El Cabo de Hornos fue descubierto el 29 de enero de 1616 por el navío Eendracht cuyos comandantes eran Jacob Le Maire y Willem Schouten, holandeses. Es el más austral de los tres grandes cabos del hemisferio sur del planeta y para muchos, navegar sus aguas se considera uno de los mayores retos náuticos.

En enero de 2016 llegué a Puerto Williams en un viaje familiar con la intención de pasar ahí algunos días de nuestras vacaciones. Llegamos el 25 de enero y nos íríamos al sábado siguiente. Así que comenzamos rápidamente a averiguar qué actividades podíamos realizar y una de ellas nos llamó fuertemente la atención: navegar a vela hacia Cabo de Hornos para participar el viernes 29 en la conmemoración de los 400 años de su descubrimiento. Nos contactaron con Erik, capitán del velero Sonabia, quien se encontraba buscando a 3 tripulantes y nosotros… éramos 3. Listo, con nosotros harían el viaje también Damien (francés) y Sylvie (belga) además de Erik el capitán (francés).

©Carlos Guevara
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Era el 25 de enero de 2016 y zarparíamos muy temprano el miércoles 27 para estar llegando el viernes temprano en la mañana a Cabo de Hornos y emprender el regreso ese mismo día pues nuestro vuelo de vuelta a Punta Arenas era el sábado 30. Ante cualquier imprevisto, perderíamos el vuelo, pero no había alternativa, teníamos que hacerlo, la aventura era total.

El martes 26 hicimos todos los trámites y compras y el miércoles 27 nos presentamos a la hora indicada por el capitán para zarpar. Erik, un experimentado navegante francés, ya había cruzado el Atlántico en su velero desde Francia a Chile y había navegado también en solitario a la Antártica, así que nos pusimos en sus manos. Antes de partir, aprovechamos de recorrer los alrededores de Puerto Williams y hacer el trekking al cerro La Bandera, donde tuve la oportunidad de fotografiar la orquídea palomita (Codonorchis lessonii), la orquídea más austral del mundo.

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El día se nos pasó literalmente volando,  la belleza del lugar era increíble y estábamos ansiosos. Nuestra experiencia como navegantes era nula. No sabíamos cómo nos trataría el mareo a bordo y sabíamos que la navegación a Cabo de Hornos no era fácil y … en velero… ¡uffff! Pero sólo queríamos partir. Nos llamaba mucho la atención que la tremenda noticia de los 400 años de su descubrimiento, no haya sido de conocimiento masivo a nivel nacional.  Nosotros nos enteramos recién en Puerto Williams, y Cabo de Hornos tiene méritos de sobra para que hubiera aparecido en la primera plana de las noticias los días previos.

Ya al atardecer, Puerto Williams nos regalaba hermosos paisajes y un clima maravilloso considerando la latitud donde nos encontrábamos. Puerto Williams se encuentra ubicado en la parte norte de la Isla Navarino, ribera sur del Canal de Beagle. Hacia el sur alcanzábamos a divisar Ushuaia, Argentina, en Tierra del Fuego.

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Zarpamos.  La “meteo”, como decía el capitán para referirse a la meteorología, se veía bien para los próximos días. Comenzaba nuestra aventura, previa instrucción de cómo debíamos comportarnos a bordo, las medidas de seguridad, la comida, el uso del baño, etc. El mar era una taza de leche y los cielos nublados pero tranquilos eran ideales para esas primeras horas de navegación, para ir acostumbrándonos al ritmo del velero.

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Nuestra primera parada sería en Puerto Toro, el poblado más austral del mundo (sin considerar las bases de la Antártica), donde viven un puñado de carabineros, un marino, un profesor, el alcalde de mar y pescadores, fundado en 1892. Llegamos al final de la tarde y nos dirigimos a saludar a los carabineros, quienes nos acompañaron a hacer un mini tour por lugares cercanos al poblado. Nos contaban de su vida, de cómo transcurría su día a día, de la importancia de su presencia en ese apartado lugar para la soberanía del país.

