Todavía me sorprendo cuando me preguntan si hay gauchos en Chile…

Para mí, la Patagonia es una sola.
Un lugar donde las fronteras se borran y la cultura local pasa por sobre las barreras dibujadas en los mapas.

El «che» con el que se terminan las frases, es en mi mente, sinónimo de este lugar. Parajes de otro planeta, pampas infinitas, montañas, lagos, ríos, glaciares y viento perpetuo.

En mi mente, la Patagonia y el gaucho, son indivisibles.

© Daniel Casado
© Daniel Casado

Gente muy especial, capaz de soportar los climas mas duros, siempre junto a sus perros y su caballo. Bien dispuestos y amigables, recuerdo las mejores mateadas en puestos lejanos, compartiendo historias y vivencias sin más afán que recibir al visitante.

Tuve la suerte de conocer la Patagonia, la verdadera Patagonia, el año 2000, cuando visité la estancia Puerto Consuelo, cerca de Puerto Natales. La familia Eberhard, quienes fueron los primeros colonos occidentales de la zona, me abrió las puertas de su casa y me recibieron por un mes. Pude compartir con los gauchos y participar de marcaje de ganado, esquila, y varias labores del campo.

Fue uno de esos lugares con los que uno siente amor a primera vista. A partir de ahí, la Patagonia ocupa gran parte de mis pensamientos y me las arreglo para volver siempre que puedo.

El que todavía no haya visitado este lugar, organice un viaje ya mismo.

Antes de ir a Nueva York, Brasil, Italia, por favor vayan a la Patagonia, su Patagonia, vean y escuchen fluír el río Baker, con sus aguas turquesas, caminen sobre el hielo, contemplen el fin del mundo y sus habitantes, y vivan uno de los últimos lugares salvajes de este planeta.

«Amalgama fraguada
en la hirviente caldera
de la frontera última,
límite impreciso
entre tierras y patrias,
entre cruces y espadas,
entre espacios y tiempos…»

 

Fernando Asunçao, «La Historia del Gaucho»

© Daniel Casado
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