La comuna de Santiago recibe diariamente una población flotante de 1.8 millones de personas, visitantes que se suman a sus 200.000 residentes. En total, esto configura un universo de 2 millones de habitantes en un pedazo reducido de ciudad.

Según la Organización Mundial de la Salud (OMS), el índice recomendado de áreas verdes por persona es de 9 m2/hab. Y al mirar las cifras oficiales, la comuna de Santiago presenta un índice de 11,7 m2/hab, lo que implica una cantidad superior de áreas verdes por habitantes que lo recomendado. Esta cifra, en consecuencia, debiera venir a respaldar un modelo saludable de crecimiento inmobiliario y equilibrio medioambiental; sin embargo, no es así. Esto, porque el cálculo considera como habitantes de la comuna “sólo” a las 200.000 personas que pernoctan en ella. Si incorporamos, en cambio, la población flotante a la medición, el índice “real” de la comuna de Santiago es de 1,17 m2/hab: el peor de todas las comunas de la ciudad.

Existen también otros problemas relacionados a las áreas verdes, como su ubicación y accesibilidad. Un caso emblemático es el del parque Quinta Normal, que solo pertenece a la comuna de Santiago debido a la incapacidad económica de Quinta Normal para mantenerlo. Estas áreas verdes suman m2 al cálculo comunal, pero su ubicación la hacen de difícil acceso para sus residentes.

Esta realidad es evidente a la percepción del ciudadano común y urge buscar fórmulas para mitigar el impacto de este desequilibrio medioambiental.

El actual modelo de densificación del centro de la ciudad ha generado la proliferación de abundantes y variados muros ciegos de los nuevos (y no tan nuevos) edificios en altura. En general, por “ciegos” se entienden aquellos muros que no tienen ventanas, y por lo tanto no se puede “ver” a través de ellos. En el caso de Santiago, gran parte de estos muros no solo carecen de ventanas, sino que además no representan ningún valor estético ni estilístico para el patrimonio de la comuna.

Estamos hablando de más de 10.000 m2 de superficie disponible para intervenir que hoy, en su desnudez y abandono, aumentan la temperatura ambiental por refracción del sol, magnifican los sonidos y por lo tanto aumentan la contaminación acústica y son un recordatorio constante de algo hecho a medias que no logra cuajar enteramente en el tejido urbano.

Ahí es donde surgen oportunidades…

  • ¿Qué pasaría si fuéramos capaces de transformar estas externalidades negativas del modelo en soporte para intervenciones urbanas que impacten positivamente en la calidad de vida de sus habitantes?

 

  • ¿Qué pasaría si, por ejemplo, pensáramos en un proyecto de forestación vertical en la comuna de Santiago, que intervenga muros ciegos residuales de densificación y los convierta en pulmones verdes urbanos?

 

  • ¿Qué pasaría si, además de mitigar la contaminación acústica y atmosférica, evitar la irradiación de calor, emitir oxígeno y absorber CO2, estos pulmones verdes se constituyeran como elementos de identidad urbana para la comuna de Santiago?

 

Ese es el tipo de preguntas que podrían ayudar a equilibrar la balanza medioambiental en el corazón de la ciudad.

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