Reportan a hongo en peligro de extinción que estuvo 15 años “perdido” para la ciencia
Por varios años, distintos investigadores emprendieron viajes en su búsqueda, sin éxito alguno. Pero un simple intercambio de fotografías a inicios de abril terminó con un importante hallazgo para la micología nacional, al dar con el paradero del Gastroboletus valdivianus, un hongo exclusivo de Chile que se encuentra en peligro de extinción. La pequeña población de este hongo fue encontrada cerca de Valdivia, en un parche de bosque nativo arrinconado por plantaciones forestales. Aunque es probable que haya sido avistada antes, esta especie no había sido colectada desde 2006, lo que impedía los avances en su investigación. Su “reaparición” no solo es clave para la ciencia, sino también para recordar la necesidad de detener la deforestación, con el fin de proteger a este enigmático hongo.
Todo comenzó por una foto que Gustavo envió a Patricio, y que éste mostró a Rodrigo. El susodicho, a su vez, hizo lo mismo con Giuliana, exhibiéndole una postal que estaba lejos de ser usual. De esa forma, lo que pudo ser una casual cadena de mensajes se convirtió en un significativo hallazgo para la micología nacional, al dar con el paradero de una especie muy rara de ver. Tan así, que ha sido colectada solo tres veces desde que fue descrita y ni siquiera posee nombre común (aunque algunos le dicen «gastroboleto»).
Se trata del hongo Gastroboletus valdivianus, una especie endémica – exclusiva – de Chile que se encuentra en peligro de extinción. Fue durante los primeros días de abril cuando una pequeña población de esta especie fue hallada en un parche de bosque nativo, emplazado en los alrededores de Valdivia, en la Región de Los Ríos.
“Estaba recolectando por la zona de Valdivia, y un colega que se llama Rodrigo Jerez me mostró una foto. Con Rodrigo habíamos buscado a la especie de la foto por años. Y en mi caso, yo lo llevaba buscando 20 años, y no lo encontraba. Este es un caso tremendo de la importancia de la ciencia ciudadana, y encaja perfecto con una campaña que estamos lanzando con la fundación que se llama ‘Lo que tú ves importa’. Lo que Gustavo vio, que le contó a Patricio, que Patricio le contó a Rodrigo, y que Rodrigo le contó a Giuliana, ¡todo eso importa! Porque así logramos la cuarta colecta de un hongo en peligro de extinción, que en mi caso buscaba hace 20 años”, relata Giuliana Furci, fundadora y directora de Fundación Fungi, quien también había sido alertada por un equipo de la FungiFest sobre la presencia de este hongo durante esos mismos días.
La emoción que exuda Furci no es para menos.
Para dimensionar la relevancia de este hallazgo, vale precisar que esta especie fue descrita por la ciencia en 1974. Según la evaluación del Ministerio del Medio Ambiente, este hongo se distribuye entre las regiones del Biobío, Araucanía y Los Ríos, mientras que su presencia figura como “incierta” en Los Lagos.
Aunque es probable que algunas personas lo hayan visto en el último tiempo, este hongo ha sido colectado solo tres veces con fines científicos. La primera vez fue en Valdivia en 1974, seguida por dos ocasiones más en el año 2006, en el Parque Nacional Nahuelbuta y en la Reserva Nacional Nonguén. Desde entonces, los micólogos que han ido en su búsqueda para estudiarlo no lo habían encontrado. Hasta ahora.
Por ello, luego de la cadena de mensajes, los protagonistas de esta historia, junto a Furci y Daniela Torres de la Fundación Fungi, fueron al encuentro de esta especie. Cuando iban acercándose al lugar del hallazgo inicial, Furci fue observando a su paso a más Gastroboletus valdivianus, los cuales estaban visibles, para su fortuna. De ese modo, pudieron incluir a este hongo en el fungario de la fundación, que contiene cerca de 2.000 especies recolectadas en todo Chile.
“Este hallazgo da esperanza de que, a medida que se vaya encontrando en distintas localidades, y ampliando su área de ocurrencia, hay una posibilidad de reevaluar su estado. Ojalá podamos revertir el rojo, que pueda sobrevivir en estos parches de bosque nativo, y que esté en más lugares de los que pensamos”, expresa la micóloga, quien aclara que la colecta consiste en sacar solo una parte del hongo, lo que significa que no se está matando al organismo, ya que su micelio queda intacto.
Pese a las buenas nuevas, Furci reconoce que este encuentro con Gastroboletus valdivianus les produce “una mezcla impactante de emociones”.
Por un lado, resalta la esperanza de encontrar la población de un hongo que está en peligro de extinción a nivel global. Sin embargo, este parche de bosque y sus habitantes fúngicos se encuentran literalmente acorralados, ya que a unos 10 metros las plantaciones de pinos y eucaliptos se apoderan del paisaje, así como la creciente expansión inmobiliaria.