Al final de nuestro recorrido, nos invitaron a la casa de una de las familias locales. Conversamos animadamente. Para ellos era la oportunidad –una de las pocas– de socializar con visitantes. Nos prepararon pan amasado y una pizza de centolla en un abrir y cerrar de ojos. Nos íbamos con el estómago y el corazón repletos.

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A medida que nos adentrábamos en esa geografía, comenzábamos a preguntarnos cuánto conocemos en el resto del país del sacrificio de los chilenos que viven en lugares remotos; cómo solucionan el aislamiento, el clima extremo, la soledad. Estamos acostumbrados a pensar en forma demasiado local y desconocemos la riqueza de esos lugares y sobre todo de su gente.

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Zarpamos de Puerto Toro en la madrugada. Dormir se hacía difícil por todas las maniobras que significaba la navegación. Durante el día conversábamos, disfrutábamos del avistamiento de diferentes tipos de aves, delfines, lobos e intentábamos visualizar en el mapa dónde íbamos. Afortunadamente para nosotros, el clima estaba siendo muy benévolo y teníamos que navegar mixto vela-motor. El día anterior habíamos cruzado por las islas Picton, Lennox y Nueva, parte importante de nuestra historia; estar ahí era ir abriendo los ojos a un mundo del que habíamos escuchado hablar, pero vivirlo era adentrarse en lo real, hasta ese entonces para nosotros desconocido en lo profundo.

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El jueves, el amanecer estuvo bellísimo, la tranquilidad del lugar impactaba. En el velero las maniobras eran constantes, pero ya nos habíamos acostumbrado, lo más importante era la seguridad al estar sobre cubierta, al movernos de un lugar a otro. Ese día el plan era llegar hasta una bahía, desembarcar en zodiac (que había que armar) y hacer ahí un pequeño asado si el tiempo lo permitía. Ya comenzábamos también a ver otros veleros. Armar el zodiac y desembarcar fue otra aventura, pero seguíamos siendo favorecidos por un clima espectacular. Lo logramos, hicimos nuestro asado e incluso Erik y yo nos atrevimos a darnos un chapuzón en esas gélidas aguas.

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Al otro día debíamos llegar muy temprano a Cabo de Hornos. El tiempo comenzó a empeorar. Se puso muy nublado, comenzó a llover y a correr un viento my fuerte. Era como un recordatorio de dónde realmente estábamos. Ya divisábamos Cabo de Hornos y a otros veleros, junto a los buques de la Armada. No nos queríamos perder nada, pero estar en cubierta significaba estar MUY abrigados. El clima había cambiado, pero la emoción de saber que estábamos ahí para celebrar esos 400 años, hacía que superáramos todo.

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Desde cubierta alcanzábamos a ver la ceremonia, los veleros aportaban a la gran fiesta. Era un orgullo y una emoción estar ahí, ver flamear la bandera de Chile sobre Cabo de Hornos nos hacía pensar en cuán desconocida es esta parte de la historia para la mayoría de los chilenos.

Una vez que la ceremonia finalizó, alcanzamos a recorrer la parte frontal de la isla, para luego comenzar el retorno. Eran ya las 12:00 horas  del viernes 29 de enero de 2016. En su cumpleaños número 400 años, nos devolvíamos con el pecho hinchado.

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Teníamos muy poco tiempo para el regreso y necesitábamos buen viento, cosa que mágicamente ocurrió. Pudimos navegar sólo a vela gran parte de esa tarde y pudimos experimentar realmente lo que era navegar por esos mares. Al comienzo confieso que me asusté: las olas se veían tan grandes que sentía que nos iban a sepultar, pero poco a poco fuimos ganando confianza y dejando que el velero hiciera su trabajo. Llegamos de vuelta a Puerto Williams en la madrugada del sábado después de haber vivido una aventura espectacular.

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Ya han pasado más de dos años de aquella fecha y me pregunto qué tanto conocemos de nuestra historia. ¿Cuántas personas saben que ya han pasado 400 años del descubrimiento de Cabo de Hornos? ¿Cuántas personas entienden lo que significa “hacer patria” en esos apartados lugares? ¿Cuántos entendemos de la importancia tanto geográfica como de su biodiversidad?

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