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Publireportaje
Parque Coyanmahuida, un refugio de biodiversidad que resiste y se renueva en el Biobío
En la zona centro-sur de Chile, una de las regiones con mayor importancia para la biodiversidad del planeta, la degradación de ecosistemas ha puesto en riesgo a numerosas especies y transformado el paisaje original. El Parque Coyanmahuida, en la Región del Biobío, destaca como un refugio de bosque caducifolio de Concepción y un ejemplo de resiliencia ecológica. Tras ser devastado en un 80% por los incendios de 2017, experimentó un proceso de restauración apoyado por la comunidad, instituciones y organismos públicos. La iniciativa incluyó la regeneración de especies nativas y la acción clave de hongos saprófitos, que ayudaron a restaurar el suelo y acelerar el crecimiento de la vegetación. Hoy, el parque es un espacio de conservación, educación ambiental y vínculo comunitario, que demuestra que la protección de ecosistemas es posible con voluntad y colaboración.
Los bosques, más que simples agrupaciones de árboles, son verdaderas redes vivas que sostienen una enorme diversidad de especies y cumplen funciones esenciales para el planeta, como la regulación hídrica, la captura de carbono y la protección de los suelos. No obstante, estos sistemas complejos están siendo gravemente impactados por la deforestación, los incendios forestales y la expansión descontrolada de zonas urbanas y agrícolas.
Chile enfrenta este problema con especial intensidad en su zona centro-sur, una región de alta biodiversidad y endemismo. Allí, la transformación del paisaje ha sido profunda, con la pérdida de hábitats que han sido reemplazados por cultivos agrícolas y luego forestales, infraestructura vial, casas o condominios. Esta presión sobre los ecosistemas ha comprometido la supervivencia de numerosas especies y ha debilitado la capacidad natural de los territorios para adaptarse a fenómenos extremos como el cambio climático.
En este contexto, cobran relevancia los espacios que aún conservan parte de la estructura y riqueza del bosque nativo, como el Parque Coyanmahuida, ubicado en la Región del Biobío. Este parque se ha transformado en un verdadero laboratorio viviente de restauración ecológica, conservación de flora nativa y educación ambiental. Lo que alguna vez fue una zona arrasada por el fuego hoy es también un símbolo de regeneración.


Descubriendo Coyanmahuida
A solo 38 kilómetros al este de Concepción, en la comuna de Florida, se alza este parque, cuyo nombre en mapudungún significa “bosque de robles”. Su territorio de casi 76 hectáreas concentra una muestra representativa del bosque caducifolio de Concepción, que mezcla componentes del bosque mediterráneo y del valdiviano, un ensamble de vegetación única en el mundo que ha evolucionado para sobrevivir en climas con inviernos lluviosos y veranos secos. En este parque conviven especies como robles, peumos, laureles, lingues y naranjillos, acompañadas de lianas, epífitas y hongos que enriquecen la complejidad del ecosistema.
«Este lugar es un relicto de los antiguos bosques de Concepción, con especies altamente adaptadas a crecer en ambientes sombríos como el olivillo y el naranjillo. A pesar de haber sufrido incendios en al menos dos ocasiones durante las últimas décadas, ha demostrado una notable resiliencia y se ha mantenido sin grandes alteraciones. Su principal valor radica en que nos permite comprender cómo eran estos ecosistemas en su estado original. La empresa está protegiendo esta área y, además, ampliándola y reconectándola en dos dimensiones: por un lado, restaurando sectores aledaños para enlazar los fragmentos de bosque antiguo; y por otro, estableciendo vínculos con las comunidades. Porque para conservar este patrimonio, necesitamos que el entorno lo reconozca, lo valore y se sienta parte de él. Y ese cambio cultural no siempre es inmediato», cuenta Pablo Ramírez de Arellano, investigador en Manejo Ecosistémico de Arauco.



