo de guardianes del salar. Caminamos entre ellos y alcanzamos una vista que pareciera de Uyuni con estos gigantes y el blanco del salar de fondo. El volcán Isluga enmarca el paisaje. Seguimos sin cruzarnos con otros visitantes a lo largo del día, sólo en Cariquima vimos movimiento de camionetas locales que circulaban alrededor de su localidad.
Para llegar al salar de Surire pasamos por Isluga, cuya iglesia había visto en muchos libros de fotografía o en calendarios con imágenes de Chile. No había ningún habitante, así es que luego de algunas fotos continuamos por el bofedal de Enquelga, en donde nos sentimos inmersos en medio del mundo Aymara. Pastizales altos amarillos con rebaños de alpacas, casas de adobe con pajonales en sus techos, tejedoras a orillas del camino mirando cómo pasa la vida y camionetas como la nuestra que debe ser la primera en un par de días. Nos detenemos a saludar y conversar un poco, nos hablan de sus animales y del frío. De las distancias y de los jóvenes que se han ido a Iquique porque no les interesa ser pastores y les atraen las luces de las ciudades. Nosotros andamos buscando todo lo contrario, descubrir rincones que alguna vez alguien me los describió como “el otro Chile”, lugares en los que nos maravilla un paisaje poco intervenido y con habitantes que aún mantienen formas de vida distintas a las de la urbe.
Al llegar al río Mucomucone recordamos el otro consejo del guía en Iquique. Así es que decido bajarme, arremangarme los pantalones y meterme al agua que estaba realmente helada para sentir cómo es el fondo. Efectivamente la parte evidente para pasar es completamente barrosa, mientras a la derecha está más estable. Ahora agradezco la recomendación, sería nefasto quedarse pegados en este lugar, así que valió la pena congelarme los pies un rato.
Nuevamente con las luces rosadas del atardecer llegamos al salar de Surire. Se nos cruza un rebaño de vicuñas, parecen más frágiles que las alpacas y llamas. Con gracia las vemos desplazarse sobre el salar sin inmutarse mucho con nosotros. A orillas del salar hay un refugio de Conaf, comprobamos que el aviso realizado días atrás funciona pues en una pizarra estaban nuestros nombres, así es que pasamos allí la noche a 4.230 metros de altitud. Ya estamos aclimatados y nada mejor que una sopa caliente. Al salir a recorrer los alrededores nos colocamos todas las lanas que compramos en Lirima.
Aunque el nombre Surire proviene de “suris”, que son los ñandúes, solo vemos tranquilas vizcachas tomando el sol en la mañana y gran cantidad de parinas como le llaman a los flamencos. Bordeamos el salar para llegar a las Termas de Polloquere, aguas calientes a un costado del salar. El olor a azufre es potente, al igual que la temperatura del agua. ¡Cómo disfrutamos ese baño!
Aquí sí nos encontramos dos minibuses con 15 franceses quienes están realizando un tour de varios días por el altiplano en el sentido inverso al nuestro. Van cargados de tierra y de historias que intentan contarnos. Ellos están desarmando sus carpas y guardando las mesas plegables de su campamento cuando nos dicen que les preocupa la cantidad de camiones de la mina de Bórax que se ven al otro lado del salar, nos comentan en un español imperfecto que los flamencos algún día quedarán arrinconados y que las lagunas se han secado bastante, pero que ellos han disfrutado mucho del paisaje. No pueden creer estar circulando a esta altitud: “En Europa el Mont Blanc está a 4.800 metros y es el punto más alto mientras acá casi en la misma altura estamos bañándonos en una terma natural”.
Una vez que los minibuses se marchan volvemos a estar en silencio entre las fumarolas de vapor. Este paisaje altiplánico no tiene nada que envidiarle al Mont Blanc, pensamos.
Ya vemos los payachatas en dirección norte, pero sin saber bien por qué en los alrededores de Guallatire tomamos un camino que comienza a subir y subir. Nos volvemos a topar con una camioneta cargada de mochilas, se nota que son montañistas y quizás de dónde vienen. Algo no cuadra, desde la altura veo que el paso lógico, el portezuelo para llegar al Chungará es harto más abajo, sin embargo en Surire nos hablaron del cruce, de tomar a la derecha para salir detrás de la aduana, pero subo y subo llegando a más de 5 mil metros. Cuando el camino se estrecha me detengo y decido seguir los instintos de orientación más que las recomendaciones y regresar pensando en el portezuelo que vemos más abajo. Efectivamente el camino está clarito por ahí.
Las recomendaciones sirvieron como para no terminar en Bolivia antes, pero ahora veo desde el lago Chungará por dónde iba y casi terminamos en el volcán Guallatire, o en otro sector de Bolivia.