La fundadora de Fundación Fungi puntualiza que “al lado derecho del bosque hay una plantación de eucaliptus y de pino. Esta especie también se encuentra en ‘el patio trasero’ de un condominio, en un lugar donde están haciendo casas. Yo estaba colectando y se escuchaba la maquinaria de construcción”
Precisamente, la principal amenaza que enfrenta este hongo es la pérdida y fragmentación de su hábitat. La deforestación del bosque nativo para la expansión urbana y la industria forestal han diezmado sus poblaciones a tal nivel, que hoy es raro encontrarse con sus ejemplares de cálidos colores.
La pieza clave del rompecabezas
El hongo Gastroboletus valdivianus pertenece a la familia de las boletáceas (Boletaceae), al igual que otras especies más conocidas como el loyo (Butyriboletus loyo). Pese a ello, sería el único representante en Chile del género Gastroboletus, cuyas especies no poseen el típico “sombrero”.
Furci detalla que “esta especie está como ‘dada vuelta’, porque tiene toda la parte de debajo del sombrero hacia afuera. Por eso se llama ‘Gastroboletus’, tiene como la guata para afuera. Y sus esporas se dispersan por insectos, entonces está lleno de larvas. El hongo en sí es todo un ecosistema”.
Su hábitat son los bosques de Nothofagus, donde crece de forma individual o dispersa en pequeños grupos, semienterrado en el suelo y entre la hojarasca. De hecho, este hongo vive en simbiosis con especies como el coihue (Nothofagus dombeyi), formando ectomicorrizas en las raíces de estos árboles para el beneficio mutuo.
Además, el reencuentro con esta especie viene a otorgar una pieza clave que faltaba para un estudio sobre el genoma de las boletáceas en Chile, que está desarrollando el equipo de la Fundación Fungi junto al investigador Bryn Dentinger, de la Universidad de Utah.
Si bien tenían muestras de las demás especies, el hongo Gastroboletus valdivianus era la pieza que faltaba para desentrañar y completar el rompecabezas evolutivo.
“Lo que sabemos hasta ahora es que las especies de boletáceas son muy antiguas en Chile. Muy basales en la familia, son ancestrales. Como un árbol viejo, son hongos muy viejos que no se están divergiendo en distintas especies, es decir, no está ocurriendo la especiación. Están en linajes solitarios, muy ancestrales y específicos de esta zona del mundo. Entonces aquí estamos encontrando por fin una colecta para nuestro estudio de análisis genómico de esta familia en Chile que va a dilucidar, además, de dónde vienen”, destaca Furci.
De hecho, la hipótesis es que el origen de estos hongos sería anterior a la existencia del supercontinente Gondwana de hace unos 200 millones de años. “Hay todo un puzle para saber sobre el origen de estos bosques de la cordillera de la Costa. Una de las teorías es que las boletáceas serían especies que provenían de África, llegando por lo que ahora es Papúa Nueva Guinea hasta el actual sur de Chile, y no por el lado de Australia y Nueva Zelanda”, señala la micóloga.
Eso es parte de lo que podrá estudiarse, luego del reencuentro con Gastroboletus valdivianus, cuya biología y ecología es muy poco conocida.
Aún así, el mayor desafío en la actualidad es recuperar y conservar a esta especie en peligro de extinción.
Para Furci, es fundamental que las legislaciones y políticas públicas en general sean vinculantes, con el fin de que se pueda proteger de forma efectiva un territorio si allí habita una especie en peligro. “No hay medida de mitigación aquí que sirva. En este caso no se puede trasplantar, no se puede sacar y mantener vivo en otra parte. En el caso de plantas y animales, muchas veces la conservación de las especies se puede hacer ex situ, pero los hongos son un claro ejemplo de que eso no se puede realizar. Tiene que conversarse en su mismo hábitat, y debiera prohibirse impactar esos bosques, porque puede significar la extinción de una especie”.
Las y los ciudadanos también pueden aportar, aunque las fotos no bastan para documentar y dar con la identidad de las criaturas del Reino Fungi. Por ello las colectas son relevantes.
“Cuando tú coincides con un hongo que sea visible, no significa que otra persona haya coincidido antes. Por lo tanto, documentarlo es fundamental, y para eso puede encontrar en la web de Fundación Fungi un protocolo de colecta. Pedimos que la gente tome las fotos de todos los ángulos, recolecte la muestra de manera sostenible como nosotros indicamos en el protocolo, la seque y lo mande al fungario de la fundación”.
Pero lo más relevante de todo es la importancia de compartir los registros, como bien lo refleja el inusitado “reencuentro” de micólogos con el Gastroboletus valdivianus.
“Lo fundamental aquí es que lo que cada uno ve, importa”, sentencia Furci.