«Cuando uno recorre el parque, se encuentra con ejemplares añosos de roble, naranjillo, peumo y muchas otras especies y al mirar con atención, es posible ver cicatrices de fuego en varios de ellos. El fuego ha pasado muchas veces por este relicto y, sin embargo, por alguna razón, el ecosistema ha logrado resistir y regenerarse. Esa resiliencia lo ha convertido en un pequeño refugio para numerosas aves y animales del sector. También hay pequeños esteros que atraviesan el lugar y que albergan poblaciones de anfibios. Todo este entorno ha sido protegido durante años por la empresa, en colaboración con la universidad y, más recientemente, con las comunidades», agrega.
Muchos de estos árboles tienen siglos de antigüedad, y representan vestigios vivos de los bosques que existían antes del avance de la agricultura, especialmente el cultivo de trigo, que transformó profundamente el paisaje de la Cordillera de la Costa de Chile Central durante el siglo XIX. Algunos especímenes presentes en Coyanmahuida, como un notable ejemplar de naranjillo, podrían tener fácilmente más de 200 años, y son considerados verdaderos monumentos botánicos.
Además de su riqueza natural, el parque incorpora elementos históricos y culturales que fortalecen su valor patrimonial. Los senderos interpretativos permiten recorrer antiguos sectores de extracción minera, como una mina de cuarzo, y observar la transición entre áreas de bosque nativo y antiguas plantaciones de pino. Esta diversidad de paisajes ofrece una oportunidad única para reflexionar sobre la relación entre el ser humano y su entorno natural.


«Hace varios años desarrollamos el programa Bosque Abierto, que hoy cuenta con más de 100 sitios a lo largo de Chile donde se promueve una interacción directa entre los bosques de la empresa y las comunidades. Son espacios especialmente habilitados con fines ambientales, educativos, recreativos y también de provisión de servicios ecosistémicos clave, como el agua. Lo que buscamos es abrir nuestros bosques para que las personas puedan conocerlos, valorarlos y conservarlos. El Parque Coyanmahuida es un claro ejemplo de esa visión», comenta Daniela Saieg, jefa del programa Bosque Abierto de Arauco.
«Trabajamos en conjunto con municipios, organizaciones ambientales y actores de la sociedad civil para transformar estos espacios en verdaderas salas de clase al aire libre. Son lugares de esparcimiento y conexión con la naturaleza, donde las personas pueden disfrutar y valorar algo esencial para la vida humana: los ecosistemas que nos entregan servicios clave para nuestro bienestar», agrega Saieg.


Del fuego a la restauración ecológica
El 2017 marcó un antes y un después para el Parque Coyanmahuida. Aquel verano, uno de los peores incendios forestales de la historia de Chile devastó gran parte del centro-sur del país. En Coyanmahuida, las llamas arrasaron aproximadamente el 80% de su superficie, reduciendo a cenizas extensos sectores de bosque nativo y afectando profundamente la biodiversidad local. Lo que había sido hasta entonces un santuario natural quedó envuelto en un paisaje de troncos calcinados y un futuro incierto.
«Nunca habíamos enfrentado algo tan devastador como el incendio de 2017. Cuando el fuego llegó hasta aquí, no había mucho que hacer. Todos los recursos estaban destinados a proteger casas y a las personas, y en ese momento, en Florida, ni siquiera los bomberos daban abasto», recuerda Rodolfo Ceballos, jefe Patrimonial de Arauco.
«Con los vecinos formábamos partidas y, con las bombas a la espalda, partíamos de noche, porque era más fácil distinguir los fuegos, y en el día descansábamos un poco y tratábamos de centrarnos en los focos más grandes. Fue terrible realmente, o sea, uno no se imagina cómo es hasta que lo vive. Hay que pararse, empezar de cero, tratar de levantar el parque. Nosotros sabemos el valor que tiene el parque para la comunidad de Florida y para Concepción. También vienen muchos estudiantes acá. Me tocó a mí en alguna época de mi juventud participar acá en algunas actividades por la universidad. La participación de la comunidad para nosotros es muy importante, porque esta zona está dentro de los 10 puntos de mayor interés de la comunidad de Florida, de las personas que viven en Florida», recuerda Héctor Carrasco, vecino de la comuna de Florida.


A pesar de la magnitud de la catástrofe, la historia no terminó ahí. En lugar de dar por perdida la zona, Arauco tomó la decisión de liderar un proceso de restauración ecológica ambicioso, convocando a distintos actores para sumar esfuerzos. La iniciativa contó con la colaboración de la Corporación Nacional Forestal (Conaf), la Municipalidad de Florida y la Universidad de Concepción, así como con el respaldo de investigadores y expertos en silvicultura, química de suelos y biodiversidad.
Es así como una de las primeras etapas fue el diagnóstico del daño. A través de monitoreos satelitales y trabajo en terreno, se evaluó la extensión del área quemada y las condiciones del ecosistema post-incendio. Contra todo pronóstico, cinco años después del desastre, las imágenes satelitales mostraron una recuperación notable: más del 90% de la vegetación original ya presentaba signos de rebrote o regeneración natural. Este fenómeno no fue solo producto de la resiliencia de ciertas especies, sino que también gracias al diseño estratégico de intervención, que combinó ciencia, manejo forestal y respeto por los ciclos del bosque.


«Ahora, el reencontrarme con el parque en estas condiciones, es una alegría inmensa. Tuve la suerte, o la desgracia quizás, de participar junto con los vecinos cuando fue el incendio de 2017, para apagar algunos focos que aparecieron por acá. Nosotros en realidad lo hacíamos para proteger nuestro sector. Como es un vecino más también este parque, y es el parque que tenemos en la zona, prácticamente un parque urbano, vinimos con mucha gente, muchos vecinos, también algunos estamentos de la municipalidad, colegios, niñitos, a participar en la reforestación», recuerda Carrasco.
«Es bonito esto, el ver que lo que uno hizo está vivo, porque aquí no había nada. Hubo árboles que se quemaron, pero, después de que vinimos a reforestar, ver que ya está vivo donde yo intervine, o donde un amigo, una amiga, un pequeñito, estuvo forestando, es una alegría inmensa. Lo que se hizo no fue en vano, el resultado está ahí, y las generaciones futuras van a ver estos brotes ya grandes. Tenemos que seguir en esto. Hay que seguir poniendo más arbolitos», agrega.


Los bosques nativos de Chile, en general, no están tan adaptados a los incendios frecuentes como ocurre en otras regiones del mundo, por lo que su recuperación depende en gran medida de factores como la intensidad del fuego, la presencia de especies que regeneran vegetativamente y la ausencia de perturbaciones posteriores. En Coyanmahuida, se observaron rebrotes en especies como el roble y el peumo, que lograron regenerarse desde la base del tronco. A esto se sumó un papel silencioso pero crucial: el de los hongos del suelo.
Los hongos saprófitos, que descomponen la materia orgánica quemada, jugaron un rol vital en la restauración del equilibrio ecológico. Al transformar la biomasa calcinada en nutrientes disponibles para las plantas, permitieron acelerar la recuperación de especies vegetales. Su actividad es particularmente intensa en otoño y primavera, cuando las condiciones de humedad y temperatura son más propicias. Según investigadores, su presencia es clave para mantener la fertilidad del suelo y sostener los procesos sucesionales del bosque.


Pero más allá de los indicadores técnicos, el Parque Coyanmahuida se ha proyectado no solo como un área de conservación, sino que también como un espacio vivo para la educación ambiental, la investigación científica y la vinculación con la comunidad. Al involucrar a las personas en el cuidado del entorno, se fortalece el sentido de pertenencia y se promueve una conservación sostenible a largo plazo.
«El parque cuenta hoy con cerca de 30 hectáreas de bosque adulto. Tras el paso del fuego, algunas zonas se perdieron, pero otras se conservaron en muy buen estado. De esa superficie, siete hectáreas fueron restauradas junto a la comunidad, en una alianza con el municipio y la junta de vecinos, en la que además participaron estudiantes de Florida, y esa es, para nosotros, la parte más valiosa: trabajar con los niños, que son el futuro», señala Ceballos.
De esta manera, visitar el Parque Coyanmahuida es una oportunidad única para reconectar con la naturaleza, conocer de cerca un ecosistema en proceso de regeneración y comprender el valor de los bosques nativos como patrimonio natural y cultural.


